viernes, 28 de noviembre de 2014

Mamá en apuros: MiniP se independiza



Íbamos en coche a pasar el día en la sierra, y en el coche es cuando a MiniP le da por hablar más. Debe ser que se aburre, y como está atada solo puede hacer dos cosas: o dormir o charlar. Y la última opción de MiniP siempre será dormir. En eso no ha salido a mi, lo aseguro.

Miraba por la ventanilla, cuando giró de nuevo la cabeza y muy seria, nos dijo:

- No quiero cambiar de casa.

Nosotros siempre estamos hablando de cambiar, porque el piso donde estamos está bien, pero no convence del todo. Hay muchísimas cosas que se podrían mejorar... Podría tener terraza, ascensor, trastero, y más metros cuadrados. Por pedir, podría tener hasta terreno, pero no. Es un piso sencillo, de hace más de 30 años, que nos da un servicio bueno pero mejorable. El caso es que hablamos para cuando nos toque una lotería, porque después de la burbuja vivida me da mucho reparo atarme a otro banco por otros 30 o 35 años sin saber si el euribor va a subir o a bajar... No confío en ningún banco.

Papá en apuros y yo nos miramos.

- A ver, MiniP - dijo su padre - No vamos a cambiar de momento, pero si algún día podemos no tomarás tú esa decisión.

Y fue entonces cuando soltó la bomba.

- Pues yo me voy a vivir a la playa.

- ¿Ah, sí? -dije yo - ¿Y cuándo?

- Pues ya.

Papá en apuros y yo nos miramos, conteniendo la risa.

- ¿Y te vas a ir tú sola?

MiniP pareció pensarlo un momento.

- No. Me voy con Guagua y Golfo.

Son sus dos perros de peluche favoritos. El primero se llama Guagua porque ni sabía hablar cuando se lo regaló su padre, y poco después a los perros en general los llamaba así: guaguas. Somos simples, qué le vamos a hacer.

- ¿Y nosotros? - siguió preguntando su padre.

- Vosotros podéis ir a visitarme - aseguró MiniP. - ¡Pero tenéis que llevar a Reno!

Efectivamente, hablaba de otro peluche.

- ¿Y de qué vas a comer? - su padre intentaba demostrarle las lagunas de su plan, pero MiniP lo tenía todo estudiado. - Si no sabes cocinar.

- De lo que compre. - aseguró la pequeña.

Yo cada vez estaba más sorprendida, y cada vez me costaba más contener la risa. Se ve que, con cuatro años, tiene las cosas más claras que algunos con veinte.

- ¿Y cómo vas a pagar la comida? - pregunté. Una madre se preocupa por cómo se van a ganar la vida sus hijos.

MiniP se estiró, y puso su tono de voz de "¿es que no os enteráis de nada?"

- Pues de las monedas que encuentre en la playa. - estiró la mano, y añadió - ¡Claro!

Como si no fuera evidente. En ese momento me la imaginé recorriendo la arena de arriba a abajo, recogiendo un tesoro de monedas que le servirían para comer. Le seguían sus peluches, extrañamente se movían por sí mismos, y ella tenía aspecto de salvaje... Pero feliz.

- ¿Y a qué playa vas a ir?

Ese era el quid de la cuestión. Nosotros ya sabíamos la respuesta.

- A la del teatrillo.

Claro. Porque este verano estuvimos en Peñíscola y cada noche nos acercábamos al paseo marítimo para ver el teatro de marionetas que hacía función todos los días.

Nos reímos, los tres. Pero, disimuladamente, me enjuagué una perla de sudor de la frente. ¿Con cuatro años y ya se quiere independizar? Si eso no es estar en apuros, ya me diréis qué es...

martes, 25 de noviembre de 2014

VIAJO SOLA, SAMUEL BJORK


Sinopsis (contraportada): Viajo sola. Y no soy la única. Un hombre sale a pasear con su perro para recuperarse de la resaca y de su cargo de conciencia. De repente el perro sale corriendo entre los árboles. Allí el hombre descubre a una niña que cuelga de un árbol, balanceándose sobre el suelo. Con una mochila escolar en la espalda y un cartel alrededor del cuello que dice "viajo sola". El inspector de policía Holger Munch se encarga del caso y no tarda en darse cuenta de que va a necesitar la ayuda de su excolega Mia Krüger. Sin embargo, Mia, que siempre había sido una chica sana, ahora parece estar enferma. Realmente enferma. Holger Munch acude a su casa para pedirele que vuelva al servicio activo. No tienen ni la más remota idea de lo que les espera.
Es complicado definir este libro. Es un libro policíaco, sí. Pero también tiene mucho de best seller, y algo más. No sé ni por dónde empezar.

Quizás por el principio. Debo dar las gracias a la editorial por haberme mandado el libro a través de María, junto con una siniestra muñeca que a mi hija le encantó. Creo que no me extrañaré si en un futuro le empiezan a gustar las cosas gores y demás. Digna hija de su madre.

Quise haberme apuntado a alguna de las lecturas conjuntas que se organizaron, pero me terminé el libro que estaba leyendo, y cogí éste... y ya no pude parar de leer.

Porque es adictivo, todo hay que decirlo. La trama está muy bien planteada, para que el lector no se entere de nada y vaya descubriendo a la vez que los protagonistas. No hay hilo suelto, todo tiene un por qué, aunque luego ese motivo no te guste...

Los protagonistas son geniales. Son reales, tienen profundidad, actúan según su psicología. Vas conociendo su pasado, su presente y casi todo lo que ha pasado entre medias, todo a su debido tiempo, todo con cuenta gotas para que no te aburras ni te excedas tanto que pierdas interés. Ya digo que es una novela muy bien estudiada.

Ahora bien, hay cosas que no me han convencido demasiado. La narración no es de mis favoritas. Es sencilla, con muchos diálogos, y muy bien llevados (qué difícil es hacer diálogos realistas), pero es un tipo de narrativa donde cuenta más que muestra. Te lo cuenta todo y de todos los personajes: el pasado, el presente, los sentimientos, los pensamientos. Esta manera de narrar una historia hace que la vea desde fuera, que empatice poco con los personajes, con lo que disfruto mucho menos la novela. Mia me ha parecido un personaje genial, con el que poder empatizar, pero no lo he conseguido.

Luego está el hecho de que te lo cuenta todo de todos los personajes, hasta el que tan solo es atrezzo, el que encuentra el primer cadáver, la profesora del que encuentra el segundo... El que pasaba por allí... Todos tienen su pasado y sus tribulaciones en sus cabezas y de todos te lo cuenta. Cosa que, a mi, me sobra.

Como me sobran algunas de las tramas. Entiendo por qué están ahí: para jugar al despiste. Pero me sentí engañada. Esto no es del todo malo, puesto que el autor consiguió que me involucrara en la historia, pero hay una parte del final en la que sentí que me había tomado el pelo. Además, el cierre de alguna trama secundaria no me ha convencido.

El de la trama central ya digo que sí que me ha convencido. Es una historia fuerte, realista sin giros inadecuados ni nada que no tuviera que estar ahí. Aunque es auto conclusiva me da la impresión que no será el último caso que lleven Mia y Holger, ese equipo casi perfecto que tiene que resolver un crimen contra reloj.Resumiendo: pese a las partes negativas de la narración, el resto está muy bien pensado y planificado, crea mucha tensión y pese a sus más de 500 páginas se lee muy rápido y entretiene mucho. Si el autor decide darle más vida a esta pareja de investigadores, yo estaré aquí para leerlo. Lo recomiendo, tanto para los amantes de lo policíaco como para los que no lo son.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Mamá en apuros: Semana infernal



Tenía que preguntarlo. Fue superior a sus fuerzas. Lo dijo, y con su palabras se inauguró mi semana de locos.

El jueves me vencía la itv del coche. Agradezco infinitamente las nuevas tecnologías, y las nuevas formas de trabajar, ya que me enteré mediante sms del día exacto. Conversación conyugal:

Yo: Tengo que ir a pasar la itv.

Papá en apuros: ¿Cuándo?

Yo: el jueves.

Papá en apuros: Hay tiempo. Si quieres me llevo yo el coche y la paso yo.

Yo: Genial.

Y ahí se tendría que haber terminado la conversación. Con ese acto de marido generoso que se ofrece a pasar la itv al coche, así no tendría que ir yo con niña incluida. Pero no, se le tuvo que iluminar la bombilla (muy bien traído) y añadió:

Papá en apuros: Funcionarán todas las luces, ¿no?

Yo: Claro.

Papá en apuros: ¿Seguro?

Yo: (levantando una ceja): a ver, lo que yo veo desde dentro del coche funciona, se me ilumina la carretera, y veo bien.

Papá en apuros: Vale.

Esta conversación ocurrió un domingo, y no volví a acordarme de ella hasta el martes. El lunes cogí el coche para ir a trabajar, encendí mis luces, y cogí la carretera. Veía perfectamente. Pero el martes... El martes arranqué, y de camino noté más oscuridad. No supe muy bien si era yo que seguía dormida (me levanto demasiado temprano), o quizás... No podía ser... ¡Se me había fundido un faro!

Llegué al trabajo enfadada. Con el faro por haberse fundido, pero sobre todo con Papá en apuros. La culpa era suya, sin duda. ¿Por qué tuvo que decirlo? ¡Me había gafado el coche!

Bueno, que no cunda el pánico, hablé con él y acordamos que llevaría el coche al taller. Así le pondríamos las matrículas nuevas y santas pascuas. Llamé al taller, pero esa tarde no podían.

Miércoles. El miércoles fue un día genial, con perdón por la ironía. Resulta que antes de salir de casa me percaté de que mi señor esposo me había cambiado los llaveros de las llaves del coche, porque decía que nos los íbamos a intercambiar. Yo busco las llaves por mis llaveros, es la manera que tengo de reconocerlos, por lo que me entretuve en cambiarlos de nuevo. Ese día me sobraba tiempo, al parecer. El caso es que soy un pelín simple, y si tengo una cosa en la mano y la sustituyo por otra cosa, inmediatamente olvido la primera. Así he perdido muchísimas cosas. Ese día, por circunstancias, salí tarde de trabajar, con el tiempo justo de cambiarme de ropa y salir escopetada al cole a por MiniP. Estaba llegando al portal cuando me di cuenta. No tenía las llaves.

Es algo que no me suele pasar nunca. Yo nunca, nunca, me dejo las llaves en casa. Salvo aquella mañana, que con el cambio de llaveros mis manos ya no supieron qué tenían, si unas llaves o un llavero y mi cerebro no prestó atención, bastante tenía con despertarse.

Suerte que tengo planes de emergencia para todo. Llamé a mi madre, pero se iba pronto a natación, y mi hermana pequeña se iba a comer con la mayor. Pues hablé con las dos, con la pequeña y con la mayor, con una para que me dejara ropa (¡no iba a ir todo el día con el uniforme de trabajo!) y con la otra para que echara dos platos más de comida. Y, no hay mal que por bien no venga, me dije, aprovecharía para ir al taller y luego pasar la itv. Todo organizado, todo resuelto.

Pero no, no podría salir todo bien a la primera. ¿Para qué? Es mucho más divertido cuando las cosas se retuercen.

Después de comer fui al taller, y me dijeron que me ponían las matrículas sin problemas, y que la bombilla la tenían que pedir al almacén pero que no tardaría. Muy bien, fui a dar una vuelta, a paso de tortuga con mi hermana pequeña, convaleciente de un esguince con fisura en el pie, y al rato volvimos. El mecánico, con cara impasible, me comunicó que las matrículas ya estaban puestas pero que no encontraban la bombilla. La estaban buscando, pero que hoy no la tendrían. Me tenía que llevar el coche y me llamaría cuando la tuviera. Pero me aseguró que al día siguiente estaría allí fijo, de modo que quedé en pasarme por la tarde.

Jueves. Los jueves MiniP tiene actividad extraescolar hasta las cinco y media. Cuando salió, y aunque no me habían llamado, fui directa al taller.

Una de las cosas que me daban más miedo, aparte de no pasar la itv, era que la otra bombilla decidiera fundirse también, con lo que tendría que ir a trabajar con las largas puestas. Así que pasé por el taller, con mi sonrisa de "espero tenerlo listo en cinco minutos", pero me desinflé cuando me dijo el chico que no habían encontrado la bombilla. Como la que íbamos a cambiar era de luz azul, le pregunté: "¿De las normales tampoco?" Me aseguró que tampoco.

Cogí el coche y me fui de allí. No sabía muy bien qué hacer, me pasaría por algún Norauto o Aurgi a comprar la bombilla, y a ver si me la ponían, pero me daba rabia pagar un pastón por nada que iban a hacer. En un acto de inspiración busqué las luces de recambio del coche, y allí estaba mi salvación: una bombilla de luz normal. Volví al otro taller con mi bombilla en la mano.

Yo: ¿Esta bombilla no sirve?

Mecánico: No, esta es de luz blanca, y las que tienes puestas son azules.

Yo: Ahhh. ¿Y no tenéis otra de luz blanca y me cambiáis las dos?

Mecánico: No, me han dicho que no hay nada en el almacén.

En ese momento fue cuando otro mecánico entró en la conversación, y me salvó la vida.

Mecánico2: ¿Cómo que no? De éstas sí que hay.

Mecánico 1: Y una mierda.

Después de un intercambio de opiniones en términos no aptos para MiniP, que atendía encantada, llamaron por teléfono para confirmar y tuve suerte: sí que las tenían.

Un rato más para que la cambiaran, y cuando quise salir de allí era tan tarde que no me dio tiempo de pasar por la itv.

Viernes. El viernes iba tensa, tengo que reconocerlo. Cogí el coche feliz, todo hay que decirlo, porque veía genial en la carretera, pero temía que me pararan y me pidieran los papeles del coche. Tenía que haber pasado la itv el día anterior. Nunca me paran, pero también me funcionaban las luces a falta de una semana para el exámen técnico, y mira lo que pasó.

Tuve suerte porque salí pronto. Para desestresar fui a correr nada más llegar, me duché y fui al cole a por MiniP. Los viernes toca ganchillear en casa de mi madre, así que allá fuimos, comimos, ganchilleamos y a una hora decente MiniP y yo pusimos rumbo a la itv.

Estas cosas ya no van como antiguamente, que tenías que esperar durante horas para que te atendieran. En un momento, cosa de media hora escasa, ya tenía una pegatina a cambio de cincuenta euros.

El estupor vino cuando vi la fecha. Si es que no se puede tener coches tan viejos. Ahora tan solo me queda un año para la siguiente itv.

PD: Y después de todo, el domingo, me rompí la muñeca, para rematar la semana.

martes, 18 de noviembre de 2014

El Club de los Viernes, de Kate Jacobs



Cada viernes se reúne en el local de Georgia Walker, en Manhattan, un grupo de ocho mujeres que, a través de su pasión común por el punto, han desarrollado una fuerte amistad. La laboriosa actividad da pie a que cada mujer dé rienda suelta a sus anhelos, sus pasiones y sus angustias. Pero las cosas no siempre han sido fácil es para Georgia. Doce años atrás, cuando estaba embarazada, su novio James la abandonó para irse a vivir a Francia. Ahora James ha vuelto para conquistar de nuevo a Georgia y ejercer de padre de su hija.

Cogí este libro por circunstancias. Mi madre estaba ingresada en observación, y salí de casa sin un libro. Grave error, no sé cómo pudo ocurrir, pero ocurrió. Pero mi madre sí que tenía su kindle, y era de los pocos que me interesó que tuviera cargado, de modo que lo empecé.

Enseguida me enganché. Leía en la sala de espera y eso cunde mucho. De hecho nos turnábamos para entrar mi hermana mayor y yo (la pequeña estaba convaleciente de un esguince severo en casa), y me ofrecí a quedarme fuera “desinteresadamente”. Bueno, eso dije, pero lo cierto es que dentro le daba conversación a mi madre y no podía leer. Fuera podía dejar toda mi atención para Georgia, su hija Dakota, su amiga Annie y el club de punto.

La historia engancha, no lo voy a negar. Georgia es dueña de una tienda de punto y la vida no ha sido fácil para ella. Cuando se quedó embarazada su novio la dejó para irse a Francia a trabajar, y salvo para mandarle unos cheques no volvió a tener contacto con él. Se encargó de criar a su hija en solitario, en la ciudad de Nueva York, pero salió adelante. Le ayudó mucho Annie, una mujer ya mayor, jubilada, que se encargó de darle a Georgia el empujón que necesitaba. Gracias a Annie acaba montando el club de punto, los viernes después de trabajar, en el que se juntan ocho mujeres a comenzar a tejer un jersey, y entre los puntos de las agujas parece que van tejiendo juntas sus propias vidas.

Es una novela fácil de leer, la narración es sencilla, alterna mucho diálogo y no se hace pesado en ningún momento. La autora tiene buen ojo para contarnos las vidas de las mujeres sin resultar pesado, ni monótono. Con pequeños detalles nos podemos hacer una idea bastante acertada de lo que hay detrás de cada una de ellas. No son personajes planos, están muy bien dibujados con profundidad propia, y aunque se trata de la vida de ocho mujeres, las del club de punto, en realidad todo gira en torno a Georgia.

Lo que no me ha terminado de convencer es algún aspecto de la trama. Vuelven dos personas del pasado de la protagonista, y de repente se convierten en importantes. Así, casi sin más. No sé si será porque soy una persona rencorosa, pero yo no lo habría visto tan fácil. Quizás sea yo, pero no me ha gustado. No es que no lo haya visto realista, porque la autora lo ha sabido contar de tal manera que surge todo como muy natural, pero no me ha cuadrado mucho con la psicología que le suponía a la protagonista.

Otra cosa que no me ha gustado nada es un detalle de la trama: Georgia no ha tenido ninguna relación sentimental desde que la abandonó el padre de su hija. En un momento reflexiona (atención, puede contener spoiler, no digais que no avisé): será que le estaba esperando. ¿Esperas doce años a alguien que te abandonó? Me parece que la señal que se envía ahí no es muy acertada, como que no puede tener vida porque todavía sigue enamorada de su ex. Sin embargo él sí que ha estado ocupado todo este tiempo. No soy una mujer que encuentre alarmas feministas en todas partes, pero este detalle sí que me ha parecido alarmante. Y ha sido el único en todo el libro, porque pese a que la trama gira en torno al punto, no cae en clichés antiguos. De hecho con las ocho mujeres que componen el club combina no sólo distintas edades sino distintas mentalidades, creando un prisma con visiones muy distintas de un mismo tema: tejer.

En conjunto, pese a pequeños detalles, me ha gustado mucho y voy a continuar con la saga, que he descubierto que hay dos más. No termino de estar conforme con el final, pero no porque no me gustara, sino porque me enfadó y me entristeció. Esto dice mucho en positivo de la novela, me hizo empatizar lo suficiente como para crearme sentimientos.

Supongo que una de las razones por las que me ha gustado el libro, y por la que he empatizado con él es que en mi casa siempre se ha tejido. En mi familia siempre hay alguien haciendo alguna labor. Mi madre cose que es un primor, pero además te hace unos cuadros de punto de cruz para exponer en algún museo. También sabe hacer punto (dos agujas) y ganchillo, aunque lo practica menos. Mi abuela era ganchillera de pro, siempre estaba con la labor. Hizo de todo: colchas, paños, jerseys, pamelas, bolsos... Todo lo que pudieras imaginar mi abuela lo hacía realidad. Mi hermana mayor siguió los pasos de mi abuela, y aprendió ganchillo pese a que en sus inicios se clavó una aguja de lado a lado de la mano (momento gore), y yo no conseguí pasar de la cadeneta, pero aprendí con las dos agujas. Además, hace poco me dio la vena, me iluminó el espíritu de mi abuela o algo así y decidí aprender ganchillo.

Así que cuando Georgia habla de punto media, y de las distintos tipos de lanas y agujas a mi me suena a terreno conocido. De hecho, después de la lectura de la novela se me ocurrió la idea: crear nuestro propio club de los viernes. Desde entonces nos reunimos en casa de mi madre para comer, mis hermanas y yo, y cuando retiramos la mesa mandamos a los niños a jugar y nos ponemos con las agujas. Es una manera distinta de pasar una tarde, y os aseguro que nos reímos mucho, sobre todo con lo amorfo que me suele salir la labor...
Edito: mi club de los viernes se ha cancelado durante un mes, que es lo que tardarán en quitarme la escayola de la mano derecha. ¡Qué rabia!


viernes, 14 de noviembre de 2014

Mamá en apuros: Los patines



Era una bonita y nublada mañana de domingo. MiniP llevaba despierta un buen rato, y las risas que compartía con su padre me despertaron a mi. Me levanté medio zombie (las ocho y media de la mañana de un domingo para mi no son horas) y cuando tomé mi café di los buenos días.

Apenas terminé de desayunar ya me estaban atosigando padre e hija para ver qué hacíamos, cómo pasábamos el domingo mañanero.

Ahí confluyen varios problemas. El primero que, como ambos son tan tempraneros, quieren hacer cosas cuando el resto del mundo (y por resto del mundo me refiero a mi) queremos dormir. El segundo, que como el día anterior estuvo lloviendo hasta altas horas de la noche, nos fastidió los planes de salir los tres con la bici por los caminos de tierra, que esa mañana probablemente fueran barrizales. El tercero es que, como no somos (ninguno de los tres) amigos de las aglomeraciones, ir a un centro comercial no entra en la categoría de diversión para nosotros. Más bien al contrario.

De modo que quedamos en bajar con la bici de MiniP a dar un paseo. Pero MiniP no quería bici. Quería patinete.

- Mamá, y tú te bajas los patines.

No era una idea nueva, ya se lo he dicho alguna vez, pero en ninguna ocasión lo habíamos llegado a hacer: ella con el patinete y yo con los patines, y así disfrutábamos juntas. Eso decidimos hacer.

No creo que sorprenda a nadie si desde ya adelanto que muy bien no acabó el día.

Papá en apuros decidió que él prefería andar, y bajamos hasta el parque riendo, comentando que él prefería un patinete para mayores, que iba a vender sus patines, que había utilizado dos veces ya que no sabe patinar.

- Del patinete te puedes tirar, los patines no te los puedes quitar en caso de emergencia.

- Bah, yo casi prefiero los patines, a mi siempre me ha gustado mucho patinar.

- ¿Te vas a acordar?

- Uff, pues puede que no...

Paramos en un banco, me calcé las ruedas y Papá en apuros me ayudó a levantarme. Rodé un poco junto a MiniP, que iba con su patinete encantada de la vida, pidiéndome carreras y riendo porque ganaba. Me abandonó donde los columpios, porque si algo le apasiona a mi pequeña es columpiarse.

Mientras MiniP se entretenía estuve dando algunas vueltas por el parque, recordando. La verdad es que no se me estaba dando tan mal, el parque va en ligera pendiente donde los columpios y la cuesta arriba tiraba pero cuesta abajo era muy divertido.

MiniP se cansó, y volvió a coger su patinete. Con la cara iluminada por la felicidad, pasaba junto a mi gritando:

- ¡Vamos mamá!

Yo la seguía como podía, que tiene una facilidad pasmosa para los cacharros con ruedas, y a mi me suenan todas las bisagras por el óxido...

- ¿Hacemos una carrera? - me dijo, después de cuatro vueltas al mismo sitio.

- ¡Venga! - y ahí que la seguí.

Y ese fue el error.

MiniP cogió carrerilla parque abajo, y siguió más allá de la zona de los columpios. A partir de ahí la suave pendiente se convierte en bajada descarada, y empecé a coger velocidad. La bajada no termina en un llano: o hace una curva o sigues para la carretera, y yo intentaba frenar con el freno del patín derecho (al ser patines en línea sólo tienen un freno) pero la goma decidió ignorar mis intentos. MiniP seguía delante mío, tan feliz, y a mi la cuesta se me fue de las manos. Sin control, ya no sabía cómo frenar. Hasta que la gravedad decidió por mi.

No sé exactamente qué fue lo que me llevó al suelo, pero caí de culo, y en el último instante de la caída, planté la mano derecha para estabilizar. Escuché un ligero crujido, pero el dolor de trasero me hizo olvidar todo por momentos.

MiniP paró, tiró su patinete, y vino a mi convertida toda ella en preocupación.

- ¿Mamá, te has hecho daño? - repetía, una y otra vez.

Y yo, casi desfallecida del dolor que tenía en el culo, no supe disimular.

- ¡Ay! ¡Ay! Sí, cariño, me he hecho daño...

- ¡Papá! - llamaba ella, mirando hacia atrás - ¡Papá!

Papá en apuros acudió al rescate, me devolvió mis zapatillas y me ayudó a ponerme en pie. La mano molestaba, pero no se hinchó mucho. Aún así decidimos acudir a urgencias.

De camino, aleccionaba a MiniP, una Mamá en apuros aprovecha cualquier momento para dar lecciones a sus vástagos.

- ¿Sabes por qué me he hecho daño?

- ¿Porque te has caído?

- También. Pero porque no llevaba las protecciones.

- ¡Te lo dije que te dejaba las mías!

Y es verdad que me lo dijo. Pero lo que ella no entiende es que sus protecciones me sirven para los dedos de la mano...

Ilusa de mi, acudí a las urgencias del centro de salud, pensando que sería un esguince o poco más. Sentada en los sillones de plástico, el dolor de trasero se amortiguó, o quizás se vio eclipsado por la muñeca. Porque lo que en principio no dolía nada ahora era una oleada de sensación horripilante que se transmitía de mi mano al cerebro directamente. MiniP me soplaba, imitando lo que le hago yo cuando le escuece una herida, Y me acariciaba, con mucho cuidado, la zona que ahora sí que se había inflamado. Me entraban ganas de comérmela a besos.

De ahí me mandaron directamente al hospital tras un solo vistazo.

- Mínimo tienes fisura, pero yo apostaría por fractura. - Me dijo la doctora.

En el hospital, más esperas. Lo bueno es que el dolor se había amortiguado y a MiniP la recogieron sus abuelos, para que no se aburriera. Me hicieron una radiografía, como a los presos: de frente y de perfil; y cuando pasé a la consulta pude ver una línea más oscura que avanzaba por mi radio, a la altura de la muñeca.

- Tienes una fractura sin desplazamiento.

- ¿Y eso qué significa?

El doctor apenas me miró. Me entraron ganas de explicarle que conocía el significado de las palabras, pero no lo que significaban aplicadas específicamente a mi brazo.

- Que con una escayola se curará.

- Vale.


Y lo que empezó siendo una bonita y nublada mañana de domingo en el parque terminó siendo una preciosa tarde soleada en la que lucí mi primera y blanca inmaculada escayola.

Y más que bonita, es incómoda, que ahora sí que soy la mayor expresión de Mamá en apuros: con una rotura de muñeca e impedida de movimientos.

Y como no hay mal que por bien no venga aprovecho la escayola para que MiniP y todos sus amiguitos aprendan que hay que llevar las protecciones cuando se coge cualquier cacharro con ruedas.

- ¡Te dije que te dejaba las mías! - replica MiniP cada vez que lo digo.

martes, 11 de noviembre de 2014

Los hombres que miraban fijamente a las cabras, Jon Ronson



Tras la derrota de Vietnam, el ejército de los Estados Unidos exploró todo tipo de posibilidades para impedir nuevos fracasos militares… y el control mental fue una de ellas. Ésta es la historia real de un destacamento militar del ejército estadounidense especializado en fuerzas paranormales, cuyos integrantes pretendían aprender a asesinar al enemigo con la mirada, dominar la técnica de atravesar paredes, conseguir poderes similares a los de los caballeros Jedi de La guerra de las galaxias, y desarrollar otras de espionaje psíquico… técnicas que más tarde se usarían en la «Guerra contra el terror» del presidente George W. Bush.
Reconozco que me acerqué a este libro pensando que era de humor, y ficción... Y me encontré con algo completamente distinto.

Para empezar, no es humorístico en absoluto. Está todo tratado con el mayor rigor posible, acudiendo y citando varias fuentes de información, y contanto los hechos de forma rigurosa. No es humorístico, pero el contenido la verdad es que aún no he decidido si me hace reir... o llorar.

Porque vamos a ver, la realidad es que esto no es serio, ¿no? No se espera algo así de un ejército, y mucho menos del de los Estados Unidos, que se supone que es la élite. Que me lo hubieran contado de aquí, de España, el pais de la pandereta, donde los tanques van con parches en las ruedas (?), y las armas remendadas con cinta aislante, pues sí. Oiga, teniente, que no tenemos psíquicos de verdad... No pasa nada, tú mira fijamente a la cabra hasta que se muera. Pero teniente, si yo me puedo quedar bizco, pero la cabra sigue ahí de pie... Eso es porque no te concentras, soldado. Y al próximo que se ría le caen 30 días en el calabozo...

Pues algo así debió pasar en Estados Unidos tras la guerra de Vietnam. No sólo llegaron traumatizados los soldados, sino que fue un duro golpe para la institución entera. Y buscaron soluciones alternativas. Estamos hablando de los sesenta y los sesenta, cuando el apogeo del new age y las terapias naturalistas... De modo que ahí volvieron la vista los señores del ejército, y dijeron ¿por qué no? ¿Por qué no probar lo que no se ha probado hasta ahora, por improbable que parezca? Y ahí se lanzaron, compraron unas pocas cabras y tuvieron a un destacamento mirándolas hasta que alguno de los dos, soldado o cabra, desfalleciera.

El libro está narrado en forma de documental, la voz la lleva el autor, comenta sus pesquisas en primera persona, cuenta lo que le dicen sus informadores en tercera y también incluye diálogos. Da los nombres y apellidos de cada uno de sus informadores, y estructura el libro en capítulos. Todo esto hace que la lectura sea amena, entretenida. Y lo que te cuenta no tiene desperdicio, la verdad. Cada página que avanzaba se me abría más la boca, del asombro, no del aburrimiento.

Tiene una hipótesis final, en la que especula que el destacamento tan nefasto (ningún soldado consiguió resultados) era tan solo una pantalla, que en algún lugar unos psíquicos de verdad estaban haciendo trabajo de verdad... Pero yo no sé qué pensar, la verdad. Porque si me creo que unos soldados, que no destacan por su apertura de mente que digamos, se dedican a intentar matar cabras con la mirada porque así se lo ha ordenado su superior, entonces estoy dispuesta a creerme (casi) cualquier cosa.



Es una lectura interesante, cuanto menos. También tiene adaptación al cine, aún no he visto la película, pero dejo el trailer por si alguien siente curiosidad.
 
 
 

viernes, 7 de noviembre de 2014

Taller literario de Literautas: octubre

Ya he comentado alguna vez que participo en el taller literario de la página Literautas. Me gusta mucho porque las directrices suelen ser muy fáciles, y a cambio de comentar tres textos de otros compañeros recibes tres comentarios sobre tu texto. Son los mismos que participan en el taller los que también comentan y esto me parece muy positivo. Pero más positivo aún me parece el formulario que hay que rellenar para hacer los comentarios: en primer lugar te piden que destaques lo positivo, en forma y contenido; y luego te piden que comentes aspectos que podrían mejorarse. 
Está todo enfocado de manera muy positiva, para que sea de verdad una crítica constructiva y que no sólo señales una serie de errores porque sí. Yo, que soy una persona muy susceptible con las críticas (por decirlo suavemente), lo agradezco mucho y tolero sin llegar a enfadarme y no respirar (de verdad, que soy así, me enfado y no respiro y hasta pongo morritos) las críticas que me han hecho. Algunas las he tenido en cuenta y otras no, que todo hay que decirlo, pero en eso cada uno es libre de hacer lo que quiera con su texto.
Quería compartir los ejercicios que escribo para este taller, sentíos libres de opinar sobre lo que queráis, que como ya he dicho he superado las rabietas...
En el taller de octubre se pedía que la acción se desarrollara en un patio de colegio, y que apareciera la frase: ¿Dónde están los niños?
Máximo 750 palabras.

PERRITO FALDERO

No sé quién lo dijo primero, pero parece ser que la idea tuvo mucha aceptación. Y en seguida se expandió como la pólvora, todos excitados y encantados, repitiéndolo hasta la saciedad junto con exclamaciones y palabrotas.

Era una noche como otra cualquiera. Yo había quedado con Laura, pero nos encontramos con Luis y sus amigos, Peri y El Trenzas, que iban para el parque cargados con las bolsas. Laura no dudó en unirse a ellos, y yo les seguí como un perrito faldero que no sabe quedarse solo. En el parque ya esperaban los demás, y en total nos juntamos ocho personas.

Ahora les miraba, todos riendo y chocando manos, iluminados por el tenue reflejo de la media luna que lucía en el cielo. En sus manos bailaban los minis de cerveza y de calimocho, creando olas en su superficie debido al movimiento. Algo de bebida se desperdició en el suelo, síntoma inequívoco de que la borrachera estaba en su punto álgido. Cuando aún no ha hecho efecto el alcohol solemos ir con mucho más cuidado, no nos podemos permitir desperdiciar ni una gota. Apenas tenemos dinero para comer, y el alcohol es uno de los pocos lujos que nos permitimos. Otro es el tabaco. Algunos se permiten vicios más caros, pero yo me conformo con el cáncer en barritas.

Soltaba el humo de un cigarro, mirando hacia el cielo y con la mano libre metida en el bolsillo cuando El Trenzas me zarandeó.

- ¡Vamos, tía! ¡Que te quedas en la parra!

Le miré, y por detrás de él vi que los demás ya se habían puesto en marcha.

- ¿Dónde vamos?- pregunté antes de dar otra calada.

- ¡Vamos a colarnos en el colegio! ¿No es una pasada?

Soltó un grito al estilo vaquero y dio un salto, como de triunfo.

No sé qué tiene de triunfal no tener otra cosa que hacer que colarse en un colegio. Tampoco encuentro el sentido cuando pocos años antes -muy pocos en realidad- andábamos como locos por escaparnos de allí. Sin embargo, no dije nada. Me encogí de hombros y les seguí sin rechistar. Ya he dicho que era un perrito faldero.

Saltar la valla no supuso un problema. Pese al nivel de alcohol, no hubo ningún hueso roto. Laura se raspó una rodilla al caer, pero no fue nada grave. El Trenzas me esperó, me ayudó a encaramarme, y fue el último en saltar.

Estábamos en el patio de nuestro antiguo colegio, de noche y borrachos. Luis y El Trenzas chocaron las manos, y gritaron al cielo como posesos.

- ¡Tío, cómo mola!

- ¡Vamos a jugar al fútbol!

Y salieron corriendo a colgarse de la portería, dándose cuenta tarde de que no tenían balón.

Peri miraba alrededor con los ojos como platos, enrojecidos.

- Tío, tío... - repetía, como ido - ¿Dónde están los niños?

Como nadie le hizo caso se acercó a mi y me cogió por los dos hombros.

- ¿Dónde están los niños? - preguntó de nuevo, y pude ver lágrimas en sus ojos.

No me estaba tomando el pelo. De verdad estaba preocupado. No sé qué es lo que tenía en la cabeza, qué imaginaba, para llorar por unos niños que posiblemente estuvieran durmiendo en su casa, o jugando, o en cualquier lado excepto en el colegio porque era de noche y no tenían que estar allí.

- ¿Qué te has tomado?

Peri me miró, abrió aún más los ojos y empezó a reirse como un loco. Me zafé de él y fui a buscar a Laura.

Pude ver, entre las tinieblas del pasillo que daba paso al interior del colegio, a mi amiga con Luis. Se metían mano aprovechando la oscuridad y no quise interrumpirles. Me daba la vuelta cuando me topé con El Trenzas.

- ¿Dónde vas? - se apoyó en la pared, en una pose de chulo que, en realidad, me dio pena.

- Me voy.

Le esquivé y me dirigí hacia la parte de la valla que vi menos peligrosa para saltar. Me encaramé a ella y salí del colegio. Simplemente estaba ya aburrida de perder el tiempo, de no tener otra alternativa, otra aspiración aparte de beber y salir los fines de semana. No quería desperdiciar mi tiempo colándome en colegios, o sentada en bancos del parque.

No miré atrás.

No me despedí.
 
No volví a verlos.

martes, 4 de noviembre de 2014

Zaragoza, de Benito Pérez Galdós



Seguimos con la lectura de Los Episodios Nacionales, siguiendo a Gabrielillo por esa España en guerra con el francés. El chaval se mete en todos los fregados, allá donde hay una batalla importante aparece, como por voluntad divina. Pero el señor Galdós se las ingenia bien para que no sea de manera artificial, siempre hay un por qué, una clara y realista explicación de por qué se encuentra allí Gabriel. Entre otras cosas, porque es un patriota, y no piensa dejar caer el pais en manos de Francia sin pelear.

En esta ocasión se escapa de las garras del ejército francés, con su amigo Román, y van a parar a la ciudad de Zaragoza, donde Román tiene un amigo. Allí les reciben con los brazos abiertos, dando a los huéspedes hasta la camisa si hiciera falta. El amigo de Román, Don José Montoria, es de los principales de la ciudad, que se está preparando para el segundo sitio. El primero fue en el que cobró protagonismo Agustina de Aragón, que es nombrada en este libro, en el que los franceses tuvieron que recular. Ahora toda la ciudad se prepara, podando los árboles que les dan de comer para que los franceses no los utilicen en su contra, donando comida e incluso abriendo las casas para alojar al ejército y a los heridos.

Gabriel hace mucha amistad con Agustín de Montoria, el hijo pequeño de Don José al que tienen destinado para cura, y aquí es donde radica una gran diferencia con respecto a los libros anteriores. La historia de Gabriel e Inés en este libro se obvia, y deja paso a la historia de amor de Agustín y Mariquilla, una historia de amor abocada al fracaso. Mariquilla es hija de Jerónimo Candiola, un usurero egoísta, el único personaje de toda Zaragoza que no ha donado ni un grano de trigo para la defensa de la ciudad. A él sólo le importa el dinero, y queda claro en la novela por los delirios que le atacan. Además, es enemigo acérrimo de Don José Montoria, por lo que Agustín está entre la espada y la pared, amando a Mariquilla, pero sin querer defraudar a su familia.

Me costó meterme en la historia al principio. Empieza medio suave, con la llegada de Gabriel a Zaragoza, con la presentación de los personajes, con la explicación de los acontecimientos, pero a medida que la historia avanza la narración se vuelve más trepidante y mucho más cruda. Ahí ya me atrapó, con la lucha encarnizada entre los dos ejércitos, el francés superior en número, el español superior en obcecación. Una vez que fueron capaces de entrar en la ciudad, atacada por los franceses, pero también por el hambre y la epidemia, los españoles se la disputaron casa por casa, calle por calle. A Galdós no le duelen prendas en contar los muertos que había en la calle, insepultos todos debido a la necesidad de manos en el frente. No escatima en detalles al contar las luchas dentro de las casas, las explosiones de las minas, el ánimo de los maños que ni muertos soltaban la presa de su ciudad. Y los franceses, que consiguieron una victoria de pena. Una victoria sobre los escombros y los muertos de una ciudad entera.


Ya me pareció duro y me marcó el 2 de mayo, 19 de junio, pero Zaragoza es la novela más cruda que he leído de los Episodios Nacionales hasta la fecha. No sé si es porque no es una batalla en campo abierto, sino en cada esquina de cada calle, que lo veo como más cercano. Más duro, pensar en la ciudad sometida y que ninguno de sus habitantes tenga la mínima intención de rendirla a pesar de los muertos, casi más a causa de la epidemia que a causa de la batalla. La voz disidente recae en Jerónimo Candiola, que se queja de si merece la pena luchar hasta reducir Zaragoza a escombros. En contrapartida, Montoria, que pese a perder un hijo en la lucha sigue defendiendo la ciudad a costa de la sangre de todos.

Creo que aquí Galdós nos hace ver muy bien que el patriotismo llevado al extremo no conduce a nada. Yo leo entre líneas la pregunta: ¿mereció la pena? Al final Zaragoza fue conquistada por la Francia, una triste victoria sobre los cadáveres de casi toda la ciudad. ¿Mereció la pena?

Cada nueva lectura de los Episodios Nacionales me sorprende más. Qué grande era Galdós, qué pena no haberle descubierto antes. Ahora toca esperar impaciente para leer la próxima entrega, que tengo yo ganas de saber qué pasa con Inesilla...