viernes, 13 de febrero de 2015

Taller Literautas: Enero. Pájaro, jaula y sombrero

Comparto de nuevo mi aportación al taller literario de la página Literautas, si no lo conocéis y os gusta escribir pasaros por allí, es una página que ayuda mucho. Este año me propuse participar en todos los talleres, y quería compartirlos por aquí. 
El de enero era de temática libre, tan solo tenían que aparecer tres palabras: pájaro, jaula y sombrero. No sé por qué esto me hizo pensar en blanco y negro y surgió una historia de detectives. Creo que tengo que pulir el final, pero prefiero compartirla tal cual. Quien quiera es libre de opinar, lo único que pido, por favor, es que si os parece una mierda me digáis por qué (si no, no aprendo).

ROSA FIGUERAS, DETECTIVE

Entró en el despacho a oscuras, esquivó el enorme escritorio y se sentó en el sillón. En su sillón, el de él, aunque nunca más lo ocuparía. Reclinó la espalda y miró la puerta. En el cristal de la entrada se podía leer su nombre, Rosa Figueras, bajo el de Sam. Ahora tendría que borrarlo, ya no tenía sentido que estuviera allí, cuando Sam descansaba a dos metros bajo tierra.
Se incorporó y comenzó a quitarse las horquillas que sujetaban su sombrero una a una. Despacio. Si movía las manos el cerebro estaría ocupado y así retendría las lágrimas. Dejó el sombrero, negro, con un tul que caía sobre los ojos, junto al teléfono.
Su mano, casi con vida propia, se extendió hacia el auricular y lo descolgó. No sabía qué pretendía encontrar, pero tan solo la saludó el pitido de la línea vacía. Así se sentía ella. Vacía. Colgó el teléfono y apoyó la cabeza en las manos, con un suspiro.
Habían sido un gran equipo, Sam y ella. Detectives privados. La gente acudía por Sam, era la cara visible, el galante y guapo detective, pero en realidad tan solo era la fachada. Era ella, Rosa, quien llevaba los casos, quien investigaba y solucionaba la mayoría de ellos, pero nadie se fiaba de una mujer. Creían que era la ayudante de Sam, y que tan solo debería coger el teléfono y tomar notas. Le reprochaban a Sam que le dejara tanto espacio para ayudarle con las pistas, tanta libertad. Sam se encogía de hombros y se limitaba a contestar:
- Si ella es feliz.
Él asumía su papel de buen grado. Nunca se quejó, ni se le subieron los humos cuando empezaron a coger fama. Incluso la ayudaba cuando a Rosa le daban ataques de rabia y quería gritar al mundo que la inteligente, la que resolvía siempre los casos, era ella, la pobre y tonta mujer florero que no era tan tonta. Pero si lo hacía la sociedad que había creado con Sam se vendría abajo, y con él su sustento y lo que la mantenía viva.
Le encantaba su trabajo. No vio venir el peligro real que asumía al hacerlo. Había resuelto todo tipo de casos, desde buscar collares perdidos hasta asesinatos. Precisamente uno de éstos, un asesinato, le había costado la vida a Sam. Y tendría que haber sido ella. ¿Por qué no había sido ella?
La chica apareció muerta en el parque, desnuda, encerrada en una jaula para animales grandes. Las pistas les condujeron hasta un importante empresario del juego que no parecía tener todos sus negocios en limpio. La policía perdió pruebas, probablemente comprados con oro y putas. Pero ella no se rindió.
Sam la apoyó. Fue a buscar más pruebas, y la última vez que le vio con vida se despidió de ella con una medio sonrisa, y le dijo que estaba a punto de encontrar la prueba definitiva. Lo que acabaría con el empresario y su imperio de corrupción. La siguiente vez le vio tendido en el depósito de cadavéres, con una sábana blanca cubriéndole y un papel con sus datos colgando del dedo gordo de su pie.
Rosa se revolvió en la silla y miró el reloj. No tardaría mucho en aparecer. Abrió el cajón sin hacer ruido y sacó su arma, un pequeño revólver que manejaba a la perfección. Según cerró el tambor tras comprobar que estaba cargado, y amartillarlo, la puerta del despacho se abrió, lentamente.
Una figura grande, envuelta en un abrigo de pieles, entró despacio. Rosa alzó las cejas, no esperaba que fuera él en persona quien aparecería. Vio dos sombras más tras el cristal, en el pasillo. No le importó. Quería venganza, no pretendía sobrevivir a ella.
La figura oronda encendió la luz, y dio un respingo cuando la vio sentada en la silla. Su boca se abrió en una o perfectamente redonda, y no le dio tiempo a replicar más, Rosa no le dejó. Sonaron dos detonaciones y sendas flores rojas aparecieron en la pechera del abrigo.
- Te metiste con la chica equivocada - le dijo al moribundo, mientras subía las manos y apretaba las mandíbulas para enfrentarse a su propio final. Pero no llegó.
Los matones entraron corriendo, vieron a su jefe tirado en el suelo y la apuntaron con sus armas, pero la sirena de policía que sonaba a lo lejos los disuadió y huyeron.
Rosa sonrió. No esperaba que le saliera tan bien la jugada.

2 comentarios:

  1. Qué buen personaje te ha salido! Me ha gustado mucho esta historia de detectives. Muy completa a pesar de su brevedad.
    Besotes!!!

    ResponderEliminar
  2. Pues pienso como Margari, creo que el personaje que ha salido de tu mente podría dar para otras historias y escenarios. Plantéatelo. :) ¡Muchos besos!

    ResponderEliminar

Te invito a comentar, pero siempre desde el RESPETO. Me guardo el derecho a borrar cualquier comentario que considere que falta al respeto de cualquier manera. ¡GRACIAS!