viernes, 26 de junio de 2015

MAMÁ EN APUROS Y LOS APUROS PARA HACER PIS


 
Hasta los dos años (más o menos) MiniP usaba pañales. Y aunque era un engorro cambiarla, la verdad es que nunca me dio pereza, es más, lo recuerdo como una buena época. Le quedaba muy graciosa la ropa con el culillo que le hacía el pañal.
A eso de los dos años le quitamos el pañal. Aprovechamos en verano, por las escapadas, y la verdad es que fue casi coser y cantar. No me lo puso muy difícil, aunque nuestros apurillos pasamos. Y ahí estaba yo, tan contenta y tan orgullosa de que mi retoña controlara sus esfínteres que no me di cuenta del apuro donde me había metido a partir de entonces.
Ay, madre, que quiere hacer pis en el parque.
Y quien dice parque, dice piscina, bar, sitio público  o en medio del campo. Ella tiene necesidades que suelen ser urgentes de saciar, si no quieres tener que cambiarle hasta los calcetines. El problema viene por la madre que tiene y el gen torpe con el que nací. No hay día que la ponga a hacer pis fuera de casa que no tengamos un drama.
En los baños públicos porque no quiero que ponga el culo, pero para eso la tengo que coger en vilo, y ella se queja y protesta. Se mueve y al final, o pone el culo (con el asquito que me da), o nos riega a las dos (con el asquito que me da). Cualquiera de las dos opciones acaba igual: yo gruñendo y ella lloriqueando.
En el parque no es mejor. Yo suponía que sería sencillo: le digo que se agache y ponga el culo en pompa y el chorrito sale solo. Sale solo, sí, pero disparado sin control. A veces se le escurre piernas abajo, manchando el pantalón y todo lo que encuentra a su paso, otras sale disparado mojando sus pies y los míos.
Ya me había resignado a seguir llevando ropa de cambio (y con todo lo que una mamá en apuros lleva en el bolso, a llevar una mochila de trekking al parque), cuando lo vi en casa. El cacharrito que nos salvó la vida.
Vale, lo de la vida es un poco exagerado, pero sí que nos ha salvado de un montón de cambios innecesarios. Y de gritos, que ya sabéis que yo soy muy gritona.
Lo encontramos mi hermana y yo en mi primera carrera de la mujer, allá por 2007 (antes de que grandes marcas que no son deportivas pusieran las garras sobre la carrera y la convirtieran en un negocio). Al finalizar los entonces 5 kilómetros, y después de habernos pegado con las hordas de mujeres y jubilados por la bolsa del corredor (algún día lo volveré a contar), paseamos por los stands, y héte aquí que me encontré con una cosa que me llamó poderosamente la atención: el GoGirl.
 
El nombre no es que sea muy llamativo, aunque sí realista ya que es un dispositivo para que la chica “vaya”. ¿Y dónde tiene que ir? Pues al baño. Se trata de un pequeño embudo de silicona que nos debemos poner en nuestras partes para poder hacer pis de pie.
Me hizo gracia y lo compré. Pero llegué a casa y lo dejé olvidado.
Por cierto que me acordaba de él cuando estaba fuera y tenía que ir al baño. En las excursiones al campo, en los conciertos, en las fiestas. Incluso en las carreras, cuando tienes que entrar en esos baños portátiles que son como una puerta al infierno. Siempre me acordaba del dichoso dispositivo, pero luego llegaba a casa y me olvidaba de echarlo al bolso.
 
La casualidad quiso que un día, hará cosa de un año, en mi pausa para el bocadillo estuviera hablando de la Carrera de la Mujer con unas compañeras. Intentaba animar a una de ellas a ir, yo como siempre promocionando el deporte (los nuevos adictos buscamos nuevas víctimas), y me dijo que ella había ido, en la primera edición que se organizó en el Retiro.
- Pero no fui a correr  -me dijo-. Fui a vender.
- Ah, ¿sí? ¿Y qué vendes?
- No creo que lo conozcas, se llama GoGirl y…
- ¡Lo tengo! –me emocioné- ¡Lo compré en la carrera de ese año!
- ¡No me digas!
Nos pusimos como dos adolescentes que van a una fiesta y quieren llevar lo mismo, casi nos faltó dar saltitos y grititos. El caso es que mi compañera es la que distribuye el dispositivo en España, y eso me hizo recordar que lo tenía en casa.
Ya con él presente, y una hija que controlaba sus esfínteres pero que no era capaz de hacer contorsionismo para no mancharse fuera de casa, até cabos. Niña-GoGirl. GoGirl-niña. La bombilla se encendió. ¿No podría serme útil para MiniP?
Empezamos haciendo pruebas en casa. MiniP no estaba muy por la labor de colaborar, al menos al principio. No se fiaba de una cosa que se ponía junto a la piel. La verdad es que no sé muy bien qué pensaría que es… Pero jugando, jugando, le cogió confianza.
 
Al principio tuvimos algunos escapes. Eh, que soy Mamá en Apuros por algo. Si fuera la madre perfecta no pasaría tantos tragos incómodos, claro que también mi vida sería más aburrida… Pero todo fue cosa de practicar, y ahora, vayamos donde vayamos, lo llevo en el bolso.
Y la petardita de mi niña, que al principio no quería que su piel estuviera en contacto con la silicona, ahora le ha cogido gusto y creo que hay veces que me pide pis solo para hacerlo de pie. Porque además, me lo pide. “Pero me pones la cosa marrón, ¿vale, mamá?”
Y después de tantos años, ahora lo recomiendo a las mamás del parque con niñas, que, como yo, se encuentran en apuros al llevar a las peques a hacer pis.
Resulta un invento muy curioso, algo sencillo que a nadie se le había ocurrido antes, pero que te soluciona una parte muy incómoda de la vida. Para quien sienta curiosidad, lo puede ver aquí.

martes, 23 de junio de 2015

The martian, Andy Weird



Sinopsis (Wikipedia): Seis días atrás el astronauta Mark Watney se convirtió en uno de los primeros hombres en caminar por la superficie de Marte. Ahora está seguro de que será el primer hombre en morir allí. La tripulación de la nave en que viajaba se ve obligada a evacuar el planeta a causa de una tormenta de polvo, dejando atrás a Mark tras darlo por muerto. Pero él está vivo, y atrapado a millones de kilómetros de cualquier ser humano, sin posibilidad de enviar señales a la Tierra. De todos modos, si lograra establecer conexión, moriría mucho antes de que el rescate llegara.

Sin embargo, Mark no se da por vencido; armado con su ingenio, sus habilidades y sus conocimientos sobre botánica, se enfrentará a obstáculos aparentemente insuperables.

Por suerte, el sentido del humor resultará ser su mayor fuente de fuerza. Obstinado en seguir con vida, incubará un plan absolutamente demencial para ponerse en contacto con la NASA. 


Este año estoy que me salgo. Sí, que me salgo, con la lectura en inglés. Creo que ya he superado el reto del año pasado, puede que no en número de libros, pero en páginas leídas seguro que sí. Este es el tercer libro en el idioma de Shaskespeare que me leo, en original, y salvo el de Gaiman, eran bien gorditos. Bueno, vale, un poco gorditos…

El caso es que volví a caer en las redes de la manipuladora de mi hermana… Y mira que me resistí, pero me insistió e insistió y… no pude resistirme más. Vamos, que me envió un mail, me dijo: “¿Lo leemos juntas?”, y le dije que sí. Y menos mal…

Digo que menos mal no porque mi hermana amenazara con pegarme, sino porque ha resultado ser una pedazo de lectura.

Aunque me ha costado un poco, no lo voy a negar. Parece que en vez de avanzar con el nivel de inglés voy para atrás como los cangrejos (que en realidad no van para atrás, sino de lado, ¿eh?), quizás también porque tenía muchos términos de astronautas, que si ya me cuestan en español, imaginaos en inglés… Claro, que ahora he aprendido un montón de cosas útiles. Útiles si me pasa lo que al protagonista, que le dejaron tirado en el planeta rojo.
EVA suite para los EVAS (Extra vehicular activity)


La narración alterna la primera persona en el diario de a bordo de Mark Watney, con narraciones en tercera persona, omnisciente, para mostrarnos lo que pasa en la Tierra mientras Watney está tirado en Marte. Esto es bueno, porque aunque el protagonista tiene un gran sentido del humor, hubiera resultado demasiado pesado el libro entero narrado en primera persona, y habría habido cosas que no se hubieran podido contar.

Lo primero que debería destacar es el humor de la narración. Porque Mark se pasa la vida haciendo matemáticas, y lo que es peor, contándolas, pero de tal manera que se hace ameno. Hasta divertido. Lo que, narrado con otro estilo, podría haber hecho soltar el libro al más paciente.

Los personajes son geniales. Aunque al que más conocemos es a Mark, los demás están también muy bien dibujados. Desde el resto del equipo al personal de la NASA. Todos geniales.

Y la narración es muy visual. Tiene momentos muy cinematográficos. De repente tienes un narrador omnisciente que te está contando algo que aparentemente no tiene nada que ver hasta que sí encuentras la relación.

Y no he debido de ser la única que le ha visto el filón cinematográfico, porque han hecho la película. La dirige Ridley Scott y la protagoniza Matt Damon. Único dato que sabía antes de leerlo, y me he imaginado toda la novela con su cara. Ainsss, qué gustico, madre…. Por cierto, no aconsejo ver el tráiler si se quiere leer el libro porque puede destripar parte de la gracia…

He acabado la novela doblemente satisfecha. Primero porque me ha gustado muchísimo, mantiene la tensión desde la primera hasta la última página y en ningún momento pierde el humor. Y segundo porque ¡lo he leído en inglés! ¡Y lo he entendido! ¡Yujuuuuu!

viernes, 19 de junio de 2015

Mamá en apuros en la Feria del Libro de Madrid




Como no podía ser de otra manera, adoro la Feria del Libro. Pero no solo la de Madrid, por supuesto. Iría a todas si pudiera, pero no está la economía para ciertos descalabros.

El 31 de mayo comenzó la FLM2015, como siempre en el paseo de coches del Retiro. Todos los años voy, aunque sea un día, porque estando tan cerca me parece un delito no ir. Pero a Papá en Apuros no le gusta tanto, y pone excusas de todo tipo. Que si hace calor, que si es un poco rollo, que si no voy a estar otra vez una hora esperando a que el enano ese* te firme un libro… Pero yo te acompaño.

Al final me acompaña, sí, pero se dedica a esperar de sombra en sombra mientras yo veo los puestos. A mí me gusta sobar los libros, hablar con los dependientes, y con los autores que firman, aunque no les compre libro. Y comentar, me gusta comentar, porque otra cosa tendré, pero precisamente muda no soy. Y cuando creo que le tengo detrás, me giro para decirle que está firmando alguien que a él le llama la atención, por ejemplo, y me encuentro con que estoy hablando con un señor con bigote que no sé si será de Murcia, pero que me mira raro. Yo me disculpo, busco a Papá en Apuros y le fulmino con la mirada. Él me la devuelve, pero con hastío.

Pero este año se lo montó bien. Y conociéndole como le conozco, la idea le surgió de repente, tiró la semilla y dejó que otros la regaran. Volvía de ruta bicicletera con el marido de mi hermana que nos preguntó qué hacíamos el fin de semana. Papá en Apuros dudó, pero ahí ataqué yo: “Está la Feria del Libro”.

Y ahí fue que la soltó Papá en Apuros:

- Pues tú ves libros y yo me voy con MiniP y las bicis, y te esperamos dando vueltas por el Retiro.

Le torcí el morro.

- ¿Y me vas a dejar sola?

Mi  cuñado recogió el guante que tan sutilmente había dejado caer Papá en Apuros.

- ¿Por qué no avisas a tu hermana, a ver si quiere ir contigo? Yo me quedo con los niños.

Le miré con la ceja levantada, no porque la idea fuera descabellada en sí, sino porque no me imaginaba a mi cuñado solo con los niños toda una mañana. O mejor, sí que lo imaginaba, pero la escena no era para todos los públicos e incluía ambulancias y cintas de NOPASAR acordonando la zona.

El caso es que al final pudimos definir el plan y se quedó así: los papás se llevaban a los niños con las bicis por el Retiro mientras las mamás veíamos tranquilamente la feria. Por una vez no íbamos a ser mamás en apuros…

Luego el plan derivó… Los locos bicicleteros (Papá en Apuros y Cuñado) decidieron que por qué no iban directamente en bici desde casa al Retiro y que allí nos veíamos todos. No era del todo un mal plan, pero ahí ya teníamos que incluir gps y posibilidad de que en lugar de aparecer en Madrid centro llegáramos a Bilbao, que así aprovechábamos y veíamos a mi madre que estaba allí de viaje.

Estamos en la periferia (por decirlo de un modo bonito) a unos 30 km del centro. Kilómetro arriba, kilómetro abajo, y el problema es cuando ya te metes a callejear por Madrid. Por suerte, teniendo en cuenta todo lo que podría haber salido mal, llegamos fenomenal a la Puerta de Alcalá y encontramos sitio (zona azul, pero en domingo no se paga) frente a la Bolsa de Madrid. Perfecto.

Bajamos a los peques y sus bicis y nos fuimos al encuentro de los papás. Los dejamos allí, después de beber agua, un pis, ponme el casco y ay que me caigo, y por fin nos fuimos a la feria.

Este año iba algo desanimada, ya que el año pasado no compré nada para mí (MiniP sí que tuvo suerte), y pensaba que este año me iba a pasar algo parecido. Pero no.

Nos dedicamos a ver los puestos con tranquilidad. Aún sin los niños, nos parábamos en todos los puestos de libros infantiles que nos encontrábamos. Firmaban ilustradores y autores que yo aún no conozco pero que probablemente pronto conoceré.

En un stand conocí a Carlota Echevarría, que firmaba su colección Princesas al Ataque, una serie de aventuras con dos princesas nada convencionales de protagonistas. No le cogí ninguno porque MiniP aún es pequeña, está recomendado para niños y niñas a partir de 6 años, pero me dijo que está trabajando en algo apto para menos edad, de modo que le seguiré la pista.

Vimos a Elvira Lindo, a Blue Jeans, a Alicia Giménez Bartlett… He de decir que alguno de estos autores (no denunciaré con nombres) daban el aspecto de divos, traídos de su torre de marfil a la fuerza. Lo hablaba con mi hermana cuando vi el puesto donde esperaba para firmar RosaMontero.

No sé si acababa de sentarse o qué, pero no había nadie esperando. Estaba sola, justo para que yo llegara y le comprara un libro. Lo cierto  es que es una autora a la que admiro mucho porque he leído sus columnas, pero de sus libros poco conozco. Me sorprendieron sus tatuajes en los brazos y los pendientes, de minilibros que me contó que se los había regalado una lectora el primer día de feria. Rosa Montero no tenía ni una piedrecita de la dichosa torre de marfil. Es simpatiquísima, atenta y muy cercana.


Ya iba yo animada. También iba diciendo que ya tenía mi libro firmado, así que ya no compraría nada más.

Mi hermana llevaba un libro de mi sobrino el mayor, de Alfredy Agatha, para que se lo firmara Ana Campoy, que también se mostró cercana y agradecida.

Seguiamos viendo casetas, libros, toqueteando y comentando acerca de los autores que firmaban, cuando me topé con la caseta donde firmaba Ruta Sepetys. No he leído nada de ella, pero oí hablar muy bien de Entre tonosde gris (pincha para ver la reseña de Isi). Aproveché que también estaba sola y me cogí un ejemplar para que me lo firmara.

La autora, con su traductora, se mostró muy agradecida y también muy simpática. Me firmó el libro, alabó mi inglés, yo le alabé el mal gusto (tengo un inglés horrible, qué le vamos a hacer), y nos despedimos.

Poco más adelante vi a Almudena Grandes, pero mi presupuesto ya no daba más de sí.

Casualmente, ya cuando estábamos hasta el gorro de calor, sol y andar, en un hueco entre casetas vimos que estaban sentados en el césped nuestros maridos con los niños. Nos acercamos a ellos, nos tiramos en al suelo un poco, enseñamos nuestros tesoros y, cuando fue oportuno, decidimos irnos.
Definitivamente fue una feria muy provechosa. El plan salió perfecto, pese a las mil cosas que podrían haber salido mal. De vez en cuando se agradece no estar en apuros.

martes, 16 de junio de 2015

Alguien como tú (Mi Elección II), Elísabet Benavent


 
Sinopsis (Casa del Libro): Engánchate al fenómeno Alba. ¡Te vas a enamorar! Alba se siente culpable. No sabe cómo actuar. Hugo y Nicolás se han volatizado y no puede imaginar su vida sin ellos. Alba se refugia en su estudio, no quiere ver a nadie. Alba empieza a beber para desconectar hasta que Hugo la libera de su culpa. Falta Nico para cerrar el círculo y que todo vuelva a ser como antes. Pero Nico es tozudo, Hugo duda y Alba no quiere tirar la toalla.
De verdad que no sé quién le escribirá las contraportadas a esta chica, pero son horrorosas. He leído también la sinopsis de sus otras sagas y son por el estilo: comienzan cada frase con el nombre de la protagonista, lo que se hace cansino hasta decir basta.
Después de haber leído Alguien que no soy, y haberme entusiasmado hasta el infinito, me lancé como una loca a por el resto de la saga. Intercalé un libro cortito en inglés, de Neil Gaiman, y según lo acabé me puse con éste. No podía esperar, se había quedado en un cliffhanger muy interesante y que podría haber dado mucho juego, pero, para mi sorpresa, se volatilizó como el humo. (Esto no es spoiler porque pasa al principio). Según fui avanzando en la lectura, me fui decepcionando más y más. Este libro está plagado de todo lo que no me gustó del primero: la paja. Páginas enteras para decir lo mismo, y, lo que me ha parecido una traición, convertir una historia de sexo en una de amor para que venda.
O, lo que me parecería terrible, para justificar una relación sexual poco convencional. ¿Las mujeres no podemos sentir deseo sin sentir nada más? ¿Acaso se tiene que justificar con un enamoramiento?
A ver, que tampoco soy ingenua, ya me supongo que la trilogía no nació de las musas de la autora, exclusivamente, pero tampoco hace falta dejarlo tan claro, ¿no? Al menos ha sido en el segundo libro, el primero ya digo que me gustó mucho. La autora escribe bien, ya lo ha demostrado, pero en esta historia o se ha desinflado o se ha dejado llevar por otras manos, porque no parece del todo la misma.
Los personajes han ido un poco a la deriva. Alba, que tenía su mundo descolocado, se ha dado al alcohol. Ella sola. Teniendo una hermana y un grupo de amigas de las que es inseparable. Y en seguida, y digo en seguida, lo deja. Y la evolución de Nico y Hugo… Demasiado rápida, y por encima de todo, inesperada.
Sigue teniendo escenas de sexo bien narradas e interesantes (¡ejém, ejém!), pero la relación que evoluciona entre ellos no me ha convencido. De hecho no les ha convencido ni a ellos.
En cuestión narrativa esta segunda entrega sigue narrada en primera persona por Alba, pero introduce una novedad, y es que hay capítulos que narra Hugo, también en primera persona. Esto se hace un poco confuso, porque no se avisa del cambio del narrador, y en ocasiones me di cuenta ya en mitad de la página, cuando ya pensaba que me había vuelto loca o algo… Aparte de unas cuantas palabrotas no le da mucha voz propia.
Si hubiera sido este el primer libro que leí de la autora, automáticamente pasaría a mi lista negra. Por suerte no fue el primero, por lo que sé que Elísabet Benavent escribe mucho mejor. Se me han quitado las ganas de leer el tercero de la trilogía, pero por lo menos le daré una oportunidad a sus sagas de Valeria y Silvia.

viernes, 12 de junio de 2015

TALLER DE LITERAUTAS: ESTÁTICA

Este viernes toca compartir de nuevo uno de mis trabajos para el taller de Literautas. Se trata del taller de marzo, en el que había que incluir una radio encendida, y, como siempre, no superar las 750 palabras. No sé por qué mi relato derivó hacia tintes oscuros... 
Se agradecen los comentarios edificantes y constructivos. Espero que lo disfrutéis...





ESTÁTICA
Apagó la radio, cansada de escuchar sólo estática. Llevaba manipulando los mandos del viejo aparato desde que la televisión dejó de emitir, y se quedaron aislados, huérfanos de noticias.
Suerte habían tenido que estaban visitando a la abuela cuando estalló todo. La casa, en un pueblo pequeño, era antigua, de muros anchos, y bien aislada. La anciana siempre había sido un poco paranoica y se empeñó en convertir su morada en un pequeño fortín. Con terreno detrás, bien aislado por muros altos coronados con alambre de espino, pese a estar prohibido, donde trabajaba un huerto bien surtido. Nunca se fio de lo que vendían en los supermercados. Su paranoia había resultado su salvación, y de paso, la de su hija y sus nietos.
Todo había sido muy confuso, y aún ahora la adolescente no tenía muy claro qué es lo que había ocurrido. Llevaban en el pueblo unos cinco días, pronto volverían a la capital. Ella contaba los días, se aburría mortalmente. No había gente de su edad, ni internet, ni nada interesante que hacer, aparte de ayudar a su abuela en el huerto, lo que le dejaba las uñas destrozadas. Los adultos solo sabían hablar de la crisis, y de que el pueblo estaba yendo a la ruina, ningún joven se quedaba. A ella no le extrañaba en absoluto. Pero un día dejaron de hablar de la crisis. Los ceños empezaron a fruncirse, las conversaciones pasaron a susurrarse y a cortarse cuando se acercaba algún niño, incluida ella. No le interesaba el mundo de los adultos, pero que la metieran en el saco de los infantes cuando ya tenía casi dieciséis años le indignaba mucho. Muchísimo.
El sexto día notó que faltaba mucha gente en la cola del pan, y los ojos del panadero miraban con miedo a su alrededor. El séptimo su madre no la dejó salir de casa. Se plantó frente a ella y a su abuela y exigió una explicación. Ambas se encogieron de hombros, apesadumbradas, y la invitaron a sentarse con ellas frente al televisor. También llamaron a su hermano, que sin haber cumplido los once sí que era un crío. Si le hacían partícipe a él también seguro que la cosa era seria.
En la tele todo era caos. Primero parecía una explosión en una central nuclear, que había causado una fuga de radiación que afectaba a la población de manera nunca antes vista. En otro canal la explosión había sido en un laboratorio hasta entonces secreto del ejército, que había liberado un virus mortal. Pero la peor imagen llegó a las tres horas. Un enfermo había atacado a un cámara en plena calle. Las imágenes eran muy confusas, el cámara había salido corriendo, pero sin dejar de grabar, por lo que no había un solo fotograma que no estuviera movido. Sin embargo el canal escogió la menos borrosa para congelarla. Mostraba a un ser, que podría haber sido un hombre, ya que conservaba un traje de chaqueta con corbata, pero que ahora no se le reconocía casi como humano. Pálido, con la piel colgando y la boca abierta repleta de dientes puntiagudos.
Nadie sabía qué causaba el virus. Los platós de televisión se llenaron de expertos que hacían sus propias especulaciones, pero ninguno de ellos hablaba con certeza. Después de dos días tras haber visto la primera imagen del infectado, los programas escasearon, hasta que, al tercer día, hubo apagón televisivo.
Fue su abuela quien tomó las riendas. Despertó del letargo en el que estaban los cuatro, apabullados e incrédulos, con la impresión de que vivían una película de serie B. Lo primero que hizo fue sacar la escopeta de caza que había pertenecido al abuelo. Por temas sentimentales la había mantenido limpia y a punto. Después, los organizó a todos. Su madre y su hermano pequeño se quedarían en casa cerrando los pocos puntos vulnerables que tenía. A ella le tocó acompañar a la anciana a por víveres, munición para la escopeta y alambrada.
Cuando volvieron con lo que encontraron, se les prohibió salir de casa. Empezaron las obras para cubrir el patio con valla también por arriba, y a ella le encargaron ocuparse de la radio. Buscar pacientemente emisoras en activo para estar al tanto de lo que ocurría fuera.
Aún no habían visto ningún infectado, pero lo habían escuchado fuera, alimentándose de lo que esperaban fueran animales.
Ella seguía escuchando la radio, buscando voces humanas, voces amigas. Después de un mes ya no encontró ninguna. La esperanza moría con la banda sonora de la estática.

viernes, 5 de junio de 2015

Mamá en Apuros y el coche


 
 
Me encanta conducir.
A los 17 años mi padre me apuntó a la autoescuela. Tenía una extraña obsesión con que cada una de sus hijas se sacara el carné de conducir y, afortunadamente, se empeñó en pagárnoslo a cada una de nosotras. Sí, hasta a mi hermana la pequeña, que se lo sacó obligadísima pero que con los años ha sabido apreciar el esfuerzo que hizo entonces.
Antes de cumplir la edad legal ya estaba haciendo test. Poco después de cumplirlos me presenté a examen y lo aprobé. El práctico tendría que ser a la segunda. Hay una especie de tradición familiar que ha hecho que todos en casa lo sacáramos en un intento los test, al segundo el práctico. Curioso, sí, pero cierto. Lo de mi madre no cuenta, su práctico llegó a la tercera, pero la primera de ellas la anularon debido a problemas con el profesor examinador, así que legalmente fue a la segunda. Y a eso nos agarramos. Se lo sacó la mujer, por cierto, un año después que yo, cosa que tiene también mucho mérito.
Total, que llevo los mismos años conduciendo que la edad que tenía cuando empecé a conducir. Sí, todo este jaleo para evitar decir una cifra, porque no me importa cumplir años, pero me da un poco de vértigo mirar la vista hacia atrás y ver que han pasado ya… pues eso, muchos años.
Me gustó desde el primer día que cogí un coche. El de la autoescuela, por cierto. Mi padre se negó a enseñarnos. (Y menos mal…). Me apasiona, disfruto de ello y encima no se me da mal. No está bien que yo lo diga pero no soy una mala conductora. Tengo cierta tendencia a dejar caer el pie en el acelerador (que a veces me pesa mucho), a llevar la música excesivamente alta (para que no se me oiga cantar), y a despistarme de vez en cuando… Pero en estos… ya digo que muchos años, he tenido una multa y dos golpes.
El primer golpe casi fue con la L de novata. Estaba en un ceda el paso, un camión delante. El camión arrancó, yo miré a la izquierda para ver si podía pasar yo también y… ¡pum! Me empotré contra su trasera. Con tan mala suerte que lo que llevaba el camión por parachoques era una barra de hierro y abollé el coche de mi hermana. Bronca de mi padre, morros de mi hermana, el coche se arregló y aquí paz y después gloria. Bueno, paz, lo que se dice paz, no hubo, porque hoy día, después de lo que ha llovido, mi hermana aún me lo echa en cara.
El otro fue parecido, ya vivía con mi marido, y dejé chatito al coche. Como fue cosa de poco y no teníamos un duro lo dejamos pasar, con tan mala suerte que a la semana fue Papá en Apuros quién se comió el culo de otro coche en un ceda el paso, dejando al pobre Ibiza para el taller.
Lo llevamos a uno que nos recomendaron muy barato. Como a perro flaco todo son pulgas, lo barato lo pagamos caro. Al poco que nos lo dieran tuve que mirarle el aceite. Abrí el capó, lo miré y lo volví a cerrar. Todo fue normal hasta que, en carretera ya, vi como el coche abría la boca, así, como para saludar. Yo abrí también la mía, de hecho se me descolgó la mandíbula, y poniendo los intermitentes de emergencia, reduje la velocidad para pararme en el arcén. Un arcén inexistente, pero me aorillé todo lo que pude. Pero el destino no quiso, me lanzó una ráfaga de aire y me levantó el capó contra la luna delantera. En mi puesto de conductora me encogí, reflejo instintivo, y ya cuando paré y vi que la luna se había roto pero que yo estaba bien, me eché a llorar. También fue un reflejo instintivo.
La multa me la merecí. Hice un giro indebido.
 
Estos han sido mis incidentes con los coches en casi dos décadas (así dicho parece que duele menos). Por lo demás, soy la reina aparcando y mantengo la distancia de seguridad. Papá en apuros no opina lo mismo, pero conduzco mejor que él.
Hasta el otro día.
Aprovechamos una fiesta de la capital que él no trabajaba, y yo estaba librando para llevar el coche a cambiar el aceite. A Leoncio, no al pobre que acaba de salir del taller. Vamos los dos, cada uno con su coche, para ir luego a hacer unas cosas y por si no nos lo daban a tiempo para ir a por la peque al cole. A mi me tocó ir al taller mientras él aparcaba en el súper. Vale. Voy al taller.
La zona del taller está imposible para aparcar, por lo que decidí dejar el coche en el vado junto a la puerta abierta del mecánico, que también le pertenece. Voy con la música a tope, medio dormida, pero bien. Giro el volante, subo a la acera, y cuando ya llevo la mitad del coche metido oigo un ruido un tanto desagradable. Así como de desgarro.
Aprieto los dientes y salgo del coche. Veo un maldito bordillo en mitad de la acera, rozado. Inspecciono el coche y no veo nada. Me encojo de hombros. Habrán sido los bajos.
Cuando sale el mecánico, un chico que tendrá mi edad (un jovencito, vaya…), le digo:
- Creo que me he cargado el coche.
- Ya te he oído, ya…
Lo miramos los dos y no vemos nada. Comento, así como de coña:
- Menos mal, porque si no Papá en Apuros me mata…
Le dejo las llaves y me voy. Cuando me encuentro con Papá en Apuros se lo cuento. Él frunce el ceño.
- Ya te has cargado el coche.
- Creo que no le he hecho nada.
Pero cuando volvemos a recogerlo, tras el cambio de aceite, el mecánico se me acerca y me susurra bajito:
- No quiero comentarlo en alto, pero sí que le has hecho algo al coche.
Me lo señala y ahí está: una cicatriz en la talonera bajo la puerta trasera. Tuerzo la boca, entre culpable, y por qué no decirlo, aliviada porque donde está casi no se ve.
- Cariño – le llamo la atención a Papá en Apuros – Que sí que le he hecho algo al coche.
- Sabía yo que lo habías roto…
Apenas lo miró. El mecánico se rascó la cabeza.
- Pues sí que se lo ha tomado bien. Si llego a ser yo…
- Es chapa. – Le digo, un poco mosqueada.- No me puede decir nada porque siempre que me pasa algo luego el la lía peor. Y además, el coche también lo pago yo.
Me sentó un poco mal. ¿Por qué tendría que cabrearse Papá en Apuros, y por qué tendría yo que estar preocupada? Me ha pasado, lo asumo y punto. Si se puede se arregla, y si no, nos buscamos la vida, pero mi marido no me va a echar la bronca como hizo mi padre con mi primer golpe. No dependo de esa manera de él, no soy una menor de edad en ningún aspecto, y me parece triste que una persona de mi edad tenga tan asumido como normal ese comportamiento.
El chaval (que sí, que chaval) del taller lo hizo con toda su buena intención, porque él tiene normalizado que si una mujer tiene un golpe en el coche tiene que rendir cuentas al marido porque él conduce muy bien y el coche es su pertenencia. Da igual que lo paguen los dos juntos. La mujer lo conduce en usufructo, no en propiedad.
Ese día me marché a casa dándole vueltas a dos sensaciones, una buena y una mala. La mala sensación que me quedó fue la del machismo (sí, lo siento si la palabra duele, pero es machismo) del mecánico del taller. Pero me hinché de orgullo, he aquí la buena sensación, por la reacción que, en esto y en otras muchas cosas, tiene Papá en Apuros. Como no podía ser de otra manera, se comportó como el compañero de vida que es, y nos acabamos riendo juntos del arañazo.
 

 

martes, 2 de junio de 2015

Alguien que no soy, de Elísabet Benavent



Sinopsis (Contraportada): Engánchate al fenómeno Alba ¡Te vas a enamorar! Alba es periodista de vocación, es soltera y sobrevive en Lavapiés. Alba pierde su empleo, pero Gabi le consigue una entrevista. Alba ahora es secretaria y se siente frustrada. En su primer día de trabajo cruza la mirada con un hombre en el metro. Ese hombre es Hugo. Sexy, provocado r y horriblemente deseable. También conocerá a Nicolás, enigmático e inquietantemente atractivo. Y... todo se complica cuando Hugo y Nico le proponen un juego... Después del éxito de las sagas Valeria y Silvia, con más de 100.000 ejemplares vendidos, Elísabet Benavent regresa con más fuerza que nunca para ofrecerte un triángulo amoroso eléctrico, una trilogía que te hará temblar y que te agitará hasta la locura. Tú eliges. ¿Quieres jugar? Divertida, desenfadada, abierta, sexual, arriesgada, enérgica, Alguien que no soy, la primera entrega de Mi elección, es puro fuego y placer para los sentidos.
Me enviaron este libro de la editorial, junto con tres ositos gigantes de gominola y unas instrucciones muy picantes sobre cómo darles uso… entre ellos. Un abanico de posibilidades cuando los compañeros de cama son tres. Porque de esto va este libro. De un trío… sexual.
No es que sea yo muy aficionada a la literatura erótica. Leí el famoso y ya innombrable de las sombras porque estuve en un taller de literatura en femenino y nos entraba en uno de los temas. Acabé leyéndolo en diagonal porque era incapaz de sufrir más, ni con la historia ni con la forma de narrar de la autora. Pensaba si no habría manera de escribir una historia sexual sin necesidad de hacer sufrir al que lo lee. Pues sí, la hay. La he encontrado entre las líneas de Elísabet Benavent.
Pese a la sinopsis repetitiva y poco atrayente, una vez lo empiezas resulta adictivo. La historia la cuenta la protagonista, Alba, en primera persona, y la verdad es que supone un alivio encontrar una historia con protagonistas españoles ambientada en Madrid. Me hubiera dado igual que fuera Logroño, pero es que últimamente parece que si ambientas tu historia en Londres o en Nueva York, aunque seas una escritora (o escritor) española no eres nadie. No consigues nada.
Pues Alba vive en Lavapiés y es periodista, pero como es la última en llegar a la redacción, ante un revés económico de la empresa, es la primera en salir por la puerta. Con sus cosas y sus esperanzas hechas pedazos, se encuentra sin trabajo y a la deriva. Pero su amiga Gabi le consigue una entrevista de trabajo, de secretaria, pero de algo debe vivir.
El primer día conoce a dos chicos muy distintos pero ambos con mucho atractivo, y muy guapos, y a partir de ahí se meterá en un juego al que nunca había jugado.
Me ha parecido una novela muy entretenida y muy, muy, sexy. Y morbosa. Por qué no decirlo. Me ha gustado por la narración, que si bien es sencilla (primera persona, capítulos cortos), está muy bien conseguida. Tiene hasta algunas frases impactantes. Pero estaba ocupada leyendo como para apuntarlas…
Los personajes están bien construidos. Tanto los tres protagonistas como los secundarios. Me ha gustado mucho la relación que tiene la protagonista con su hermana y con su grupo de amigas, pero sobre todo con su hermana. Es su salvavidas, aquella donde siempre se apoya para tomar aire y continuar la lucha.
Sí que hay un punto negativo, y es que hay un momento de la novela en que se hace muy repetitivo. Alba tiene dudas, muchas dudas, y le da vueltas a la cabeza. Una y otra vez, una y otra vez… Dale la mula al molino y vuelta. Me parece que en ese asunto hay mucha paja que no lleva a ninguna parte. Para mostrarnos que ella duda, y que ciertas prácticas sexuales no le parecen normales no nos hace falta un capítulo entero y que lo repita en algún momento de cada uno de los siguientes. Con un goteo de vez en cuando, algún echarse las manos a la cabeza o que grite: “dios mío, ¿qué estoy haciendo? ¡Soy una pecadora!”, sería suficiente. Más efectivo y menos pesado…
El final lo deja en un cliffhanger muy jugosete, que hizo que corriera al ordenador y comprara los dos siguientes, no me podía quedar con esa duda. Además, si el primero lo había disfrutado tanto, los siguientes serían más de lo mismo, ¿no? Pues a disfrutar.
PD: Gracias a Suma de letras por facilitarme el ejemplar.