viernes, 12 de junio de 2015

TALLER DE LITERAUTAS: ESTÁTICA

Este viernes toca compartir de nuevo uno de mis trabajos para el taller de Literautas. Se trata del taller de marzo, en el que había que incluir una radio encendida, y, como siempre, no superar las 750 palabras. No sé por qué mi relato derivó hacia tintes oscuros... 
Se agradecen los comentarios edificantes y constructivos. Espero que lo disfrutéis...





ESTÁTICA
Apagó la radio, cansada de escuchar sólo estática. Llevaba manipulando los mandos del viejo aparato desde que la televisión dejó de emitir, y se quedaron aislados, huérfanos de noticias.
Suerte habían tenido que estaban visitando a la abuela cuando estalló todo. La casa, en un pueblo pequeño, era antigua, de muros anchos, y bien aislada. La anciana siempre había sido un poco paranoica y se empeñó en convertir su morada en un pequeño fortín. Con terreno detrás, bien aislado por muros altos coronados con alambre de espino, pese a estar prohibido, donde trabajaba un huerto bien surtido. Nunca se fio de lo que vendían en los supermercados. Su paranoia había resultado su salvación, y de paso, la de su hija y sus nietos.
Todo había sido muy confuso, y aún ahora la adolescente no tenía muy claro qué es lo que había ocurrido. Llevaban en el pueblo unos cinco días, pronto volverían a la capital. Ella contaba los días, se aburría mortalmente. No había gente de su edad, ni internet, ni nada interesante que hacer, aparte de ayudar a su abuela en el huerto, lo que le dejaba las uñas destrozadas. Los adultos solo sabían hablar de la crisis, y de que el pueblo estaba yendo a la ruina, ningún joven se quedaba. A ella no le extrañaba en absoluto. Pero un día dejaron de hablar de la crisis. Los ceños empezaron a fruncirse, las conversaciones pasaron a susurrarse y a cortarse cuando se acercaba algún niño, incluida ella. No le interesaba el mundo de los adultos, pero que la metieran en el saco de los infantes cuando ya tenía casi dieciséis años le indignaba mucho. Muchísimo.
El sexto día notó que faltaba mucha gente en la cola del pan, y los ojos del panadero miraban con miedo a su alrededor. El séptimo su madre no la dejó salir de casa. Se plantó frente a ella y a su abuela y exigió una explicación. Ambas se encogieron de hombros, apesadumbradas, y la invitaron a sentarse con ellas frente al televisor. También llamaron a su hermano, que sin haber cumplido los once sí que era un crío. Si le hacían partícipe a él también seguro que la cosa era seria.
En la tele todo era caos. Primero parecía una explosión en una central nuclear, que había causado una fuga de radiación que afectaba a la población de manera nunca antes vista. En otro canal la explosión había sido en un laboratorio hasta entonces secreto del ejército, que había liberado un virus mortal. Pero la peor imagen llegó a las tres horas. Un enfermo había atacado a un cámara en plena calle. Las imágenes eran muy confusas, el cámara había salido corriendo, pero sin dejar de grabar, por lo que no había un solo fotograma que no estuviera movido. Sin embargo el canal escogió la menos borrosa para congelarla. Mostraba a un ser, que podría haber sido un hombre, ya que conservaba un traje de chaqueta con corbata, pero que ahora no se le reconocía casi como humano. Pálido, con la piel colgando y la boca abierta repleta de dientes puntiagudos.
Nadie sabía qué causaba el virus. Los platós de televisión se llenaron de expertos que hacían sus propias especulaciones, pero ninguno de ellos hablaba con certeza. Después de dos días tras haber visto la primera imagen del infectado, los programas escasearon, hasta que, al tercer día, hubo apagón televisivo.
Fue su abuela quien tomó las riendas. Despertó del letargo en el que estaban los cuatro, apabullados e incrédulos, con la impresión de que vivían una película de serie B. Lo primero que hizo fue sacar la escopeta de caza que había pertenecido al abuelo. Por temas sentimentales la había mantenido limpia y a punto. Después, los organizó a todos. Su madre y su hermano pequeño se quedarían en casa cerrando los pocos puntos vulnerables que tenía. A ella le tocó acompañar a la anciana a por víveres, munición para la escopeta y alambrada.
Cuando volvieron con lo que encontraron, se les prohibió salir de casa. Empezaron las obras para cubrir el patio con valla también por arriba, y a ella le encargaron ocuparse de la radio. Buscar pacientemente emisoras en activo para estar al tanto de lo que ocurría fuera.
Aún no habían visto ningún infectado, pero lo habían escuchado fuera, alimentándose de lo que esperaban fueran animales.
Ella seguía escuchando la radio, buscando voces humanas, voces amigas. Después de un mes ya no encontró ninguna. La esperanza moría con la banda sonora de la estática.

2 comentarios:

  1. Siempre me sorprende cuando me encuentro con una historia tan completa en tan pocas palabras. No destaca por originalidad en la temática contada, pero sí que has sabido captar la atención desde las primeras palabras. Y has sabido dejar con angustia al final...
    Besotes!!!

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    1. Mil gracias por tus palabras, MARGARI. Sé de sobra que el tema está ya muy manido, pero es lo que me salió. Tenía todavía en mente un relato que había leído muy bueno, y se me coló por el cerebro hasta los dedos...
      Me alegro mucho que te haya gustado.
      ¡Besotes!

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