viernes, 31 de julio de 2015

Mamá en apuros: apuros veraniegos

 


Reconozco que he dejado un poco abandonado el blog últimamente. Creo que han sido un par de semanas las que no he actualizado, dejando a mis lectores sin su dosis semanal (y lo sé porque algunos me echan la bronca). La verdad es que no hay mucho secreto. No me han secuestrado, ni me ha tocado la lotería (en ese caso no dejaría de escribir, por cierto), ni me he vuelto a romper algo. El problema ha sido el calor.

Es que hace calor. Lo dicen en la tele, y todo lo que dicen en la tele es cierto. No sé si alguien lee este humilde blog desde algún punto en el que el termómetro sea capaz de bajar de 20 grados, pero aquí donde yo vivo estamos viviendo el verano más caluroso de la historia. Ni por la noche bajamos de 30 grados. Así no hay ni quién duerma, ni quién piense, ni quién viva.

Tengo las neuronas derretidas dentro de mi cabeza. Hasta para levantar un brazo me cuesta horrores, no digamos ya levantarme entera yo, coger mi Newttie (mi querido portátil nuevo) y ser capaz de ordenar ideas o acaso tenerlas para escribir un post, una reseña o la lista de la compra.

Me deshago en sudor, allá por donde voy dejo un charco que parecen los restos de la bruja mala del Oeste cuando se deshace con el cubo de agua. Solo que aquí quien pone el agua soy solo yo.

Para rematar, y por problemas de logística, he cambiado el horario en el trabajo. Entro más tarde, pero también salgo más tarde. Y yo soy como los niños pequeños, que me cambias las rutinas y me cuesta un mundo adaptarme a ellas. Tenía mis horarios fijados y ya no los puedo seguir. Cuando antes me sentaba a escribir ahora estoy comiendo, y esto me crea una inestabilidad que mi frágil mente, apabullada por el calor, no es capaz de soportar.

Y, venga, sin excusas ni disfraces. Que hace tanto calor que estoy vaga.

Por no apetecer, no me apetece ni ir a la piscina, aunque al final todas las tarde sucumba y vaya, más por MiniP que por mí, que si no a ver qué hago con ella toda la tarde. Cualquiera baja al parque, a quemarnos con los columpios o a sufrir porque hasta en la sombra se pasa mal. 

Eso sí, en la piscina tenemos un respiro. MiniP no sabe nadar muy bien, aunque con el cinturón de corchos se defiende, pero no le tiene miedo al agua. Desde que llegamos, hasta que nos vamos se pasa el tiempo dentro del agua. Saltando desde el borde, chapoteando, buceando.

Yo, por mi parte, he descubierto otro rango más dentro del histerismo de madre que se apodera de mí de vez en cuando. 

Lo primero, no la dejo nunca sola. La sigo como una sombra, no vaya a resbalar, con lo peligroso que es un resbalón en la piscina. Ya me la veo con la cabeza abierta y corriendo al médico. Y no me apetece correr en bañador, que se me mueven todas las chichas como la barriga de Homer Simpson.

Y, lo segundo, si la dejo alejarse, qué se yo… diez metros, automáticamente me convierto en un megáfono que le advierte de todo peligro existente o no que pueda estar a su alcance. Repito su nombre con diferentes grados de exasperación e histerismo, hasta que la pobre muchacha se vuelve a la toalla, aburrida ya de ser el centro de atención.

Pobrecilla, creo que no voy a tener dinero suficiente para pagarle todos los psicólogos que va a necesitar cuando crezca. 

Creo sinceramente que mi nivel de histerismo crece con el calor, y con el estrés. Menos mal que ya me tocan las vacaciones, y podré relajarme, sin horarios, sin límites, y espero que con menos calor. 

Voy al pueblo donde pasé todos los veranos de mi infancia, y ahí tendré dos cosas aseguradas: las noches fresquitas y nostalgias para parar un tren. Esperemos que el ambiente rural consiga relajarme, y encontrar inspiración para seguir con la periodicidad del blog.

Y vosotras (aquí incluyo a lectores y lectoras), ¿cómo pasáis el calor? ¿Os anula como a mí, o por el contrario os pone las pilas?


martes, 28 de julio de 2015

EL BÚNKER DE NOÉ, GABRI RÓDENAS




 

Sinopsis (web del autor): León Poiccard, un periodista de tercera, recibe por error un misterioso mail. La curiosidad le impulsará a descubrir el remitente, con consecuencias inesperadas que le vincularán a una resistencia ecologista internacional empeñada en descubrir qué se encierra dentro de un búnker subterráneo localizado en el desierto de Nebraska.
Sigo a Gabri Ródenas en Twitter, y me encanta el punto de locura que se gasta. Contesta y da favoritos a los tuits en los que se le menciona, es lo que viene siendo un escritor cercano. También leo su blog, y tenía su primera novela en el Kindle desde hace unos mil años, hora arriba, hora abajo.
De hecho la compré en Amazon cuando venía con una promoción más que interesante: un café con el autor. Me dije, ¿por qué no? Lo leo y seguro que tengo una conversación interesante. Pero dejé pasar el plazo. Y dejé pasar más tiempo. Y seguí y seguí. Y mientras tanto, Gabri Ródenas no ha dejado de trabajar, y ahora acaba de sacar su nueva novela, Albatros, con la plataforma de autopublicación Me gusta escribir.
Ahora ya sé que me habría perdido una conversación más que interesante, plagada de referencias a música y a filosofía, en la que podría haber aprendido mucho. Qué lástima. Bueno, siempre nos quedará Twitter.
La historia de la novela es trepidante. León Poiccard, cuyo padre era francés, pero él es español, trabaja en un periódico de provincias aunque él siempre quiso ser escritor. Recibe un curioso mail, al que le sigue la pista, y debido a su curiosidad se mete en una espiral sin fin, en la que le persiguen supuestos policías de la interpol. Afortunadamente consigue, pese a que lo intenta evitar, involucrar a su compañera del periódico Maribel, ya que con ella no se aburrirá ni se sentirá tan solo evitando lo que parece ser un gran desastre.
El ritmo es rápido, desde el principio. Los personajes muy bien trabajados, todos ellos, consiguen dar profundidad, coherencia y hasta credibilidad a una historia que por sí sola es completamente increíble. Pero mientras lees te la crees, y dudas de todo en la vida real, y te preguntas si en alguna parte no habrá alguna mente perversa que de verdad esté planeando algo parecido…
 
Uno de los aciertos de la novela es que hay dos partes diferenciadas. La primera que conocemos es la que cuenta en primera persona León Poiccard, cuya personalidad se transmite casi mágicamente con las palabras. Es descarado e irreverente, cínico y con un punto de creído. Es la grandeza de este libro, pues ha conseguido el autor darle voz clara al personaje. La segunda parte, con un narrador omnisciente, te cuenta el resto de la historia, lo que León no puede conocer aún, y la voz es completamente distinta a la primera.
Y lo que más destaca, por encima de todo, es la cultura del autor. Hay muchísimas referencias a la filosofía, de tal manera que no están metidas con calzador, sino que están ahí de forma natural, sin artificios. Como quien otro habla de la lluvia, Gabri habla de Leibniz. Otra cosa que lo define como escritor es la música. El búnker de Noé tiene banda sonora propia, en cada escena hay una canción, que sobredimensiona el mundo que estamos leyendo, ayuda a hacerlo aún más real.
He de reconocer que soy la rarita de la clase, y que pese a no estudiarlo mucho, me pirra la filosofía. Y la música… ¿qué sería de mi vida sin música? Ahora mismo, mientras escribo esta reseña suena mi Ipod. Ahora mismo, Waiting for a friend de The Pretty Reckless. De modo que ya, solo con estos dos puntos importantes en la narrativa de Ródenas, me ha ganado. Sí, me ha ganado como lectora incondicional además de como seguidora de Twitter (que ya lo era). Y me ha generado una envidia malsana, de la verde, por la cultura que emana cada página de El Búnker de Noé. Ya me gustaría a mí escribir con la mitad de esa cultura, que se dejara traslucir entre mis letras la mitad de bien que lo hace entre las letras de Gabri.
Lo que voy a hacer a continuación es comprar Estación Orichalcum, la segunda parte de El Búnker de Noé, ya que el final de ésta última te deja en un cliffhanger que solo puede acabar de dos maneras, o bien o mal. Normalmente este tipo de finales abiertos no me gusta, pero este lo dejó en tal punto que hasta me hizo sonreír cuando leí el FIN.
¿Lo recomiendo? Por supuesto. Es una experiencia.
 

viernes, 24 de julio de 2015

Mamá en apuros en transporte público




Por motivos de trabajo últimamente tengo que hacer muchos viajes a Madrid centro. Lo he comentado alguna vez, pero vivo a unos 30 km del centro, en una pequeña localidad de las afueras. Lo malo, que está fatal conectado. Sólo hay autobuses, de modo que tengo que coger el coche hasta una de las localidades más cercanas y desde allí coger el tren o el metro, lo que se tercie dependiendo del lugar al que tenga que ir.

Pero lejos de ser un incordio, estos viajes me suponen una alegría. Había olvidado lo que era poder desplazarse mientras lees, dejarte llevar por la historia mientras el traqueteo del tren te mece, o el del metro. Eso sí, doy gracias porque no suelo ir en hora punta, con lo que puedo viajar cómodamente sentada.

Es casi mágico. En mis oídos mi música preferida, casi quinientas canciones en el ipod reproducidas aleatoriamente. En mis manos la novela de turno. A mí alrededor personas. Vida que viene y que va, cada uno con su historia reflejada en el rostro. A veces, cuando la lectura es demasiado intensa, o por el contrario, demasiado aburrida (también me ha pasado), me entretengo mirando a cada uno de mis compañeros fortuitos de viaje e intento imaginar su historia. El motivo de su viaje. Sus preocupaciones. ¿Tendrán familia, hijos, abuelos, nietos, sobrinos, nietos? 

Lo malo de usar la imaginación es que vuela libre, y la mía tiene tendencias oscuras. Me pasa como madre, que cuando MiniP se sube a cualquier columpio que esté más alto que ella la veo despeñándose a cada movimiento. Y cuando juego a ponerle vida a la gente también me pasa. 

El otro día, sin ir más lejos, fui haciendo testamento mental porque me veía víctima de un ataque. Se subió al tren un chavalito joven, delgado, normal. Pero no sé si fue su mirada esquiva o el movimiento a veces inconexo de sus manos que me lo imaginé como un marginado social con tendencias homicidas. El súmun de mi macabra elucubración llegó cuando sacó su móvil para mirarlo… y en lugar de un Smartphone se trataba de uno antiguo, pequeño y con tapa. El típico móvil que se utiliza para activar una bomba, vaya.

 Soy atea, y aun así fui rezando hasta llegar a Atocha. Ahí nos bajamos los dos a la par, y ralenticé mis pasos para no coincidir con él en la subida hasta la salida. 

Afortunadamente llegué sana y salva a mi destino, y huelga decir que volví a casa de la misma manera. La tragedia solo ocurrió en mi imaginación, y el pobre chico, que lo mismo no había robado una gominola en su vida se ha ganado un puesto en mi imaginario de malos. Es mi archivo mental, al que acudo cuando me toca crear un personaje mientras escribo.

Cuando viajas a menudo en transporte público a veces te suceden anécdotas extrañas. 

Otro de los días que me tocó coger el metro, la hora se acercaba a la punta, pero aún así conseguí asiento. El único libre que había, y no diré que me pegué con una anciana para conseguirlo porque no sería cierto, pero lo habría hecho si hubiera sido necesario. 

Cuando me acomodé noté unos folios pillados entre asientos. Doblados a la mitad, como si fueran un libro. Pregunté al señor de al lado si eran suyos, y ante la negativa, los examiné. Eran, de hecho, un libro. Bueno, la fotocopia de un libro. 

El autor había fotocopiado el primer capítulo de su libro y debió de repartirlo por el metro de Madrid. Añadía, a mano y con mala letra debo añadir, su contacto en Facebook y su mail para que te pusieras en contacto con él. Regalaba además su primera novela a quien se atreviera. 

Leí, ilusionada, los folios. Era la primera vez que me sucedía algo así, ya que no suelo viajar mucho al centro, con lo que la estadística se reduce. Pero me fui desilusionando a medida que seguía leyendo. La calidad del escrito, la verdad, no era muy buena, y mis castillos en el aire se desmoronaron. 

Ya me imaginaba haciendo una entrada con el hallazgo, haciendo una reseña del primer capítulo y poniéndome en contacto con el autor para que me regalara su primera novela y hacerle saber la suerte que había tenido al haber dado con una bloguera literaria (ilustre según Belén Barroso, la flamante autora de Confesiones de una heredera…). Pero al determinar la (según mi opinión personal) baja calidad del escrito, decidí abstenerme. Mi gozo de notoriedad en un pozo.

Mis viajes al centro aún no se han acabado. Tengo más compromisos en el futuro. Espero encontrar más historias curiosas, que hacen que vuelva a casa con algo más que la satisfacción de haber realizado mi trabajo.
 

martes, 21 de julio de 2015

LOS LUGARES PEQUEÑOS, PACO TOMÁS





Sinopsis (contraportada): «La familia es ese lugar donde se aprende a mentir». Eso escribe Fidel en un documento de Word el día que empieza a huir. A huir de esos lugares pequeños, físicos y emocionales, en los que todos, en algún momento de nuestra vida, habitamos. De esos lugares habla esta novela. 

Su protagonista, Fidel Ruesga, es un ser peculiar, torpe, extraño, perturbador. Y, en consecuencia, fascinante. Un ser humano que usa la ficción para mejorar la realidad. O mejor dicho, que recorta la ficción para completar su realidad. Un personaje oscuro, cínico y brillante, a la altura del Ignatius J. Reilly de La conjura de los necios, o el Holden Caulfield de El guardián entre el centeno.

Paco Tomás se convierte en un maestro del collage, como el protagonista de su novela, y recopilando de manera desordenada pequeños fragmentos de la vida de Fidel construye la gran historia de un pequeño ser humano lo suficientemente asustado como para ser temido. 

Tenemos entre las manos una obra que despliega un fino sentido del humor y una punzante ironía pero que no es una historia amable. Y eso es algo que ahora mismo posee un gran valor. Vivimos tiempos duros y se está derrochando demasiada frivolidad. Ahora, más que nunca, tiene sentido buscar refugio en paraísos artificiales. Es injustamente necesario desconectar de la realidad para conectar con una ficción que nos la haga más admisible, algo que el protagonista de la novela practica/padece con inevitables consecuencias. Como él mismo explica, «cuando crecemos se nos muere el corazón».


Lo primero de todo, agradecer a la editorial haberme mandado el libro. Gracias. No es el primero que recibo de Punto en Boca, pero este, desde luego, es uno de los que más me ha gustado.

Se hace difícil hablar de este libro sin destriparlo. También ocurre que es un libro para degustar, con cada sorbo le descubres matices nuevos, como un buen vino. Empezaremos por el principio.

Y el principio es él. Fidel. Fidel nos cuenta su historia en primera persona. Lo hace en capítulos cortos, algunos de un párrafo, o incluso una sola línea, otros de varias páginas. Aparentemente mezclados, casi sin sentido, pero nada más lejos de la realidad.

Fidel es un tipo extraño. Un raro de los de toda la vida, que incluso sobrepasa la categoría moderna de friki. Además es asocial, cosa que añade rareza a su persona. Pero hay una cosa que le encanta, y son los collages. 

De los collages hace su vida, su motivación. Es un experto en la materia, y va rellenando despacio la pared del comedor de su casa. Foto a foto, con paciencia infinita y una metodología ejemplar. 

Pues su historia es un collage también. Poco a poco vas viendo imágenes que no tienen relación entre sí, hasta que descubres el hilo que las une, le sigues y te descubre una historia compleja y apabullante.

Todo esto narrado de manera magistral. Plagado de frases a subrayar, el autor juega con las palabras, las mece, las pega con mimo en ese collage escrito. Y sabe mantener, con ese juego de capítulos que ahora te cuenta el presente, ahora recordamos el pasado, el pulso de la historia, te va dando pequeños datos que te mantienen en vilo hasta el (ese) final.

No es una historia amable, pero da igual. La vida es dura y todos lo sabemos. Ahí le tengo que dar la razón a la contraportada. Estamos saturados de frivolidades. Esta novela es brutal, a veces sorprende y otras asusta, pero en todo momento engancha y agrada de una manera casi inquietante.

Lo recomiendo, por supuesto. Y Paco Tomás pasa a engrosar mi lista de escritores a seguir la pista.










martes, 14 de julio de 2015

Palabra de dios tuitero, por @diostuitero (Minireseña)


Jesús ha vuelto. Y se ha hecho twitter.
Este libro me lo recomendó mi hermana, con la certeza de que me iba a reír. La verdad es que el libro es graciosete, pero tampoco me reí tanto como esperaba.
Es un libro muy cortito, en el que Jesús hace una revisión de la Biblia. Obviamente no de toda, pues se pasaría de extensión, pero sí de las partes más interesantes, según su visión, claro. Esto lo hace con muchísimo sentido del humor, y grandes cantidades de ironía.
Yo me he hecho un poco de lío, lo tengo que reconocer, con la doble personalidad. Se supone que es Dios el que tuitea, pero el libro te lo cuenta Jesús, su hijo. O Dios hecho hombre, de ahí el problema. Habla Jesús como tal pero también como Dios. Y ahí ya mi neurona no daba para más…
Otro dato a tener en cuenta es que Dios es ateo. FLI-PAS. Ahí lo dejo.
Es un librito muy corto que se lee en un ratito, que aunque no me ha parecido tan hilarante como esperaba, sí que te hace reír, o por lo menos pasar un buen rato. Recomendado para un tiempo muerto o para entre lecturas más espesas.

viernes, 10 de julio de 2015

Presentación de Confesiones de una Heredera (con demasiado tiempo libre), de Belén Barroso...

O cómo Mamá en Apuros atravesó las llamas del Averno para llegar a Madrid centro.

 


Viajar al centro de Madrid, que me queda a escasos 25 km, en transporte público desde donde vivo es una auténtica odisea. Y si encima lo quieres hacer en plena ola de calor, lo tacharía de temeridad.
Pues eso pensaba yo mientras esperaba (durante media hora) al bus en una parada a pleno sol. Que quién me mandaría embarcarme en una aventura que incluía la puerta al averno. El asfalto, lo juro, se evaporaba ante mis ojos, y cuando tenía la sensación de que entraría en combustión espontánea, llegó el bus. Con su aire acondicionado.
Ahí ya me dio igual que parara hasta en Pernambuco de camino a Madrid (centro). Yo ya iba fresquita y feliz, leyendo mi libro y con el preciado tesoro en el bolso. Ahí ya me acordé de por qué me había vuelto loca saliendo a las cinco de la tarde de casa con destino diferente a una piscina.
Iba a la presentación del libro de Loque… ¡Ejém! Quiero decir que iba a la presentación del libro de Edwina… ¡Que no! El libro se llama Confesiones de una Heredera con demasiado tiempo libre, y lo ha escrito una tal… Belén Barroso. Como nombre artístico suena bien, tiene ritmo, es pegadizo… Pero me sigo quedando con la otra versión. Lo escribió Loque y punto.
 
En Madrid (centro pero retirado) había quedado con mihermana, y de ahí cogimos otro bus sin paradas, pero con aire acondicionado, y no sé muy bien cómo, llegamos vivas a la Casa del Libro de Gran Vía.
Una vez allí la aventura no había terminado. Resulta que la presentación era en la tercera planta, y a nosotras, que somos chicas deportistas, nos dio por subir andando. Me entraron ganas de matar a mi hermana por haberme convencido, y después suicidarme por haberme dejado convencer. Creo que tras eso no conseguí reaccionar, porque una vez arriba fue ella (sí, ELLA) quien tomó la delantera y se presentó ante Loque.
Pero es que además lo hizo con nuestros nombres de persona (como me dijeron el otro día), con lo que la pobre Belén se quedó con cara de circunstancia pensando en si nos conocía o qué. Tras unos segundos de pausa, las neuronas de mi hermana volvieron a hacer conexión y nos presentó como Trescatorce y Lady Bohéme. Ahí ya Loque cayó en la cuenta y todo fueron risas. La tensión se diluyó como por encanto. Es que no hay nada mejor que los nombres verdaderos…
Casi justo en ese momento Loque descubrió que la estantería más cercana a la zona de la presentación era la de Psicoanálisis. ¿Casualidad? No lo creo… Tuvimos más risas, una pequeña (minúscula) sesión de fotos, y procedieron a la presentación.
En la mesa (donde, para mi disgusto, no había sándwiches de pepino) se sentaban la autora, que ya digo que dice llamarse Belén Barroso, su editora Miryam Galaz (el nombre lo he sacado de twitter, espero que esté bien escrito), y la acompañaban también dos ilustres blogueras. Estíbaliz Burgaleta que regenta el blog Bichos Raros y Aranzazu de Bibliomanias y Desvaríos.
 
Siendo como es un libro de humor la verdad es que me hubiera decepcionado mucho que la presentación hubiera sido seria. Y ya digo que no quedé decepcionada. Primero Miryam leyó una carta, al más puro estilo de Yo (la amiga de Edwina), en el que alababa la magnífica novela y daba unas pequeñas claves de por qué le gustó cuando le llegó a la editorial y decidió apostar por ella.
Después le tocó el turno a Estíbaliz, que después de una pequeña pelea con el micrófono dio sus razones, resumidas en tres, de por qué habría que leer el libro. Lo de que es veraniego, que lo es, y que es divertido, ya lo sabía yo y lo sabía explicar. Pero me encantó el primer punto que expuso, que es que pertenece a ese mundo idealizado de Jane Austen que tenemos, ese mundo de de tacitas de té que admiramos y añoramos porque está idealizado. Añadió, no sin razón, que las mujeres de hoy día rechazaríamos ese mundo en la vida real, ya que es un mundo más machista (aún) que el nuestro, en el que las mujeres solo tenían como objetivo casarse y tener hijos. Y su mayor preocupación debía ser cuántas plumas tenía su sombrero.
Después tomó la palabra Aránzazu, que también alabó la novela, el humor, la ligereza.
Y por último, habló la autora, que buscó culpables. Primero culpó a Jane Austen, y con razón, ya que si ella no hubiera escrito sus libros no habría creado tal cantidad de fans sobre sus novelas. Luego culpó a Eduardo Mendoza, por escribir Sin noticias de Gurb, ya que tras su lectura ella supo que quería escribir libros de “jiji jaja”. Humor, pero humor blanco.
También culpó a los lectores del blog, el primer sitio donde “Yo” comenzó a colgar sus cartas, y a su editora, por haber leído el original y que le hubiera gustado. Por último, cómo no, culpó al mayordomo, que siempre es el culpable en este tipo de novelas.
Pero no fue tan claro y conciso como lo cuento aquí, no. Entre medias hubo muchas risas, hubo momentos en que la conversación casi tomó vida propia y se les fue de las manos. El mejor, el que he bautizado como “momento zarzaparrilla”. Hablaban de que faltaba algo de comer, lo suyo hubiera sido té con pastas, pero como hacía tanto calor como que no apetecía. Y una cosa llevó a la otra, hasta que Estíbaliz dijo que ella siempre habría querido probar la zarzaparrilla, que aunque suena asqueroso queda como bien…
En los turnos de ruegos y preguntas le rogamos a Belén que por favor escribiera una segunda parte. Y, tras preguntarle si “Yo” era tonta o de tonta era lista, tirando del hilo, la autora, atención que esto es para nota, confesó que no era capaz de decir el apellido de la protagonista.
 
Después nos firmó el libro. Ahí no estuve yo suelta, ya que no me di cuenta de que hablaba con una persona que se golpeó la cabeza de pequeña con una estantería (de hecho con la puerta que su hermana se dejó abierta). Se me ocurrió preguntarle si me daría algún consejo como escritora novata con novelilla en el cajón que algún día aspira a publicar, y ella fue amabilísima y simpatiquísima, y me instó a quedar a tomar un granizado (el calor manda) un día y hablar del tema. Luego se le fue la pinza y me dedicó unas palabras imposibles en su libro. Aunque, desde aquí te digo, Loque, que ojalá se hagan realidad.
El buen rato que pasamos en la presentación bien valió el esfuerzo de haber recorrido el infierno con sus fuegos llameantes para llegar hasta allí.