viernes, 24 de julio de 2015

Mamá en apuros en transporte público




Por motivos de trabajo últimamente tengo que hacer muchos viajes a Madrid centro. Lo he comentado alguna vez, pero vivo a unos 30 km del centro, en una pequeña localidad de las afueras. Lo malo, que está fatal conectado. Sólo hay autobuses, de modo que tengo que coger el coche hasta una de las localidades más cercanas y desde allí coger el tren o el metro, lo que se tercie dependiendo del lugar al que tenga que ir.

Pero lejos de ser un incordio, estos viajes me suponen una alegría. Había olvidado lo que era poder desplazarse mientras lees, dejarte llevar por la historia mientras el traqueteo del tren te mece, o el del metro. Eso sí, doy gracias porque no suelo ir en hora punta, con lo que puedo viajar cómodamente sentada.

Es casi mágico. En mis oídos mi música preferida, casi quinientas canciones en el ipod reproducidas aleatoriamente. En mis manos la novela de turno. A mí alrededor personas. Vida que viene y que va, cada uno con su historia reflejada en el rostro. A veces, cuando la lectura es demasiado intensa, o por el contrario, demasiado aburrida (también me ha pasado), me entretengo mirando a cada uno de mis compañeros fortuitos de viaje e intento imaginar su historia. El motivo de su viaje. Sus preocupaciones. ¿Tendrán familia, hijos, abuelos, nietos, sobrinos, nietos? 

Lo malo de usar la imaginación es que vuela libre, y la mía tiene tendencias oscuras. Me pasa como madre, que cuando MiniP se sube a cualquier columpio que esté más alto que ella la veo despeñándose a cada movimiento. Y cuando juego a ponerle vida a la gente también me pasa. 

El otro día, sin ir más lejos, fui haciendo testamento mental porque me veía víctima de un ataque. Se subió al tren un chavalito joven, delgado, normal. Pero no sé si fue su mirada esquiva o el movimiento a veces inconexo de sus manos que me lo imaginé como un marginado social con tendencias homicidas. El súmun de mi macabra elucubración llegó cuando sacó su móvil para mirarlo… y en lugar de un Smartphone se trataba de uno antiguo, pequeño y con tapa. El típico móvil que se utiliza para activar una bomba, vaya.

 Soy atea, y aun así fui rezando hasta llegar a Atocha. Ahí nos bajamos los dos a la par, y ralenticé mis pasos para no coincidir con él en la subida hasta la salida. 

Afortunadamente llegué sana y salva a mi destino, y huelga decir que volví a casa de la misma manera. La tragedia solo ocurrió en mi imaginación, y el pobre chico, que lo mismo no había robado una gominola en su vida se ha ganado un puesto en mi imaginario de malos. Es mi archivo mental, al que acudo cuando me toca crear un personaje mientras escribo.

Cuando viajas a menudo en transporte público a veces te suceden anécdotas extrañas. 

Otro de los días que me tocó coger el metro, la hora se acercaba a la punta, pero aún así conseguí asiento. El único libre que había, y no diré que me pegué con una anciana para conseguirlo porque no sería cierto, pero lo habría hecho si hubiera sido necesario. 

Cuando me acomodé noté unos folios pillados entre asientos. Doblados a la mitad, como si fueran un libro. Pregunté al señor de al lado si eran suyos, y ante la negativa, los examiné. Eran, de hecho, un libro. Bueno, la fotocopia de un libro. 

El autor había fotocopiado el primer capítulo de su libro y debió de repartirlo por el metro de Madrid. Añadía, a mano y con mala letra debo añadir, su contacto en Facebook y su mail para que te pusieras en contacto con él. Regalaba además su primera novela a quien se atreviera. 

Leí, ilusionada, los folios. Era la primera vez que me sucedía algo así, ya que no suelo viajar mucho al centro, con lo que la estadística se reduce. Pero me fui desilusionando a medida que seguía leyendo. La calidad del escrito, la verdad, no era muy buena, y mis castillos en el aire se desmoronaron. 

Ya me imaginaba haciendo una entrada con el hallazgo, haciendo una reseña del primer capítulo y poniéndome en contacto con el autor para que me regalara su primera novela y hacerle saber la suerte que había tenido al haber dado con una bloguera literaria (ilustre según Belén Barroso, la flamante autora de Confesiones de una heredera…). Pero al determinar la (según mi opinión personal) baja calidad del escrito, decidí abstenerme. Mi gozo de notoriedad en un pozo.

Mis viajes al centro aún no se han acabado. Tengo más compromisos en el futuro. Espero encontrar más historias curiosas, que hacen que vuelva a casa con algo más que la satisfacción de haber realizado mi trabajo.
 

4 comentarios:

  1. La verdad es que leer en transporte público es una gozada y una de las cosas que hecho de menos de Madrid. Aquí voy andando o en coche todo está cerca. Y entre lo que se ve y lo que nos imaginamos los viajes son la mar de entretenidos jejeje. Muchos besos.

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  2. Yo también vivía fuera de Madrid y viví cienes y cienes de aventuras en el transporte público, pero ninguna incluyó un manuscrito inédito...

    pd. Ilustre no lo dude usted!

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  3. En vez de La chica del tren tenemos a La chica del transporte público.

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