viernes, 30 de octubre de 2015

Mamá en Apuros en el Cuenta Cuentos (para adultos)



Vivo en un pueblo relativamente pequeño, ya lo he dicho alguna vez. Hay bastantes habitantes, pero dada su cercanía con la capital la mayoría de ellos son nocturnos. Es decir, vienen a casa a dormir, después de pasarse el día trabajando. Lo que antes se llamaba ciudad-dormitorio y que tanto abunda en la periferia de las grandes ciudades.

El caso es que el pueblo no es muy allá. Con la excusa de la crisis ha entrado en decadencia y está sucio. El ayuntamiento hasta ahora no se ha preocupado ni de limpiar ni de arreglar nada. Yo, como otras mamás en apuros, veo con tristeza como van desapareciendo columpios de los parques. Los retiran cuando se estropean, pero no los reponen.

Lo único que hay en más cantidad que bares son peluquerías. Vamos, que los que no van encervezados van muy bien peinados. O encervezadas y peinadas. O ninguna de las dos. Si ha habido algún intento de abrir algún comercio de corte moderno, enseguida se ha venido a pique. Los dos parques de bolas que hay son bares con acceso a la piscina, como el que conté la semana pasada.

Vamos, que de ofertas culturales mejor ni hablamos. Lo más cultural que hay por aquí son los encierros en las fiestas, y yo que estoy en contra del matrato animal, pues no los disfruto. Ah, las fiestas, esos días al año donde la gente se saca la barbacoa al parque, frente al portal de casa, y se lían a asar chorizos, pancetas y morcillas, atufando al vecindario. Claro, que la mayoría del vecindario está rondando cerca de la barbacoa, con una cerveza en la mano y un botellín en la otra.

Y sin embargo tenemos una biblioteca que ocupa un edificio entero. Y de tres plantas.

Cuando me mudé aquí una de las primeras cosas que busqué fue la biblioteca. Y ahí me planté, frente a un edificio enorme, con la boca abierta y el corazón desbocado. No me lo podía creer. Que un pueblo así tuviera (tenga, aún sigo sin creerlo) una biblioteca tan descomunal (para el contexto, sé que las hay más grandes y más bonitas, pero para lo que tiene alrededor es descomunal). Y encima, totalmente gratis. Me saqué el carné casi antes de empadronarme, y la visitaba de vez en cuando. A veces más a menudo, otras más espaciado, pero siempre la tenía presente.

Y luego llegó MiniP. Y fue bebé y no me atrevía ir ni a coger un libro por si lloraba y molestaba. Pero luego creció. Tampoco mucho, no tendría ni dos años cuando la llevé para hacerse su propio carné. Y empezamos a ir más o menos una vez por semana.

Ahí es cuando he empezado a conocer la biblioteca de aquí y todo lo que ofrece. Porque no todo son libros.

La sala infantil es genial. Tiene mesas de estudio, cuatro puestos de ordenador, y una gran moqueta para que los peques se sienten con sus cuentos. A MiniP le encanta ir, se coge un cojín, y empieza a curiosear por los estantes. Coge un cuento, se sienta, lo hojea, y lo deja en el cesto. Importante, en el cesto, no en la estantería. Vuelve a levantarse. Coge otro, lo hojea, me lo cuenta, inventándoselo, por supuesto, y lo vuelve a dejar. Los que quiere llevarse (hasta cinco) los va dejando aparte. Me he llegado a encontrar con montones de hasta ocho cuentos, la peque mirándome con ojitos de cordero degollado, pidiéndome que cogiera con mi carné los que no podía llevarse ella con el suyo.
Una vez al mes, la biblioteca trae un cuenta cuentos. El año pasado fuimos a casi todos, son gratuitos y muy entretenidos. O por lo menos la mayoría lo son. Pero lo mejor es que, de vez en cuando, también traen cuenta cuentos para adultos.
 
http://www.espantanieblas.com/

A finales del curso escolar pasado fuimos Papá en Apuros y yo a uno, cuya autora ya vi con MiniP y me había gustado mucho. Era la primera vez que iba a un cuenta cuentos para adultos, y me podía la curiosidad. Se trató, simplemente, de lo que era: un cuenta cuentos, solo que en lugar de ratoncitos y animalitos, el temario era más adulto, pero igualmente divertido.

Este año, con objeto de celebrar el día de las bibliotecas, que se celebra el 24 de octubre, trajeron también una actividad para adultos. David, de  Espantanieblas Teatro, venía a contarnos las leyendas de Bécquer.

Y allá que fui, con una de mis MAA, ya que Papá en Apuros se tuvo que quedar con MiniP (problemas de logística, qué le vamos a hacer). Y qué decir del cuenta cuentos… Solo que fue genial.
El actor salió a escena cantando una coplilla, vestido de época, con su capa, sus medias y su sombrero con pluma. Cuando terminó de cantar se presentó, nos habló del amor romántico y nos contó la historia de Manrique. Entre medias fue intercalando distintas leyendas del gran poeta, como Ojos Negros o la grandísima El monte de las ánimas, haciendo partícipe, a la vez, al público. Tanto la MAA como yo nos reímos muchísimo, ella lo pasó peor que yo, ya que cada vez que el autor se dirigía a ella se encogía en la silla y le entraba la risa nerviosa.

Pero además de reír, vivimos las historias. El narrador era un grandísimo autor, tanto que casi pude ver niebla surgiendo entre las patas de las sillas, la cama con dosel, e incluso casi pude ver en él a una mujer cuando nos estaba contando el diálogo de una.

Lo único malo de la jornada fue la poca afluencia de gente. No estuvo vacío la sala, pero tan solo se llenaron dos filas de las sillas que estaban dispuestas. Luego oigo quejarse a los vecinos que en este pueblo no se hace nada, pero cuando se hace, nadie acude. A no ser que haya toros o comida de por medio…

Agradezco infinitamente a la biblioteca por el aporte en cultura que realizan.

martes, 27 de octubre de 2015

DESOLACIÓN, HUGH HOWEY (Crónicas del Silo II)

 
 
 
Sinopsis: En un futuro cercano, el mundo sigue siendo tal como lo conocemos. Pero no será así por mucho tiempo. Unos pocos elegidos conocen el futuro que nos aguarda y se están preparando para afrontarlo. Están a punto de conducirnos hacia un camino que nos llevará a la destrucción y nos condenará a vivir bajo tierra. La historia del silo está a punto de ser escrita. Nuestro futuro está a punto de empezar.
A principios de año me leí Espejismo, el primer libro de esta saga distópica, que fue autopublicado por el autor en Amazon (de hecho yo lo leí en capítulos separados). En esta segunda entrega esperaba encontrar una continuación, pero mi gozo se ha visto en un pozo. No es una continuación sino una precuela.
En esta entrega, Desolación, los capítulos van saltando de un presente que nos queda aún un poco lejos, a un supuesto pasado (para nosotros futuro). En ellos nos va contando la historia de un congresista, y poco a poco vemos como se va forjando la idea de los silos, y cómo llegaron a entrar.
Al principio resulta un poco confuso, estás en el silo, luego en el pasado, con un personaje que enseguida descubres quién es. La historia está bien hilada, es interesante e incluso en algunos puntos llega a interesar lo suficiente como para querer seguir leyendo, pero la regla general que impera no es esa. Es una novela con demasiada paja, que ensalza escenas que parece que no llevan a ningún sitio (y de hecho algunas no lo hacen), y que, sin embargo, pasa de largo sobre lo que a mi parecer parecía más importante.
Eso sí, los personajes son todos geniales, aunque no me han quedado claras las intenciones de un par de ellos, pero todos tienen profundidad, motivaciones de sobra y pasado sobre sus hombros. La ambientación y documentación también me han parecido francamente buenas, el mundo del Silo es fiel a sí mismo también en esta entrega, y me he alegrado mucho cuando por fín he encontrado una conexión con el primer libro. Echaba de menos a algunos de sus personajes.
Pese a que esta entrega me ha parecido bastante floja (sobre todo comparando con lo bueno que me resultó el primer libro), no me ha decepcionado tanto como para no intentarlo con la tercera novela. Me ha picado la curiosidad, esta vez espero que no me cuente historias antiguas y que continúe con la historia de los silos, que es lo que me interesa.

viernes, 23 de octubre de 2015

Mamá en apuros en el parque de bolas

 
No soy una persona sociable, creo que eso ya lo he dicho en bastantes ocasiones. No es una exageración, ni una licencia literaria (de vez en cuando me tomo algunas). Es la pura verdad. No me gusta la gente, y en aglomeraciones aún menos.
Además es que por regla general cuando estamos en masa somos un poco absurdos, y es esta absurdidad la que no entiendo. Parece que nos gusta esperar, que nos encanta discutir, y, por supuesto, solo nosotros (cada uno debe pensar esto para sí) llevamos la razón y la verdad absoluta.
Absurdos.
Pues sí, odio a la gente cuando está en masa. Y suelo evitar ese tipo de encuentros, pero soy Mamá en Apuros, y quiero que MiniP sea sociable, por lo que a veces me veo abocada a vérmelas con La Masa
El otro día, sin ir más lejos, quisimos tomarnos algo tranquilamente Papá en Apuros y yo. Como ir con MiniP a cualquier bar supone de todo menos tranquilidad, nos decidimos por uno que, además, tiene un parque de bolas dentro. No es un Parque de Bolas en sí, de esos que cobran por hora que juega el niño, no. Es un bar que vio el filón de meter una jaula de esas con bolitas de plástico de colores, para que los niños estuvieran entretenidos mientras los papás se encervezaban y les ha ido bien. El problema de esto es que no hay vigilancia. Y, si me apuras, casi ni mantenimiento, pero como somos un poco borregos y animales de costumbres, seguimos yendo a tomar la cerveza allí.
Nosotros tenemos la costumbre de escoger una mesa cercana a la jaula al parque de bolas, para vigilar a MiniP. Costumbre que tenemos desde muy pequeñita, porque somos muy obsesivos y si la perdemos de vista nos ponemos nerviosos. También a ella le gusta tenernos controlados. No es una niña muy agresiva, pero aún así me gusta vigilar que no haga el bruto con otros niños o niñas, sobre todo si los hay más pequeños.
El caso es que no debe ser normal hacer esto. Por lo que tengo observado en los distintos parques a los que he ido, somos nosotros y cuatro idiotas padres preocupados más los que lo hacemos.
El día que comento, había varios niños (utilizado aquí como masculino) de la edad de MiniP jugando. Y dos niñas algo más mayores. MiniP enseguida hizo migas con las mayores, se liaron a hacer el bobo, subiendo por la escalera de cuerda, saltando entre los rodillos, pasando entre los puchings y tirándose por el tobogán. Ahora que lo cuento así me estoy dando cuenta que si le añadimos barro es una pista americana… Mientras ellas se entretenían en eso, los niños iniciaron una guerra de bolas. Y tiraban a matar.
Es que hay niños (neutro, niños y niñas) muy brutos. Y los hay brutos sin maldad, y brutos con demasiada mala hostia. Y los que había allí el otro día eran de los de la mala hostia. Fijaban un objetivo, levantaban la mano, sacaban la lengua, arrugaban el ceño y tiraban la bolita de plástico lo más fuerte que podían. Son bolas pequeñas, de plástico y huecas por dentro, pero tiradas de cerca hacen daño. No es que se vayan a matar con ellas, pero pican y dejan la marca roja ahí donde han hecho blanco.
Yo reconozco que soy una mala madre, porque a MiniP le tiró una un niño, directamente a la cara, y mi primera reacción fue decirle que le atizara al niño. Vale, miento. Mi primera reacción iba más encaminada a arrancarle la cabeza a dicho niño, pero como está mal visto arrancar cabezas, y luego puede que me arrepintiera (demasiada sangre que limpiar), descarté esa opción enseguida. Y le grité a MiniP: “¡Pero dale tú!” en mitad del bar.
Se puede llegar a pensar que en ese momento el padre del demonio de la criatura, al escucharme, se encararía conmigo, pero nada más lejos de la realidad. Allí ni uno se inmutó. Cada cual estaba a su rollo. Un grupo de adultos en celebración hablando entre sí, y otra mamá que acudió con sus dos pequeños estaba demasiado absorta en su móvil para enterarse de lo que ocurría a su alrededor.
MiniP no me hizo caso. Lástima. Como no reaccionaba actué de manera sobreprotectora, me levanté, me acerqué y le dije al niño que como volviera a tirarle una bola a MiniP le arrancaba la cabeza. Vaaaleeee, lo pensé, pero solo le dije, con mi mejor cara de mala hostia, que dejara de tirar bolitas. El niño no me hizo ni caso, pero no volvió a molestar a mi pequeña. Cosa, que en el fondo, lamenté. Quería su cabeza a toda costa…
Luego hubo dos casos para enmarcar. La madre que estaba con el móvil ignoraba por completo lo que pasaba a su alrededor. Su hijo el pequeño (estaba también con una niña algo mayor), probablemente un año menor que MiniP, acudió en su ayuda varias veces, y en todas le ignoró. La última de ellas fue a decirle que había niños que estaban tirando bolas, pero como no le hizo caso fue en busca del camarero y se lo dijo a él. Consiguió el mismo resultado que con su madre: le ignoraron ambos.
Mientras la guerra se desataba, un niño salió corriendo fuera del bar. Al poco rato volvió a entrar, acompañado de su madre. Ella, en un tono condescendiente, regañó a todos los niños en general con un: “no os peguéis” que por un oído les entró y por otro les salió. Dejó al niño en el parque de bolas y volvió a salirse fuera.
Vale que era algo más mayor que MiniP. Tendría unos 6 años. Vale que yo soy la madre vigilante, siempre con un ojo puesto en la niña, que no se me escape ni un movimiento suyo. Yo no digo que todos tengan que hacer lo que yo, pero me parece que dejarle solo en el parque de bolas y salirte fuera a la terraza porque así puedes fumar es pasarse al otro extremo. Y más si luego haces lo que hizo esta madre en cuestión.
El niño volvió a salir, porque se llevó otro bolazo en la cara. Y ahí entró otra vez su madre, esta vez hecha un basilisco, gritando que ya estaba bien y que ya era la segunda vez que le ponían la cara roja a su pequeño. Yo, no es por juzgar (o sí, pero no lo reconoceré públicamente), pero creo que era seguidora de Belén Esteban. De su mismo corte, ese en el que sin tener educación la exigen para ellos, y que por sus hijos ma-tan. El vocabulario era más bien escasito, porque eligió frases que no me gustaron para dirigirlas a pequeños de entre 4 y 7 años, y me alegré de que MiniP estuviese en ese momento en el otro extremo del parque de bolas, porque si no me hubiera visto obligada a hacerle callar. A pedirle educadamente que escogiera sus palabras. Porque me cago en la puta, estoy hasta los cojones y me cago en dios no me parecen frases que mi hija tenga que escuchar.
También me entraron ganas de intervenir y bajarle la indignación, porque su hijo se llevó un bolazo justo cuando tenía una bola en la mano preparada para tirarla. Iba dirigida precisamente al niño ignorado por su madre, que el pobre, harto ya de recibir, se decidió a defenderse.
Y aquí viene el injusto final: esa madre, quizás alertada por las imprecaciones de la fan de la princesa del pueblo, escogió ese preciso momento para hacer caso y volver a la realidad. En lugar de preguntar, cogió a su hijo, lo sentó en la mesa y le metió cuatro voces. Sin escuchar la versión del pequeño, sin darle opción a réplica, le amenazó con no volver a llevarle al parque de bolas. Aunque dudo que mantuviera su amenaza. Esa madre iba allí a librarse de sus hijos un rato, no a que ellos disfrutaran.
En ese momento pagué la cuenta y me fui. No podía soportar más injusticia sin intervenir, y la verdad es que me arrepiento de no haberlo hecho. Es probable que hubiera salido mal parada de alguno de los enfrentamientos, pero me hubiera quedado mucho más tranquila.
Ojalá pudiera decir que lo que pasó ese día es un caso aislado. Pero tan solo es el botón de muestra de lo que suele suceder cuando llevo a la niña a alguna actividad social para pequeños. Y así, ¿cómo voy a ser sociable?
 
 

martes, 20 de octubre de 2015

El sueño más dulce, Doris Lessing




Sinopsis (contraportada): A través de las vidas de un grupo de jóvenes inconformistas, El sueño más dulce ofrece un reflejo de una época, la de la década de los años sesenta, “sorprentemente inocente” comparada con lo que vino después pero heredera de las consecuencias, morales e ideológicas, de dos guerras mundiales y exuberante en nuevas actitudes ante la aventura de vivir. La discriminación social, los conflictos entre conciencia individual y colectiva, el transfondo crítico respecto al enterno en el que aman, sufren, reflexionan sus portagonistas, hacen de El sueño más dulce una de las novelas más representativas y logradas de Doris Lessing, galardonada con el Premio Nobel de Literatura 2007.


Me apunté al club de lectura de la biblioteca del pueblo (solo hay una), y este fue el primer título que nos tocaba leer. La dinámica del club es sencilla: nos reunimos una vez al mes, es decir, que leemos un libro al mes, y el día que nos juntamos hablamos de él.

Esta primera lectura del club me costó un poco. No esfuerzo, pero sí tiempo. Esta es la historia de una casa, en la que se reúne siempre mucha gente. Podría ser la historia de Frances, de hecho lo es, pero no es de ella solo. Frances, madre separada con dos hijos, se ve abocada a vivir con su exsuegra, y a abandonar sus sueños de ser actriz para criar, ya no solo a sus dos hijos, sino a toda una prole de adolescentes que campan en su casa.

Su exmarido, una figura importante del partido comunista, no es otra cosa que un caradura, que se presenta en su casa siempre a la hora de comer, pero no para ejercer de padre, sino para dar discursos y proclamas propagandísticas.

La exsuegra es una alemana que ha vivido las dos guerras mundiales y que no entiende en lo que se ha convertido el mundo ni a la gente que lo habita. No quiere a su hijo. A su exnuera no la entiende, pero la respeta.

Y así tienen una convivencia un tanto extraña, con un equilibrio precario en algunos puntos, pero a la que al final todos consiguen sobrevivir, con sus cicatrices, pero prácticamente intactos.

La historia de la novela es impresionante. A través de los personajes la autora transmite toda una época, toda una generación, perdida y desorientada, pero no dormida. Los personajes son todos geniales. Desde Julia, la exsuegra, que representa al pasado, a las normas, la etiqueta. Frances, la generosa y sacrificada madre que acoge a todo aquel que llama a su puerta. Jimmy, el comunista recalcitrante, que de su boca solo salen eslóganes, incapaz de hacer frente a la realidad: el comunismo no funciona.

Pero los que más me han gustado, sin duda, han sido “los críos”. En conjunto, me parece que reflejan fielmente la adolescencia. La furia, el desconcierto, la creencia de que lo sabes todo. No sé por qué me he identificado más con ellos que con Frances, quizás porque no entiendo bien su postura de dejarlo todo a un lado por otras personas, muchas de ellas ni siquiera de su familia.

La novela está dividida en dos partes, una nos habla de la casa y de cómo sucede el tiempo con los críos que vienen y van, y la segunda nos cuenta la historia de Sylvia, ya mayor. Sylvia es una de los que acaban en la casa por accidente. Hija de la pareja de Jimmy, éste se la encasqueta a Frances para que la cuide, ya que tiene problemas. Cuando crece va a África como médico voluntario, y esa es la parte que más me ha conmovido. Tiene también mucha parte política, como la primera, la autora destripa la liberación de un país ficticio del continente africano, pero que podría ser cualquiera, con una crudeza cargada de realismo.

Aunque, como ya he dicho, la historia me ha gustado mucho, me ha costado tiempo leerlo porque me ha resultado una narración muy árida. 

No hay separación entre capítulos, y el narrador omnisciente pasa de una cabeza a otra a veces sin previo aviso de forma un tanto caótica. Lo cuenta todo de los personajes: sus sentimientos, sus pensamientos, sin dejar que sean ellos los que nos los muestren. 

La conclusión es que, aunque no es una lectura sencilla, merece la pena leerla. Tiene muchas lecturas, ofrece una visión de la política muy cruda, sin artificios ni eslóganes, y es muy crítica con la parcela de historia que cuenta.

Lo cierto es que deja mucho poso, y eso es algo a tener muy en cuenta.

martes, 13 de octubre de 2015

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson

 
¿Quién no ha oído hablar del Dr Jekyll y Mr Hyde? A estas alturas la historia ha transcendido, ya no es tan solo una novela, sino película, y además forma parte del imaginario colectivo. ¿Qué serie que se precie no tiene su episodio con versión propia de la novela? Hasta formó parte de un cómic, que luego se llevó a película (cuya calidad es discutible, pero que a mi me gustó), en la que Jekyll compartía protagonismo con el mismísimo Dorian Grey… Hablo de La Liga de los hombres extraordinarios.
Pues yo no lo había leído todavía. Lo sé, tengo delito. Creo recordar que lo intenté allá por mi adolescencia y creo que no pasé de la primera página. No estaría muy atenta, con la cabeza llena de mil cosas, novecientas noventa y nueve de ella pájaros.
Es que no pude haber sido más pava. Cada vez que escribo una reseña de Benito Pérez Galdós, o de algún clásico, de aventuras o no, (me pasó con Mark Twain, con Charles Dickens y con el propio Robert Louis Stevenson). Si pudiera encontrarme con mi yo del pasado, después de un par de leches, le diría un par de cosas, y luego la obligaría a hacer deporte (así no habría fumado) y a leer los clásicos. Claro que probablemente mi yo del pasado habría mandado a paseo a mi yo del presente…
El caso es que tengo en mi estantería mi colección de clásicos de aventuras de El País, colección que me he propuesto ir leyendo poco a poco, y el otro día necesitaba un libro que pesara poco para transportarlo. Y elegí Dr. Jekyll y Mr. Hyde que estaba de los primeros además. Y me enganché.
Es cierto que como literatura de terror ya no da el pego. Entiendo que en ese aspecto no ha envejecido muy bien, quizás en parte por lo que ya he comentado, que es una historia muy conocida, pero también porque como sociedad hemos perdido esa inocencia que se suponía entonces. Ahora tenemos acceso a más información y no nos dejamos llevar tanto por el miedo que causa la ignorancia.
Pero aún así sí que tiene un elemento inquietante, algo que te introduce en la historia, que te hace partícipe pese a ser un lector.
Está contado en primera persona, en forma de confesión, y va desgranando la historia poco a poco, hilo a hilo, hasta llegar al fondo de la cuestión. Hasta el narrador se encuentra sorprendido de lo que ha averiguado, sorpresa que también se contagia al lector.
Poco más he de decir. Es una obra maestra, si no fuera así no habría podido disfrutar tanto de una lectura que prácticamente ya conocía. Es uno de sus grandes valores, pese a que no hay elemento sorpresa, se lee con ansia, con ganas de querer saber. De hecho casi me paso la parada del tren por estar leyendo esta joya.
Recomendado sin duda para los que aún no lo hayan leído, la dejaré para una lectura futura para MiniP (aún es pronto, pero me gustaría que disfrutara de ella antes de llegar a saber del mito) y la recomendaré a todos los jóvenes lectores que tenga alrededor.
 
 
 
 

viernes, 9 de octubre de 2015

Mamá en apuros va al gimnasio


 
A mediados de septiembre tuvo lugar una carrera nocturna. Ya os hablé de ella el año pasado, en este post, pero la de este año ha sido más especial, dado que he formado parte desde dentro. Sí, porque me he unido al Club de Atletismo que la organiza todos los años, aunque de eso ya hablaré en otro post.

Participé también corriendo, y al finalizar nos daban unos tiquets numerados para participar en un sorteo. Aunque nunca suele tocarme nada, decidí quedarme hasta el final, también por estar con los compañeros del Club. Pues bien, tuve suerte (últimamente estoy en racha, tendré que comprar lotería o algo), y me tocó un bono de tres días para el gimnasio municipal.

Aunque yo quería la cesta de chuches, (era gigantesca y tenía una pinta…), volví contenta a casa. Un regalo es un regalo, y bueno, así podría probar el gimnasio… ¿No?

A ver… Que yo esto de correr lo estoy llevando bien desde hace unos cuatro años, aunque antes ya probé suerte, pero sin cuajar. Y antes de eso yo lo máximo que había hecho era… Sí, el deporte más extendido de todos: el sillón ball.

Tuve una temporada en la que, no sé si porque notaba que algún duende me encogía la ropa del armario a pasos agigantados, o porque no sabía muy bien qué hacer con mi tiempo (fue antes de ser Mamá en apuros), me apunté a un gimnasio de esos de chicas, que se supone que te dejan estupenda con solo 30 minutos de ejercicio. Y constancia. Se olvidan de incluir la palabra constancia en la publicidad, y en esos carteles tan inspiradores que colgaban por sus paredes. Y si la había, mi cerebro la eliminaba de la frase, dejando un bonito espacio en blanco a rellenar con lo que más me gustase en ese momento. Después de ocho años no he cambiado mucho, siempre he preferido rellenarlo de chocolate.

El caso es que me apunté… Y no era para mí. Me costaba un mundo ir. Arrancarme de mi mullidito sofá, dejar a un lado mi bolsa de pipas y mi libro, e ir a un lugar en el que, durante media hora, me iba a someter voluntariamente a un tipo de tortura moderna. Creo que pagué más del doble de lo que fui. De eso se nutren los gimnasios. De gente como yo.


Imagen sacada de aquí


Después pasaron los años, como hojas que se caen de un calendario (en plan peli moña), y me picó un bicho que me hace salir unas tres veces a la semana para someterme voluntariamente a un tipo de tortura moderna. Mi amor por correr no ha sido un amor fácil ni sencillo. Le he puesto los cuernos con sillón ball como un millón de veces, pero él ha esperado como un amante benévolo y paciente. Eso sí, me lo hace pagar en la pista, con cada zancada. Y pago todos y cada uno de los bollos que me como también. Y, cosa de locos, eso me hace feliz. Sí, por eso busco más.

Y por eso me hizo ilusión el bono del gimnasio. Lo guardé decidida a usar los tres días a tope.

El caso es que tengo problemas de agenda durante septiembre y octubre. Resulta que estoy sola ante el peligro (AKA MiniP), porque Papá en apuros está haciendo un curso que le tiene entretenido de lunes a jueves hasta las diez de la noche. No pasa nada, nos apañamos. Pero tengo que involucrar a medio mundo para poder seguir con la rutina de ejercicio, no te digo si además quiero introducir nuevos elementos.

De modo que el probar a tope se convirtió en un tetris de días y horas para elegir lo que más me interesara en las horas que mejor me convinieran. Al final opté por las clases colectivas, ya que los aparatos son todos iguales en todos los gimnasios, y la verdad es que tampoco me apetecía morirme de agujetas porque me conozco, me ansío en la máquina y lo doy todo esperando ver resultados inmediatos. Y luego lo pago al día siguiente, claro.

La primera clase que decidí probar fue spinning. Solo que en este gimnasio en lugar de spinning lo llaman ciclo. Ambos nombres me parecen un poco absurdos, claro que clase de bicicleta estática donde te hacen creer que subes y bajas montañas era demasiado largo. Y su****madre en bicicleta demasiado explícito. De modo que lo llaman ciclo.

Teniendo en cuenta que cada vez hago más kilómetros corriendo (voy por siete y aumentando), y que a principios de septiembre me  hice la vuelta nocturna al anillo verde de Madrid, 50 km de bici (así, a lo loco), llegué a la clase de ciclo un tanto crecida. Con los consejos de mi hermana Lady, que se está volviendo vigoréxica (por cierto, tiene blog nuevo, lo podéis cotillear aquí), me subí a la bici y miré a los compañeros de tortura clase, casi por encima del hombro. Luego tuve que bajarme, de la bici y del hombro, para pedir ayuda para colocarme el sillín, altura y distancia hasta el manillar.

Imagen sacada de aquí

Empezó la clase, y desde el minuto uno no me enteré de nada. Me dijeron que llevara una toalla, que llevara agua, y Lady me advirtió que no lo diera todo, pero nadie me dijo que el spinning tenía idioma propio… Aún así conseguí terminar de manera medio decente, si por decente entendemos con churretones de sudor cayendo por mi frente, las piernas temblando y agarrándome a la bici para no caerme al suelo durante el estiramiento. Pese a todo estuvo divertido, es una clase colectiva a la que no me importaría volver a ir.

Luego decidí probar el Aerobox, o boxeo aéreo. Es una mezcla entre aerobic (trabajo cardiovascular) haciendo como que haces boxeo, pero sin guantes, sin saco, sin contrincante, y si puede ser, sin vergüenza.

Empecé con ganas, me habían dicho que era muy divertido. Lo de hacer el tonto no lo llevo mal, incluso con público, pero nadie me dijo que lo tendría que hacer en una habitación con las paredes forradas de espejos. Ahí se jodió fastidió la cosa.

Porque yo intentaba mirar a la monitora, la misma que me había dado ciclo. Se movía con gracia, con soltura, y era sumamente cruel en los pasos (nos hizo sufrir), pero de vez en cuando no lo podía evitar y miraba de frente. Y de frente no me veía a mí, no. Veía a una señora (¡una señora!), cuya dignidad estaba en cuestión, con las lorzas danzando y que hacía el ridículo moviendo las manos hacia delante. No como si pegara a alguien, no. Como si tuviera un resorte que se las hacía mover automáticamente. Lo roja que me pongo cuando hago ejercicio no ayudó tampoco.

Debo decir, con toda mi maldad, que también echaba vistazos a mí alrededor, y que no era la que menos gracia tenía en la clase. La que más lorzas sí, pero había otras que todavía parecían más robots que yo… Ya, consuelo de bobos, pero estaba demasiado conmocionada por la imagen que veía de mi como para pararme a pensar eso.

Afortunadamente, pasó el plazo y los tres días se consumieron. La experiencia me ha ayudado a dos cosas: la primera, me ha quitado las ganas de apuntarme al gimnasio, con lo que ahorraré en dinero y en quebraderos de cabeza (por el tiempo libre). La segunda, que no pienso poner espejos de cuerpo entero donde hago ejercicio. Para dar puñetazos al aire me pongo la wii en casa, pero que no me vea ni yo…

La única actividad en grupo que seguiré haciendo será correr, que es al aire libre, y no encerrada entre cuatro paredes y además no hace falta mucha inversión (las zapas de vez en cuando, y los modelos cuquis que se me antojan). Y sin espejos, todo son ventajas…