viernes, 11 de diciembre de 2015

Taller Literautas de noviembre: El Lápiz Mágico

Os traigo el taller de noviembre de Literautas, en esta ocasión la única norma era que se titulara "El lápiz mágico". Yo opté por la siguiente historia:



Jugueteaba con el cable del teléfono mientras hablaba. Pasaba los dedos siguiendo la espiral eterna de los muelles de aquel aparato antiguo. Tan antiguo como su propia abuela. Balanceaba las piernas, que colgaban del taburete. Y resoplaba sin hacer ruido. Esa era la parte más importante, no hacer ruido.
De vez en cuando, y para no tener que aguantar más charla, intervenía.
- Sí, mamá. Claro, mamá.
Pero eso lo que hacía era alentar a su madre, que inquieta y nerviosa por no poder estar con ella, la martilleaba a órdenes, a pórtates bien y no des guerra a la abuela. Un machaque constante incentivado por la culpabilidad. Era el primer verano, en sus catorce años, que lo pasaba sin su madre. El primero desde el divorcio.
- Sí, mamá, como bien, mamá.
Las manos, cansadas ya de seguir los bucles, rebuscaron en el mueble del teléfono, junto al que estaba sentada. Allí encontró papel, y atendiendo ahora a la búsqueda, tras unos segundos eternos en los que su madre le estaba contando el calor que hacía allí y que se alegraba de que ella pudiera disfrutar del fresco del pueblo, por fin lo encontró. El lápiz.
- Sí, mamá, hace mucho calor. Aquí por la noche no, tengo que dormir arropada.
Se puso a dibujar distraídamente. Primero un garabato, luego una flor.
- Sí, mamá, me abrigo. Sí, el plumas si hace falta. No, mamá, no estoy siendo insolente…
Cinco pétalos, un pequeño tallo, y una hoja en el tallo. Le estaba dando sombra a los pétalos cuando sintió el calor. Emanaba del lápiz, un calor envolvente, calentaba sin quemar. Miró detenidamente el pequeño cilindro de madera, y no le vio nada extraño. Se encogió de hombros, como queriendo quitar importancia a una tontería, y continuó con su dibujo.
- Sí, mamá, lo paso bien. No, aún no tengo amigos, pero no me hacen falta. Ya lo sé, mamá.
Terminó de darle sombra a los tallos y se dispuso a darle profundidad a la hoja. Luego comenzó a hacer pequeñas rosas, un rosal entero que ocupaba ya media hoja.
- Vale, mamá, un beso. Sí, yo también – suspiró mirando al techo – .Sí, claro que puedo decirlo, mamá. Te quiero.
Colgó y aún se entretuvo un rato con su rosal. Total, no tenía nada mejor que hacer. Su abuela estaba trabajando en el huerto, y a ella eso de mancharse las manos de tierra no le iba nada. Le puso pequeñas espinas a su rosal.
Apoyó la mano sobre el folio, para sujetarlo mientras atacaba una esquina con una telaraña, y enseguida la retiró, con una pequeña exclamación de sorpresa y dolor. Se miró la palma y ahí lo vio, una pequeña gota de sangre. Se había pinchado con algo.
Examinó su folio más de cerca, y al moverlo a contra luz, un reflejo de color rojo le deslumbró. Pasó la mano por encima y tiró el folio al suelo al volver a pincharse. Desde el suelo, haces de luz de colores brotaron e inundaron la sala.
Paralizada por la impresión, pudo ver cómo de un simple folio estaba brotando el rosal que ella misma había dibujado. Las rosas crecían pequeñas y deformes, nunca se le había dado bien dibujar, y ahora más que nunca lo estaba comprobando.
La otra flor también surgió, con una hoja verde, perfecta en su simetría, colgando de un tallo imposible de tan fino. Las hojas, de un morado oscuro, destilaban pequeñas gotas de color allí donde el trazo del lápiz había sido más grueso.
Miró el lápiz, atónita. Era normal y corriente, el que te encuentras en cualquier papelería, naranja con rayas negras. Nada en él sugería que fuera especial.
Seguro que estaba soñando. Para comprobarlo, se pincharía con el lápiz en la mano. Si sentía dolor, estaba despierta, pero seguro que al parpadear desaparecería el rosal que seguía creciendo ante ella.
Antes de que la punta de grafito pudiera tocar su piel, sintió cómo alguien le arrebataba el lapicero de las manos. Miró casi sin ver a su abuela con un mohín de preocupación en los labios.
- Creí que lo había guardado a buen recaudo. Desde luego – miró el cajón abierto – en este cajón no estaba.
Revolvió el contenido para, al instante, mostrar triunfante una goma de borrar. Se agachó y la pasó por el folio.
- Reina, menos mal que no te ha dado por dibujar un monstruo. – Sonrió.
Guardó el lápiz y nunca más volvió a hablar de él.

Para las personas que se hayan quedado con ganas de más, es una historia que me gustó tanto que sí me gustaría continuarla. En cuanto lo haga, lo compartiré aquí. ¿Qué os ha parecido? ¿Tenéis alguna idea propia sobre la forma en que llegó el lápiz a estar en poder de la abuela?
Os invito a leer los demás cuentos aquí.

2 comentarios:

  1. Qué bueno! Por favor,sí, continúa esta historia, que me has dejado con ganas de más!!!
    Besotes!!!

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  2. ¡Gracias MARGARI! La verdad es que me conquistó así que la tengo en la carpeta de pendientes.
    ¡Besotes!

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