martes, 24 de febrero de 2015

I Ciclo de Lectura Emilia Pardo Bazán: La Quimera



Cuando Jesús, de La Caverna Literaria, nos ofreció al grupo de las lecturas conjuntas de los Episodios Nacionales de Galdós leer algo de Doña Emilia Pardo Bazán ni me lo pensé. Dije sí inmediatamente. Primero porque me apunto a un bombardeo, que lo sabe todo el mundo. Segundo porque estaba segura que descubriría a una gran escritora, como ya me pasó con Galdós. Y Tercero, porque me parece justo ensalzar la figura de una mujer, que las tenemos muy olvidadas. Alguien podrá pensar que lo que pasa es que había muchas menos escritoras femeninas que masculinos, y cierto es, pero las pocas que hay se han visto escondidas, ninguneadas o simplemente olvidadas.

Y tras mi pequeña reivindicación, prosigo.

Desconocía a la escritora, más allá de lo que estudié en el instituto y por desgracia lo tengo muy olvidado. Fui a la biblioteca y me encontré con casi una estantería entera para ella sola. Reconozco la exageración, pero porque las estanterías de la biblioteca de aquí son muy grandes. Lo cierto es que sus libros ocupaban la mitad. No conocía ningún título, así que al pinto, pinto, gorgorito escogí La Quimera, que su contraportada me dijo que estaba basado en la vida real de un pintor amigo de la autora. Fiel relfejo de la sociedad de entonces. Se vino para casa.

Contraportada: La quimera se trata de una sátira social cuyo propósito fue estudiar " un aspecto del alma contemporána", como dijo su autora. Es una novela psicológica en la que el protagonista encarna un mal de la época: seducido por su quimera, "triunfar o morir", se destruye como hombre sin realizarse como artista.
Tuve un pequeño dilema al principio. La edición que cogí fue la de Cátedra, y la historia en sí, el libro de Pardo Bazán, comenzaba en la página 100. El problema estaba en que no sería la primera vez que Cátedra lanza spoilers gigantes en las notas previas a sus libros. Que sí, está genial que te introduzcan en el contexto histórico, que te hablen de la escritora, pero por favor, el destripe de la novela lo podrían poner al final, ¿no? Se agradecería mucho. Empecé a leerlas, pero lo dejé para cuando terminara el libro, temiéndome lo peor si continuaba. Luego no llegué a leerlas, porque devolví el libro con el tiempo justo (incluso con algún día cumplido...).

La novela me gustó mucho. Tiene la escritora una prosa que parece sencilla, pero que no debe de ser nada fácil de conseguir. Una prosa que te envuelve, que te describe el mundo que rodea, más de descripción que de diálogo, pero que te llena la cabeza de imágenes en lugar de palabras.

Nos cuenta la historia de Silvio Lago, un pintor que vuelve de las Américas a su Alborada natal con la intención de aprender y hacer nombre en el arte pictórico. Contacta con Minia, una artista de renombre, compositora (la propia Emilia), y la convence para hacerle un retrato que le pueda enseñar a la sociedad madrileña, donde pasa la mayor parte del año la artista, para que le salgan retratos al pintor y así conseguir dinero con el que ir a estudiar a Francia.

Así lo hacen, muestran el retrato, y consigue clientela. Te cuenta así la autora cómo era la sociedad de la época, cómo vestían, cómo se entrenían. En qué gastaban los dineros y el tiempo, y qué clases de chismes les gustaba comentar. Esta parte quizás me ha resultado un tanto más aburrida, puesto que parece que no pasa nada, sólo está escrita con objeto de retratar a lo más granado de la sociedad madrileña de aquel final del siglo XIX, cuando se llevaban más los retratos que las fotografías, y dependiendo de a quién le gustara un artista podía subir como la espuma o caer para siempre en el anonimato.

Silvio es buen pintor, pero no tiene cabeza para guardar los dineros, se deja llevar por el momento y acaba sus días en el pazo de Minia, enfermo, sin haber conseguido lo que quería. Muy triste, pero fiel reflejo de la realidad.

Me ha encantado todo el arte que derrocha en las páginas de la novela. No sólo el saber narrativo, que también, sino también todo el conocimiento artístico de la autora. Habla de muchos cuadros y de muchos artistas, cosa que he disfrutado junto a google, porque de cada cuadro que hablaba he hecho búsqueda en internet para poder ver la imagen que describía o ensalzaba.

Claro, que entre tanta búsqueda y tanta descripción la lectura ha sido algo lenta. Cosa que no me hubiera importado tanto si no hubiera tenido fecha de entrega del libro. Según se acercaba el día me agobiaba un poco más, pero finalmente pude con el estrés, y terminé la lectura satisfactoriamente.

Ha sido un placer participar en otra conjunta propuesta por Jesús, sabía yo que ganaría una autora a la que seguir leyendo, algo que me había estado perdiendo hasta ahora, pero que ya está subsanado. Seguiré pendiente para próximos ciclos de lectura de Pardo Bazán.

viernes, 20 de febrero de 2015

Mamá en Apuros contra SúperE




La profesora de mi hija es una mujer muy amable, que habla siempre en un tono sosegado, que te recibe siempre con una sonrisa. Atiende a todos los padres igual, con interés, pero con quien mejor se porta y a quien mejor atiende es a los niños.

Pero la odio.

Sí, ya sé que suena feo, tampoco es que la odie todo el tiempo, tan solo es a ratos. Los que ya me conocen ya saben que soy un poco neurótica, de modo que tampoco es preocupante que tenga sentimientos tan fuertes unos ratos sí y otros no.

El caso es que, como digo en el primer párrafo, no es una persona odiable. Más bien todo lo contrario. Pensándolo en frío he tenido mucha suerte de que a MiniP le tocara una profesora tan atenta y tan cariñosa. La he visto hablando con los niños, la he observado, y es increíble. Les presta toda su atención, les escucha y siempre les contesta a lo que le preguntan con la respuesta y la emoción que los peques esperan. Como es normal, los niños sienten adoración por ella. Sus caras cuando la miran son poemas, ni Pablo Neruda podría describir el sentimiento que se les refleja en el rostro a los pequeños. Se la comen con los ojos, y a besos y abrazos los más lanzados. Ella se deja querer por todos y a todos achucha por igual.

Y los niños la adoran.

Y ahí viene mi problema. Que la adoran como si fuera una diosa egipcia. Por lo menos MiniP.

Supongo que serán celos de madre. Tengo muchos. Mi bebé está creciendo, y está conociendo mundo. Y aunque es algo muy positivo que sepa que puede confiar y estar a salvo con más adultos aparte de su padre y su madre, a mi en el fondo me duele un poquito que quiera a otras. Suena mezquino, lo sé, pero ya he dicho que eran celos y los celos son mezquinos.

De todos modos esos celos aún los supero. El problema ha empezado este año, que MiniP habla más y me cuenta más cosas. Cuando me habla del cole todas sus frases empiezan con: SúperE (su profesora) ha dicho... SúperE ha hecho...

MiniP es un poco marisabidilla. Con sus cuatro añazos se cree que sabe más del mundo que yo, porque hasta lo que no sabe se lo inventa. Primero te lo pregunta. Pero si la respuesta no le satisface, te dice que eso no es así y te cuenta una milonga.

— Mamá, ¿por qué ese árbol está sin hojas?

— Porque es invierno y se le han caído todas.

— Nooo — ahí utiliza un tono que ya me pone de los nervios. — Las hojas se caen en otoño, que nos lo ha dicho SúperE.

— Y por eso ahora no tiene, cielo. — Suspiro.

Se queda pensando.

— Pues está sin hojas porque así le salen más luego — Y se queda tan ancha.

— Pues vale, cariño —. Admito mi derrota y tiro de ella para que siga andando.

SúperE está presente en cada discusión que tenemos. Si le escribo una palabra, está mal porque su profesora la escribe de otra manera. Si me pregunta cuánto son dos más dos, y le pongo los dedos para que cuente, también mal porque SúperE levanta el pulgar y yo el dedo índice. Si estamos en otoño, pero hace frío y MiniP dice que es invierno, por sus narices que es invierno ya que se lo ha dicho... ¿quién? Pues SúperE.

Pero lo más fuerte vino un día, mientras comíamos. Comemos ella y yo solas, todos los días, ya que Papá en Apuros come en su trabajo. Había pasado un mes o dos de su cumpleaños, pero MiniP está obsesionada, y quiere que todos los días sean su cumple, o por lo menos que no quede tanto. Todos los días se queja porque falta mucho.

— Mamá — se puso una mano en la cabeza — Me aburro de que no sea mi cumpleaños. ¿Cuánto falta?

— Uff, MiniP, aún falta mucho. Casi un año entero.

— Jopetas, yo quiero que sea ya noviembre.

— ¿Noviembre para qué, cariño?

— Pues para que sea mi cumpleaños.

Ahí la que se echó las manos en la cabeza fui yo.

— Cielo, tu cumpleaños es en agosto.

— Nooo — otra vez ese tono odioso en el que parece que dice la palabra no en dos tiempos: no o.

— Sí, cariño.

— ¡No! — ahí ya se estaba enfadando — Porque SúperE me ha dicho que mi cumpleaños es en noviembre.

Miré al techo, buscando inspiración en el gotelé.

— Cariño — intenté mantener la calma, no gritar o no reirme — tú naciste en agosto. Yo estaba allí, te lo aseguro, y SúperE no estaba.

— ¿Sí? ¿Estabas allí?

— Claro, cielo, antes de nacer tú estabas en mi barriga...

Mierda. Error.

— ¿Y cómo me metí ahí?

— Esto... uffff... Tú dile a SúperE que tu cumple es en agosto, anda...

Pero aún señalándole el grave error que SúperE había cometido, para ella sigue siendo una súperheroína. Claro que el error no habrá sido de su profesora, seguro que MiniP la entendió mal. SúperE es casi perfecta... Salvo cuando se equivoca...

Creo que debo guardar mis celos en otra parte...

martes, 17 de febrero de 2015

NOS4A2, de Joe Hill



Contraportada: Victoria McQueen tiene un don especial para encontrar cosas: una pulsera extraviada, una fotografía perdida, las respuestas a preguntas incontestables. Con su bicicleta puede atravesar un mágico puente que, en cuestión de momentos, la lleva adonde necesita ir, ya sea al otro lado de Massachusetts o al otro lado del país.

Charles Talent Manx también tiene su propio don: sabe manejar a los niños. Los lleva a dar un paseo en su Rolls-Royce de 1938 con la matrícula NOS4A2 (Nosferatu). Con su viejo coche puede salir sin problemas del mundo cotidiano hacia las carreteras ocultas que los transportarán al asombroso -y terrorífico- paraíso de la diversión que él llama «Chritmasland».


Y entonces llega el día en que Vic sale en busca de problemas... y encuentra a Manx.

Fui a la biblioteca en busca de un libro para el I Ciclo de Lectura de Emilia Pardo Bazán, y dando una vuelta por las estanterías me tropecé con este de Joe Hill. Mi mano actuó sola, antes de que me diera cuenta ya lo había cogido, y me lo estaba llevando a casa. Daba igual que tuviera un libro a medias, y que me hubiera comprometido a dos lecturas conjuntas, encontrarme con NOS4A2 fue cosa del destino, serendipia, y no pude evitar cogerlo y empezar a leerlo tan pronto como acabé mi anterior lectura.

Se me ocurre empezar la reseña con un refrán español, que soy yo muy refranera. "De casta le viene al galgo". Eso el lo que pensé al acabar el libro de Joe Hill. Eso, y que no andaba yo muy segura de que fuera del hijo y no del padre. Pero de los buenos años de King, porque estamos ante un novelón.

Ya me había gustado mucho Joe Hill con sus anteriores libros: El Traje del Hombre Muerto, Cuernos y la recopilación de relatos Fantasmas. Apuntaba ya maneras. Tiene un estilo muy del padre, una narración que se apoya más en los personajes que en la historia, que pese a ser de terror, este lo da más la psicología de los protagonistas que el simple hecho sobrenatural que nos acontece. Porque lo sobrenatural está ahí, es increíble pero cierto, y solo pensamos en ello cuando sucede. Cuando deja de suceder lo camuflamos en pesadillas, en invenciones de niña miedosa. Pero aún con un punto propio, era igual pero distinto, algún carácter del personaje, las descripciones menos abundantes, quizás. Pero leyendo NOS4A2 he pensado dos cosas: Joe Hill se ha superado y parece una novela de Stephen King.

La historia es muy de King, un personaje bueno que no lo es tanto que se enfrenta a un personaje malo, donde también hay matices, claro. El malo es malísimo, pero él cree que hace el bien. Y la buena vive su vida dando tumbos, y con algún que otro problema con la ley incluido. Pero la historia se sostiene, es muy sólida y no hace aguas en ningún momento. Te lleva de menos a más, te atrapa y te angustia en todo momento. Hasta llegar a un final insuperable. No cabría otro final, me ha parecido el justo y necesario para la historia.

Los personajes, todos y cada uno de ellos, geniales. Los dos protagonistas, aún simbolizando esa lucha eterna del bien contra el mal, no caen en estereotipos, más bien todo lo contrario. Los secundarios hacen un papel magistral, y hasta los de relleno, los extras, tienen consistencia.

Me he bebido las algo más de 700 páginas. Me han durado apenas nada, atrapada como estaba con la historia. Sin duda lo mejor hasta la fecha de Joe Hill, espero que no sea lo último.

viernes, 13 de febrero de 2015

Taller Literautas: Enero. Pájaro, jaula y sombrero

Comparto de nuevo mi aportación al taller literario de la página Literautas, si no lo conocéis y os gusta escribir pasaros por allí, es una página que ayuda mucho. Este año me propuse participar en todos los talleres, y quería compartirlos por aquí. 
El de enero era de temática libre, tan solo tenían que aparecer tres palabras: pájaro, jaula y sombrero. No sé por qué esto me hizo pensar en blanco y negro y surgió una historia de detectives. Creo que tengo que pulir el final, pero prefiero compartirla tal cual. Quien quiera es libre de opinar, lo único que pido, por favor, es que si os parece una mierda me digáis por qué (si no, no aprendo).

ROSA FIGUERAS, DETECTIVE

Entró en el despacho a oscuras, esquivó el enorme escritorio y se sentó en el sillón. En su sillón, el de él, aunque nunca más lo ocuparía. Reclinó la espalda y miró la puerta. En el cristal de la entrada se podía leer su nombre, Rosa Figueras, bajo el de Sam. Ahora tendría que borrarlo, ya no tenía sentido que estuviera allí, cuando Sam descansaba a dos metros bajo tierra.
Se incorporó y comenzó a quitarse las horquillas que sujetaban su sombrero una a una. Despacio. Si movía las manos el cerebro estaría ocupado y así retendría las lágrimas. Dejó el sombrero, negro, con un tul que caía sobre los ojos, junto al teléfono.
Su mano, casi con vida propia, se extendió hacia el auricular y lo descolgó. No sabía qué pretendía encontrar, pero tan solo la saludó el pitido de la línea vacía. Así se sentía ella. Vacía. Colgó el teléfono y apoyó la cabeza en las manos, con un suspiro.
Habían sido un gran equipo, Sam y ella. Detectives privados. La gente acudía por Sam, era la cara visible, el galante y guapo detective, pero en realidad tan solo era la fachada. Era ella, Rosa, quien llevaba los casos, quien investigaba y solucionaba la mayoría de ellos, pero nadie se fiaba de una mujer. Creían que era la ayudante de Sam, y que tan solo debería coger el teléfono y tomar notas. Le reprochaban a Sam que le dejara tanto espacio para ayudarle con las pistas, tanta libertad. Sam se encogía de hombros y se limitaba a contestar:
- Si ella es feliz.
Él asumía su papel de buen grado. Nunca se quejó, ni se le subieron los humos cuando empezaron a coger fama. Incluso la ayudaba cuando a Rosa le daban ataques de rabia y quería gritar al mundo que la inteligente, la que resolvía siempre los casos, era ella, la pobre y tonta mujer florero que no era tan tonta. Pero si lo hacía la sociedad que había creado con Sam se vendría abajo, y con él su sustento y lo que la mantenía viva.
Le encantaba su trabajo. No vio venir el peligro real que asumía al hacerlo. Había resuelto todo tipo de casos, desde buscar collares perdidos hasta asesinatos. Precisamente uno de éstos, un asesinato, le había costado la vida a Sam. Y tendría que haber sido ella. ¿Por qué no había sido ella?
La chica apareció muerta en el parque, desnuda, encerrada en una jaula para animales grandes. Las pistas les condujeron hasta un importante empresario del juego que no parecía tener todos sus negocios en limpio. La policía perdió pruebas, probablemente comprados con oro y putas. Pero ella no se rindió.
Sam la apoyó. Fue a buscar más pruebas, y la última vez que le vio con vida se despidió de ella con una medio sonrisa, y le dijo que estaba a punto de encontrar la prueba definitiva. Lo que acabaría con el empresario y su imperio de corrupción. La siguiente vez le vio tendido en el depósito de cadavéres, con una sábana blanca cubriéndole y un papel con sus datos colgando del dedo gordo de su pie.
Rosa se revolvió en la silla y miró el reloj. No tardaría mucho en aparecer. Abrió el cajón sin hacer ruido y sacó su arma, un pequeño revólver que manejaba a la perfección. Según cerró el tambor tras comprobar que estaba cargado, y amartillarlo, la puerta del despacho se abrió, lentamente.
Una figura grande, envuelta en un abrigo de pieles, entró despacio. Rosa alzó las cejas, no esperaba que fuera él en persona quien aparecería. Vio dos sombras más tras el cristal, en el pasillo. No le importó. Quería venganza, no pretendía sobrevivir a ella.
La figura oronda encendió la luz, y dio un respingo cuando la vio sentada en la silla. Su boca se abrió en una o perfectamente redonda, y no le dio tiempo a replicar más, Rosa no le dejó. Sonaron dos detonaciones y sendas flores rojas aparecieron en la pechera del abrigo.
- Te metiste con la chica equivocada - le dijo al moribundo, mientras subía las manos y apretaba las mandíbulas para enfrentarse a su propio final. Pero no llegó.
Los matones entraron corriendo, vieron a su jefe tirado en el suelo y la apuntaron con sus armas, pero la sirena de policía que sonaba a lo lejos los disuadió y huyeron.
Rosa sonrió. No esperaba que le saliera tan bien la jugada.

martes, 10 de febrero de 2015

Caraculo, de Pedro J. Domínguez



 
Contraportada: Trabajo en una oficina pero no soy Supermán. El traje me queda justo y la braga rojo me aprieta. Pero necesito volar. Quiero saber hasta dónde puede llegar un.. caraculo.

Oriol está en el bordillo de la azotea de su empresa vestido de Supermán. Ha decidido saltar al vacío porque está convencido de que su vida es una mierda. Es la tercera vez que intenta suicidarse. Su existencia se empezó a complicar cuando su compañía contrató a Karine, una atractiva francesa. Oriol, casado y en plena crisis de los cuarenta, quedó fascinado por ella y perdió las riendas. Pero esa solo fue la primera de una serie de malas decisiones que culminaron con el descubrimiento de que su mujer estaba teniendo una aventura. Después de todo eso no puede más que sentirse como todo un caraculo subido a una cornisa mientras sopesa por qué merece la pena dar un paso atrás.

Pedro J. Domínguez construye un relato sobre la crisis personal que casi todos sufrimos en algún momento de nuestra vida. En clave de fno humor, nos muestra que los seres humanos somos eternos soñadores y que lo único que no podemos conseguir es engañarnos a nosotros mismos.


Estoy conforme con todo el texto de la contraportada excepto en una cosa: no es fino humor. Humor sí, pero no fino. Lo siento, pero no. Es un humor basto y agrio, divertido, eso sí, pero más cerca de Benny Hill que de un monólogo de El Club de la Comedia.

Este libro me ha hecho pensar una cosa: ¿somos tan distintos, a la hora de reir, las mujeres y los hombres? Yo es que siempre he abogado por la igualdad, y esto de dividir los géneros me ha parecido absurdo, pero creo que tengo una prueba de que me equivocaba. Porque sí, el libro es gracioso, pero tampoco para descojonarse. Y hay cosas, la verdad, que no me han hecho ni pizca de gracia. A ver cómo lo explico.

Empiezo por el principio, por como me gusta analizar a mi los libros. Ya sabéis: narración, personajes, historia, y opinión personal.

Está narrado en primera persona, lo vemos todo desde el punto de vista de Oriol, que está en la azotea del edificio donde trabaja y se cuenta a sí mismo, como si estuviera escribiendo un libro, cómo ha llegado hasta allí. Pese a que es un tipo de narración que a mi en principio me cansa bastante, creo que aquí está muy acertado, pues tenemos acceso al subconsciente (dudo que Oriol tenga consciente) del personaje, y a su peculiar manera de ver las cosas. Aquí si veo el humor. Aunque ya digo que fino, fino, no.

Puesto que es una narración subjetiva, el tipo de lenguaje es el que usa Oriol, un cuarentón catalán que tiene un trabajo soso y aburrido. Aquí debo darle mi enhorabuena al autor, ha sabido darle muy bien la voz. De hecho me sorprendió que el autor fuera madrileño, no digo más. Algo que me ha sorprendido gratamente es que, en algunos puntos, había pasajes con metáforas o símiles muy literarios, que te daban un respiro de tanta normalidad. Esto me ha hecho sospechar que la calidad narrativa de Pedro J. Domínguez es mucho más de lo que muestra en este Caraculo.

Los personajes no son muy allá. Salvo darle una voz propia a Oriol, no ha conseguido profundizar en ninguno de ellos. Todos son caricaturescos, ignoro si es adrede o accidental, pero en cualquier caso a mi no me ha hecho mucha gracia. Aquí reside mi mayor protesta y mi mayor rechazo a la novela. De los tres personajes femeninos importantes que aparecen, no estoy conforme con el papel de ninguno. Según la visión de Oriol las mujeres somos unas aprovechadas y unas interesadas. Ninguna de las tres tiene calidad moral. Su mujer le pone los cuernos, su madre pasa de él y Karine... Bueno, Karine es la típica francesa que enseña el escote cuando le interesa. No me gusta esa visión tan negativa de las mujeres.

Para ser honesta es cierto que el papel de los hombres no es mucho mejor. Oriol es un pobre desgraciado que se intenta engañar a sí mismo. Y luego está su jefe, que es un caradura. Pero como que los veo menos estereotipados, quizás sea cuestión de mi visión femenina, no sé.

El caso no es tan grave como para no seguir el hilo de la historia, reirme en algunas partes y sobre todo compadecerme del pobre protagonista. Porque la trama está muy bien hilada. Es previsible, pero cada paso es consecuencia del anterior. Tampoco tengo la culpa de ver las cosas antes que Oriol, pobre hombre, que no se entera de nada...

La novela es una sátira de la crisis de la mediana edad (que la llamaban así antes), se lee muy rápido y hasta la disfrutas. Pero no deja huella ninguna. Para leer entre lecturas más pesadas viene genial, es casi el contragénero del chick lit.

Muchas gracias a la editorial Suma de Letras por haber tenido la generosidad de enviarmelo.

viernes, 6 de febrero de 2015

M.A.A: Mamás en Apuros Anónimas



A veces ocurren cosas que me hacen darme cuenta de que no soy, por fortuna, la única mamá en apuros del mundo. Ni de mi círculo cercano, si quiera. Y digo por fortuna por el dicho tan español de "mal de muchos, consuelo de tontos". Sí, sí, a mi llámame tonta y luego dame pan, o al revés, bueno, no sé, que ya me he liado.

El caso es que no me hace sentir tan mal, ni tan mala madre, el saber que hay madres por ahí que se sientes perdidas, e incluso por momentos derrotadas por mocosos y mocosas que apenas levantan dos palmos del suelo (como me pasa a mi a menudo). No te llegan a mirar a los ojos, pero te cogen del cuello y no te sueltan, los pequeños (cabrones) angelitos.

El tema viene por una mamá del cole, la mamá de MiniC, muy amiguita de MiniP. La pequeña MiniC es un encanto de niña. Encanto en el sentido de buena, tranquila, modosita: pues no. Es encantadora porque te saluda siempre, pregunta todo lo que quiere con una medio lengua que parece que tienes que descifrar élfico, pero que a ella le importa tres pepinos, ella te suelta una parrafada, deprisa, y tú te las apañas para entenderla. A veces miras a su madre, con cara de desesperación nivel exámen de latín de tercero de BUP (lo sé, soy una antigua) sin haber pegado palo al agua, para pedirle ayuda. Pero ella te devuelve la mirada de "si yo tampoco he estudiado" que te devolvían todas tus amigas en aquel fatídico examen (que, por cierto, yo siempre solía aprobar gracias a mi inventiva). El caso es que es muy pizpireta, muy inquieta, y le encanta investigar. Además, tiene mucho genio, todo lo contrario que la mía, a MiniC no la tose nadie. Ni niños ni adultos, con cuatro años tiene las cosas muy claras.

El otro día estaba su mamá que echaba chispas. Fue a la entrada de la extraescolar, por la tarde, y la mamá de MiniC estaba enfadada porque el último día de la extraescolar salió castigada, y ese mismo día también le llamaron la atención por algo que había hecho MiniC en clase. Cuando los niños se perdieron de vista (nos quedamos en la puerta hasta que ya entran en el aula, somos así de desconfiadas o tenemos poco que hacer, no lo sé bien), surgió la conversación.

- Es que estoy me tiene harta - manifestó la mamá de MiniC.

Y aquello fue el pistoletazo de salida. Éramos tres mamás más, y lo primero que hicimos fue recordarle que no estaba sola. Las típicas frases de "eso nos pasa a todas", "te entran ganas de estamparlas" (esta fui yo, que es que a veces no controlo mi vena sádica), "te tienen cogida la medida, que los niños son muy listos".

Hicimos corrillo, y en un momento soltamos todos los trucos de súper nanny que habíamos aprendido, cada una por nuestro lado.

- Es que, por más que grito, y que le doy en el culo, no consigo nada - se quejaba la mamá de MiniC.

- Pues prueba a no gritar.

- Sigue, sigue, eso me interesa. Que estoy ya desesperada.

Entre las tres le contamos el truco de ignorar. Cuando un niño llora, chilla y patalea, lo peor que puedes hacer es darle lo que quiere. Porque la siguiente vez va a chillar más alto, llorar más fuerte y patalear más tiempo. Cada una contamos nuestra experiencia, a las tres nos había funcionado. ¿Que grita? Pues que grite. Aunque tú por dentro lo que quieras hacer sea tirarla por la ventana (otra vez yo), respiras hondo, cuentas hasta diez, y le dices, con voz suave y calmada: "cuando te calmes, te haré caso". La primera vez no funcionará, seguirá llorando, pero cuando se de cuenta de que vas en serio, al final se callará. Y lo mejor es que la siguiente vez tardará mucho menos, porque ya tiene un valor de referencia, ya sabe que una vez lo dijiste y lo cumpliste. Funciona muy bien si consigues mantener la calma.

El problema es que no es nada fácil. Los pequeños te ponen a prueba una y mil veces, van pinchando hasta que descubren un punto débil y por ahí desgarran. Arrancan con uñas y dientes material blando, hasta que claudicas y entras en su juego. En cuanto consiguen sacarte de quicio, han ganado.

Gracias a esa pequeña reunión de Mamás en Apuros Anónimas (MAA) que formamos en un momento, convencimos a la mamá de MiniC. Dijo que iba a probar el método NO-GRITAR, a ver si haciendo algo distinto conseguía resultados. Nos dio las gracias, nosotras le quitamos importancia (¿Para qué está la MAA? Hoy por tí y mañana por mi) y cada una se fue para su casa.

A la mañana siguiente nos juntamos en el cole, para dejar a las peques. Lo primero que me dijo, como un yonki orgulloso de su desintoxicación:

- ¡Llevo sin gritar desde ayer!

- ¡Enhorabuena! - No tenía monedas conmemorativas para darle, como en Alcohólicos Anónimos. Es algo que estoy estudiando para otra vez.

- Oye, y lo mejor de todo es que... ¡Funciona! - se le iluminó la cara - Pero me cuesta...

Me alegré por ella, por MiniC, y no pude evitar un pellizco como de orgullo, por haber contribuido un poco, junto con otras mamás apuradas también, a su éxito.

Hay que poner en marcha el MAA, un grupo de apoyo para mamás, sostenido por las únicas que podemos comprenderlas: otras mamás apuradas. Monedas de premio conmemorativas en proceso de creación.
 
PD: Historia contada con permiso de la mamá de MiniC.