viernes, 29 de enero de 2016

Taller Literautas enero: El último beso



El uno de enero, como siempre, Literautas publicó su taller habitual. Para este mes incluye una ligera variación de la normativa, ya no recibes tres textos para comentar, sino que se publican todos y luego cada usuario comenta el que quiere. Para que ningún texto se quede sin comentarios, recomiendan comentar los tres siguientes al tuyo.

El lema de enero era que llevara como título El último beso. Como reto opcional, podría estar escrito con un narrador testigo. Me devané los sesos para que se me ocurriera un argumento, inicié un texto varias veces y lo dejé otras tantas porque no me llevaba a ningún sitio. Finalmente algo salió, con su narrador testigo y todo, con bastante tiempo de antelación. Como tenía tiempo, lo dejé ahí, en su carpetita del ordenador, tan calentito... Y al final se me pasó la fecha. 

Casi lloro de la rabia que me dio. 

He decidido que los últimos viernes de cada mes compartiré por aquí mi aportación al taller de Literautas, de momento aquí os dejo el de enero, agradeceré cualquier comentario, tanto si os ha gustado como si os ha horrorizado... Me ha costado entenderlo pero con las críticas es con lo que más aprendo. 



EL ÚLTIMO BESO 

Fui a escoger un libro de mi biblioteca personal. La lectura es de los pocos vicios que me quedan, a mi edad los que no te ha quitado el médico lo ha hecho tu familia. 

Pasé los dedos por el lomo de los libros, sintiendo el contacto con el papel, como si las palabras se pudieran transmitir a través del tacto. Me paralicé cuando toqué aquel libro. Precisamente aquel. El Ulises de Joyce, el único de mi biblioteca que jamás había leído. Lo intenté en una época convulsa, y lo llevaba encima aquel fatídico día. Desde entonces no lo volví a tocar. 

Lo cogí, con los dedos temblorosos. Creí haberlo perdido en alguna mudanza, hacía años que no pensaba en él. Probablemente en la última limpieza de desván mi hija lo encontró y lo colocó con los demás libros. 

Lo hojeé, buscando su secreto. Enseguida lo encontré, una fotografía en blanco y negro con las esquinas amarilleadas. Desde la lámina plastificada dos rostros jóvenes se miraban el uno al otro. Merce y Juan, los que habían sido mis mejores amigos, en la última fotografía de sus vidas. Y fui yo quien la sacó. 

Éramos jóvenes e impulsivos. Teníamos unos ideales y teníamos las ganas y las fuerzas para defenderlos. En aquella época eso era delito, y lo acabamos pagando con creces. 

Nos conocimos los tres en el instituto, y desde el primer día fuimos inseparables. Por supuesto, ambos chicos nos colamos por ella irremediablemente. Era imposible no enamorarse, era perfecta. Guapa, inteligente, dulce. Adelantada a su época, era una feminista convencida y convincente. Nos llevó a los dos a su terreno. 

Pero su debilidad siempre fue Juan. Y yo lo supe desde la primera vez que se miraron a los ojos, por lo que me retiré a un discreto segundo plano. Eso no impidió que entre los tres surgiera una amistad que duró toda su corta vida. 

Cuando cumplimos los dieciocho empezaron a salir oficialmente. A veces iban ellos solos, pero la gran mayoría del tiempo éramos tres, con lo que la gente empezó a murmurar. No nos importó, éramos felices así. Entre ellos se amaban físicamente, los tres nos amábamos platónicamente. 

Con la mayoría de edad también maduraron nuestras inquietudes políticas. En la universidad nos unimos a grupos clandestinos de protestas. Creíamos firmemente en que había que derrocar el régimen que impuso la guerra y estábamos dispuestos a jugarnos la vida para recuperar la libertad. 

A estas alturas de mi vida me pregunto si hubiéramos estado tan seguros de saber lo que el destino nos deparaba. Probablemente sí. 

Aquel día teníamos prevista una protesta pacífica frente a la universidad. El ambiente era más festivo que guerrero, las últimas manifestaciones habían sido un éxito, la policía no había hecho nada. Los tres estábamos nerviosos y excitados, pero muy emocionados; Juan portaba una pancarta y Mercedes tenía unas cuartillas para repartir. Yo llevaba mi cámara. 

Antes de que empezara todo, entre risas, les dije que se besaran para hacerles una foto. Eran una pareja espectacular y me encantaba fotografiarles. Por supuesto, accedieron, se besaron y les saqué una ráfaga. Fue el último beso que se dieron. 

A los cinco minutos escuchamos voces, la gente se alteró, y de repente la protesta pacífica se convirtió en un caos. Los policías habían empezado a cargar y cada uno intentó salvarse por su lado. Los tres huimos hacia el mismo lugar, pero yo me agaché tras una columna para sacar fotografías de la carga. 

Merce y Juan corrían de la mano cuando les alcanzó un antidisturbios. Sin piedad levantó la porra y golpeó, acertándole de lleno a Mercedes en la cabeza, que cayó al suelo, inmóvil. Enseguida se formó un charco de sangre en el suelo, los panfletos habían volado y algunos se posaban suavemente, tiñéndose de rojo. Juan se enfrentó al policía, cegado de furia, le atacó con la pancarta, y se llevó dos tiros en el pecho. 

Jamás olvidaré sus cuerpos tirados en el suelo, cubiertos de sangre. 

Cuando revelé las fotografías tan solo conservé una de ellos dos, una en la que no se besaban. Las otras las repartí para enterrarlas con ellos. Las de la carga policial fueron las que me consagraron como periodista gráfico. 

Devolví la foto a su tumba de papel, y, enjuagándome las lágrimas, escondí el libro entre los ejemplares de la estantería. Salí de la biblioteca con las manos vacías, los recuerdos me habían quitado las ganas de lectura.

miércoles, 27 de enero de 2016

Reto Keep Calm and Read in English... 2016




Soy una persona perseverante. Sí, lo reconozco. Persevero y persevero aunque no siempre los resultados son totalmente satisfactorios. 

Por suerte, en el tema del reto Keep Calm and Read in English, aunque no lo consiga siempre acaba siendo positivo. En el primer año creo que conseguí tres o cuatro lecturas, y algunas de ellas libros de nivel. En la segunda ocasión, el año pasado, llegué a seis, todos ellos libros originales, y alguno de ellos, además, bien gordote…

Pues bien, no conseguí el reto, pero lejos de estar triste, lo cierto es que estoy muy contenta con los resultados. Leer en inglés me supone gran dificultad, ya que yo tengo el típico nivel medio español, pero cada lectura supone un esfuerzo menos, un entendimiento más, y la acabo mucho más satisfecha que la anterior. 

Por desgracia este año Isi, la que lo organiza siempre, tiene problemas de agenda y no podrá ocuparse del reto, pero Dsdemona se ha ofrecido desinteresadamente a organizarlo ella desde su blog, iniciativa que hemos aplaudido más de una bloguera, que ya veíamos que tendríamos que hacer el reto en solitario.

Esta entrada será recopilatoria, iré enlazando aquí las reseñas de las lecturas en inglés, para tenerlo todo más a mano. Esto para mi supone una novedad, nunca he sido tan organizada, pero intentaré mantenerlo a lo largo del año.

Ya tengo elegida la primera lectura para este año, que caerá después de la de ahora mismo. De modo que solo queda dar inicio… ¡Ánimo y feliz reto!

lunes, 25 de enero de 2016

El restaurante del fin del mundo, Douglas Adams




Sinopsis (Casa del Libro): Armados de la Guía del autoestopista galáctico, los protagonistas del libro más divertido que se recuerda continúan sus disparatadas aventuras, que les conducirán al asombroso Restaurante del fin del mundo. Douglas Adams vuelve a explorar las posibilidades hilarantes de la ciencia ficción, pero tomando también como base la tradición del humor de Lewis Carroll, que le permite inventar espacios impensables, objetos charlatanes y paisajes pintorescamente absurdos.

Este es el primer libro que leí en el año, aunque lo empecé antes de que acabara 2015. No estaba yo muy animada, las navidades en lugar de ponerme alegre, cada año me ponen de un humor más extraño, mezcla de tristeza, apatía y desgana, y elegí esta novela para ver si conseguía levantarme un poco el ánimo. Casi lo consigue, pero no.

El Restaurante del Fin del Mundo va en la línea de la Guía del Autoestopista Galáctico, con un humor terriblemente inglés y, por lo tanto, absurdo. Soy completamente fan de este tipo de humor, y mentiría si dijera que no me ha hecho gracia, pero supongo que la parte gris de mi ánimo ganó y lo leí con esa apatía de que hice gala en las vacaciones.

También se nota que es una segunda parte, en la que continúan las aventuras de los primeros protagonistas de la Guía, pero como que pierde un poco de chispa. Los personajes son todos hilarantes, cada uno en su propio rol, pero el que más me gusta, con diferencia, es el robot depresivo. Es genial. También han aparecido unos ascensores que no tenían mucho ánimo de obediencia, ya que podían ver el futuro… Hilarante, como digo.

No me ayudó en mi apatía el hecho de que fueran a un restaurante que contempla una y otra vez el final del Universo, ya que es un asunto que me atormenta desde que era pequeña, pero creo que al final lo conseguí superar gracias al sentido del humor del autor.

Este año me he propuesto terminar la serie. Afortunadamente mi humor sombrío se desvaneció después del día de Reyes (los regalos hacen milagros), por lo que tengo la esperanza de disfrutar más de ese humor inglés que me gusta tanto en los siguientes libros.

De todos modos, es un imprescindible para los que gustan del humor del tipo Wilt, o los Monty Pyton.

viernes, 22 de enero de 2016

Mamá en Apuros: De bicicletas y uvas



Pues parece que las vacaciones de Navidad me han dado para más de una entrada. Con esta, concretamente, las he estirado para tres. Y yo que creía que no habíamos hecho nada…

Tuve vacaciones toda la semana de Nochebuena, aunque las cogí pensando que MiniP no tendría cole, y resultó que mi gozo en un pozo, pues acabaron el día de la lotería. Por suerte me sirvió para pasar a la fiesta que hicieron, y con este ya he tenido la suerte los tres años de infantil. El caso es que MiniP cayó pachucha esa semana, y yo estaba tan cansada, que nos pasamos todos los días (salvo los festivos, que tuvimos que ir a otras casas) tiradas en el sofá sin hacer nada.

Esto lo pagué el siguiente lunes, por supuesto, porque en cuanto recuperé la rutina de trabajar todos los músculos de mi cuerpo se quejaron, y decidí que no podíamos seguir así. 

El día 30, como la peque ya estaba mejor, hicimos un súper plan: salir los tres con la bici. MiniP se mostró entusiasmada, y por eso, justo después de comer, nos preparamos y salimos, no fuera a ser que se nos hiciera de noche. Y ahí comenzó nuestra aventura.

Escogimos el camino que menos carreteras hubiera que cruzar y nos fuimos hasta un parque que tenemos por aquí preparado para que la gente corra o monte en bici por él. Tiene dos caminos que van juntos, uno asfaltado y otro con tierra, que hacen un circuito circular de algo menos de un kilómetro. Una vez allí dimos tres vueltas y nos volvimos.

Pero yo soy una madre histérica, lo reconozco. Una de las bajadas discurre junto a un terraplén lleno de pinos que acaba en una carretera, y cada vez que MiniP se tiraba como una kamikaze cuesta abajo yo no podía evitar verla caerse y acabar en la carretera, golpeándose previamente entre los pinos como una bola de pingball. Lo de ser madre, algo macabra desde pequeña, y tener una imaginación casi fotográfica no es buena combinación, ya lo digo.

Cuando terminamos de dar las vueltas y enfilamos el camino a casa creí que mi suplicio se había terminado, pero no. Papá en Apuros tuvo la feliz idea de dar un pequeño rodeo… ¡por la carretera! No me lo podía creer, mi corazón iba a mil por hora, y cuando vi salir un coche de una calle lateral y ponerse detrás nuestro casi me da un ataque. Por suerte MiniP es más eficaz que su madre, y en cuanto vio oportunidad se echó a un lado y se paró. En ese momento cruzamos a un parque y ya sí, mi suplicio terminó. Seguimos el trayecto por vías peatonales, cruzando en el paso de cebra desmontados de la bici.

La pequeña excursión nos llevó menos tiempo del que creíamos, y volvimos justo a tiempo para asistir a las Chucheuvas. Un evento que organizó el ayuntamiento, en el que, a las siete de la tarde, haríamos una simulación de la Nochevieja. Con chuches en lugar de con uvas (por eso el nombre).


Hubo música, ambientación, y no hacía mucho frío. Nos juntamos con una amiguita de MiniP, y bailamos un poco en la plaza. Bueno, bailamos MiniP y yo mientras Papá en Apuros nos miraba como si no nos conociera. A las siete dieron doce campanazos (que apenas se escucharon), nos comimos las chuches y nos fuimos a casa, felices y contentas.

Una vez en el calor del hogar, nos cambiamos de ropa. Papá en Apuros fue directo a la habitación, MiniP fue corriendo a la suya a por un peluche, y yo iba a entrar al baño cuando la escuché gritar. Aún no habían acabado las emociones.

No fue un simple grito, no, sino una mezcla de grito de pavor con llanto. Preocupada me acerqué a su habitación, iba a pasar, pero me paré en seco. MiniP se encontraba a los pies de su cama, señalando algo con la mano y lloriqueando. Ese algo era lo que me impedía a mi pasar: una araña colgaba del vano de su puerta, algo por debajo de la línea de mis ojos y bajando. 

Respiré hondo e intenté tranquilizarla con palabras dulces. Pero no era capaz de pasar, por lo que MiniP seguía lloriqueando. Imagino que pensaría que si no pasaba nada, a ver por qué no estaba yo con ella al otro lado de la araña.

Papá en Apuros salió de nuestro dormitorio, con el paso tranquilo, andando como John Wayne en mitad de un pueblo del Lejano Oeste, diciendo en tono impaciente:

- A ver… ¿Qué pasa?

MiniP y yo, ella sollozando, yo sin arrimarme, señalamos al problema. 

- Bah – Papá en Apuros le quitó importancia- ¿Por esto tanto escándalo?

Y después de lo que nos pareció una eternidad, se quitó la zapatilla y la mató.

Pasé a la habitación a consolar a la peque. La abracé y la escuché las ochocientas veces que repitió lo grande, negra y fea que era la araña. Tampoco podía hacer mucho más, salvo sentirme culpable (las madres somos especialistas en sentirnos culpables) por haberle cedido en herencia mi miedo cerval a las arañas.

- Anda, que… Si no llego a estar yo, a ver qué habíais hecho… 

Miré a Papá en Apuros y me encogí de hombros.

- Pues habría cogido el aspirador y la habría aspirado.

No sería la primera vez que me deshago así de un bicho…

Afortunadamente, fue la última emoción del día.


miércoles, 20 de enero de 2016

Miércoles Musicales: Enigma



Cuando tenía 17 años descubrí los cantos gregorianos y me encantaron. Me los ponía para dormir, porque en una casa donde vivíamos 5 personas era complicado estar en silencio, así que me ayudaba a aislarme. También es verdad que tenía una pequeña obsesión con los monjes, con su hábito marrón con capucha, me parecían místicos y misteriosos.

Pero el canto gregoriano como tal es un tanto peñazo, reconozcámoslo, por eso cuando descubrí a Enigma me cautivó. Mezclaron el canto medieval de los monjes con base electrónica, no demasiado electrónica, y me pasé a ellos olvidando los originales. 

Me lo ponía para escribir, para dormir y hasta para leer, para crearme una atmósfera en la que abstraerme de mi siempre ruidosa realidad. 

Luego estuve un tiempo que los olvidé, ya que conseguí silencio en mi vida (me fui a vivir con mi marido y pasaba muchas horas sola, además de que abandoné la escritura un tiempo), y no fue hasta hace poco que me volví a acordarme de ellos.

He cogido la costumbre de sentarme a escribir todos los días, y con el fantástico ordenador que tengo, me pongo spotify mientras lo hago. Me vuelve a ayudar a concentrarme. 

Por eso quería compartir aquí con vosotros los cantos gregorianos... ¡Que no! Eso lo dejo para quien le apetezca. Dejo un vídeo de Enigma, ese grupo que unificó el gregoriano con lo moderno y que triunfó con ello.

Espero que os guste.



lunes, 18 de enero de 2016

Neurogénesis de Lluvia Beltrán




Sinopsis (contraportada): “Me miro al espejo y no consigo recordar quién es esa mujer que me observa. ¿Cómo he llegado hasta aquí?, ¿cuál es mi historia?, ¿por qué no consigo deshacerme de este maldito dolor de cabeza?”
Muchas preguntas sin responder en una sociedad decrépita y desesperanzada. Un gobierno con mucho que ocultar. Un hombre que lucha contra sus propios demonios y no quiere olvidar, y una mujer con mucha fuerza y ganas de recordar.
Pasado y presente son piezas clave en esta novela distópica que nos muestra un futuro enfermo demasiado real.


Lo que me gusta a mí una distopía. Me encanta. Por eso cuando leí la reseña de Mónica en su blog de este libro me atrajo mucho. Poco después hizo un sorteo, y tuve la enorme suerte de que me tocara, a mí, que nunca me toca nada. Qué suerte.

La historia está ambientada en un futuro no muy lejano, en el que el gobierno ha conseguido privatizar la sanidad, con lo que tan solo unos pocos privilegiados tienen la capacidad de pagarse los servicios médicos. La protagonista, que no recuerda nada de su pasado, vive en unos edificios administrados por una ong internacional, en el guetto de la ciudad. Un barrio solo para tocados, para los infelices que no tienen con qué pagarse la sanidad y que malviven con la caridad del estado que les da medicamentos con su tarjeta sanitaria. 

He de decir que la historia me ha gustado. Incluso me ha enganchado hasta cierto punto, pero no estoy para nada de acuerdo con la reseña que hizo Mónica. Para mí gusto la novela me ha resultado un fiasco. Por supuesto, tengo mis razones, y remarco que lo mío es opinión personal.

El estilo narrativo no me ha gustado nada. Me costó concentrarme en la historia y meterme en ella, empatizar, porque no me gustaba cómo estaba escrito. Por una parte se abusan de las comas. La autora construye frases muy largas, y donde para mí debería haber un punto y aparte, ella ponía comas. Un ejemplo de ello, además, está en la contraportada. La protagonista tiene un monólogo interior y se pregunta varias cuestiones. En lugar de dejarlas separadas con los signos de interrogación, que ya lleva su punto incluido, y tratarlas como distintas sentencias, las separa con comas, con lo que hace que pertenezcan a un mismo párrafo interminable. A lo largo de la novela esto se repite, siendo prácticamente una marca de la casa, por así decirlo.

Por otra parte, los narradores escogidos. Hay dos voces narrativas fuertes: un narrador en primera persona, que es la mujer protagonista, y un narrador semiomnisciente que va cambiando la subjetividad según el personaje que le toque contar la historia. Esto me parece un acierto y algo positivo, ya que le da ligereza a la lectura, pero no he encontrado diferencia en el tono cuando hablaban unos u otra. Para mi gusto, y en mi cabeza (reitero que es opinión personal), sonaba todo igual. 
Es ver una cámara y se tiene que poner enmedio...


La historia, ya digo, me ha gustado, aunque flojea en la profundidad. Los personajes están bien construidos, pero no actúan siempre con coherencia. No sé si voy a ser capaz de explicarme como quiero en este punto, pero lo voy a intentar. No me refiero a que te sorprendan, porque la autora juega a esconder cosas e ir descubriéndolas poco a poco, con muy buena maña, debo decir, pero hay reacciones y decisiones de los personajes que me sorprenden mucho, porque no tienen sentido con lo que sé de ellos, ni con lo que he sabido una vez terminada la novela. No puedo especificar más. Es como si les faltara base o no la tuvieran en absoluto. 

Y sin embargo he llegado a leer el libro entero. En ningún momento he tenido tentación de dejarlo a la mitad, y esto se debe a que la autora es una gran maestra del misterio. Empezamos sabiendo nada, y poco a poco, a la par que la protagonista, vamos descubriendo el pasado de ésta, especulando siempre y casi nunca acertando. Los capítulos estaban distribuidos de tal manera que cada uno era una pieza distinta de un puzle, y poco a poco ibas encontrando las que casaban junto a las que tenías, para acabar haciéndote la idea general del dibujo que escondían.

Por todo lo que he contado, al final ha sido una lectura que ni fú ni fa. La historia no ha estado mal, pero había demasiados elementos que no me han gustado para que la disfrutara del todo.





viernes, 15 de enero de 2016

Mamá en Apuros: Museo del Ferrocarril



Las vacaciones navideñas son algo extraño, como ya dije en mi anterior post. Cuando era pequeña y estaba en el colegio se me hacían larguísimas: horas y horas por delante que llenar leyendo, viendo la tele y cenando con la familia. Eran las mismas tres semanas que son ahora (quizás incluso algo más, que me da la sensación de que cada vez quitan más vacaciones a los pobres niños), pero se me hacían eternas.

Acababan, como ahora, con Reyes. Después del día de Reyes tenías otro día para jugar y ya al cole. Entiendo que muchos padres de hoy día (incluso por aquel entonces ya conocía casos) se pasen a Papá Noel. Llega antes, con lo que tienes más tiempo para jugar con lo que te trajeran. Pero como yo he nacido en una familia muy práctica, además de obrera, mis Reyes aprovechaban para traerme material escolar que necesitaba, con lo que lo estrenaba el primer día de cole. Siempre he sido una niña muy rara, y ahora de mayor lo sigo siendo (de hecho, con los años me he vuelto aún más rara), y lejos de disgustarme con los regalos prácticos, me encantaban. Y los llevaba muy orgullosa al colegio, que, por otro lado, siempre me ha encantado. Los niños con los que compartía clase no siempre, pero la rutina del colegio y el aprender siempre ha sido algo que me ha apasionado. 

Ya que estamos confesando, lo diré: me encantan las matemáticas. Hala, ya lo he dicho. Era feliz haciendo problemas, entre números siempre me sentí a gusto, quizás porque todo tenía sentido. Desde aquí doy gracias a mi querida profesora Lucía, fallecida hace algunos años. Gracias a ella, y a Miguel, soy quien soy hoy.

Voy a centrarme porque me pierdo.

El caso, decía, que antes se me hacían eternas las vacaciones de Navidad. Y ahora pasan en un suspiro. Pero no es del todo así, porque pasan muy rápido, los días como montados en el AVE, porque los llenamos de cosas que hacer.

Nosotros no quisimos ser menos y llenamos la agenda de eventos para hacer con MiniP, que es el centro de todo. El problema es que tenemos dos cumpleaños de familiares directos en estas tres semanas (mi sobrino el pequeño, MiniA y mi cuñado, alias el Titi), que si las unes a las dos cenas y las dos comidas más el desayuno y posterior comida y postre de Reyes, al final días libres tienes tres. De modo que de todos los planes que teníamos cumplimos tan solo con un par de ellos.

El primer sábado de cada mes organizan en Madrid la feria del juguete antiguo. Este mes cayó el día 2, y lo hicieron en el Museo del Ferrocarril. Trenes y juguetes antiguos, decidimos que eran una buena combinación y allí que fuimos.

La cara de felicidad de MiniP al montar en el tren era un poema en sí misma. No sé qué tienen los trenes, quizá sea porque no viaja a menudo en ellos, pero es que le encantan. Aunque se pasó la casi media hora de trayecto diciendo: “me aburro”, que parecía que en vez de cinco años era ya una adolescente. Esta niña no sabe aburrirse y creo que eso es un problema, aunque puede ser que el problema lo tenga yo, que no tengo mucha paciencia tampoco (al menos tengo algo, su padre no tiene nada de nada).

Llegamos al sitio, y cómo no, hay cola para entrar. Todos los niños sin cole y todos los padres (o adultos encargados) haciendo planes para entretenerlos. Y lo malo es que parece que hacemos todos los mismos planes los mismos días a la misma hora.

En ello estaba pensando cuando la cola avanzó poco a poco. Ya estábamos más cerca de un ángulo en 90º que hacía la fila para entrar, miro al frente, observando el edificio, imponente, la locomotora de vapor que tienen fuera, una señora con un pelo rizado que se parece al de mi prim…

- ¡No me lo puedo creer! – Le grito a mi marido.

- ¿Qué? ¿Qué pasa ahora? – Me contesta un poco asustado por mi pronto.

- ¡Mi prima!

Efectivamente, no es que el pelo de la señora (perdóname, prima, por haberte llamado señora, pero es que ya vamos teniendo una edad… Ay, perdóname por eso también…) fuera como el de mi prima. Es que era el de mi prima, que había decidido hacer los mismos planes con sus sobrinos, el mismo día y a la misma hora.

Las dos pequeñas, que se llevan apenas unos meses, estaban encantadas de haberse visto. Me quedé con ellas en un taller de Chunggintown que había, donde podían colorear y jugar con los trenes y pistas de juguetes, mientras mi prima con su sobrino el mayor daba una vuelta por el mercadillo. También le di licencia a Papá en Apuros.


Y así pasamos la mañana, ellas súper entretenidas y yo maldiciendo por no haberme llevado un libro, o porque al menos me gustara pintar, pero es que colorear el dibujo de un tren no me llamaba nada. Afortunadamente, cuando ya iba a cortarme las venas con una vía de plástico, llegaron tanto mi prima como Papá en apuros y me salvaron la vida.

Después dimos una vuelta por el museo, pero no se podían ver bien los trenes, con tanta gente pululando, de modo que nos fuimos.

La segunda parte del plan consistía en ir hasta la Plaza Mayor, comer por allí un bocadillo de calamares, y ver los puestos. Llegamos a Sol y si en el museo del Ferrocarril había gente, en la puerta del Sol no se podía ni pasar. Una no está acostumbrada a estas aglomeraciones, de modo que cogí fuerte la mano de mi hija, con el peligro de que la perdiera por falta de riego, y salimos a pasear. 

Pero hay algo que MiniP odia por encima de todas las cosas: las personas disfrazadas de muñecos de dibujos animados. Y por la Puerta del Sol eran legión. Le dan un pavor absoluto, y cada vez que veía uno con ligera intención de acercarse, se soltaba de la mano y se escondía detrás nuestro. Al final Papá en Apuros la tuvo que subir a hombros porque si no la íbamos a acabar perdiendo. (Eso es cosa mía, que ya la veía aplastada por una turba humana).

Comimos de pie en un burriquín cualquiera, porque los bares de calamares estaban a rebosar, y partimos a la plaza. Pero, como pueblerinos que somos, no caímos en que los puestos cierran al medio día, y no vuelven a abrir hasta las seis de la tarde. Con nuestro gozo en un pozo decidimos volvernos por donde habíamos venido, que ya habíamos tenido baño de masas como para un año.

En el tren de vuelta MiniP nos contó que lo mejor del día había sido ver a su prima cuarta (aún no tiene controlado lo del parentesco, y dice lo primero que se le ocurre) MiniD, y nos repitió hasta la extenuación que se aburría.

Pero la cara de felicidad no se le quitó ni con el aburrimiento.

miércoles, 13 de enero de 2016

Miércoles Musicales: David Bowie



La primera vez que vi a David Bowie fue en la tele. Hacía de malo en una película y me dio muchísimo miedo. Tenía el pelo cardado y rubio, y muy raro y era Rey del mundo de los duendes. Hablo, como muchos ya sabrán, de Dentro del Laberinto.


Aunque por aquel entonces yo era muy pequeña (la película se estrenó en 1986, aunque la viera algún año más tarde, tendría como mucho 9 o 10 años), la verdadera fan era mi hermana mayor, que la vio en el cine (no soy capaz de recordar si yo la vi con ella o ya la vi en la tele). Sí me acuerdo de haberla visto en la televisión, de hecho se convirtió en una película de culto en mi casa. Luego ya descubrí que no fue solo en mi casa, pero eso vino con los años.

No he sido nunca muy fan de Bowie, la verdad. No tengo sus discos. Me sé algunas canciones, las más famosas, pero tampoco le vi en concierto. Sin embargo, desde que me marcara su actuación en la película, le he tenido un cariño especial. Su papel de Rey Jareth se me grabó a fuego en la memoria, de tal manera que para mi siempre fue el malo de Dentro del Laberinto. 


Lo que es indudable, te gustara o no su música, es que fue un genio. Uno de esos artistas que lo cambian todo, que se atreven con todo sin miedo al fracaso.

El lunes amanecimos con la noticia, y no pude evitar sentirme un poco huérfana, porque mi Rey Jareth, el que se llevaba a un bebé si decías las palabras correctas, el que perdió el duelo frente a la niña morena de pelo larguísimo, se ha ido siguiendo su camino a las estrellas.

Desde aquí mi sentido homenaje.

Descanse en paz, majestad.


lunes, 11 de enero de 2016

El Curioso Mundo de Calpurnia Tate, Jacquelline Kelly



Sinopsis (Amazon): La primavera se transformó lentamente en verano, con su inevitable calor aplastante y nuestras inevitables quejas a cuenta de ello. Viola decía que hacía tanto calor que las gallinas estaban poniendo huevos duros. Yo me quejaba menos que los demás porque a mediodía me escabullía con frecuencia al río, mientras que ellos preferían refugiarse en sus habitaciones, con los postigos cerrados, y echar una siesta agitada y sudorosa. Como no tenía traje de baño, me desnudaba hasta quedarme en camisola y flotaba de espaldas sobre los suaves remolinos, contemplando las nubes del cielo, en cuyas siluetas buscaba escenas y formas curiosas: ahí había una tienda india; allí, un ardillón bailando; allá, un dragón echando humo.

Calpurnia, Callie Vee, está decidida a pasar el año 1900 ampliando conocimientos sobre naturaleza con su excéntrico abuelo, uno de los últimos grandes caballeros aficionados a las ciencias de la naturaleza. Pero sus vidas se verán alteradas por un devastador huracán. Calpurnia y su joven hermano, Travis, ayudarán a un veterinario refugiado en su trabajo. Asimismo, adoptarán un armadillo, un mapache y una urraca, y descubrirán que ninguno de ellos es un buen animal doméstico. El veterinario Pritzker acabará por ceder y permitirá que Callie le acompañe en sus rondas, pero cuando ella anuncia a su familia que quiere ser veterinaria, la respuesta que recibe es un rotundo «no». Pese a ello, su familia tendrá la oportunidad de cambiar de parecer cuando Callie salve la vida de la oveja —ganadora de varios premios— de su madre. ¿Y quién se entrometerá en su camino, ahora que Callie es una chica independiente?

Esta es otra de las geniales novedades que trajeron a la biblioteca. Me la encontré en el mostrador y no me pude resistir a esta niñita curiosa que ya me cautivó en su primera entrega.

Calpurnia no lo tiene fácil, no. Ha entrado en un nuevo siglo, y sigue siendo ayudante de su abuelo, pero su madre sigue empeñada en que aprenda los oficios a los que están destinadas las mujeres. Para empeorarlo reciben la visita de su prima, acogida temporalmente debido a que una enorme tormenta ha devastado su hogar, que es la perfección hecha jovencita, según su propia madre.

Como ya ocurrió en la primera entrega, la ambientación es genial. Es una lectura que te traslada al recién estrenado siglo XX, con las cosas que están por venir, y con la que te ríes y emocionas. Me han encantado sus personajes. De Callie Vee ya me enamoré en su momento, y de su hermano pequeño Travis. He odiado a la prima Aggie y a la madre de Calpurnia.

La narración en primera persona ayuda a identificarse con la protagonista, pero es su carisma y su ingenio el que hace que te enamores del todo.

Pero esta novela me ha parecido, también, un canto feminista. En la primera parte ya se iban sentando las bases, pero esta segunda entrega se hace mucho más evidente. No solo gracias a Calpurnia, sino también a las demás mujeres de la historia -Viola, su madre, su prima Aggie, su amiga- se hace una radiografía del papel de la mujer en aquella época. Que no era muy favorable, tengo que decir.

Y Calpurnia se niega a ese papel secundario que le quiere deparar la sociedad. No entiende, y con razón debo añadir, por qué por el simple hecho de haber nacido mujer le son negadas cosas que sus hermanos tienen sin necesidad de esforzarse. No la dejan estudiar, pese a que es la más inteligente de sus hermanos. Esto, que hoy día parecería absurdo, pasaba no hace mucho tiempo atrás, y aún ha dejado vestigios que nos está costando mucho eliminar. Por desgracia los he vivido en mis carnes, en mi infancia (no lo de no dejarme estudiar, pero había muchas cosas que no me dejaban hacer porque era un niña, y que habría podido hacer de ser un niño), y aunque la infancia de mi hija afortunadamente es bastante distinta a la mía en ese aspecto, aún queda camino por recorrer.

Mi querido gato tiene afán de protagonismo

Y, ojo, este camino lo debemos recorrer en los dos sentidos. No puede ser que se ningunee a una mujer por serlo, que se espere de ella que sea sumisa, hermosa y callada (sobre todo callada), pero tampoco se debe esperar de un hombre que siempre sea fuerte, imperturbable y que no llore nunca.

En fin, que la novela es una delicia, que no solo te conquista por la narrativa y por la historia, también lo hace con el poso que deja tras su lectura. Recomendado, sin duda.

viernes, 8 de enero de 2016

Mamá en apuros: Fiestas Navideñas



Las fiestas navideñas son como una apisonadora. Estás tan tranquila, llevando a la niña al cole, haciendo deberes, emocionándote porque MiniP ya va leyendo, buscando el disfraz para la función de Navidad. Pero con tranquilidad, que es el día 18 y hasta el 22 todavía tienen cole. 

Y cuando te quieres dar cuenta es día 23, víspera de Nochebuena, y tú sin depilar. Ni haber adelgazado un solo gramo, que así los vestidos tan monos que tengo colgados en el armario no me van a caber. Y en un día no me da tiempo a hacer ninguna dieta milagro, además para qué, si lo que voy a perder lo voy a volver a engordar automáticamente durante la cena, con el peligro de que me explote el vestido y me quede delante de toda la familia en paños menores. Y, lo que es peor, enseñando las lorzas. 

Menos mal que no salimos a ningún lugar en especial ninguna de las dos noches. A casa de los suegros una y de mi madre la otra, y al día siguiente contrapeamos. El concepto de Navidad ha cambiado para mi mucho con los años, la verdad. 

Cuando era pequeña me hacía mucha ilusión porque me juntaba con todos mis primos, con los que cantaba villancicos, hacíamos alguna obra de teatro, o le hacíamos alguna perrería a alguno de los pequeños. Era la época de la despreocupación. Iba donde me decían, pero una vez allí se olvidaban un poco de mí, y tenía la suerte de poder compartir juegos porque éramos siete primos de edades parecidas.

Cuando llegó la adolescencia lo que quería era que acabara pronto la cena para salir de fiesta. Quedarse en casa en Nochevieja (o en Nochebuena, menos veces, pero también salíamos), era de perdedores.


Ahora no me voy de fiesta ni aunque me quisieran sacar a punta de pistola. Creo que son de las peores noches para salir que hay en el año, junto con otras fiestas señaladas como puede ser Halloween. La gente no tiene medida, y con la excusa de la fiesta aprovecha para ponerse ciega de alcohol. Los locales están a rebosar, en una discoteca no me meto ni loca, y por las calles tienes que aguantar a gente que se cree tu mejor amiga aunque no te conozca de nada. Eso en la parte de la exaltación de la amistad. Pasado un rato, cuando el alcohol fermenta salen a flote todas las malas leches, y te puedes meter en un lío porque has mirado a una persona más de dos segundos.

Sinceramente, paso.

Ahora para mí las navidades son sinónimo de comilonas. Vas a la cena de Nochebuena y no caben los platos en la mesa. Al día siguiente, en Navidad, más comida. En Nochevieja y Año Nuevo lo mismo, y como ya no salgo no puedo alegar la excusa de la resaca para no ir a ningún lado a comer. 

Por quien más lo siento es por la peque. MiniP tiene dos primos nada más, y con los que nos juntamos solo una de las cuatro fiestas señaladas. Y como es en una de las comidas, en lugar de alguna cena, están los tres cansados y no tienen muchas fuerzas para armar alguna. Se suelen coger las tablets después de comer y es como si desaparecieran. 

Aún así ella se lo pasa bien. Disfruta, porque además tampoco ha conocido otros tiempos, con lo que no puede comparar. Y porque después de las primeras dos fiestas viene la tercera, la que más le gusta: Los Reyes Magos.

Y cómo no va a gustarle más, si traen regalos. Además, no es como las otras, que son solo una comida y ya está. Durante todo el mes de diciembre ya se les va recordando a los niños que tienen que portarse bien, porque los Reyes Magos lo ven todo. Se continúa incentivando con los catálogos de juguetes, para que escojan lo que van a escribir en la carta. Luego tienen que escribir la carta, y antes de darnos cuenta, ya está aquí el día 5. ¿Y qué pasa el día 5? Las cabalgatas.


Como vivimos en un pueblo, la cabalgata de aquí es bien modesta, pero a los peques les hace ilusión igual. De hecho, lo que más ilusión le hizo, más que las carrozas, fue recoger caramelos. Tengo una bolsa en casa como de 5 kg de los caramelos de la cabalgata, que no son precisamente de buena calidad… Pero lo peor es que aún tengo los del año pasado, sin tocar.

De todos modos es que MiniP tiene un pequeño problema con las cabalgatas de Reyes y con los espectáculos infantiles en general: a ella le dan pánico las personas disfrazadas. Pero pánico. 

Le ha pasado desde bien pequeña y no ha conseguido superarlo. El último día de cole, el 22, fueron los Reyes Magos a visitarlos y a darles un regalo a cada niño. Pues MiniP no paró de llorar hasta que no se fueron, y su regalo se lo cogió la profesora porque no quería ni acercarse a ellos. 

Aún así, como en la Cabalgata los veía de lejos, y además estaba entretenida con los caramelos, se lo pasó bien. La disfrutó, y de camino a casa iba acelerada, como si le hubiéramos dado tres kilos de azúcar. Para cenar, como no habíamos tenido excesos en todas las fiestas, cogimos un roscón y unos churros (a MiniP no le gusta el roscón), y nos los tomamos con un colacao.

Pero antes de dormir, ya reventada de tantas emociones y de estar de pie mucho rato en la calle, tuvimos la última crisis. 

MiniP se puso a llorar. Preocupados, le dimos mimos y le preguntamos qué le pasaba.

- Estoy muy nerviosa.

- Pero, ¿por qué, cielo?

- Porque van a venir los reyes, y me estoy agobiando.

No es algo que nos pillara de nuevas. Así explicado seguro que todo el mundo piensa que estaba nerviosa porque iban a venir los reyes y le traerían regalos. Pero estaba nerviosa, y agobiada, porque IBAN a venir los reyes. Porque entrarían tres desconocidos en casa. Aunque fuera para repartir regalos, violarían nuestra intimidad, nuestro templo sagrado. Ya nos pasó el año pasado.

Hice lo mejor que se me ocurrió. Le di un beso y la mandé a la cama. Por supuesto, me tuve que quedar con ella hasta que se durmió, que fue cuando por fin dejó de darle vueltas a la cabeza.

Afortunadamente al día siguiente se le olvidó el agobio y volvimos a creer en la magia, cuando vimos todos los regalitos sobre el sofá. Su cara de felicidad es lo que da sentido a toda esta locura.



miércoles, 6 de enero de 2016

Miércoles Musicales: Ya vienen los Reyes Magos

Inauguro la sección de Miércoles Musicales en 2016 con un villancico. ¿Se habrá vuelto loca?, os preguntaréis, y con razón. Puede que sí, es algo que nunca descarto, pero no pienso ir a un médico a que me diagnostique nada, por si acaso. No vaya a ser que me diga que sí y tenga que vivir con una certeza que no necesito.

El caso es que la fiesta de los Reyes es la que más me gusta. La disfruto a tope. Incluso antes de tener a MiniP ya era mi favorita. De hecho tenía una tradición: envolvía los regalos mientras veía la Cabalgata de Madrid en la tele. Por causas evidentes he tenido que abandonar esa tradición, y aunque ahora se hace más difícil el tema de los regalos (comprarlos, envolverlos, esconderlos, sacarlos luego al árbol...), la cara de la peque cuando se levanta por la mañana y ve todos los regalos bajo el árbol lo compensa todo.

Por eso comparto este villancico, aunque los Reyes ya han venido, para mantener la ilusión de este gran día.


Espero que se hayan portado bien con todos vosotros y vosotras. Y que os traigan muchos, muchos libros.


lunes, 4 de enero de 2016

Reseña: Fangirl de Rainbow Rowell





Sinopsis: (Casa del Libro): Cath y Wren son gemelas idénticas, y hasta hace poco lo hacían absolutamente todo juntas. Ahora están a la universidad. Wren le ha dejado claro que no piensa compartir habitación con ella. Para Wren es una oportunidad única de empezar de cero y conocer gente. Para Cath no es tan fácil. Es terriblemente tímida. Su único mund o es ser fan de Simon Snow, donde ella se siente a gusto, donde siempre sabe exactamente qué decir y donde puede escribir un romance mucho más intenso que cualquier cosa que haya experimentado en la vida real. Sin Wren, Cath se siente completamente sola, fuera de su zona de confort. Tiene una compañera de cuarto antipática, siempre acompañada de su atractivo novio, un profesor de escritura que piensa que el fan fiction es el fin del mundo civilizado, un guapo compañero de clase, que sólo quiere hablar de palabras# Y además no puede dejar de preocuparse por su padre, que es amoroso y frágil y nunca ha estado realmente solo. Ahora Cath tiene que decidir si está dispuesta a abrir su corazón a los nuevos amigos y a las nuevas experiencias, y se está dando cuenta de que hay mucho más que aprender sobre el amor de lo que nunca creyó posible.



Este libro me vino recomendado, como casi todos, por mi hermana. Tiene un valor añadido ya que lo he leído en inglés, siendo éste mi quinto libro en el idioma de Shakespeare del reto de 2015. Y no me extraña que me lo recomendara, pues la protagonista me ha recordado muchísmo a ella.

Cath es una chica de 18 años que se va a enfrentar a la universidad. Y por primera vez en su vida, sola. Su hermana gemela, Wren, con la que ha compartido hasta ahora todo, ha decidido que cada una debía ir por su lado. A Cath no le parece bien. Ella es algo inepta con lo de la vida social y pasa su tiempo libre escribiendo fanfic de Simon Snow, el protagonista de unos libros muy, muy famosos (nada que ver con Harry Potter).

La novela se lee fácil, incluso en inglés. Lo he entendido bastante bien, pese a tener en algunas ocasiones lenguaje algo friki, pero lo superé. No me atrevo a hablar de la narrativa, ya que en inglés no tengo tanta experiencia como en español, aunque ha habido cosas que no me han gustado. Tengo una especie de manía con los libros que hablan directamente al lector, no me gustan, y éste, pese a estar escrito en tercera persona, a veces decía cosas como: You can imagine… Me ha llamado la atención, pero de la forma mala.

Los personajes son geniales. Cath y Wren son muy diferentes pese a ser gemelas, y cada una tiene su personalidad y su papel en su casa. Reagan, la compañera de habitación de Cath es una loca genial, que pese a odiar a todo el mundo decide adoptar a Cath, y Levi es… Levi. Me ha faltado algo de chicha con el personaje de Nick, y no me ha gustado nada el desenlace con la madre de las gemelas, pero puede ser que me haya perdido algo. Aún no soy muy buena con el idioma.

En general lo he disfrutado mucho, no me ha costado cogerlo para leer, y avanzaba rápido con él, cosas muy positivas para mí cuando leo en inglés. El que la protagonista escribiera me ha ayudado mucho a empatizar con ella, aunque no del todo, porque (y esto duele admitirlo), es una juventud de otra generación. A mis 18 años no tenía internet (dios, qué mayor me siento ahora mismo…), aunque si lo hubiera tenido probablemente habría sido como Cath. O como Wren. A quién quiero engañar, más bien hubiera sido como Wren, de fiesta en fiesta…

sábado, 2 de enero de 2016

¡Feliz año 2016!

Imagen de aquí


Siento llegar tarde también a esto, pero no quería dejar de pasar la oportunidad de felicitar el año nuevo.
Para mi el cambio de año es muy importante, una nueva oportunidad para reiniciarlo todo, para proponerte nuevos retos y cumplirlos, por supuesto.
Este año me he propuesto pocas cosas, pero para mi muy importantes:

  • Organizarme. Para las publicaciones del blog y para mis proyectos de escritura personales. Este año quiero escribir más cuentos cortos y, quién sabe, a lo mejor empezar otra novela.
  • Corregir Valentina (mi proyecto del año anterior). Llevo todo 2015 dándole largas, pero ya está. Este año la publico (ainsss, a ver si me atrevo...)
  • Y, aunque este no tiene que ver con el blog, correr una media maratón en marzo de este año. 21.195 metros por delante. 
Pues ya veis, este año para mi viene cargado de palabras y de kilómetros. Ambos retos debo afrontarlos de la misma manera: paso a paso, zancada a zancada, kilómetro a kilómetro y palabra a palabra.
Espero que a vosotros y vosotras el 2016 haya venido cargado también de esperanzas y nuevos retos. 
Os deseo lo mejor.


PD: Y que los Reyes Magos (mi fiesta favorita de las Navidades), os traigan muchos regalitos. Porque habéis sido buenos, ¿no?