viernes, 15 de enero de 2016

Mamá en Apuros: Museo del Ferrocarril



Las vacaciones navideñas son algo extraño, como ya dije en mi anterior post. Cuando era pequeña y estaba en el colegio se me hacían larguísimas: horas y horas por delante que llenar leyendo, viendo la tele y cenando con la familia. Eran las mismas tres semanas que son ahora (quizás incluso algo más, que me da la sensación de que cada vez quitan más vacaciones a los pobres niños), pero se me hacían eternas.

Acababan, como ahora, con Reyes. Después del día de Reyes tenías otro día para jugar y ya al cole. Entiendo que muchos padres de hoy día (incluso por aquel entonces ya conocía casos) se pasen a Papá Noel. Llega antes, con lo que tienes más tiempo para jugar con lo que te trajeran. Pero como yo he nacido en una familia muy práctica, además de obrera, mis Reyes aprovechaban para traerme material escolar que necesitaba, con lo que lo estrenaba el primer día de cole. Siempre he sido una niña muy rara, y ahora de mayor lo sigo siendo (de hecho, con los años me he vuelto aún más rara), y lejos de disgustarme con los regalos prácticos, me encantaban. Y los llevaba muy orgullosa al colegio, que, por otro lado, siempre me ha encantado. Los niños con los que compartía clase no siempre, pero la rutina del colegio y el aprender siempre ha sido algo que me ha apasionado. 

Ya que estamos confesando, lo diré: me encantan las matemáticas. Hala, ya lo he dicho. Era feliz haciendo problemas, entre números siempre me sentí a gusto, quizás porque todo tenía sentido. Desde aquí doy gracias a mi querida profesora Lucía, fallecida hace algunos años. Gracias a ella, y a Miguel, soy quien soy hoy.

Voy a centrarme porque me pierdo.

El caso, decía, que antes se me hacían eternas las vacaciones de Navidad. Y ahora pasan en un suspiro. Pero no es del todo así, porque pasan muy rápido, los días como montados en el AVE, porque los llenamos de cosas que hacer.

Nosotros no quisimos ser menos y llenamos la agenda de eventos para hacer con MiniP, que es el centro de todo. El problema es que tenemos dos cumpleaños de familiares directos en estas tres semanas (mi sobrino el pequeño, MiniA y mi cuñado, alias el Titi), que si las unes a las dos cenas y las dos comidas más el desayuno y posterior comida y postre de Reyes, al final días libres tienes tres. De modo que de todos los planes que teníamos cumplimos tan solo con un par de ellos.

El primer sábado de cada mes organizan en Madrid la feria del juguete antiguo. Este mes cayó el día 2, y lo hicieron en el Museo del Ferrocarril. Trenes y juguetes antiguos, decidimos que eran una buena combinación y allí que fuimos.

La cara de felicidad de MiniP al montar en el tren era un poema en sí misma. No sé qué tienen los trenes, quizá sea porque no viaja a menudo en ellos, pero es que le encantan. Aunque se pasó la casi media hora de trayecto diciendo: “me aburro”, que parecía que en vez de cinco años era ya una adolescente. Esta niña no sabe aburrirse y creo que eso es un problema, aunque puede ser que el problema lo tenga yo, que no tengo mucha paciencia tampoco (al menos tengo algo, su padre no tiene nada de nada).

Llegamos al sitio, y cómo no, hay cola para entrar. Todos los niños sin cole y todos los padres (o adultos encargados) haciendo planes para entretenerlos. Y lo malo es que parece que hacemos todos los mismos planes los mismos días a la misma hora.

En ello estaba pensando cuando la cola avanzó poco a poco. Ya estábamos más cerca de un ángulo en 90º que hacía la fila para entrar, miro al frente, observando el edificio, imponente, la locomotora de vapor que tienen fuera, una señora con un pelo rizado que se parece al de mi prim…

- ¡No me lo puedo creer! – Le grito a mi marido.

- ¿Qué? ¿Qué pasa ahora? – Me contesta un poco asustado por mi pronto.

- ¡Mi prima!

Efectivamente, no es que el pelo de la señora (perdóname, prima, por haberte llamado señora, pero es que ya vamos teniendo una edad… Ay, perdóname por eso también…) fuera como el de mi prima. Es que era el de mi prima, que había decidido hacer los mismos planes con sus sobrinos, el mismo día y a la misma hora.

Las dos pequeñas, que se llevan apenas unos meses, estaban encantadas de haberse visto. Me quedé con ellas en un taller de Chunggintown que había, donde podían colorear y jugar con los trenes y pistas de juguetes, mientras mi prima con su sobrino el mayor daba una vuelta por el mercadillo. También le di licencia a Papá en Apuros.


Y así pasamos la mañana, ellas súper entretenidas y yo maldiciendo por no haberme llevado un libro, o porque al menos me gustara pintar, pero es que colorear el dibujo de un tren no me llamaba nada. Afortunadamente, cuando ya iba a cortarme las venas con una vía de plástico, llegaron tanto mi prima como Papá en apuros y me salvaron la vida.

Después dimos una vuelta por el museo, pero no se podían ver bien los trenes, con tanta gente pululando, de modo que nos fuimos.

La segunda parte del plan consistía en ir hasta la Plaza Mayor, comer por allí un bocadillo de calamares, y ver los puestos. Llegamos a Sol y si en el museo del Ferrocarril había gente, en la puerta del Sol no se podía ni pasar. Una no está acostumbrada a estas aglomeraciones, de modo que cogí fuerte la mano de mi hija, con el peligro de que la perdiera por falta de riego, y salimos a pasear. 

Pero hay algo que MiniP odia por encima de todas las cosas: las personas disfrazadas de muñecos de dibujos animados. Y por la Puerta del Sol eran legión. Le dan un pavor absoluto, y cada vez que veía uno con ligera intención de acercarse, se soltaba de la mano y se escondía detrás nuestro. Al final Papá en Apuros la tuvo que subir a hombros porque si no la íbamos a acabar perdiendo. (Eso es cosa mía, que ya la veía aplastada por una turba humana).

Comimos de pie en un burriquín cualquiera, porque los bares de calamares estaban a rebosar, y partimos a la plaza. Pero, como pueblerinos que somos, no caímos en que los puestos cierran al medio día, y no vuelven a abrir hasta las seis de la tarde. Con nuestro gozo en un pozo decidimos volvernos por donde habíamos venido, que ya habíamos tenido baño de masas como para un año.

En el tren de vuelta MiniP nos contó que lo mejor del día había sido ver a su prima cuarta (aún no tiene controlado lo del parentesco, y dice lo primero que se le ocurre) MiniD, y nos repitió hasta la extenuación que se aburría.

Pero la cara de felicidad no se le quitó ni con el aburrimiento.

2 comentarios:

  1. Madrid está imposible. Nada que ver con cuándo yo vivía allí. Cuando voy a ver a mis amigos alucino. Pero también pasa con Barcelona.
    Qué casualidad lo de tu prima.
    La verdad es que lo del Museo del Ferrocarril es un buen plan. Otra bloguera posteó sobre el de Gijón y es una delicia.
    Besos y buen finde, guapa

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  2. ¡A mí también me gustaba el colegio y las matemáticas y los trenes! ¿Ves por qué me caes tan bien? ¡La gente rara se reconoce!

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