viernes, 5 de febrero de 2016

Mamá en Apuros: Carrera en Alovera



Hasta que leí a Murakami pensaba que el oficio de escribir no era muy compatible con la afición de correr. Así soy yo, cuadriculada, pero desde pequeña. Creía que las cosas solo podían tener una faceta, y que si querías ser, por ejemplo, astronauta, ya no podías aprender a cocinar. Total, en el espacio te lo daban todo deshidratado.

Pero leí a Murakami y su De qué hablo cuando hablo de correr, y se me cayeron dos mitos, pero en el buen sentido. Supe que se podía compaginar escribir y correr, y además me confirmó que te puede venir la vocación de escritor siendo ya mayor. Hasta entonces también pensaba que tenía que ser vocacional desde la infancia.

Y no solo los escritores pueden compaginar su vida con el deporte, las blogueras literarias también. Como no podía ser de otra manera, no soy la única tampoco en ese aspecto. Mi querida Isi, de From Isi, se inició en el running* hará ya un año o dos, y resulta que tuve la gran suerte de compartir salida, el pasado domingo, con otra ilustre bloguera literaria: La Hierbaroja.

Y si lo pensamos bien no es tan descabellado. Lo que siempre había pensado era que un escritor se pasaba la vida sentado frente a su máquina de escribir. Y como lectora me he pasado el mayor tiempo posible sentada (o tumbada) leyendo. Por eso lo pensaba incompatible y por eso precisamente es, no solo compatible, si no necesario.

Yo ya llevo casi cuatro años corriendo, salvo el año excepcional que supuso el de inicio de cole de la peque. A mí no solo me ha salvado del inmovilismo, también de la depresión. Y me ha ayudado en muchas otras cosas. He descubierto que tengo ambición, cosa de la que creía que carecía, en el sentido de que quiero mejorar en ciertos aspectos, y proponerme retos y cumplirlos. Y no es solo un aspecto de mi vida, sino que está relacionado con todo lo demás.

Luego tuve la suerte de cruzarme (casi literalmente) con el Club de Atletismo del pueblo donde vivo, y me uní a él. Tenía en mente hacer una media maratón más bien pronto que tarde, y supuse que si me juntaba con un club de atletismo lo tendría más fácil. No me equivocaba.

He dado con gente estupenda, que no te hace sentir mal si no vas a correr, pero siempre te anima para que salgas. Si no te acompaña una persona lo hace otra, y más de una vez han aflojado ritmo para acompañarme. Vamos acompañados a las carreras, y nos mandamos fotos por el grupo para los que no han ido. La verdad, es genial.


Durante diciembre he tenido un bajón, no sé por qué. Quizás las fiestas navideñas, no solo por lo que representan en cuestión de comilonas, sino también porque cada vez falta más gente a la mesa, que no andaba yo muy animada. He salido a correr, pero ni siquiera me supuso un consuelo. De hecho, estaba fatal de las piernas, aunque eso lo podía superar. Lo que no era capaz de superar era el bloqueo mental. Salía sin ganas, pero con la intención de hacer 6 o 7 km, y en el kilómetro 4 ya me estaba parando porque mi cerebro, a mis espaldas, le había dado la orden a las piernas.

Pero ha sido cruzar el año y cambiar la cosa. La fiesta de los Reyes Magos me da un soplo de alegría, y parece que me voy recuperando. Me apunté a una carrera, que llevaba desde octubre o noviembre sin ir a ninguna. Decidí estrenar el año con los 10 km de Alovera, un pueblo de Guadalajara que me queda cerca (antes trabajaba allí, de hecho), y de la que me hablaron muy bien. Me aseguraron que era muy llana.

Según se iba acercando la fecha, yo me iba ilusionando más. Parecía que iba recuperando mi habitual alegría. Contacté con Hierbaroja por Twitter, y me dijo que no sabía si iba a poder ir. Hasta el último momento no lo confirmó, y su afirmación contribuyó a mi estado de ánimo. 

Llegó el día, y yo viajé sola hasta allí. Adoro conducir, y berrear mi música mientras lo hago, por lo que no me importa. Allí recogí dorsal y camiseta, y me uní a mis compañeros de fatigas. Hacía un frío que ni Invernalia en plena ola de frío, y cuando fuimos del coche a la salida casi me hice un bicho bola, por si por un casual, al encogerme sobre mí misma, me daba un poco de calor. No funcionó.

Ya en el mogollón de la meta (éramos mil personas), me uní a Hierbaroja. Fue casi una casualidad, me mandó foto de su ubicación, y oh, sorpresa, era justo donde yo me encontraba. Miré a mi alrededor buscando a alguien de naranja atenta al móvil, y en cuestión de dos segundos, la encontré. Con ella tomé la salida y la acompañé durante el primer kilómetro. Fue un placer haber podido coincidir, y una pena que la carrera no hubiera sido más cerca de León, para haber sido tres blogueras las que tomaran la salida (Isi, nos acordamos de ti).


Fui teniendo muy buenas sensaciones, tantas que cuando me quise dar cuenta iba casi un minuto por kilómetro más rápido de mi media. Bajé un poquito el ritmo para no fundirme en las primeras de cambio. En el kilómetro dos había una pequeña cuestecita, que subía yo pizpireta y medio ciega por el sol y por los colores chillones de las camisetas de la gente que corría, cuando vislumbré a dos ciclistas muy atentos al devenir de la carrera. Iban de amarillo chillón, con lo que me terminaron de cegar, supuse que eran de organización.

Cuando llegué más cerca de ellos oí mi nombre. Volví a mirarlos, esta vez más atentamente, y la mandíbula se me descolgó. ¡Eran Papá en Apuros y TíoJ! Habíamos dejado a MiniP a dormir el día anterior con los abuelos porque yo iba a la carrera y Papá en Apuros salía con la bici junto con el marido de mi hermana, TíoJ. Ellos iban a hacer otro camino totalmente distinto, sin nada que ver conmigo, pero, no sé si de manera premeditada o como un plan de última hora, decidieron venir a animarme a Alovera. Me dieron una muy grata sorpresa, ya iba yo animada y su visita y gritos de ánimo me dieron más fuerzas. Se quedaron a verme pasar en la segunda vuelta y se fueron, que tenían otros treinta y pico kilómetros de camino…

También bajó a verme y a animarme mi compañera y amiga P., del trabajo, con la que me tomé un café reparador tras mi paso por meta.

Fue una gran carrera, la disfruté muchísimo y, aunque no fui capaz de entrar en calor en ninguno de los diez kilómetros, la voy a recordar con mucho cariño. ¡Y bajé de la hora! Vale, por un minuto, pero para mi fue un tiempazo.

Alovera supuso el pistoletazo de salida de la temporada, y, quizás gracias al tiempo que hice, un punto de inflexión en mis sensaciones de estado físico. Además, allí dejé olvidados mis pesimismos, si alguien los encuentra, por favor, no me los devuelvan…

1 comentario:

  1. Y que sigan así, olvidados... Ni los busques! Y felicidades por ese carrerón! Y encima junto a otra bloguera y con tanto cariño repartido. Eso es lo mejor!
    Besotes!!

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