viernes, 11 de marzo de 2016

Mamá en apuros: Maternidad



La maternidad es taaan bonita… Me encanta cuando veo publicaciones en Facebook de mamás que conozco, que comparten imágenes que encuentran por ahí, con frases tiernas y melosas sobre la maternidad y sus hijos. Me entran ganas de medirme el azúcar en sangre porque estoy segura de que en esos momentos se me pone por las nubes.

La verdad, nunca me han ido las cursilerías. Yo soy más bien tirando a seca, no soy capaz de endulzar las cosas cuando las digo, y si son buenas no pasa nada, pero cuando son malas… Me he ganado mi fama de borde con creces. El caso es que sí, la maternidad es bonita, sí, es algo maravilloso, los niños son geniales, pero no todo es de color de rosa como algunas personas nos quieren pintar.

Pero para nadie… Me encanta ver esas publicaciones de esas madres, a las que luego les escuchas cómo hablan a sus hijos y se te quedan los ojos como dos campanas de grandes. Supongo que todo el mundo conoce a madres así. Que no son capaces de dirigirle una buena palabra a su prole, siempre regañando, amenazando y hasta azotando. Y luego te ponen esa foto moña en el Facebook con la leyenda: Mis hijos son lo mejor de mi mundo, me hacen mejor persona. Pues si esa es su mejor versión, no quiero ver la peor.


Que no, que a mí no me engañan. Voy a decir una verdad como un templo, y conste que me valgo de mi anonimato para hacerlo: todas, de vez en cuando, necesitamos un descanso. Mi hija saca lo mejor de mí la mayoría del tiempo, pero a veces… Ay, a veces. A veces saca el demonio que llevo dentro, y se enfrenta con el demonio que ella lleva dentro y lo que no me explico es cómo no ha salido la casa ardiendo aún.

Todo empieza con el embarazo. No conozco mujer que no se haya quejado de su embarazo. Yo, misma, que he de reconocer que tuve un embarazo buenísimo, tuve muchísimas molestias. Cuando no era el sueño, eran los pies que se hinchaban, y cuando no, la sensación extraña de que tu cuerpo no es tuyo. Todo eso termina con el parto. Pero del parto no voy a hablar.

Luego son bebés. Y no hacen nada. Comer y dormir. Eso la mamá que tenga suerte. Las que tengan menos suerte tendrán bebés que lloran cada tres horas para comer, y las que no tengan suerte tendrán un bebé que no parará de llorar, que te cuesta un mundo averiguar si es por hambre, sueño, cólicos, o es que el bebé te ha salido cabroncete y tiene ganas de fastidiar. Yo tuve menos suerte, pero no ninguna. Aunque creo que las mamás que dicen que sus bebés de un mes duermen del tirón y no dan un ruido mienten más que hablan, pero en fin, por sus ojeras las descubrirás…

Y luego empiezan a andar. Ahí ya te puede dar algo. Si solo son curiosos, intentarán cogerlo todo (los hay que lo tienen que probar todo con la boca, poniendo a prueba la paciencia de sus padres), pero si son curiosos y han sido de los que han llorado hasta quedarse afónicos de bebés, además de intentarlo, lo conseguirán. Y muy probablemente acabe todo por los suelos. He visto casas que no pasarían una inspección anti incendios, de tanto plástico que había por todas partes: los enchufes, las esquinas de los muebles y las paredes, los cubiertos, vasos, platos. Hasta las figuritas las habían cambiado por juguetes de bebés de silicona…

Yo ahora estoy en la fase adolescente, y eso que MiniP solo tiene 5 años. Esto, como todo lo demás, no me lo habían dicho. Esperaba esta fase dentro de 10 años, 8 como mucho, pero no, la tengo aquí ahora. Tengo a una pequeña tirana (o eso cree ella), intentando manejar la vida a su antojo. No escucha cuando la hablas, le dices que no haga algo y más adrede lo hace. Y luego el genio que se gasta, que si le llevas la contraria, o no la dejas lo que ella quiere te gruñe, te gruñe, y cuando ya se ha cansado de gruñirte, pega la patada en el suelo, grita: ¡déjame en paz!, y se va llorando.

Hay días que parecemos una casa de locos. Porque la veo encenderse, casi le veo salir el humo por la cabeza, y si yo tampoco tengo un buen día, noto mis propias llamas arder. Y de repente estamos las dos con el pelo en llamas, enfrentadas a gritos. Ella se va poniendo verde y juraría que en alguna ocasión la he visto cómo le daba vueltas la cabeza. O a lo mejor era yo, ya no me acuerdo…

Luego se nos pasa. Hay días que por la mañana nos hemos arrancado la piel a tiras, y por la tarde estaba encima de mí dándome miles de besos. Que ya no sé si es que es la adolescencia de los cinco años o es que somos bipolares…

Esos días en que tengo una extraterreste ocupando el cuerpo de mi niña, veo el Facebook, y las moñadas que ponen algunas y me entran ganas de prender fuego al móvil. Pero luego se nos pasa el enfado, y me sonríe o me abraza y se me pasa todo. Porque la maternidad es dura, es difícil, pero todo sufrimiento se ve recompensado con creces.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Miércoles Musicales: Lady Gaga & Christina Aguilera




No es que sea yo muy fan de la esperpéntica Lady Gaga, o por lo menos no estoy loca de amor por ella, ni todo lo que hace me parece bien, pero he de reconocer que tiene muchas canciones que me gustan.

Pero lo que me ha pasado con esta canción ha sido amor a la primera escucha.

Como ya he dicho infinidad de ocasiones, de la música se encarga mi marido. El otro día me dijo que había creado una carpeta con música movida para ir a correr, y yo, ni corta ni perezosa, me grabé la carpeta en el pincho usb que suelo llevar en el coche.

A Leoncio (por Mamá en Apuros le conoceréis) le debió gustar también, porque cuando le puse el aleatorio fue la primera que me ofreció. Y a partir de ahí no se me ha ido de la cabeza. Me ha parecido muy potente, y luego cuando busqué la letra, ya me pareció brutal.

Aquí comparto la versión que tiene con Christina Aguilera, la que llevo en el coche y que no se ha ido de mi cabeza desde que la escuché por primera vez es otra, pero no la he encontrado en la red.

Espero que os guste tanto como a mi.

¡Feliz Miércoles!


lunes, 7 de marzo de 2016

La ciudad y la ciudad, China Miéville




Sinopsis: (casa del libro): Una mujer es hallada muerta en la ciudad de Beszel, en algún lugar de los confines de Europa. Para llevar a cabo la investigación, el inspector Borlú tiene que viajar desde esta decadente ciudad a su urbe rival, idéntica e íntima vecina, la vibrante ciudad de Ul Qoma. Pero cruzar esta frontera significa emprender un viaje tan físico como psíquico, ver aquello que se mantiene invisible. Con el detective de Ul Qoma Qussim Dhatt, Borlú se ve envuelto en un submundo de nacionalistas que intentan destruir la ciudad vecina, y de unificacionistas que sueñan con convertir las dos ciudades en una sola. Mientras los detectives desvelan los secretos de la mujer asesinada, empiezan a sospechar una verdad que podría costarles algo más que sus vidas.

Hace poco vi que estaba esta novela disponible en los Kindle Flash de Amazon, y como compradora compulsiva que soy, no me pude resistir. Había leído Embassytown de este autor, y me fascinó tanto, tantísimo, que tuve que comprarlo, y, cosa ya rara en mí, leerlo enseguida.

Miéville tiene una narrativa absorbente, fascinante. Te transporta a través de sus palabras allá donde él quiere, y en esta novela consigue que te imagines lo imposible. Hay una cosa, además, que lo diferencia de la mayoría de los escritores. Ya lo comenté en la reseña de Embassytown: China Miéville no te introduce en la historia, no te explica nada de manera introductoria. No te cuenta cómo son las cosas, sino que deja que la historia transcurra, y poco a poco te vas empapando de la realidad de la novela. Es muy curioso, a veces intrigante, porque ha habido ocasiones, a principio del libro, que he tenido que volver a leer la misma frase porque no estaba segura de si había leído bien o no. Y sí, había leído bien, pero aún no comprendía qué quería decir con lo que había leído. Luego comprendes retrospectivamente y ya es como si lo hubieras sabido siempre, ya que lo has comprendido poco a poco, como se comprende la realidad. 

Es un don que tiene el autor, y me parece fascinante.

Estamos ante una novela policíaca. Aparece una mujer asesinada en la ciudad de Beszél, y llaman al Inspector Borlú, de la Brigada de Crímenes Violentos, para hacerse cargo de la investigación. No va a ser tan sencillo como parece, pues hay pistas que llevan a la ciudad vecina de Ul Quoma, y hasta allí se tendrá que desplazar Borlú para apoyar a su homólogo en la resolución del crimen. La historia te la cuenta en primera persona el mismo inspector Borlú, pero muy alejado del tono típico de inspector quemado con su trabajo. De hecho, esta novela no tiene ni una sola línea de tópicos. Yo no es que sea muy fan de la novela negra, aunque de vez en cuando no le hago ascos a una, sin embargo, ésta me ha encantado. Porque es más que una novela negra. Al final casi ni importa quién la asesinó (aunque lo resuelve, y no es un caso predecible), porque prestas atención a otras tantas cosas… En realidad, la historia del asesinato es la excusa para presentarte un escenario que a mí se me antoja imposible en la realidad, pero que resulta fascinante (y soy consciente de que es la segunda vez que utilizo esta palabra). Crea el universo entero, con su realidad, con su propio lenguaje, con su status propio. 

No quiero contar mucho más acerca de estas dos ciudades, según la sinopsis, vecinas, porque me parece mucho más interesante adentrarse en la historia a ciegas, e ir viendo la luz poco a poco.

La verdad es que no sabía nada de China Miéville antes de haber leído Embassytown, pero tras haber leído estas dos obras suyas, se ha convertido en un imprescindible en mis lecturas.



viernes, 4 de marzo de 2016

Mamá en Apuros: Los Cumpleaños, la pesadilla continúa



Me dan miedo los cumpleaños. No, los míos no. Los míos suponen para mi una mezcla de entusiasmo y depresión a partes iguales, pero en el fondo me encantan (¡regalos!). Me dan miedo los cumpleaños a los que invitan a mi hija.

No es fácil, para una madre asocial, que su hija tenga vida social. Que tenga amigos. A-MI-GO-SSSS. La s final lo supone todo. No tiene una amiga, ni un amigo, no. Tiene amigossss, en plural. Es desesperante. Y ya sé que se supone que tendría que mirar por el bien de la niña, en este tiempo que nos ha tocado vivir en el que los niños son criaturas frágiles de cristal a los que hay que darles todo... Pero a veces me gustaría ser más egoísta de lo que ya soy, coger a mi peque y escondernos juntas debajo del edredón. Y que se pare el tiempo. Pero mi culpabilidad supera a mi egocentrismo (todo en mí es una lucha de poderes) y miro por ella, por su bien, y cuando me habla de que quiere hacer una fiesta de pijamas en casa en vez de arrancarle la cabeza o encerrarla en la mazmorra de un castillo (que a ver dónde encuentro yo un castillo vacío y con mazmorra por estos lares), sonrío con mi sonrisa más falsa y le digo que NO, pero en lugar de gritarlo se lo digo con dulzura. Ella contesta: “¿Cuándo sea mayor?”, y yo le respondo con un “Ya veremos”, que es la fórmula que me enseñaron mis padres para decir que no pero sin discutir. Es una vaga esperanza, pero que jamás se cumplirá.

Pues sí, me dan miedo los cumpleaños, esas fiestas de mocosines a los que invitan a mi peque desde que tenía dos años (¡dos años, por dios, si casi ni sabía hablar!). Y no sé si porque mi hija es la más guapa y la más lista de todo el mundo mundial (ojo, que lo digo como dato contrastable, es una opinión completamente objetiva, aquí mi amor de madre no tiene nada que ver), pero la invitan frecuentemente a cumpleaños.

Y yo cuando veo una tarjetita de esas, monas, con dibujitos, me echo a temblar. A ella se le ilumina la cara: “Mamá, nosequién me ha invitado a su cumple”, y mi boca se estira en una especie de sonrisa que más bien es una mueca de espanto. “Mamá, ¿estás bien? No tienes buena cara”, me pregunta ella, ladeando la cabeza y frunciendo un poco el ceño. Yo asiento con la cabeza y me obligo a dejar de sonreír, entonces ella se calma y se va a jugar saltando como si no tuviera otra cosa que hacer en la vida. Y ojalá nunca tuviera otra cosa que hacer en la vida… 
Imagen de aquí

Pero es que no es sólo el cumpleaños en sí: la fiesta. Llena de gritos, ruidos, quejas… Los no quiero más, es que fulanito me ha quitado la tarta y menganita me ha pegado una patada. Los parques de bolas, en serio, deberían estar vigilados por policías, son un espacio de lo más marrullero. Pero no es solo eso. Es el regalo. Cada niño unos 10€. Se te juntan tres cumples en una semana y ya has palmado cinco mil de las antiguas (y añoradas) pesetas. Pero, para que el regalo luzca algo, además, nos solemos juntar las madres. Eso supone hablar con más adultos (¡socializar! ¡Agghhh!), e ir a comprar. Y alguien tiene que organizarlo.

Lo reconozco, me encanta organizar. Nadie lo hace como yo (de nuevo una opinión completamente objetiva), sobre todo a mi modo de ver. Y es que la gente, de todos modos, tiene una tendencia a hacerse la loca de una forma que envidio, porque es que parece que no les cuesta. Yo me hago la loca y me están matando los remordimientos.

El caso es que en uno de los últimos cumples acabé por encargarme yo de organizar el regalo conjunto. Tengo un sistema: primero creo un grupo de wasap. Sí, sé que lo he escrito fatal. El grupo se llama Regalo a Fulanito y meto a todas las madres que sepa que han invitado al cumple. En este último caso fue fácil porque la mamá en cuestión nos invitó con un grupo de wasap. Yo también lo hago con el cumple de MiniP (los hace a finales de agosto, vete a buscar a cada niño para darle la invitación…). Casi todas aceptaron (y digo madres, y todas, en femenino porque no hubo ningún padre), y más contentas que unas castañuelas. Lo malo era el poco tiempo que teníamos, pero nos lo apañamos bien. Además, participaron más de lo que lo suelen hacer, una fue a comprar una colección de libros, otra a por un peluche (la patrulla canina, que está triunfando), y yo me encargué de la ropa. Como además le gustaba Lego, le cogí por Amazon un juego de los clásicos, que ya le había regalado a mi sobrino anteriormente. Yo es que cuando me da por algo me repito hasta la saciedad, es porque así no tengo que pensar más.

Pese a que la compra de la ropa la tuve que posponer, del viernes al domingo (y eso que no me gusta nada comprar un domingo, pero es que tuve causas de fuerza mayor el viernes y el sábado), al final se me dio muy bien, encontré cosas chulas a la primera y en cuestión de un rato ya lo tenía solucionado.

El problema vino con el Lego. Se suponía que tenía entrega en la fecha que yo lo necesitaba. Normalmente cuando pido algo por amazon me lo trae Seur a la hora de comer (ya he tenido unas cuantas entregas), pero este pedido venía por otra compañía. El lunes era el cumpleaños, y llegó la hora de comer y no venía el paquete. En la página web tan solo me ponía que estaba en reparto. Llamé a la compañía, y una señorita un poco borde (de hecho más borde que yo misma, y juro que ese día me controlé) me dijo varias veces (por si yo era corta de entendederas o algo así), que ellos no tenían manera de comunicarse con el conductor. Colgué antes de decirles lo que pensaba de una compañía de transportes que no tenía la opción de llamar a su conductor. 
Imagen de aquí


Las seis menos cuarto. El paquete no llegaba. Me vestí, vestí a la peque, y en el último momento le creé un vale regalo, por si acaso. No es lo mismo que abriera un paquete con un Lego que un sobrecito con un papel con el Lego pintado, pero qué remedio).

Estando en el lugar del cumpleaños, aguantando los gritos de los niños, sirviendo agua, cocacola y naranja a los pequeños salvajes y socializando con las madres, me llamó el repartidor. Cogí el teléfono como una loca, y el señor, de acento extranjero, me algo que yo ya sabía: no estaba en mi casa.

Le pregunté que si podía pasar por donde estaba yo en ese momento. Me dijo que no, que tenía ruta y si no, no llegaba. Mierda, pero lo había intentado al menos. “Yo ir a calle X ahora, si venir aquí le doy paquete”, me dijo, sin embargo. Yupiii, tenía un plan. Pero no me había llevado el coche.

Entré al local (me había salido para hablar sin ruido), y me acerqué a la madre que sabía que había llevado coche, porque la había visto llegar. “Me ha llamado el repartidor y me ha dicho que si voy a la calle x me da el paquete”. “¿Tienes coche?”, me dijo la mamá en cuestión. Negué con la cabeza, contrita. “Yo te llevo”, se ofreció.

Y allá que fuimos, en un coche con unos 20 años, conduciendo por el pueblo como si estuviéramos en un videojuego. Llegamos a la calle x en cuestión, y no veíamos ninguna furgoneta con distintivo. Pero ni cortas ni perezosas, fuimos preguntando a todo aquel que nos pareciera sospechoso:

- ¿Eres el repartidor?

Fue una estrategia infalible. A la quinta ocasión dimos en el blanco. Un chaval joven dentro de una furgoneta blanca, sin distintivos.

- ¿Eres el repartidor?

Él asintió, y sin hablar se bajó de la furgo, abrió la parte trasera y me entregó el ansiado paquete. Firmé, le di las gracias (pese a que no me había hablado), y nos fuimos.

Hicimos parada en casa de la mamá del coche, para envolverlo, y volvimos, justo a tiempo para el momento tarta y entrega de regalos.

Al final, con algunos apuros, pero salió todo bien. Porque lo organicé yo, por supuesto.