viernes, 5 de agosto de 2016

¡No estoy gorda, estoy fuertecita!



A ver, que no estoy gorda. Estoy, como decía Cartman, fuertecita. Y además soy de huesos anchos. Es un hecho que no estoy en mi peso ideal, tomando como peso ideal la última vez que estuve sanísima y feliz de la vida con cualquier cosa que me pusiera. Y sin dolores de espalda ni de rodillas. Pero las personas somos animales de costumbres, y en un descuido, dejas de comer sano y vuelves a vicios nada saludables. Aun así, no me conservo mal, pero es verdad que mis michelines me hacen sentir incómoda.

Reconozco que es un problema mental. Pero sshhhhh, no se lo digáis a nadie, a ver si me va a escuchar algún especialista y me va a internar en un sanatorio. Siempre me ha pasado, me he visto más gorda de lo que realmente estoy, por lo que últimamente trabajo casi más la parcela mental que la física. O al menos lo intento. Es de sobra conocida mi incapacidad para controlarme cuando me ponen algún dulce delante. No lo puedo evitar.



El caso es que este verano, no sé por qué, lo estaba llevando especialmente mal. Arrancó en Madrid con temperaturas dignas de una ola de calor, con casi ningún día de descanso. Mi cuerpo en plan vago, que no quiere correr con estos calores, y yo más vaga aún, que de quince días que me propuse levantarme temprano para salir a correr lo conseguí cuatro. Aunque cada uno de ellos lo celebré como una victoria.

Es curioso cómo funciona mi organismo. Me levanto a las 6 de la mañana, con la fresca pero queriéndome morir (y eso que estoy acostumbrada a madrugar tanto, y más, pero jamás me levantaré con alegría a esas horas), ganas que no se me pasan hasta los primeros trescientos metros, más o menos; pero aún así, consigo terminar unos decentes 6 o 7 km. No muy rápidos, no estoy en forma, pero pasables. Y no me hago más porque se me hace tarde para ducharme y comenzar el día, si no me hubiera atrevido algún día con los 10 km. Pero luego salgo una tarde, a las 20 horas más o menos, por una zona que hay sombra durante todo el día y casi no consigo terminar los 3 km. Y en un estado más que lamentable. Una vergüenza.

Esa falta de ejercicio, sumada a una alimentación un tanto arbitraria, han hecho de mi cuerpo un campo de michelines. No me veo bien con nada de lo que hay en mi armario, que ya es mucho decir. Tengo bastante ropa, pero me he dado cuenta de que o tiene muchos años o tiene poca talla.

Sobrevivo como puedo hasta mis vacaciones. Pantalones porcosos y camisetas que marcan barriga prominente. O monos marca tripa, que yo barriga siempre he tenido mucha pero lo de la tripa es algo nuevo. Decido no mirarme ni en el espejo, para no horrorizarme, aunque no puedo mantener mi promesa. Todas las veces acabo haciéndole burla a la imagen del otro lado. Y lo peor de todo: no me puedo poner vestidos fresquitos porque me rozan los muslos. Cuando voy a echar el paso se quedan atorados entre sí, lo que provoca que ande como una jinete que ha perdido su caballo.

Creo que esto se notó en mi carácter. Estaba más agria, incómoda por el calor que tengo e incómoda con la vestimenta. Solo soy feliz en la piscina, por contradictorio que parezca. Porque sí, en la piscina estoy en bikini (hace ya tiempo que decidí pasar del bañador), pero me remojo y estoy fresquita. Y dentro del agua estoy como más ágil. Además de que con MiniP me divierto mucho, este año aún más, que ya sabe nadar un poco.

La semana previa a irme de vacaciones me compré algo de ropa. En un ataque de locura me compré unos shorts vaqueros, dos monos, uno de tirantes y otro sin ellos y un par de camisetas de tirantes finos. Y, la locura total: talla 42.

Esta imagen la he sacado  de We Lover Size, que es un blog muy recomendable, por cierto.


Llegué a casa, me lo probé todo y comprobé que me quedaba justo. “Solo un poco de ejercicio”, me dijo mi marido. Y le hice caso y no lo devolví.

Y sí, me volví a tomar lo de correr un poco en serio, y a salir en lugar de quedarme durmiendo, pese a que empezaba las vacaciones. Hice las maletas, metí toda la ropa nueva y la de deporte, y nos vinimos a Asturias, desde donde estoy escribiendo el post. Y fue venir aquí, bajar el termómetro casi diez grados, ver paraíso natural allá donde mire y todo cambió.

Para empezar, estamos andando mucho. Desde donde estamos hay muchos caminos y los estamos recorriendo todos con la peque. Pero es que también estoy saliendo a correr por las mañanas. No tengo que madrugar tanto, con ir a las 9 basta, y aunque hago pocos kilómetros se convalidan porque hay unas cuestas importantes.

Y mi actitud es completamente opuesta. Ahora no estoy enfrentada a mi cuerpo. Ahora me gusta. Y posiblemente tenga la misma barriga prominente que antes de venir (al fin y al cabo la alimentación sigue siendo la misma, o casi peor), pero ahora me da igual. 

Y los vaqueros, los shorts, se han convertido en mi prenda favorita. Me quedan bien, tirando a justitos pero no aprietan mucho (parece que lo que he hecho ha sido deshincharme), pero me encanta verme las piernas desde arriba. Tengo celulitis, lo sé, pero lo que también tengo es que se me nota el músculo del muslo, y eso me gusta. Estoy fuerte. No fuertecilla. Estoy fuerte.

Sé que posiblemente mis problemas mentales vuelvan con el calor, pero de momento estoy disfrutando. ¿Michelines? ¿A quién le importa? A mi no, desde luego…



6 comentarios:

  1. Guapa, ayer te leí pero no tuve tiempo de comentarte. Lo importante es sentirse bien en el propio cuerpo y estar sano. Yo también voy a correr, y ahora me ha dado por comer fruta muchos días al mediodía y no veas cómo funciona. Eso sí, aunque me encantan los pasteles no los compro. Como todos los días un poco de choco puro que no engorda tanto, y un heladito light, todos los días del año, y funciona :)
    Besos, guapa.

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    1. ¡Gracias, CELIA, en ello estamos, intentando sentirme bien bajo mi piel (y algunas capas de grasa). No es fácil porque soy muy golosa, y si me ponen delante la tentación soy incapaz de negarme... Pero bueno, ahí vamos.
      ¡un besote!

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  2. Ains, pues yo también estoy "fuertecita", y no consigo ni gustarme, ni adelgazar. O sea, un asco.
    Me acuerdo de esos días que te intentaste levantar pronto para correr. Yo me levanto a las 5.45, desayuno, recojo un poco la casa y salgo a correr sobre las 7; otros días voy a dar un paseo, pero vamos, que esa hora es "mi hora" (claro, que me viene bien por horario, ya sé que para ti sería demasiado tarde). Si no salgo a esa hora, lo más probable es que no salga, así que ya ves.
    La verdad es que me encanta madrugar; me parece que me da tiempo a hacer las mil cosas que tengo que hacer.
    En fin, me alegro de que las vacaciones en Asturias fueran geniales, como debe de ser ;) Besotes!

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    1. Pues eso hay que cambiarlo, ISI! Nos tenemos que gustar, o por lo menos tenemos que intentarlo.
      Yo soy incapaz de levantarme por gusto. Eso de poner el despertador y que no haya peligro de que te despidan si no te levantas... no lo llevo bien. Si pudiera salir a las 7, como tú, me levantaría a menos cuarto.
      Eso sí, es verdad que cuando madrugas parece que te da tiempo a todo...
      Eso sí, lo de ir a correr sin desayunar o solo con un zumito en el estómago no te creas que lo llevo tan bien.
      Ainss, Asturias, qué lugar más mágico. Gracias, guapa.
      ¡¡Besotes!!

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    2. Pues eso hay que cambiarlo, ISI! Nos tenemos que gustar, o por lo menos tenemos que intentarlo.
      Yo soy incapaz de levantarme por gusto. Eso de poner el despertador y que no haya peligro de que te despidan si no te levantas... no lo llevo bien. Si pudiera salir a las 7, como tú, me levantaría a menos cuarto.
      Eso sí, es verdad que cuando madrugas parece que te da tiempo a todo...
      Eso sí, lo de ir a correr sin desayunar o solo con un zumito en el estómago no te creas que lo llevo tan bien.
      Ainss, Asturias, qué lugar más mágico. Gracias, guapa.
      ¡¡Besotes!!

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    3. Ya, ya sé que hay que cambiarlo, pero no sé cómo.
      Creo que el problema es que antes estaba tan estupenda, que ahora me veo y no quiero ser así como soy ahora.
      Mientras estudiaba veterinaria trabajé en un gimnasio (8 años) de monitora de todas las actividades; un total de 17 horas de ejercicio a la semana. Comía como si fuera mi último día en la tierra, pero estaba perfecta. PER-FEC-TA.
      Lo dejé y, claro, ya no tengo tiempo de hacer todo ese ejercicio y, aunque como mucho menos, he engordado unos 10 kilos desde entonces (también supongo que influya que ya no estoy en la veintena). Y hace ya años de esto, pero me sigo viendo horrible; no me acostumbro.
      En fin... Ya te he contado mis penas :(

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