viernes, 4 de noviembre de 2016

Mamá en apuros: MiniP y el caso del pendiente invasor



Si me da por pensar, descubro que la mayoría de mis historias comienzan al despertarme. Será porque me sienta fatal levantarme de la cama, me da igual que sea temprano, que sea tarde, me cuesta un mundo. Con lo a gusto que se está durmiendo no entiendo cómo hay personas a las que le parece una pérdida de tiempo.

Mi hija ha salido a su padre en eso, y sí, son de ese tipo de personas que duermen porque sus organismos lo necesitan, que si se pudieran enchufar y mantenerse despiertos mientras tanto lo harían, como los móviles. Por suerte, como todavía es pequeña, la puedo convencer para que se venga a mi cama y a veces, solo a veces, se vuelve a quedar dormida un rato.

El día del caso del pendiente, se levantó temprano y se vino a mi cama. Era día laborable, pero ella no tenía cole y yo estaba de vacaciones, de modo que esperaba levantarme algo tarde. Tampoco la locura, pero cruzaba los dedos para no ver menos de las nueve de la mañana. No tuve suerte. MiniP se espabiló un poco cuando su padre aún andaba trasteando por casa, cogiendo las últimas cosas antes de ir a trabajar, y se vino a mi cama. De ahí, dio unas pocas de vueltas y pidió permiso para despedirse de su padre. Se lo concedí con la condición de que volviera a la cama, pero ya sabía yo que mis esperanzas iban a ser vanas. Volver volvería, y de hecho volvió, pero ya no se durmió. Mi no madrugar se convirtió en estar despierta desde las siete y media de la mañana. Esto no son vacaciones ni nada.

El caso es que mientras estábamos en la cama, yo intentando ignorarla a ver si se dormía, ella hablaba de vez en cuando. Y me dijo: “mamá, me duele un poco el pendiente”. Entre la caraja y las ganas de seguir durmiendo, tampoco le di mucha más importancia. Le dije que el pendiente era difícil que le doliera, puesto que no tenía nervios en él. Una bromilla mañanera. No lo pilló. Seguí intentando dormir. No me dejó. A los cinco minutos nos levantamos.

Tenía en mente mirárselo después de desayunar, pero cuando aún no se había terminado el colacao salió pitando al baño sin decirme nada. Escuché algún ruido raro, y le pregunté:

- MiniP, ¿estás vomitando?

- ¡Todavía no! – me gritó desde el baño. Acto seguido, escuché ruidos de vómito.

Después de eso, olvidé el pendiente.

Lo volví a recordar por la tarde, cuando dejaba a la peque a dormir con mi madre. Subimos a su casa, dejamos la bolsa y le quité el abrigo. Yo no me quité el mío porque se suponía que iba a estar el tiempo justo de dejarla, ya que volvería a una casa vacía y quería disfrutar de mi soledad. Pero al quitarle el abrigo a MiniP le rocé la oreja y se retiró de mi con queja incluida.

De modo que me asomé al pendiente, y vi que tenía un poco negro entre el pendiente y la oreja. Más por la parte de atrás. Intento quitárselo, pero está duro y además le hago daño. Asomo más por la parte de atrás, pero no consigo ver bien porque cada vez que toco MiniP se queja y se retira.

La verdad es que no se deja tocar mucho. Cada vez que he tenido que curarle una herida me ha montado un espectáculo. Esta vez hubo menos gritos, pero no se dejaba tocar.

Me quité el abrigo, agobiada. Estaba empezando a vislumbrar algo raro, pero seguía sin poder determinar bien el qué, debido a la poca luz, el poco espacio y el poco tiempo que me dejaba tocar MiniP. Me senté en el sofá y la tumbé de lado, a ver si así veía mejor. Y vaya si vi.
El pendiente en su nave, dispuesto a atacar


Un espectáculo dantesco. La tuerca del pendiente, de forma piramidal, se había introducido dentro de la oreja de MiniP, en un intento de conquistar su cuerpo, sin duda. Solo quedaba libre media tuerca, y cada vez que yo intentaba sacarla, asomaba parte del resto por el agujero del pendiente provocándole dolor a mi pequeña. Lo volví a intentar, despacio, haciendo un pelín de presión, cogiendo por un lado la parte delantera del pendiente (una mariquita) y por el otro lo que quedaba visible de la tuerca, pero en lugar de salir de la oreja, tan solo se separaba la parte delantera. 

Yo me veía ya en urgencias explicándole a algún doctor o doctora lo mala madre que soy. Mala madre por haber dejado la oreja de mi hija a expensas de un pendiente invasor que pretendía colonizarla. Y a ver cómo explicaba yo que no miraba bien detrás de sus orejas, que tan solo le pasaba el chorro del agua de la ducha, y cuando tenía fiebre tan solo prestaba atención a si tenía puntitos rojos o no, ignorando lo que pasaba lentamente tras su lóbulo. 

Porque esta invasión no habría sido cosa de un día, ni de dos. La tuerca hizo su trabajo despacito, sin nadie que le pusiera freno, entrando en el organismo de MiniP por la puerta trasera de su lóbulo y seguro que con planes de extenderse más allá, quizás hasta la ternilla, colonizando la oreja entera. Me pregunto si con el tiempo suficiente le habrían crecido mariquitas en el pelo… 

Seguía intentando quitarle el pendiente a MiniP, y debo decir que pese a su historial estaba aguantando muy bien. No terminaba de dejarse hacer, pero la soborné, el gran truco que toda mamá en apuros debe tener bajo la manga. Tenía un sobre de la Patrulla Canina que había comprado la semana anterior, y que estaba reservando para cuando se portara fenomenal, pero lo vi más necesario en ese caso. 

- MiniP – le dije-, si me dejas quitarte el pendiente te doy el sobre de la Patrulla.

A ella, claro, se le iluminaron los ojillos. Y se dejó hacer lo mismo de antes.

En un último intento desesperado (ya me veía en el hospital rellenando formularios y señalada con el dedo por el personal de enfermería), le pedí a mi madre unos alicates. Ella, más sensata, me ofreció unas pinzas de depilar. Y yo las recogí, como la cirujana improvisada en la que me había convertido. 

Le dije a MiniP:

- Cariño – mi tono era solemne – Es el último intento. Si no lo consigo te tengo que llevar a urgencias.

Se estuvo muy quieta, apretando con una mano su sobre de la Patrulla Canina y con la otra la mano de su abuela, mientras yo cogía la tuerca invasora con las pinzas y la parte de la mariquita con la mano, y despacio, tiraba. MiniP se encogía y se quejaba, pero poco a poco, la tuerca salió. Suspiré aliviada cuando tuve las dos partes en la mano, y los orificios de la oreja de MiniP sucios, pero libres.
Pendiente sometido. No salió sin luchar, pero ganamos la guerra.


Para terminar el trabajo, y evitar las urgencias, nos acercamos a la farmacia. Le expliqué por encima a la farmaceútica lo que nos había pasado, y ella pidió permiso para mirarle el destrozo a MiniP. 

Y fue una suerte, porque se dejó hacer por la farmaceútica lo que no pude hacer yo, le quitó los restos negros que tenía en los orificios, y me dio un diagnóstico que me alivió sobremanera: no estaba infectado. Nos recomendó antiséptico para evitar la infección que no tenía, y que le pusiera un pendiente para que no se le cerrara el agujero. Compré ambas cosas y nos fuimos.

No le vuelvo a poner pendientes que no tengan la tuerca de toda la vida, con forma de mariposa.



3 comentarios:

  1. Por favor, me he puesto mala leyendo lo del pendiente. QUé horror. Nunca había oído algo así, pobre criatura. Menos mal que lo solucionaste.
    Besos, Mª José y feliz finde.

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  2. Ays, pobrecita... Y menos mal que tu madre estaba ahí, porque lo de los alicates me ha sonado ya a madre desesperada total... Lo del espectáculo para curar algo me suena también. Todavía le dura, que hace poco tenía que echarle un líquido para curarle una llaguita y creo que se enteró todo el vecindario.
    Besotes!!!

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  3. Tampoco fue para tanto,menos mal qué en las orejas no ha salido a la madre 😋 😘 😘 😘

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