lunes, 30 de enero de 2017

Presentación de Siria. La primavera marchita de Antonio Pampliega



Como ya he dicho en alguna ocasión, una de las pocas cosas que merece la pena del pueblo donde vivo es su biblioteca. Además del catálogo que tienen, organizan cuenta cuentos para peques, para mayores, y presentaciones de libros. Cosa que me encanta, porque ir hasta Madrid centro me supone mucho tiempo de transporte público. Todos sabemos que Madrid tiene muchísima oferta cultural, pero yo soy una pobre mamá que tiene que llevar a su peque a casi todas partes (al menos hasta las 7 de la tarde, que entra en turno Papá en Apuros). Por eso intento ir a todas las que organizan aquí, que, por suerte, son bastantes.

Esta presentación se había pospuesto 3 veces. Yo solo me enteré de la última, de antes de Navidades. Pero ya hubo otras dos. La primera no pudo ser por problemas de agenda. La segunda es que el periodista, el que presentaba el libro, estuvo secuestrado diez meses en Siria.

No hablo de otro que de Antonio Pampliega, oriundo de este pueblo, que saltó a la fama cuando fue secuestrado en el lugar del conflicto por querer contárselo al mundo. De todo dijeron en aquel entonces: desde las voces cuerdas y cabales que se preguntaban por qué tienen que secuestrar a periodistas en una guerra (para que no se sepa la verdad de lo que ocurre, obviamente), hasta voces que dijeron cosas tan disparatadas como que se iba allí de vacaciones. De vacaciones a una guerra, claro, porque los cruceros están muy caros.

Presentaba Siria. La primavera marchita. Confieso que fui pensando que era otro periodista que se aprovechaba de su reciente (y mal adquirida, nadie querría ser famoso por ser secuestrado) fama para vender sus libros. Iba con la idea preconcebida de que se sentaría tras la mesa, nos contaría cuatro cosas sobre el libro, otras cuatro sobre el secuestro, y nos animaría a comprar el producto. 

No podía estar más equivocada.

Antonio Pampliega no nos presentó su libro. Nos presentó la guerra de Siria. Una guerra de la que no queremos saber nada, de la que nadie quiere hablar. Aprovechó su fama para llenar una sala que de otra manera no hubiera llenado, y contarnos la verdad incómoda que nadie quiere escuchar. Nos sentamos allí siendo unas personas del primer mundo, con nuestros problemas de primer mundo, sin saber de guerras, ni de islámicos más que lo que nos cuentan en los telediarios, y nos transportó a Siria, al horror, a la guerra, con tan solo unos vídeos y unos audios. Salimos convertidos en otras personas. Al menos yo salí siendo otra. Siendo consciente de la suerte que tengo de vivir donde vivo, pese a todo, pese a la mierda que nos rodea, aún tenemos casa y parques para que MiniP juegue. Tenemos una vida. Allí, en Siria, hace 6 años que ya no tienen nada. Ni casas, ni parques, ni vida normal.


Me fascinó Pampliega. Tiene grandes dotes de orador. Se transforma al transmitir. Antes del evento estaba en la sala charlando con sus familiares, con los allegados, mirando al resto con timidez. Daba sensación de ser una persona muy reservada, pero se transformó con la primera palabra que pronunció, y no cambió en todo el discurso. Es un gran comunicador. Nos presentó las imágenes y nos contó las historias que había vivido en sus diferentes viajes a Siria. Habló con muchísimo respeto de las personas que conoció allí, de los civiles, y no le dolieron prendas en catalogar tanto a los rebeldes como al régimen de hijos de puta. Sinceridad absoluta. Ningún bando es bueno, quizás empezaron peleando en defensa de algo bueno, pero en un momento dado se torció. Y allí solo pierden los civiles. 

Los civiles. Según contó, él solo iba allí por ellos. Porque se lo merecían. Porque algunas personas, al descubrirle allí, haciendo fotos, haciendo vídeos, le abrazaron y le dieron las gracias. Le pidieron que contaran su historia, esa que nadie quiere saber. Porque en la guerra se muere, pero en la guerra también se vive. En desgracia, en la miseria, con la muerte tras tu hombro cada día, pero se vive.

No son refugiados, no son terroristas, los miles y miles de personas que se hacinan en tiendas de campaña pasando frío y hambre son personas. Personas que querrían volver a su hogar, pero que ya no tienen hogar al que volver. Personas a las que el mundo ha dado la espalda, y todos somos culpables de eso. Desde nuestra pequeña vida privilegiada podríamos haberles ayudado con nuestro voto, votando a un gobierno que no venda armas a países árabes. Votando a partidos que no apoyen creaciones de muros, que no solo es Trump quien quiere construirlo. Aquí tenemos dos desde hace tiempo, y bien reforzados. 

Para terminar con un mensaje esperanzador, Antonio Pampliega solo pudo decir: “disfrutad de la vida. Es la única que tenemos. Por más que quiera, yo no soy sirio. No soy uno de ellos. Tan solo les puedo ayudar contando su historia.”

Por supuesto, acabé comprando el libro. Lo leeré y lo comentaré aquí, pero me parece un libro necesario. Primero, para saber, tal como me puso Antonio en la dedicatoria, lo afortunados que somos. Y segundo porque todo lo recaudado va a manos de Médicos sin fronteras, para contribuir en su labor en los campos de refugiados, en los campos de la vergüenza.



Gracias, Antonio Pampliega, por demostrarme lo equivocada que estaba, por hacerme ver que aún hay gente que se preocupa por contar las verdades incómodas. Ojalá todo el mundo esté dispuesto a escucharlas.

viernes, 27 de enero de 2017

Mamá en apuros: Reunión del cole 2º Trimestre



Estaba esperando al día de hoy, martes, para escribir el post del viernes, por una razón en concreto. No es que yo vaya procrastinando alegremente y me ponga a hacer algo el día anterior de entregarlo, no… (si alguien se ha creído esto, por favor que levante la mano), es que hoy precisamente era la reunión trimestral del colegio y esperaba sacar material para el post.

La estaba esperando como agua de mayo. Iba yo con las pistolas cargadas y el dedo suelto, para disparar a la primera de cambio, pero como suele pasar cuando vas preparada, no me ha hecho falta. Y me he quedado chafada.

Me he vuelto a casa pensando que me he equivocado. Pues porque eran los mismos padres y madres que llevo viendo tres años (con este ya cuatro), y las mismas profesoras que nos recibieron a principio de curso, si no, pensaría que me he ido a otro colegio. Hay que ver cómo cambia el discurso, y como, cuando queremos, hablamos sin atacar. 

Era como en los ladrones de cuerpos. Donde a principios de curso era todo pésimo y no había nivel, hoy ha sido una evolución muy grande de los niños. Lo cuenta la profesora hinchando el pecho como una campeona. Sus palabras decían de los niños, con sus gestos se atribuía el mérito.

Aunque no todo ha sido ponerse medallas. Ya han advertido y han dejado claro que se puede repetir en primero de primaria, con lo que han dejado acongojados por lo menos a la mitad de los padres y madres presentes. Yo por ese lado no tengo problemas. Creo firmemente que MiniP no está para repetir, pero si lo estuviera preferiría mil veces que repitiera a que pasara sin haber interiorizado los conceptos. Eso sí, y aunque es verdad que no todas las personas, por poca edad que tengan, tienen la misma inteligencia, creo que es una falta de tacto decirlo delante de todo el mundo. Es verdad, no todos son igual de inteligentes, pero quizás deban repetir no por falta de inteligencia sino por falta de nivel madurativo. En la misma clase hay niños o niñas de diciembre con otros de enero, que es casi un año de diferencia, y que hay niños o niñas que evolucionan más despacio. No todo es cuestión de inteligencia.

Luego está el hecho de que los que más se quejan, luego en las reuniones no abren la boca para nada. No dicen ni mú. Asienten a todo lo que dicen las profesoras sin cuestionar ni media palabra y se guardan las protestas para la puerta del colegio, donde todas (o todos) somos más valientes y sinceros que nadie. Sí, ya lo veo. Como yo no lo puedo evitar, que, aunque me diga que no voy a abrir la boca me pierde el nervio, fui de las pocas que hablamos en la reunión. Para cuestionar, para preguntar, para inquietar. Mi cerebro a veces tiene vía libre con mi boca y antes de pararme a pensar ya lo estoy diciendo. Así pasa, que luego soy la borde, la intratable, la mandona. 

No fui la única que habló, pero intervenimos tres padres. Creo que en el tema de repetir o no repetir quizás alguno más debió haber dicho algo, sobre todo porque de puertas para fuera no tienen problema en decir lo que piensan. Yo tampoco, a ver si me entendéis, que me encanta cotillear y despellejar como a la que más, pero si lo tengo que decir a la cara tengo la misma facilidad.

Después de acabada la reunión, pese a la poca intervención parental, extensa como pocas, me quedé para aclarar ciertos términos con las profesoras. Y de paso, para pedir una reunión personal, y terminar de descargar lo que consideré que no era oportuno soltar en público. Porque al final pasa una cosa: si eres la única que saca la cara el resto se aprovecha, se hacen las buenas personas y dejan que otros (en este caso yo), se partan la cara en su beneficio. Y yo ya no. Hay cosas que las tengo que decir en público, pero otras tantas prefiero decirlas en privado. Y que cada cual se busque la vida, si la gente es feliz arreglando el mundo donde no se puede hacer nada, pues ole por ellos, pero luego que no me vengan con historias porque se llevarán la contestación que me garantizará la fama de borde de por vida. Porque yo lo valgo.

En esta charla coloquial, cara a cara, cuando casi todos los padres y madres de criaturas angelicales como mi propia hija se fueron a sus casas, la queridísima profesora de mi hija, en cuanto vio una pequeña oportunidad, ensalzó a SúperE, la genial profe de infantil de MiniP. Donde antes las insinuaciones iban encaminadas a que habían recibido mucho amor pero poca educación, ahora era todo magnífico: ella magnífica, el colegio magnífico, todo magnífico. Me hubiera gustado preguntarle: “ah, ¿pero es que ya le diriges la palabra?”, pero no lo vi de recibo. 

Quizá algún día se lo diga en privado, de momento me lo guardo para mí como información privilegiada de la que no debo abusar. La semana que viene tengo la tutoría privada, ya veremos si consigo disparar todas mis balas…





viernes, 20 de enero de 2017

Mamá en apuros: De gatos y periquitos



Tenemos un gato en casa desde que nos vinimos a vivir aquí. Lo rescató Papá en Apuros de la nave donde trabajaba y lo llevamos al veterinario según llegó, plagado de bichos y famélico. Desde entonces me hace compañía, sobre todo a mí, que era la que pasaba sola más tiempo en casa.

Es por eso que me adoptó como suya. Los otros humanos habitantes de nuestro hogar son satélites, sabe que son de la familia, pero la que soy suya soy yo. Y a mi, para qué voy a negarlo, me encanta.

Pero desde que llegó han pasado ya catorce años, que eso en la vida de un gato ya son años, y entremedias han venido más habitantes: otra humana cachorra, que al principio no hacía mucho, pero que ahora le toca mucho las narices, y luego le metimos dos periquitos.

Pero ese no fue su primer contacto con un periquito. Eso ocurrió algunos años antes de que llegara la pequeña humana, MiniP. Mis padres se fueron de vacaciones y me quedé a cargo de Elvis, el periquito de la familia. Decir que Elvis era especial es quedarse corto. 

Elvis el Periquito llegó a casa de casualidad, también. El por entonces novio de mi hermana había venido a Madrid a buscar trabajo con la intención de quedarse y casarse con mi hermana (y, lo que son las cosas, lo consiguió), y yendo a una entrevista de trabajo se encontró al periquito en la calle. No salió huyendo cuando se le acercó, de modo que le echó mano y lo metió en el bolsillo. Pasó la entrevista con el animal guardado y al finalizar lo llevó a casa, donde se quedó casi diez años, hasta que murió de viejo.

Debía ser un periquito doméstico porque venía ya enseñado. No tenía miedo de los humanos, se subía a tu hombro, al dedo, te dejaba que le dieras de comer. Es más, te pedía comida cuando te veía comer. Una vez casi le arranco la cabeza de un mordisco, ya que estaba masticando chicle, y él quería que le diera de comer, pero como no veía que me llevara nada a la boca, decidió averiguar él solo qué es lo que comía.

Cuando me quedé con él, yo, que no tengo una idea buena, decidí presentárselo a Yoda. Primero dentro de la jaula. El gato abrió mucho los ojos, lo olisqueó, e intentó meter la zarpa para ver qué era ese juguete nuevo que le había llevado. Se movía de un lado a otro de la jaula, intentando meter hocico o meter pata, muy valiente él.

Elvis le observaba, impasible. Se movía de un lado a otro, quizá evitándolo, quizá provocando al gato. Piaba de vez en cuando. Y se puso a protestar muy fuerte porque estaba enjaulado.

Cuando lo sacaba intentaba que Yoda no estuviera en la misma habitación que él, para evitar disgustos. Aparentemente tan solo le provocaba una gran curiosidad, pero no me fiaba (ni me fío). Pero un día, mi gato es muy espabilado, el periquito también, de modo que no sé muy bien cómo, nos encontramos con los dos bichos en la misma habitación, el periquito fuera de su jaula.

La pena fue no haberlo grabado. Porque fue todo un espectáculo. Toda la valentía de Yoda pareció escurrirse cola abajo, y ahora se mostraba cauto rozando a asustado. Elvis no. Elvis estaba en su salsa. La casa no era suya, pero a la humana la conocía de sobra, así que él se movía como acostumbraba. Se posaba en mi hombro, en la mesa, me mordisqueó unos folios que tenía por ahí encima. Lo normal. 

Yoda se subió a la mesa junto al perico. Ahí estaba yo, atenta y con el corazón en un puño no fuera a ser que se lo zampara en un visto y no visto. Pero no, tan solo quería olisquearlo. Y Elvis, el muy puñetero, aprovechó que el gato acercó el hocico para picotearle los bigotes. Yoda le dio pequeños golpes con la pata, sin sacar las uñas, y se alejó. Pero Elvis le persiguió para picotearle más. Yoda le volvió a dar, sin sacar las uñas, y huyó de allí, hacia el pasillo. Elvis echó a volar.

Volaba en círculos, y de vez en cuando, como sin querer, pasaba rozando el lomo del gato. Yoda maullaba, y mientras volaba el periquito, no le quitaba ojo. Daba vueltas a la cabeza siguiendo su trayectoria, y otra vez que le pasó raso al lomo. La tercera vez, se posó.

Yo creía que me daba algo. Yoda se sacudía para quitárselo de encima y Elvis agitaba las alas para guardar el equilibrio. El muy pícaro sabía que le estaba haciendo de rabiar al gato y más aposta lo hacía. Al final le tuve que guardar para que mi gatito no me cogiera odio eterno…

Pero esto fue cuando Yoda era joven y tenía ganas de saltar y jugar. Ahora ya se dedica a dormir casi todo el día, y si puede hacerlo encima de mí, mejor que mejor. Hasta que nos ocurre un pequeño accidente cuando vamos a alimentar a la periquita y todo se descontrola… El otro día fui a ponerle comida a Blanca, que está solita en su jaula y en un momento acabamos con un circo.

De los dos periquitos que teníamos tan solo nos queda la hembra. El otro macho al final también murió. Ya no lo llevé a la tienda porque habían pasado unos meses, pero me pillé un cabreo tremendo. Los tres que cogí en la misma tienda, los tres difuntos. Tan solo queda Blanca, que la cogimos en una tienda de la misma franquicia, pero de otra ubicación.


Como decía fui a ponerle comida. Para ser exactos diré que fui a ponerle una golosina en un palo, colgado del techo de la jaula, para lo que abrí la puerta de la misma. Blanca, temerosa como es, comenzó a volar de un lado a otro de la jaula, hasta que, por casualidad, dio con la puerta y salió. La que se lió fue pequeña…

Claro, Blanca no es Elvis. No está acostumbrada a nosotros, y al gato a verle de lejos. Yoda, que ya le pillamos mayor pero aún tiene ramalazos, vio su oportunidad de investigar más allá de los barrotes y se puso a perseguir a la periquita por el salón. Y MiniP… MiniP, la pobre, se asustó. Yo iba detrás de la perica, intentando cogerla, a la vez que gritaba: “Sacad a Yoda, sacad a Yoda”, pero ni Papá en Apuros ni MiniP atinaban a cogerle.

La periquita voló hacia la cocina y ahí se me encogió un poco el corazón, no fuera a ser que estuviera la ventana un poco abierta (a veces pasa). Pero no, Papá en Apuros fue tras ella para asegurarse, yo aproveché para echar al gato al pasillo y cerrar la puerta, y acto seguido ayudar a Papá en Apuros. Iba hacia la cocina, Blanca volaba de vuelta y tuve el tino de cogerla al vuelo. Con las mismas, volvió a la jaula, ella con un susto de más y yo con un cacho de dedo de menos. Qué picotazo me metió, la jodía…

Pasado lo peor, pasamos a normalizar el asunto. Abrimos a Yoda, que se había quedado calladito tras la puerta, y entró mirando hacia arriba para comprobar si las cosas ya estaban en su sitio, y acudimos a consolar a MiniP, que se había hecho un ovillo en el sofá y sollozaba.

Tras un buen rato de mimos y de calma, consiguió decir que se había asustado porque creía que la ventana estaba abierta, y que se iba a perder la periquita. Pero yo creo que en realidad pensó que se iba a quedar sin la cuarta periquita, esta vez porque se la iba a zampar un gato. El nuestro.

Y es que mira que ha tenido mala suerte la pobre… 

Por lo menos terminamos la experiencia con el mismo número de animales que la comenzamos…

domingo, 15 de enero de 2017

Los caballeros las prefieren rubias. Pero se casan con las morenas, Anita Loos




Sinopsis (Casa del Libro): Anita Loos comenzó a esbozar Los caballeros las prefieren rubias durante un viaje en tren en el que se encontró a una rubia aspirante a actriz de Hollywood que «no dejaba de ser atendida, mimada y halagada por todos los hombres. Si por casualidad se le caía la novela que estaba leyendo, había bofetadas por recogérsela; yo, sin embargo, bajaba y subía la maleta sin que ningún hombre pareciese reparar en mis esfuerzos. […] ¿Por qué esa chica me daba cien vueltas en atractivo femenino? ¿Estaría su fuerza (como la de Sansón) en el pelo?». Esta obra irrumpió en el mercado editorial con un éxito hasta entonces desconocido. Más tarde, animada por su marido y sus amigos, Anita Loos escribió…Pero se casan con las morenas, donde Lorelei Lee (la protagonista de ambas obras) y su inefable amiga Dorothy volvías a hacer las delicias del lector con su gran sentido del humor y sus peculiares consideraciones sobre la vida.



Vi esta novela en una oferta del Kindle Flash, que tanto daño le está haciendo a mi bolsillo, y no me pude resistir. Como soy de naturaleza ignorante, no sabía que la famosa película protagonizada por Marilyn Monroe estaba basada en una novela de Anita Loos, quien además de escritora, con colaboraciones en varias revistas importantes, también fue guionista para la Metro Golden Meyer. Sí, lo he sacado de la Wikipedia, pero me pareció importante compartirlo.

En la edición que compré venía un prólogo escrito por la propia Anita Loos donde contaba cómo se le ocurrió la idea para la novela, y cómo, casi por casualidad, se la publicaron. Cuando esbozó las primeras líneas no pudo imaginar la repercusión que tendría y lo actual que resultaría 80 años después (he hecho el cálculo aproximado, lustro arriba, lustro abajo).

Me puse con él enseguida porque salía de una lectura intensa, y quería despejar mi mente. Algo ligero. Algo que permitiera descansar a mi neurona, que ya no daba más de sí, y en la blogosfera ponían muy bien a estos caballeros, de modo que ahí que me lancé. Aunque, debo confesar, que mis expectativas andaban algo bajas. Quizás por las lecturas que había ido encadenando, costosas y lentas, pero no esperaba yo lo que me encontré al final.

La novela está escrita a modo de diario, que la protagonista, Lorelei Lee, escribe porque el caballero que la corteja se lo aconseja. Ella se quiere dedicar al cine o al mundo literario, y es una buena manera de entrar. Desde sus propios pensamientos vamos descubriendo el tipo de persona que es, su estilo de vida, y sus más íntimos pensamientos. Entra de lleno en ese cliché de rubia tonta, que explota su tontería hasta niveles insospechados para conseguir sus objetivos, siempre de manera inocente, claro.

Desde el principio no he podido reírme más. Qué descaro tiene, qué inocencia descarada, qué todo. Encima me la imaginaba (imposible no hacerlo) con la cara y la voz (doblada, of course) de Marilyn Monroe, esos ojitos que solo ella sabía poner, de mira qué mona soy, y solo por eso me vas a regalar una tiara de diamantes.

Porque de eso vive la tía, de sacarles a los hombres tiaras de diamantes, ropa, viajes lujosos… No se priva de nada, y le da igual si el hombre es casado o no, total, ella solo se deja educar…

En todos sus viajes siempre va acompañada de su amiga Dorothy. Dorothy no podría ser más contraria a Lorelei. Para empezar, es morena, y ya sabemos que las morenas nos llevamos menos cosas en la vida, máxime cuando hablamos de sacarles cosas a los hombres. Pero Lorelei la acoge y se propone educarla a ella también. Y es Dorothy la protagonista de la segunda parte: Pero se casan con las morenas. Quizá porque la protagonista es distinta, tiene menos enganche que la primera parte, pero el mismo humor. La misma ironía fina, solo que ahora no nos encontramos con una rubia inocentona que es capaz de salir de un juicio grave solo con pestañear al juez, sino con una morena que no le van los juegos perspicaces y que se cuelga por cualquier perdedor sin un céntimo que se encuentra por el camino.

Todo ello contado por Lorelei, que ahora ha decidido ser literaria. Porque su prosa es sencilla, escribe tal como lo hablaría: resulta que, y bien que, pues entonces… Y mención aparte merecen sus “palabros”. El primero que pillé creí que era una errata, pero dos líneas más abajo me lo encontré de nuevo: huniforme. Con h. Me dolieron los ojos, pero aún así casi se me saltan las lágrimas al darme cuenta de que la autora lo había hecho adrede. Tiene más, como magneto en lugar de magnate, que cuando lo leí pensé que porque se había escrito en los años cuarenta, si no habría tenido un problema con los X Men…

Me resultó una lectura hilarante, cargada de ironía y mala leche, de la que disfruté hasta su última letra. Ahora me queda pendiente un revisionado de la película, que en su momento creo que vi, y digo creo porque no me acuerdo de nada en absoluto.



viernes, 13 de enero de 2017

Mamá en Apuros en la Cabalgata de Reyes




Siempre me han gustado las cabalgatas de reyes. Ir a verla los 5 de enero ha sido una de esas costumbres que no he abandonado jamás desde mi infancia. Me encantan: la emoción, el colorido, los caramelos… Es magia en acción. 

Cuando me vine a vivir aquí, a este pueblo, hace ya quince años, no perdí la tradición. Incluso antes de que nacieran mis sobrinos o mi hija, me bajaba a ver la cabalgata. Algunos años la vi en el pueblo de origen, con mis hermanas, y otros me quedé en Pueblucho para verlas con Papá en Apuros. Me acuerdo perfectamente del primer año. No esperaba que fuera fabulosa, ni que estuviera al nivel de donde venía, al fin y al cabo, cambié un pueblo con aspiraciones a ciudad (o una ciudad que aún tenía mucho de pueblo, depende de como se mire) de ciento treinta mil habitantes por uno que apenas supera los veintidós mil. Pero me sorprendió para bien, la cabalgata era modesta pero muy pintoresca: camiones decorados por asociaciones, carrozas tiradas por tractores y mucha ilusión. Creo que es la combinación perfecta.

Este año, desde el AMPA del cole, quisimos participar en la Cabalgata. Para nosotras fue un hito casi histórico, porque hacía como diez años que el cole de MiniP no participaba. El ayuntamiento nos proporcionaba el camión, y una pequeña subvención para los disfraces y la decoración, y a partir de ahí nos teníamos que apañar. 

Hicimos llamamiento, al que acudieron al principio muchas personas, pero se fueron quedando atrás. Algunas por problemas de agenda, otras por aburrimiento, al final nos quedamos unas diez mamás. Y casi hay más deserciones.

Yo me agobié desde el minuto uno. Es verdad que no hace falta mucho para que yo me agobie y entre en apuros, pero es que hay cosas que me superan. Primero que había que ir al cole todos los días, para preparar la decoración del camión. Y el día de la Cabalgata había que estar desde primera hora para decorar y luego quedarse hasta el final para quitar todo lo que se había puesto al camión para devolvérselo al dueño. Pensé que lo haría este año, como novedad, y porque MiniP escuchó una conversación y cualquiera le quitaba la idea de la cabeza. Ella quería tirar caramelos.

Como el tema de la decoración nos llevaba mucho tiempo, tuvimos que pedir permiso al ayuntamiento para poder trabajar en el cole los días de vacaciones, porque nos pillaba el toro, por lo que me pasé las vacaciones de Navidad yendo todos los días al colegio. 

Y, como colofón para terminar de agobiarme, las mamás del cole hicieron de las suyas. 

Es que no sé qué pasa, que en cuanto nos juntamos más de cuatro para hacer lo que sea, acabamos por tirarnos de los pelos. Cuando se pidió colaboración, en principio se dijo que cada una en la medida de lo posible. Evidentemente si no ibas ningún día a ayudar no subirías al camión, pero hasta ahí. Y al principio fue bien, hasta que empezaron las quejas.

Que si esta no ha venido hoy, que si esta otra solo ha venido dos veces… Una de ellas llegó a pedir que se hiciera una lista para que firmara la gente, así se vería quién ha ayudado y quién no… Ahí yo, que había pasado por alto comentarios anteriores, me negué categóricamente. Y no le hice un piquete a la mamá en cuestión porque lo dijo por wasap, que si no se iba a enterar de lo que es explotación…

Se me hincha la vena solo con recordarlo.

Cada día le decía a MiniP: no te hagas ilusiones que lo mismo no vamos. Vemos la Cabalgata desde abajo y ya está. Ella me miraba con ojos asustados, buscando lo que había hecho mal para pedir perdón. Debo decir que tenía una lista larga, estas vacaciones han sido una pesadilla en cuestión de comportamiento. Pero a veces me sale la madre buenaza que todas llevamos dentro, y en vez de gritarla como es habitual, le sonreía y le decía que no era por ella, que me estaban tocando mucho las narices. 

Me miraba como lo hace habitualmente, pensando que por qué le habrá tocado la madre loca, y seguía a lo suyo.

Dos días antes del día C (de Cabalgata), mis esperanzas se vieron insufladas. MiniP amaneció con dolor de garganta, y estuvo toda la mañana pachuchona. Con pocas ganas de jugar, tumbaba en el sofá, sin querer salir a la calle. Le advertí: si te pones mala no vamos, que va a hacer mucho frío. Pero nada, se ve que las ganas le pudieron a la enfermedad, el día C se levantó como una rosa.

Lo contrario que el día, que amaneció nublado como si fuera Londres. De camino a casa de AbuelaT, MiniP y yo nos temíamos que como el día siguiera así no se nos vería en la carroza. Ni con señaladores de los de los aeropuertos… 

Me libré del montaje del camión, ya que trabajaba por la mañana. Para que no dijeran mucho, a las dos de la tarde les hice el relevo, cuando estaba ya todo montado, pero para hacer vigilancia y que no se colara nadie en el cole a estropearnos el trabajo. A las cuatro fui a recoger a MiniP, y volvimos directas a seguir vigilando. Y antes de que nos diéramos cuenta, ya eran casi las seis y había que ir al lugar de encuentro.


Ahí me empezó a entrar el gusanillo. A emocionarme. Pero no mucho, era tan solo la adrenalina previa al espectáculo.

Nos acomodamos en el camión. Al final entramos todas las mamás, excepto dos, que se quedaron abajo para ir dando indicaciones al conductor. Por el camino al recinto ferial, desde donde salían las carrozas, pusimos la música, un súper equipo que llevábamos, y ahí ya empecé a animarme. Algunas de las mamás que venían eran muy fiesteras, y me terminaron de animar. Ya antes de salir me había puesto de pie y estaba bailando.

Y llegó el momento. La carroza se puso en marcha, y comenzamos el trayecto. Y descubrí, desde dentro, la magia de la Cabalgata de Reyes. Ves a la gente admirando el trabajo que has hecho, con dedicación y mayor o menor acierto, pero con ilusión, y todo el mundo sonríe. Y pide caramelos. Y los que conoces te llaman y te saludan, y los que no conoces también te saludan. Y hasta te perdonan el caramelazo que se han llevado en un ojo.

Hay de todo, como en botica, porque algún animal todavía sigue habiendo, que recoge los caramelos del suelo para volverlos a tirar a la carroza, y con mala hostia. A esos les habría tirado piedras. Y luego están las quejas, que si pocos caramelos, que si vaya rollo y que si tal. Internet no es el único feudo de los trolls…

Pero la gran mayoría de la gente va de buen rollo. Va a ver un espectáculo, a ver a los Reyes Magos llegar, para luego dejar los regalos en casa de cada niña y cada niño. Es la magia de la que hablaba en el otro post de la navidad, es la ilusión, es el hacerlo real solo por creer en ello.

Y todo el camino bailando, riendo, y sorprendiéndome de mi anormalmente certera puntería. Porque manda narices, que no juego a los dardos porque peligran las ventanas, pero caramelo que tiraba, caramelo que dejaba ciego a alguien. ¡Soy una killer!

MiniP se bajó antes de terminar el trayecto, vino su padre a vernos y se fue con él, aburrida ya la pobre. Dos niñas más se durmieron, no sé cómo con tanto escándalo, pero se quedaron fritas, y una de ellas cuando despertó, vomitó, dejándonos un bonito regalo dentro de la carroza. Para los niños fue cansado y no tan guay como esperaban.

Pero para las mayores fue una fiesta que no nos importaría repetir. Pese a todo.

lunes, 9 de enero de 2017

La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa




Sinopsis (Casa del Libro): La ciudad y los perros no solamente es un ataque contra la crueldad ejercida a un grupo de jóvenes alumnos del Colegio Militar Leoncio Prado, sino también una crítica frontal al concepto erróneo de la virilidad, de sus funciones y de las consecuencias de una educación castrense malentendida.

Aunada a la brutalidad propia de la vida militar, a lo largo de las páginas de esta extraordinaria novela, la vehemencia y la pasión de la juventud se desbocan hasta llegar a una furia, una rabia y un fanatismo que anulan toda sensibilidad.

El libro más violento de Mario Vargas Llosa, traducido a más de treinta idiomas.



Este era el libro de noviembre del Club de Lectura de la Biblioteca. Tenemos una lista enorme de libros para el préstamo conjunto, pero luego resulta que vas pidiendo y están todos reservados, por lo que a veces se hace difícil elegir los libros. Este tuvo mucha acogida, por el nombre del autor, un señor premio Nobel ni más ni menos. Y, esto lo añado yo, consorte de la mismísima reina del Ferrero Roché.

Suelo ponerme algo tarde con las lecturas, quizás porque me confío y creo que voy a ser capaz de leer un libro en un par de semanas. Mi media solía ser una semana, pero últimamente no sé qué me pasa que leo menos. Y me puse con dos semanas de antelación, pero es un libro que de inicio se hace un poco cuesta arriba, antipático, que me costaba volver a cogerlo. Por lo que llegué a la reunión del Club con el libro a medias.

En el Club de Lectura destripamos los libros, sus argumentos, sus personajes, y éste tenía mucho de donde sacar, la verdad. Después de la reunión, de haber escuchado todo, seguí con la lectura. Y tardé un mes (en total), pero me lo terminé. Y debo decir que sí, que cuesta mucho leerlo, pero es un esfuerzo que merece la pena.

La historia es muy cruda y además se te va presentando con distintos enfoques. Tienes varias voces narrativas que van saltando entre sí, y que además, no sabes de quién se trata hasta el final (por lo menos una de ellas). Pasa de la narrativa en tercera persona a dos visiones desde la primera persona, y te va saltando a distintas épocas en el tiempo. A un pasado no muy lejano, pero lo suficiente como para acabar sabiendo cómo acabaron los protagonistas en el colegio militar en el que sucede la historia.

Haya costado leerlo o no, para mí solo eso ha supuesto una clase magistral de escritura. El manejo de las voces narrativas, el manejo de la historia, en la que va soltando perlas aquí y allá, es simplemente, magistral. 

Y la historia es brutal. No tengo otro adjetivo con que describirla. Es cruda, es bestia. Te cuenta la vida del interior del colegio militar, y a veces me costaba creer que se hablara de chavales de 15 años. El sexo y la violencia están muy presentes y el autor no se corta un pelo al tratar de ello. De hecho hay una escena con una gallina que todavía me causa pesadillas…

Una de las cosas que más difícil ha hecho su lectura es el dialecto. Evidentemente, toda la novela está escrita con palabras de uso peruano, con frases y giros que a veces descolocan y que cuestan entender (por lo menos a mí), pero además una de las voces narrativas que habla en primera persona retrata a un chaval de bajo nivel, con lo que su lenguaje está plagado de jerga, la mayoría de ella para mí incomprensible. Es algo que se supera, pero que ralentiza su lectura.

Pese a todo, me alegro de haber terminado la novela. Como digo, tiene un gran valor como ejemplo de buen manejo de la escritura, pero además la historia es muy buena. Brutal, de esas que te impactan y te marcan de por vida. De alguna manera, no vuelves a ser la misma persona que eras después de su lectura.

viernes, 6 de enero de 2017

Mamá en apuros: Los Reyes Magos



Miro el calendario, y se supone que este post deberá colgarse el viernes 6. Como estoy más que liada en esa semana, hoy, penúltimo día del año, he decidido sentarme a escribir el post de la semana que viene, porque el jueves, que es cuando suelo escribir el post del viernes, será completamente imposible: MiniP y yo vamos a participar en la Cabalgata de Reyes del pueblo.

Pero como digo, no me va a dar tiempo a contarlo, por lo que me he adelantado y voy a escribir sobre otra cosa. Por cierto, ¿alguien escucha el coro celestial y puede ver el rayo de luz que me ilumina en este momento? Creo que cantan el Halleluyaj de Leonard Cohen (así aprovecho y homenajeo al compositor, que nos dejó en el terrible, terrible año 2016). 

Hoy es el día de Reyes (el día que se supone que publico este post, porque en realidad es hoy, 30 de diciembre), es la fiesta que más me gusta de la temporada navideña. ¿Y a quién no le gusta? No es solo por los regalos que me traen, que también, pero si fuera solo por eso más de un año me habría metido en la cama y no habría salido de allí. Es la magia de regalar también, de ver la cara de ilusión de quien recibe los presentes, y sobre todo y por encima de todo, es el día de las niñas y los niños. 

Cómo disfrutan. MiniP aún cree en la magia de los Reyes Magos, y es genial. Pregunta cómo pueden pasar a casa, si tenemos las ventanas cerradas. Tiene una mente muy lógica, tanto, que no le vale la respuesta general: es magia. No, es más que probable que tengamos que dejar una ventana abierta. Solo espero que no le dé como el año pasado, por pensar que tres desconocidos van a entrar en casa, y no poder dormir por ello… Este año se le ha notado mucho el cambio, ya no queda ni rastro de la bebé risueña que era. 

Tan poco queda, que de risueña ya no tiene un pelo. Más bien se ha convertido en una niña gruñona y contestona. Creo que es cosa de la edad, tiene ya 6 años, pero está en un plan contestón y desafiante que no sé qué va a ser de mi cuando llegue a la adolescencia. Hay días que se porta mal, y su padre le dice: “Como sigas así te van a traer los Reyes carbón”. Y luego, cuando no está ella delante, me dice que le vamos a comprar una bolsa de carbón dulce y se lo vamos a echar, escondiéndole los regalos.

Esto también es una fase, como lo de MiniP. Todos los padres y madres del mundo (bueno, quizá del mundo no, quizá sea solo cosa de españoles) en algún momento de su vida le han hecho la putada pifia de esconderles los regalos a sus hijas e hijos, y les han dejado solo carbón.

Papá en Apuros cuenta que en su casa pasó. Pero es que en la mía también.

Mis padres, muy graciosos ellos, decidieron que sería divertido escondernos los regalos, para darnos una lección. Mi hermana pequeña tendría dos o tres años, por lo que yo rondaría los diez u once. Nos levantamos la mañana de Reyes, a eso de las siete de la mañana. Era el único día del año que madrugábamos por gusto. Fuimos corriendo al comedor, mi hermana la pequeña iba delante, y cuál fue nuestra sorpresa que no había regalos… Tan solo tres saquitos de carbón adornaban nuestros zapatos. De lo que no se dio cuenta la pequeña fue que había unos bultos sospechosos en el sofá, tapados con una sábana, que descubrimos cuando ya se había echado a llorar. Menudo disgusto se llevó, la pobre.

Los demás nos reímos, hasta ella se rió después, pero qué necesidad de tocar las narices tenemos los progenitores a veces… Eso sí, te queda una anécdota para el resto de la vida.

Para mí, el día de Reyes siempre es un día de movimiento. Vas de una casa a otra, recogiendo regalos. Terminamos con el maletero lleno. Pero también es un día lleno de color, siempre que pienso en el día 6, pienso en colores.

Por eso espero que este día tan especial haya estado tan lleno de colores, de paquetes, de ilusión y de roscones como el mío. Y, por qué no, muchos regalos, que seguro que nos los merecemos todos.


lunes, 2 de enero de 2017

Las chicas Gilmore




Soy consciente de que Las Chicas Gilmore no es un libro, pero creo que se merecen una entrada en mi blog. Al menos una. Después de todo lo que me han influido en varias partes de mi vida, creo que como poco se merecen eso. Y un altar, también. Porque es una serie maravillosa.

Ahora que han vuelto con una última y única temporada, en cuatro episodios coincidentes con las estaciones del año, mucho se ha hablado y escrito acerca de esta peculiar pareja que trasciende la maternidad. Y mejor que yo, segurísimo.

En cuanto me enteré de la nueva temporada me emocioné. Mi hermana se volvió loca y cogió Netflix, y me ofreció una de sus cuentas. No pude negarme. Aunque solo fuera por las Gilmore. 

No puedo decir que Netflix haya mejorado mi vida, porque no. Fue entrar Netflix y escurrirse todo mi tiempo libre por la pantalla del ordenador. Mis pocos ratos libres de lectura se los llevó el canal guión videoclub, pero la culpa no es suya. Es mía. Por ansia.

Porque no podía ver la nueva temporada sin revisionar la serie entera, con sus siete temporadas, su veintipico episodios por temporada. Y lo hice, en cuestión de un mes, sin llegar a cansarme de ella, entrando por completo en el pueblo de Star Hollow, con su gente extravagante, con sus locos a los que adorar, yendo a las cenas de los viernes, y leyendo con Rory sus trescientos cuarenta libros. 

Hay muchas cosas buenas en esta serie, más allá de su genial entretenimiento. Está el hecho de ser una serie protagonizada por dos mujeres y cuyo principal argumento no es la búsqueda del amor o su preocupación por las compras. Aunque les gusta comprar y ponerse ropa bonita, eso no es más que uno de los muchos rasgos que caracterizan a sus dos principales protagonistas. 

Lorelai es una mujer que se ha hecho a sí misma. Procede de una familia acomodada, con mucho dinero, pero se escapó de casa con 16 años y un bebé porque no quería vivir la vida tal como se la dictaban los demás. Fue a caer a un hotel, donde la acogieron y le dieron trabajo de camarera de piso, y de ahí se fue forjando su futuro. Sin nadie, tan solo con Rory, su hija, como único apoyo. La serie arranca cuando Rory tiene 16 años y es admitida en un prestigioso colegio privado, Chilton, que es el paso previo para ir a Harvard, su sueño desde que tenía dos años. Pero no tiene el dinero que le cuesta la escuela y ahí es donde entran en juego sus padres. Sus más que odiados padres.

Yo diría que el motor principal de la serie es la relación de Lorelai con su madre, más que la de Lorelai con Rory, aunque también es importante. Marca las diferencias. Lorelai y Rory son tan amigas como madre e hija. De hecho, la mayor parte del tiempo son eso, solo dos amigas que se quieren con locura y que se respetan la una a la otra. Que se dicen a la cara cuando están cometiendo errores, y que a veces se equivocan, cometen errores y se enfadan.

Cuando tienes una serie que idolatras, que es tu serie preferida de todos los tiempos, y lleva nueve años sin emitirse, la echas de menos. Pero cuando te dicen que vuelven en una temporada especial, te echas a temblar. Porque a lo mejor no la vuelven a hacer tan buena, porque a lo mejor el ansia de volver y ganar dinero se les va de las manos y te encuentras con un guión mediocre. Pero no, en este caso el miedo era infundado. 

En la nueva temporada me he encontrado con las mismas Lorelai y Rory, pero nueve años después y golpeadas por la vida. La súper inteligente Rory anda a vueltas con su amado periodismo, que no le está correspondiendo el amor que siente en la misma medida. Tiene guiños un tanto crueles (estoy pensando en “el club de los treintañeros”), y partes algo surrealistas, como sacadas de un vídeo de los Beatles. Pero han sido cuatro episodios maravillosos, que he disfrutado de principio a fin, sin remordimientos por comer o por llorar. Porque he llorado mucho. 

Me ha encantado ver a todos los personajes de la serie. Aunque algunos han aparecido fugazmente (he echado mucho de menos a Sookie), todos han hecho su guiño. Excepto, claro está el que no pudo por causas mayores, el padre de Lorelai, ya que el actor murió hace unos años. Aún así, tiene su aparición y su homenaje.


Me ha encantado tanto, tanto, que ya estoy planeando volver a verla, esta vez con más tranquilidad. Creo que veré la última temporada de nuevo, y dentro de un tiempo haré un nuevo visionado de la serie entera. Cuando pierda los cinco kilos que he cogido, porque con tanta pizza y comida basura no sé qué me ha pasado, que lo comían ellas y me ha engordado a mi…

No puedo dejar de recomendar esta serie. De hecho, desde aquí hago un llamamiento a los productores para que hagan una secuela. Porfiporfiporfiporfiiii