viernes, 17 de febrero de 2017

RELATO: Demasiado

-Deja de hacer eso, te vas a matar.

Ella se encogió de hombros y siguió haciendo equilibrios sobre la tapia medio derruida.

-Algún día hay que morir. Puede ser hoy, mañana… No se sabe.

-¿Por qué te comportas así? – Él se pasó las manos por el pelo.

-Así, ¿cómo?

-Siempre dices esas cosas, de morirse, siempre vives como si no fuera a haber un mañana.

-Y tú te lo piensas todo mucho.

Hubo un momento de silencio. Ella siguió con sus equilibrios sobre las piedras, él fumaba sentado sobre la misma tapia. No se miraban, ella atenta a las piedras sueltas, él miraba las estrellas. Así cómo iban a encontrarse.

-No te compliques – dijo ella, mirándolo desde las alturas.

-¿Cómo?

-Que no te compliques. Si te gusto, dímelo, y si no, no me hagas perder el tiempo. Toda experiencia vale de algo, pero mi tiempo es limitado, no quiero desperdiciarlo…

-¿Lo ves?

-¿Qué veo?

-Lo que te decía: hablas muy raro. Toda experiencia vale de algo… ¿De dónde has sacado eso? ¿y en qué prefieres pasar el tiempo?

Ella paró para mirarle. La luz de la luna apenas iluminaba, pero le pudo adivinar la media sonrisa.

-Es un poco tarde para que te rías de mí, ¿no? ¿Qué hora es? ¿Las dos?

-Las dos y media. Y treinta y dos, para ser exactos. –Él se ajustó el reloj -. Pero, ¿qué tendrá que ver la hora?

-¡Mucho! -Ella sonrió y dio un salto de gimnasta en la barra. Gimnasta pobre, en lugar de lujosas instalaciones, tenía un cementerio medio abandonado para entrenar –. A estas horas las neuronas ya no funcionan igual. Y si has bebido, menos.

-¿Y eso cómo lo sabes? – Él se levantó de la valla, molesto porque ella no se estuviera quieta.

-Lo he leído.

-Lees demasiado.

Notó enseguida el cambio de humor. Ella dejó de moverse, frunció el ceño y saltó de la tapia. Se colocó frente a él, los brazos en jarras.

-No se puede leer demasiado. ¿O acaso tú respiras demasiado? No lo puedes limitar, es necesario.

-¿Necesario leer?

-Sí, mucho.

-Pues no sé para qué. A mí no me gusta leer.

Ella le miró de arriba abajo.

-Pues no sabes lo que te pierdes. Nunca sabrás lo que es la vida, nunca vivirás más de una a la vez. Nunca sabrás lo que es el amor…

-Eso último lo estoy intentando –. Él sonrió y alargó el brazo para tocarle el hombro -. No sabes cómo lo estoy intentando…

Ella ya lo sabía. Y él le gustaba, era guapo, pero no creía que fuera su tipo. Aun así, había consentido quedarse a solas con él cuando todos los amigos hicieron maniobras evasivas, excesivamente evidentes, para dejarlos solos. Se había dado perfecta cuenta de lo que habían planeado, pero así lo quiso, por probar.

Miró su hombro, allí donde él había posado su mano, y luego lo miró a la cara. Levantó una ceja. La mano invasora huyó como con apremio.

-¿No te gusta leer?

-No.

-¿Seguro? ¿No eres capaz ni de coger un cómic?

-Nada.

-¿Y tú qué haces para divertirte?

Él se estaba incomodando, pero esa pregunta la tenía controlada. Sonrió abiertamente y esa vez fueron sus dos manos las que avanzaron a su cintura.

-Pues esto.

Intentó atraerla para besarla, pero ella se resistió.

-¡No!

Él la soltó.

-¿Qué te pasa, tía?

-Te lo he dicho antes -dijo, elevando un tono la voz -, no me hagas perder el tiempo. No puedo estar con alguien que no lee. Punto.

Y se dio la vuelta y le dejó allí plantado.

La sonrisa que minutos antes adornaba la cara del chico se tornó en mueca. Notó la rabia subir desde las plantas de los pies, apretó los puños y gritó con todas sus fuerzas.

-¡Estás loca! ¡Vete, puta de mierda! ¡El que no quiere perder el tiempo contigo soy yo! ¡Frígida! ¡Estrecha!

Ella paró un momento y se dio la vuelta. Desanduvo sus pasos, tranquila.

-¿Lo ves? Si te gustara leer sabrías que lo que acabas de decir no tiene sentido. O soy puta, o soy estrecha.

Él la miró con la rabia en los ojos, los labios convertidos en una fina línea de tan apretados. Acercó su frente a la de la chica, desde arriba, para intimidar, y habló en susurros.

-No me provoques a ver si te voy a tener que enseñar que es lo mismo.

Ella acercó su cara aún más a la del chico. Parecía que estaban a punto de besarse.

-No me provoques tú a mí – dijo con su mejor voz de niña buena -que lo único correcto de lo que has dicho es que estoy loca –. Se retiró y ladeó la cabeza, contemplando el miedo que había anidado en los ojos del chico –. Y ahora vete a buscar el amor a otra parte.

-Y tú ve a encontrarlo en tus libros, loca de mie…

Una patada en la espinilla le impidió terminar la frase.

-En mis libros siempre hay amor. Siempre.

Se dio la vuelta para marcharse, pero se lo pensó mejor, volvió y escupió a sus pies.

-No se te ocurra volver a molestarme. Sé hacer más cosas aparte de leer y dar patadas.

Ahora sí, se marchó.

Nunca más volvieron a hablarse.




3 comentarios:

  1. Tampoco le hablaría en la vida... ¡Muy bueno!
    Besotes!!!

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  2. Genial, Trescatorce. Has conseguido que una loca que hace malabarismos sobre una tapia me parezca una chica sensata. Me cae bien.
    Gracias por un buen relato.

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