viernes, 1 de septiembre de 2017

Mamá en apuros: La braquiterapia




La braquiterapia es un tipo de radiación, pero en lugar de dártela externamente, se da internamente. Es decir, desde dentro. Es decir, en mi caso, desde la vagina. Y un poco más allá, puesto que llegaban a introducirme el implante hasta el útero.

Sabiendo lo que era, como lo sabía, porque el doctor se había encargado de explicármelo todo con pelos y señales, tenía claro que no iba a ser agradable. Pero había decidido afrontarlo con valentía y honor, como la media maratón, o mejor, como un entreno cualquiera en el que no hubiera podido con las piernas, o con el cansancio. Afrontarlo con humor. Pero la primera experiencia no fue muy buena, y mi cabeza, que funciona como funciona, la ha convertido en una pequeña historia de terror.

De modo que si has llegado hasta aquí para saber lo que es una braquiterapia porque te van a tener que dar alguna próximamente, mejor no sigas leyendo. Creo que no puedo servirte de ayuda. 

Eso sí, tened en cuenta que en todo momento tanto el doctor como las enfermeras se portaron de manera ejemplar conmigo. Fueron atentos y amables. Ellos y ellas no tienen la culpa de haber sido unos carniceros salvajes por un día. En mi cabeza, digo.

Pero no sé cómo le puedo reprochar nada a mi cerebro. Lo tenía todo a favor: había leído mucha novela de terror (casi toda de Stephen King, aunque no exclusivamente) y la consulta la tenía en la planta sótano del hospital.

La planta sótano. A ver, que levante la mano quien no haya visto/leído/escuchado una historia de terror que comenzara en el sótano de un hospital. Preferiblemente abandonado, claro, pero eso son detalles menores.
Así me lo imaginaba yo. Afortunadamente la sanidad pública está un poquito mejor que esto.


Tenía que estar allí a las 9:30 am en ayunas. Nada bueno pasa estando en ayunas, ya debería haber sospechado entonces. Bajé las escaleras puntual, y allí estaba el equipo médico que se iba a ocupar de mí, conspirando frente a las puertas del lugar de tortura.

Vale, puede que solo estuvieran hablando, dándose los buenos días y comentando la jornada que tenían por delante, pero para mi imaginación estaban conspirando. Y, además, se les puso una sonrisa maléfica al verme. El doctor hasta se frotó las manos.

Según caminaba hacia ellos las luces del techo empezaron a fallar una por una, la oscuridad nos envolvió y las paredes comenzaron a sudar sangre. Y eso lo pude ver sin luz porque no ocurrió en absoluto, claro. Me lo iba imaginando según daba los pasos.

Me hicieron pasar enseguida. La sonrisa de las enfermeras, apaciguadora, contrastaba con mi sonrisa tensa y mi mirada de desconfianza. Me hicieron desnudar y me subieron al potro de tortura. Y eso sí que no fue mi imaginación, lo siento pero la camilla ginecológica es un potro de tortura.

Me colocaron las piernas en los apoyos, y una enfermera me cogió una vía en el brazo derecho mientras que otra me tomaba la tensión en el izquierdo. La que me ayudó a colocar las piernas procedió a limpiarme la zona pélvica, con un líquido que, he de decir, estaba muy frío.

Miré a un lado y a otro. Estaba rodeada. Si hubiera querido escapar me habría resultado imposible. La luz del techo tembló y se escuchó una risa diabólica. Vale, me ha dado por lo de la luz, pero no, deben de tener los recibos al día porque no falló para nada.

Para que no protestara, o escapara, o les apuñalara con la aguja de la vía (que en realidad no es una aguja, sino un tubito de plástico con el que poco hubiera hecho), me sedaron. La anestesista me dijo que me iba a marear un poco, y apenas noté el mareo se me fundió todo en negro. Fue el momento más feliz del día.

Oí que me llamaban, pero pensé que no pasaba nada si me hacía un poco más la dormida. Pero no coló. Siguieron llamándome, y utilizando mi nombre completo, con el María incluído, para hacer más daño. Cuando ya se hacía evidente que estaba fingiendo, decidí contestar.

En lugar del “qué” de mala gana que me habría gustado soltar, tan solo pude articular con un hilo de voz si ya habían terminado. 

-Esta fase sí. Todo ha ido bien.

Me trasladaron de camilla y me llevaron a otra sala para verme por dentro: un tac les diría si el implante estaba bien colocado o si me habían perforado algo como les hubiera gustado (por la cosa de la malignidad y el gusto por la sangre). 

Todo correcto, de vuelta a la sala de tortura.

Solo que no a la misma sala. Me metieron en otra que tenía puerta de plomo para que nadie escuchara mis gritos cuando decidieran acabar conmigo. También me dieron drogas, para que no me quejara. Y una enfermera salió a la sala de espera para traerme el móvil, que lo tenía Papá en Apuros. Jamás había visto tanta maldad junta. 

En la habitación me tuvieron unos tres años, más o menos. Tumbada en una camilla, con los pies apoyados en un rectángulo de gomaespuma medio rígido, cuyo objetivo era que mantuviera las piernas separadas, y sin poder moverme. Debajo del culo, para que sufriera, me habían puesto una placa rígida. Al cabo de un rato me dolía la rabadilla y se me empezó a dormir el culo. Pedí más drogas. Las trajeron. Me siguió doliendo la rabadilla y además del culo, se me durmieron las piernas. Me intenté entretener con lo que me descargué de Netflix, pero mi mente contaba los segundos que quedaban para terminar con la tortura.

Cuando pensaba que no podría más (estiraron mi agonía todo lo que pudieron los muy canallas), llegó una persona, me conectó unos cables a otros que salían de mi cuerpo (adivinad desde qué parte), y se fue. Levanté la cabeza y vi los cables. La volví a bajar, impresionada. Parecían los tentáculos de un alien. Ay, por favor, con el asco que me da la escena esa en la que el alien sale de dentro de aquel pobre hombre…

Conectaron. Lo supe porque habían cerrado la puerta de plomo y aquello empezó a hacer ruido, y los cables se movieron como si algo estuviera circulando por ellos (posiblemente, y digo solo posiblemente, fuera la radiación necesaria para acabar con Voldemort, pero eso quizá en el plano de la realidad). Después de unos diez minutos eso dejó de moverse (¿el alien había muerto?), y la puerta se abrió. Hacía más ruido que la del castillo de Drácula.

Llego la misma persona que me había puesto los cables para quitarlos, acompañada del doctor y de varias enfermeras. Me desconectaron todo lo que tenía conectado (los cables, la vía, la sonda), y el doctor empezó a sacar cosas de mi vagina.

Y como si de un mago se tratara, empezó a tirar de una gasa. Y siguió tirando. Y siguió. Aquella era la gasa infinita, era como el truco de los pañuelos anudados. Cuando por fin salió del todo, vi al doctor fruncir el ceño.
Los instrumentos de tortura


-Uf, se ha quedado muy adentro.

-¿El qué? –Pregunté alarmada. ¿Acaso podían caber más cosas? ¡Mi vagina es limitada!

-Queda una gasa y un colposcopio.

A saber qué era eso. Te pones en manos de los médicos y te meten cualquier cosa.

De hecho ese doctor en concreto me estaba metiendo la mano hasta el fondo. Si se esforzaba un pelín más me podría tocar la campanilla. Un poco más, un poco más, uy, casi.

-No llego.

El muy cabrón.

-Te voy a tener que mirar en la camilla ginecológica.

Así que nada, me tuve que levantar, ir caminando hacia el potro de tortura, y una vez allí colocarme con las piernas en los soportes, bien abierta.

El doctor se asomó y la luz bajó, dejando iluminada tan solo la parte de sus ojos, que se medio cerraron en una expresión de maldad absoluta. Se escuchó una risa diabólica con voz cavernosa.

Pero no me dio tiempo a preguntar de dónde venía. El doctor metió la mano y su brazo entero dentro de mí. Y esto no es exageración por las drogas. Bueno, puede que sí. Pero le sentí hurgar en mi vagina, intentando cazar algo. Juraría que le vi sacar la lengua por una de las comisuras de la boca, como hago yo cuando me concentro en algo. Cuando ya creía que no podría más y que me iban a salir sus dedos por la boca, el doctor cantó eureka.

Sacó una cosa que recogió la enfermera. Ni siquiera la vi. Creía que me podría levantar, pero él volvió a meter su mano dentro. Faltaba otra gasa.

Mientras me hurgaba y me hacía el mayor daño que me ha hecho nadie jamás en mi historia personal (y mira que he tenido una hija y se me fue la epidural mientras me cosían, y además me he partido un brazo, y una vez de pequeña me caí por las escaleras y me di en la cabeza con el asa de una botella de butano), me iba explicando que normalmente ponían solo una venda, pero que en mi caso habían puesto dos porque tenía la vagina muy larga.

Iba a protestar, pero por fin atrapó la gasa y la sacó, de nuevo con el truco de los pañuelos anudados. Una vez que dejó la gasa en el cuenco que tenía la enfermera preparado, volvió a repetir lo de la vagina larga y se fue.

Yo me quedé pasmada, dolorida y enfadada. 

Ni que fuera mi culpa que mi vagina fuera así de larga. Los tíos se pelean por ver quien tiene el pene más largo y nadie se lo echa en cara… 

Me vestí, y salí en silencio. Fuera me esperaban los agentes de FBI que me habían rescatado en el último minuto de las garras de un asesino en serie. Los focos iluminaban el sótano del hospital abandonado donde me habían tenido presa, y gracias a ellos pude comprobar que las manchas de la pared efectivamente eran de sangre…

Papá en Apuros me abrazó y yo no pude evitar las lágrimas. No había sido una historia de terror de verdad, pero realmente se le había parecido mucho.

Esa fue la primera de cinco sesiones. Afortunadamente fue la peor. La última de ella fue casi como un paseo. 



Y aunque quizá no fue para tanto, me alegro mucho de haberlo dejado atrás.

3 comentarios:

  1. Uf, no irías muy animada a la segunda sesión. Se me ha puesto la piel de gallina. No sabía de este tipo de radiación. Me alegra también que ya todo haya pasado. Y, ¿cómo estás ahora?
    Besotes!!!

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    1. No fui nada animada a ninguna de las otras cuatro sesiones, MARGARI, si te digo la verdad. La noche del miércoles al jueves apenas era capaz de pegar ojo porque sabía que el jueves tendría sesión. Si te digo la verdad cuando releí el post para corregirlo y colgarlo casi me echo a llorar de nuevo... Pero ya pasó.
      Ahora estoy bastante bien, bregando con los efectos secundarios tanto de la quimio como de la radio, pero cada día un poco mejor.
      ¡Gracias! y
      ¡Besotes!

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    2. Pues sí, lo importante es que ya pasó. Y ahora poco a poco siempre para arriba, mejorando, que es lo importante. Muchísimos besotes guapa!!!

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