Este podría ser un libro típico de chick-lit, pero no lo es. La
protagonista no es una joven en busca del amor, sino una madre de dos
hijos casada y con un trabajo agotador. Trabaja en la City
londinense, para una empresa que se dedica a invertir en bolsa para
otros. Es buena en lo que hace, pero no es tan buena repartiendo el
tiempo entre el trabajo (un monstruo que exige mucho), el marido y
los dos niños. Se siente como si estuviera en todas partes y en
ninguna a la vez. A través de su propia visión asistimos a un año
de su vida, en el que parece vivir siempre en una cuerda de
funambulista.
La novela está escrita en primera persona, es Kate la que cuenta su
propia experiencia, lo que hace que empatices con ella y lo veas todo
desde su punto de vista. Aunque a veces no estés de acuerdo. No
tiene mucho artificio, nada de lenguaje sofisticado ni de giros
sorpresa de argumento (quizás uno, pero se veía venir...), pero
ofrece una historia amena con personajes muy realistas. Sobre todo
los niños. Mira que veo complicado dibujar a los niños en las
novelas, pero aquí aparecen como lo que son: dos pequeños
monstruitos que demandan tiempo y cariño de su madre.
Se lee en un suspiro, quizás no tanto por lo adictivo de la historia
(que también), sino por esa vena macabra que tenemos todos los
humanos, y que nos hace aminorar cuando vemos un accidente. Porque
vivir la vida de Kate es como ver un accidente estrepitoso a cámara
lenta. No puedes hacer nada por evitarlo pero tampoco puedes dejar de
mirar. Ni siquiera quieres hacerlo.
Kate es una madre muy inteligente que intenta mantener las
prioridades de su vida en equilibrio. El problema (tal como lo veo
yo) es que no las tiene en el orden correcto. Pero me encanta su
ironía fina y su manera de solventar los problemas que se le vienen
encima. Y, por encima de todo, me ha encantado su visión de la
maternidad y de las otras madres.
No mitifica la maternidad. Tan solo le gusta ser madre, aunque a
veces no le gusten los niños. O como se portan, para ser exactos. Y
por qué, se pregunta, tiene que demostrar ante las otras madres que
a pesar de trabajar puede ser una buena madre.
Todas tenemos un poco de Kate dentro. O de alguna de las otras
madres, aunque yo prefiero ser como Kate. Porque aunque no lo tiene
muy claro a veces, siempre lo intenta. Y, quién sabe, a lo mejor
alguna vez le sale bien para variar, ¿no?
Me ha gustado, lo recomiendo aunque solo sea para satisfacer el lado
más macabro de nuestra naturaleza. No es un clásico, pero
entretiene y hace sentir emociones. ¿No es ese el motivo por el que
leemos?