martes, 15 de enero de 2013

Vida de Pi, de Yann Martel

Sinopsis (contraportada): Pi Pattel es un joven que vive en Pondicherry, India, donde su padre es el propietario y encargado del zoológico de la ciudad. A los dieciséis años, su familia decide emigrar a Canadá y procurarse una vida mejor con la venta de los animales. Tras complejos trámites, los Pattel inician una travesía que se verá truncada por la tragedia: una terrible tormenta hace naufragar el barco en el que viajaban. 

Este libro me lo regaló mi hermana por razones que, creo, son obvias. Bromeábamos sobre que trataría de mi vida, y pensaba (triste, pero cierto) que eran muchas páginas para una vida como la mía. Pero no, no trata de mi, y doy gracias porque la historia que aquí se cuenta es maravillosa por muchas razones.
Vida de Pi narra la increíble historia de un niño que toma las riendas de su vida. Le pusieron de nombre Piscine, y harto de las burlas de los niños en el colegio, en el momento en que vio la oportunidad, se impuso a sí mismo y a sus compañeros un nuevo apodo: Pi. Esta determinación que ya demostró desde bien pequeño le sirvió para sobrevivir al gran infierno de su vida: al naufragio del barco en el que viajaba con su familia. A bordo del bote salvavidas, como único compañero, un tigre de bengala.
La narración es a dos voces: por un lado es el mismo Pi el que cuenta la historia de su vida. Por otro, hay ciertos incisos, así como el comienzo, en el que un escritor cuenta cómo llegó a conocer de la historia de Piscine y de algunos encuentros que tuvo con él para que le contara la historia.
He de reconocer que durante las primeras páginas no me estaba enganchando. Pero como suelo persistir, dar el beneficio de la duda, continué leyendo, y pasé de leer por leer a sumergirme de repente en una historia mágica y encantadora.
La voz narrativa en primera persona hace que te sientas cerca del personaje, de Piscine, que es inmenso. Es un niño extraño, fuerte en sus convicciones, y que no duda en seguir adelante con aquello en lo que cree. Un niño que profesa tres religiones distintas, aparentemente incompatibles, pero él encuentra la forma de unirlas. Un niño que se ve en una situación desesperada durante mucho, muchísimo tiempo.
La historia en sí me ha encantado, pero la narración acompaña mucho. Es sencilla, sin muchos artificios, pero es intensa. Durante esa primera parte en que todavía no había encontrado la puerta secreta hacia el corazón de la historia miraba lo que me quedaba por leer (casi el libro entero) y pensaba: “¿todo esto para contar que está en una balsa con un tigre? Día uno: el tigre me mira. Día dos: el tigre ha bostezado. Día ochoporrocientos: el tigre aún no me ha comido.” Pero una vez encontré esa puerta descubrí que había muchísimo más. Me descubrí junto a Pi en esa balsa, con el miedo al tigre, regresando a su pasado en flashbacks. De una manera maravillosa las palabras se transformaron en mis propios pensamientos, en mis propios recuerdos. Me convertí en Pi (en ese otro, no en mi misma), y le acompañé durante su increíble viaje.
Yo diría que más que una novela, es una fábula. No habla de un niño en un bote con un tigre. Trata del coraje, de la supervivencia, del amor y de la vida misma.
Dio la casualidad (mi vida está llena de este tipo de casualidades) que al poco de comenzar el libro han estrenado la versión cinematográfica. No la he visto, pero según Página 2 (si seguís el enlace, está en el minuto 21) es una adaptación bastante fiel, y la recomiendan. Os dejo el trailer por si no lo habéis visto.
Y si no habéis leido la novela, por favor, hacedle un hueco. No os arrepentiréis.



Vida de Pi
Yann Martel
Editorial Áncora y Delfín
334 páginas



viernes, 4 de enero de 2013

Rock and HAPPY NEW YEAR Dreams...

Corriendo, corriendo, llegué al 2013...

Viviendo, más que escribiendo, mi mes del deporte (diciembre), acabé el año con la ya mítica carrera de la San Silvestre Vallecana. Estaba preparada, hice mis entrenamientos y, a falta de un día para la fecha señalada, me levanto con un constipado demencial. La mucosidad se apoderó de mi nariz, impidiéndome respirar, pero ni por esas iba a dejar pasar mi momento. Armada con paracetamol, y en peores condiciones de las que creía, el 31 por la tarde me calcé mis zapatillas y me presenté en Concha Espina en compañía de mi marido.

La carrera fue bien, mejor de lo que esperaba dadas las circunstancias. Lo peor: a mi marido le dio un tirón o una contractura (o algo así) justo en el kilómetro 5 (¡hombres!). Paramos un momento para comprobar que todo iba bien, y que, aunque dolorido, no parecía tener nada grave. Él me dijo que no podía seguir, pero que siguiera yo. Aún no había terminado de hablar cuando ya había salido por pies... Pero ya me había roto el ritmo, y el buen ánimo que llevábamos los dos se quedó atrás... De modo que la acabé, pero en más tiempo del que podría haber conseguido. Me ha quedado un regustillo amargo, que tendré que quitarme el año que viene...
Lo demás fue divertidísimo. Había muchísima gente en las calles animando (más que en ninguna otra carrera, ni siquiera en la de la mujer), los niños extendían sus manos para que las chocaras con ellos, y Nike puso más diversión en puntos estratégicos de la carrera. El primero, en la salida, donde había un escenario gigante con música en directo y bailarinas. El segundo, en Atocha (entre el kilómetro 5 y 6), donde un grupo gospel recibía a los corredores. Y por último en el Puente de Vallecas, pasado el kilómetro 7, donde comenzaba el ascenso, un dj nos animaba a continuar. Y se agradeció, vaya que sí.
Porque en su conjunto, el recorrido de la San Silvestre es bastante magnánimo porque casi todo es cuesta abajo, pero (¡ay, el pero!) aproximadamente los dos últimos kilómetros son cuesta arriba. Y una cuesta que parece interminable, nada de subiditas suaves. Lo bueno es que al final culminas y vuelves a bajar hacia meta, y ves que nada más queda un kilómetro para llegar, y ya sacas fuerzas de flaquezas y esprintas para pasar por el arco de llegada. En ese momento el subidón es total. Da igual el tiempo que hayas hecho, porque la has terminado. Y no ha sido fácil, lo que lo hace aún más meritorio. En ese momento me sentí fuerte, y grande, y casi se me saltan las lágrimas. Porque fue como una despedida, del terrible año que dejaba atrás.
Luego busqué a mi marido, que resulta que al final se animó, y, medio cojo, acabó la carrera. De ahí a casa, para una ducha rápida, vestido de fiesta y despedir el año del modo tradicional, con las uvas.

Espero que este año se cumplan todos vuestros propósitos. ¡Feliz año 2013!