Toda historia tiene un comienzo, y el de ésta se sitúa unos meses antes del día en cuestión. Creo que era enero cuando me enteré de la noticia: Los Héroes se volvían a juntar para un único concierto, que sería el 12 de octubre en Zaragoza. Inmediatamente informé a P. Le dije: "Los Héroes dan un concierto, y yo voy a ir."
Reconozco que tuve muchísima suerte. Las entradas se pusieron a la venta por internet y en las tiendas Tipo. Se abrían las taquillas a las doce de la noche. A las dos de la mañana se cerraron porque internet colapsó. Se volverían a poner las entradas a la venta el 1 de marzo a las doce de la mañana en un único número de teléfono.
El 1 de marzo estaba de visita en Sevilla. A las once y cincuenta y nueve minutos estaba bajando la Giralda. Abrí el móvil y marqué el número. Comunicaba. Corté y marqué rellamada. No dió ni tono. Llamando y rellamando bajé la giralda, y entré en la tienda de regalos. Como si el karma se riera de mi, en el hilo musical sonaba La Herida. Yo me estaba mosqueando porque el teléfono comunicaba o colapsaba. Pero no me rendía. Después de una hora (y no es una exageración, fue una hora) marcando, cortando y volviendo a marcar, me cogieron el teléfono. Como una posesa pregunté: "¿Todavía te quedan entradas?" La teleoperadora, que ya debía de haber escuchado de todo, me respondió que sí, pero que sólo de las de patio. "Me da igual", le indiqué, "quiero tres". No se podían comprar más de cuatro entradas, pero yo sólo necesitaba la mía, la de P. y la de mi hermana pequeña, que también se apuntó. Después de eso pude seguir disfrutando de la visita a Sevilla con otro ánimo.
Lo que comenzó como un único concierto se convirtió en una gira. Y, debido a la gran demanda de entradas, añadieron otra fecha más en Zaragoza. Pero yo ya tenía las entradas que ansiaba, las del día grande, el 12 de octubre. El día del Pilar, mi santo. Para mi era una señal.
Tachamos los días en el calendario, y tras recoger las entradas en la tienda Tipo de Montera (donde, inocente de mi, no reconocí a las putas), llegó el día. La aventura.
Lo que iba a ser un viaje con mi marido y mi hermana se convirtió en una reunión de chicas. Mi mejor amiga convenció a P. para que le cediera su entrada (no precisó mucho tiempo, todo sea dicho). De modo que el día 12 de octubre de 2007 recogí a Calamar y a mi hermana y pusimos rumbo a Zaragoza.
En el cd del coche el disco en directo "Para Siempre". Vestíamos camisetas de merchandising. Emocionadas nos cruzamos con otro coche que tenía banderas y bufandas de Héroes en las ventanillas y pitamos como locas, saludando.
A la altura de Calatayud le cedí el volante a mi hermana. Se acababa de sacar el carné, y quería que cogiera un poco de experiencia. El viaje se convirtió en una peli de terror, porque cuando cambiaba de marcha el volante se le iba hacia un lado, y luego corregía dando un pequeño volantazo hacia el otro lado. Decidimos que parara y volviera a cambiar cuando nos encontramos con una zona de obras, donde los coches habían parado del todo. Mi hermana no bajaba la velocidad. "Frena", le dije, con delicadeza. "Frena", continué, porque no me hacía caso. "¡¡¡¡FRENA!!!", tuvimos que gritar a la par Calamar y yo, y gracias al cielo, frenó. Justo a tiempo, ya que pude contar los mosquitos de la matrícula del coche de delante. El resto del viaje conduje yo.
Cuando llegamos a Zaragoza nos falló el gps, pero aún así encontramos el estadio a la primera. Preguntamos a un policía por un aparcamiento, y nos indicó que podíamos meterlo en el subterráneo, aunque había coches esperando. No tardamos ni diez minutos en aparcar. La suerte nos seguía acompañando.
Allí nos encontramos con mi prima, que había cambiado sus entradas del concierto de Valencia por las de Zaragoza. Hicimos sentanda para esperar la apertura de puertas. Nos turnamos para comer un bocadillo, que compramos en el centro comercial cercano a la Romareda. El ambiente era espectacular. Todos estábamos emocionados, porque lo que tanto habíamos esperado se había cumplido. La mayoría de la gente era de mi generación o incluso mayores que yo. No puedo decir que todo el mundo rondara esa edad, porque yo llevaba al yogurín de mi hermana (nos llevamos 8 años de edad), y mi prima es tan sólo un par de años mayor que mi hermana, pero salvo excepciones de este estilo, era como una reunión de antiguos alumnos de instituto.
Cuando se abrieron las puertas llegó la verdadera emoción, la espera ahora sería menos. El escenario era espectacular, con cuatro pantallas gigantes en el centro, y dos más a los lados, para asegurarse de que nadie se perdiera detalle.
Nosotras buscamos sitio en las gradas. Encontramos uno que para mi era perfecto: estaba centrado y quedaba bastante abajo. No es que les viéramos los granos de la cara, pero no nos apetecía esperar de pie hasta el inicio del concierto, y tampoco queríamos estar a disgusto, aplastados por la multitud. Sin embargo, mi prima lo primero que hizo fue bajar al campo, quería estar lo más cerca posible del escenario. A los diez minutos volvió. "Soy bajita", se quejó. Y vio el concierto a nuestro lado.
Pero más que verlo, lo vivimos. Vibramos con la música, con el ambiente. Las canciones, todas antiguas, fueron coreadas por todos, letra a letra. Y quedó a fuego grabada esa noche en nuestra memoria, inolvidable, como una de las mejores noches de nuestra vida.
Entre dos Tierras