Es de todos sabido que a las mamás en apuros se nos complica la vida. Si no, no seríamos mamás en apuros, obviamente. Pero en el momento mismo de la complicación no te paras a pensar en el significado de los nombres, te cagas en la madre que parió al destino que te juega la mala pasada, y si tienes suerte te quedas tranquila con un par de veces.
Resulta que a mi marido lo mandaron una semana fuera, a hacer un curso. Ni más ni menos que a Italia, cerca de Módena (sí, de donde es el famoso vinagre, aunque no viene a cuento). Pasado el momento de envidia, la fase de “me voy contigo, ya veré qué me invento para el trabajo”, y por último la fase de aceptación, llegó la hora del pragmatismo y de planear. Porque, ¿qué hacer con la pequeña? Una semana entera de madre soltera con todas las tareas para mí requería más de un plan de acción. Por suerte tenía dos, ya que al final tuve que acudir al plan B.
El plan A
El plan A era muy sencillo. Mi mayor problema era llevar a MiniP al cole. Porque yo entro a trabajar muy pronto y no coinciden mis horarios con los primeros del colegio. Había dos soluciones: que la niña se fuera a dormir con los abuelos (mis suegros) o que la abuela T (mi madre) se viniera a dormir a casa. Casi todas las madres me entenderán en mi decisión: mi madre preparó una maleta y se vino a casa a dormir, empezando el domingo por la noche, ya que el lunes salía el avión muy temprano.
El lunes transcurrió tranquilo. MiniP asistió al cole puntual, mi madre se fue para casa después de dejarla y volvió para comer con nosotras. Estuvimos hablando de un regalo para una amiguita de MiniP, que la invitó a su cumpleaños, y mi madre sugirió que le podía comprar un ramillete hecho de chuches, que compraría ella y me daría al día siguiente a la hora de comer.
Mi madre suele ser muy voluble. La quiero mucho y tal, pero es así. No dice que no quiere hacer las cosas, y suele buscarse mil excusas hasta que, desmontadas todas, no le queda más remedio que, o hacer lo que no quería, o decirte a las claras que no quiere hacerlo. Esto se traduce en un montón de tiempo perdido y planes que se vienen abajo porque a última hora mi madre decide que no va a hacer lo que sea que habías planeado.
Lo que más me irritó fue que el día anterior me había jurado y perjurado que vendría, iríamos juntas a por MiniP y comeríamos en casa. Pero ya tenía decidido que no, seguro, porque tenía que hacer cosas y le apetecía hacerlas. A mi me parece perfecto que quiera hacer cosas, pero, por favor, que no me maree con los planes que tengo que hacer malabarismos cada vez que necesito algo de ella.
Que no viniera a comer no fue algo importante, pero quizás, echando la vista atrás, fue el punto de inflexión. Porque no vino a comer, y MiniP salió del cole con fiebre.
Primera complicación
Al salir de trabajar vi una llamada perdida en el móvil, con un número que parecía procedente de mi población. Pensé que podría ser del colegio, pero lo descarté al instante. Porque a principio de curso dimos una lista con cinco teléfonos a los que llamar, en orden de preferencia, y mi número de móvil es el último de ellos. Porque no tengo la opción de llevar el móvil encima mientras trabajo. Y me dije, bueno, será de algún gimnasio, porque si fuera del colegio habrían llamado a P. Como P. está fuera, habrían llamado a mis suegros, (segunda opción), a mi madre (tercera opción) o al número de mi empresa (cuarta opción), y no habrían llamado simplemente a mi número móvil personal (quinta y última opción).
Pero cuando llegué a la puerta del colegio me confirmaron mi primera sospecha: habían sido ellos los que me habían llamado. Primera complicación: en todo el curso escolar no habían tenido necesidad de llamarme y al primer día que falta mi marido me llaman porque la peque tiene fiebre. Iba a decirles lo del teléfono, pero (segunda complicación), la profesora de MiniP no estaba, había una suplente que no sabía muy bien cómo iba ese tema. Lo aplacé para contárselo a su profe cuando volviera.
Pedí cita en el médico, que milagrosamente obtuve (normalmente la tengo que llevar de urgencias), y prometí a MiniP que si salíamos pronto y estaba bien, la llevaría al cumpleaños. Tardamos poco, y apenas cinco minutos después de salir de la consulta llegó mi madre, que como ya he dicho en el último momento decidió que haría su vida. Como salió sin fiebre (con la medicina haciendo efecto), acudimos al cumpleaños, donde la peque se lo pasó en grande. (Y yo me puse hasta arriba de dulces caseros saltándome mi día de running).
Pese a la sensación de ir corriendo a todas partes, el día acabó normal, con la peque en la cama pronto, y sin protestar. Como mi madre estaba en casa, al día siguiente (miércoles), se quedaría con ella y no la llevaría al cole.
Llamó P, como todos los días. Ante la pregunta de: “¿Qué tal todo?” Respuesta: “Bueeeenoooo, la peque se ha puesto mala”. “Joder, para una semana que me voy fuera”.
La madre de las complicaciones
La gran complicación llegó de madrugada. Yo dormía con un ojo abierto y otro cerrado, pendiente de que no le subiera mucho más la fiebre a la peque, pero a las cuatro de la mañana fue mi madre la que me llamó. “¿Me puedes llevar al hospital?”
Me incorporé de un salto, aún casi sin saber dónde estaba, pero en pie y vestida casi en un mismo acto. “¿La niña está bien?” “Sí, sí, la peque duerme.” Me froté los ojos, para espabilarme. “¿Qué te pasa?” “Me late muy rápido el corazón” .
Nos vestimos las dos, en silencio. A mi madre la operaron hace dos años para cambiarle una válvula en el corazón, el mismo año (unos meses más tarde) que murió mi padre de un infarto. El fantasma del dolor y del miedo se hizo presente entre nosotras, como otra persona más. Escuchaba los latidos de mi madre, debido a la válvula mecánica sonaba como un reloj revolucionado. No se me ocurrió en ese momento tomarle el pulso, con las neuronas aún pegadas a la subconsciencia, pero iba demasiado rápido. Mi madre estaba sentada en el sofá, con la mano en el corazón y cara desencajada, y yo permanecía en pie a su lado. Pero por dentro, como si tuviera doble personalidad, corría de un lado a otro con las manos agarrándome el pelo y chillando como una loca. Lo primero era lo primero: para llevar a mi madre al hospital debía hacer algo con la pequeña. Dormía tranquilamente sin fiebre. Podía levantarla y llevármela, pero me daba mucha pena tener que molestarla. Finalmente opté por molestar a mis suegros, que como ya son mayores tienen el sueño ligero, y vinieron para casa a quedarse con ella.
Durante la espera, me senté junto a mi madre y le sugerí hacer respiraciones profundas. La veía nerviosa (normal, por otro lado), y no soy médico, pero siempre he creído que una respiración tranquila ayuda a recuperar unas pulsaciones normales. Aparté de mi mente, a dos manos y con mucha fuerza, los pensamientos que me llevaban al día de la repentina muerte de mi padre. No aquí y no ahora, me dije. Mi madre me hacía caso y respiraba profundamente, y, de repente, gritó: “¡Se me ha parado! ¡No lo siento!” No dudé un instante en coger el teléfono para llamar a emergencias. Mientras sonaba, y hablaba con mi madre, me di cuenta de que era imposible que se le hubiera parado el corazón sin desmayarse, lo que ayudó a mis propias pulsaciones a volver a la normalidad. Una doctora muy amable me atendió, me hizo preguntas y me dijo que mi madre había tenido una arritmia y que esa parada instantánea era normal. El corazón necesitaba unos segundos para reiniciarse y volver a latir a su ritmo. No obstante, había que llevar a la paciente (mi madre) a un médico para hacerle las pruebas pertinentes.
Desde las cuatro y media que llegamos a urgencias estuvo hasta la mañana del día siguiente, haciéndole un montón de pruebas y monitorizada en todo momento.
Llamó P. ese día y a la pregunta de: “¿Qué tal?” Respuesta: “Bueeenoooo, estoy con mi madre en urgencias” “Jooooder, ¿podría pasar algo más?”
Última complicación
Pues la verdad es que sí. Estando mi madre ingresada en urgencias llamó mi prima, porque su padre (mi tío) había tenido un accidente con el camión del trabajo y estaba en la uvi.
Llamada de P.: “¿Cómo está tu madre?” Respuesta: “Bien, pero mi tío está en la uvi”. “Joooder...”
Afortunadamente la historia tiene final feliz. Mi madre no tiene nada en el corazón, le funciona perfectamente, aunque no saben por qué le pudo venir la arritmia. Ha estado otras dos veces en urgencias, en todas le han hecho pruebas, y todas han salido bien. La arritmia no se ha vuelto a repetir, aunque sospecho que a la mujer le ha quedado un poco de miedo, y a la mínima que se nota rara se asusta (la hipocondría creo que es hereditaria). Y mi tío ya está en casa, con dolores y muchas costillas rotas, pero recuperándose satisfactoriamente.
Le he dicho a P. que ni se le ocurra volver a salir fuera del país. Al menos sin mí.