martes, 30 de diciembre de 2014

Juego de tronos, George R.R. Martin



Debo ser de las últimas en incorporarme a la la lectura de tan famosa saga, y que además me he negado a ver la serie hasta que no leyera los libros. Y no quería leer los libros hasta que no me apeteciera, sin presiones, por favor.

Poca persona humana que no hay vivido en otro planeta el último año puede decir que no conozca nada de nada de la saga. Quien no ha leído los libros ha visto la serie, total, que por un lado u otro la historia de los Siete Reinos ha ido calando en la imaginería popular. Resulta difícil mantenerse al margen por completo, pese a que lo he intentando. Me han llegado nombres, lemas, y más o menos sabía quién era el malo y quién el bueno.

Finalmente decidí darle una oportunidad, y me embarqué entusiasta en la lectura del primero... para decepcionarme en los inicios. Era lento, y un poco tostón, la verdad. Demasiados nombres, y contaba algunas cosas del universo de los Siete Reinos como si todo el mundo estuviera enterado, es decir, sin explicar nada de ello, lo que hacía que me perdiera un poco. Al igual que con los nombres. Demasiados nombres, demasiados cargos, demasiadas casas. Me hierve la cabeza solo de recordarlo.

Pero continué leyendo y la historia me fue enganchando poco a poco. Empecé a ver por qué la saga se estaba conviertiendo en viral. Los personajes tienen una fuerza desgarradora, todos y cada uno de ellos, y que elija a unos cuantos para contar la historia desde su punto de vista, alternándolos, le da mucho dinamismo. Empencé a comprender por mí misma los elementos de ese universo de fantasía (los sept, los árboles corazón, el bosque de dioses), y ya no pude parar de leer. La historia la verdad es que arranca fuerte, ya desde el primer momento ves que no va a ser un cuento de hadas, sino una novela de gente cruel y de vida dura, y es parte de lo que le hace diferente.

La forma de narrar de Martin no es que sea especial, en mi opinión es más bien normalita, y además peca de meter demasiada paja. Tal como lo veo yo, el libro podría entenderse a la perfección si ocupara la mitad de páginas. Hay párrafos enteros que te describen los banquetes de los que disfrutan los señores, y se para a contar en qué consiste cada plato. Con la ropa pasa algo parecido, e incluso hay escenas enteras, con interacciones de personajes, que no aportan nada a la trama.

Sin embargo, aunque se hace pesado, la paja ayuda a meterse en el mundo de los Siete Reinos, lo sientes a tu alrededor como si fuera real.

Los personajes son el punto fuerte de la historia, como ya he dicho tienen mucha fuerza y son muy reales. Hasta el paje más superfluo podría ser real. Si hay algo que me gusta de la historia son los personajes femeninos. Si bien el mundo que describe es machista hasta lo insoportable (ha habido partes que me han enfadado mucho), los personajes femeninos no lo son. Cubren un espectro que abarca desde la dama más fina hasta la luchadora nata. Hay mujeres débiles y otras más fuertes, y cada una de ellas tiene su espacio en el mundo de los Siete Reinos. Cada una de ellas, desde la dama más fina hasta la bruja más cruel tienen muchos más aspectos que el principal que las caracteriza, huyendo de estereotipos. Uno de mis personajes favoritos es Arya, una niña que se niega a lo que la sociedad le tiene deparado, y lucha contra ello.

Debido a la paja, y a que dependiendo del personaje que escoja para el punto de vista algunos capítulos son un poco tostón, la lectura fue como una montaña rusa. Tan pronto avanzaba mucho como de repente iba muy lenta. Sin embargo, pese a todo, he disfrutado mucho la novela. La historia es muy buena, te atrapa sin remedio, y hasta tomas parte en la disputa. El final es un poco abrupto, y sorprendente, pero no inesperado. Seguiré leyendo la saga, aunque con un poco de moderación, para no agobiarme demasiado pronto. De hecho acabo el año terminando el segundo de la saga, tan solo leí un libro entre medias y ya tuve que empezarlo, no podía dejarlo tal como se quedaba en el primero.

Ahora entiendo por qué gusta tanto Canción de Hielo y Fuego.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Mamá en apuros: Función de Navidad



Como viene siendo habitual por estas fechas en los colegios, la última semana de cole prepararon la función de Navidad. Para este año nos pidieron que disfrazáramos a cada niño de una cosa, y nos dieron una frase para que la ensayaran en casa. A MiniP le tocó de beso (o felicidad o corazón, pero elegí beso por la facilidad del disfraz), y su frase era "y una sonrisa de felicidad".

Lo estuvimos ensayando en casa, incluso cogió su micrófono de juguete para hacer el ensayo más real. En el colegio también lo ensayaron, con un boli como micrófono primero, en el escenario con el microfóno real los últimos días antes del gran día.

Para poder ver la obra a los papás nos daban dos entradas. Este año lo organizaron mucho mejor que el pasado, y para poder explicar esto bien debo hacer un pequeño flashback. Esto me pasa por no haber escrito lo del año pasado en su momento.

Para muchos de los padres era la primera vez que acudiríamos a un acto de este tipo. Para todos era la primera vez que veíamos a nuestros peques, pero algunos tenían hijos mayores, por lo que ya conocían la experiencia. Hicimos cola, entramos, todos los padres de infantil (3, 4 y 5 años), y ya antes de empezar hubo jaleo.

No había sillas para todos, por lo que la gran mayoría tuvo que quedarse de pie tras los asientos, pero algunos padres, haciendo gala de la gran educación que deben darle a sus hijos, ocuparon el pasillo central que había entre los asientos, impidiendo el paso a todo el que se propusiera llegar hasta el escenario, incluido el propio director. Cuando éste pasó entre los padres pidiendo por favor que se retiraran de ahí, algunos se le enfrentaron creando un espectáculo bochornoso. Hubo gestos obscenos, gritos y salidas de tono. Algunos nos temimos que después de aquello dejaran de hacer el espectáculo navideño, y con razón. A la vuelta de vacaciones tuvimos una reunión de padres con profesoras en la que nos echaron una soberana bronca por nuestro comportamiento. Nunca me he sentido más en apuros como entonces.

Para evitar espectáculos parecidos, este año decidieron que cada curso tendría sus espectadores. Actuarían los de cinco años para sus padres, saldrían los padres y entraríamos los de cuatro años. Cuando terminaran los nuestros, saldríamos y entrarían los de tres años. Cada año tenía un color distinto de entrada, para evitar pillerías. Fue una idea muy buena, pues al final el espectáculo lo dieron los niños y no los padres, como debe ser.

Lo que no cambió nada fue el sabor a nostalgia que me dio. Tanto el año pasado como éste, todo tenía un color tan casero, un aspecto tan sencillo que me recordó mi propia infancia. Claro, que yo recuerdo el escenario de mi colegio mucho más grande que el de MiniP, pero no porque el nuestro fuera un teatro, sino porque yo lo sigo recordando con la visión de una niña. Imagino que para MiniP el escenario sería enorme, y un mar infinito de caras la estarían mirando desde las sillas, por más que fuéramos los padres de cincuenta niños.

Hicieron una obra de teatro muy tierna, en la que un niño preguntaba qué es la Navidad, y luego cada uno de los peques decía una frase, explicando así lo bonito de la Navidad. Cuando le llegó el turno a MiniP salió al escenario con otros tres niños, pero ella quedó la última. Cogió el micrófono, se echó el pelo detrás de la oreja con gesto inseguro, y dijo su frase, o por lo menos la mitad de ella. Empezó en voz baja, se le escuchó apenas "y una sonrisa", pero perdió la parte final: "de felicidad", en un murmullo ininteligible. Según soltó el micrófono todo el auditorio exclamó: "Ohhhhhh", movidos quizá por la pena, o como en mi caso, por la ternura que me inspiró. Claro que yo soy su madre, y a mi me parece tierna hasta cuando ronca.

Ocupó su sitio, sentada junto con los demás niños, y se dedicó el resto de la obra a divertirse con sus compañeros. Suspiré aliviada al ver que no había sufrido daños y que estaba pasándoselo bien.

Más tarde, cuando la recogí del cole, me preguntó:

- ¿A que lo he hecho muy bien, mamá?

- Lo has hecho bien, mi reina - le contesté.

Su profesora me corrigió:

- Lo ha hecho súper bien - explicó - En los ensayos no conseguimos que dijera la frase. Hoy por lo menos la ha dicho...

El futuro es incierto, pero no veo a MiniP en el mundo del espectáculo...

martes, 23 de diciembre de 2014

La soledad de los números primos, Paolo Giordano



«En una clase de primer curso Mattia había estudiado que entre los números primos hay algunos aún más especiales. Los matemáticos los llaman números primos gemelos: son parejas de números primos que están juntos, o mejor dicho, casi juntos, pues entre ellos media siempre un número par que los impide tocarse de verdad. Números como el 11 y el 13, el 17 y el 19, o el 41 y el 43. Mattia pensaba que Alice y él eran así, dos primos gemelos, solos y perdidos, juntos pero no lo bastante para tocarse de verdad.»

Tanto Alice como Mattia sufrieron un trauma de pequeños que los dejó marcados de por vida. Alice tuvo un desafortunado accidente durante una clase de esquí a la que la obligaba ir su padre. Mattia tenía una hermana gemela, igual en todo a él excepto en el intelecto, y una mala decisión tomada con seis años hizo que la perdieran para siempre. Desde entonces ambos crecieron al margen de la sociedad, una queriendo agradar, sin conseguirlo, el otro intentando hacerse invisible y queriendo sentir algo mediante los cortes que se hacía a sí mismo.

No todo cambia cuando se conocen, pero casi todo sí. Se hacen inseparables, sienten una especie de protección, de no estar solos en los márgenes que les hace sentirse seguros el uno con el otro. Crecen con una vida que nunca será normal, juntos pero separados por ese número par que nunca les dejará tocarse.

Me encantan las matemáticas. Me apasionan. Me entretengo haciendo divisiones y las derivadas me encantaban. Eran diversión sin límite para mi. Este equilibrio entre matemáticas y literatura no es muy frecuente de encontrar, pero cuando aparece un libro así lo disfruto muchísimo.

 
En La soledad de los números primos el autor sabe, como nadie, demostrar el paralelismo que hay entre las matemáticas y la vida. Hasta el caos se puede desarrollar mediante números y ecuaciones. Aquí tenemos dos vidas rotas, dos almas perdidas. Alice encuentra consuelo en Mattia y éste lo hace en las matemáticas, lo sintetiza todo en números, incluida su relación con Alice.

Todo en esta novela es especial. Los elementos que siempre destaco no fallan: la narración es fluida y amena, los personajes son fantásticos; la organización tampoco falla. La novela se divide en capítulos en los que se alterna la visión de Alice y Mattia, lo que le da agilidad a la lectura. Pero lo que realmente conquista es la historia. Es una historia tan atípica y a la vez tan normal. En lugar de héroes tenemos a dos antihéroes, que vagan por la vida con sus problemas a cuestas, sin afrontarlos del todo, sin olvidarlos tampoco. Un retrato realista de dos perdedores.

Lo que más me ha gustado es el final. Y me ha gustado porque no me ha gustado, a ver si consigo explicarme. Yo soy de las que prefieren los finales cerrados, porque si no me pierdo en divagaciones y en elucubraciones que generalmente no me llevan a ningún sitio. El final de La soledad de los números primos es un final abierto, pero realmente no podría ser de otra manera. Refleja, ni más ni menos, la continuidad de la vida. Es tan real, tan auténtico que aunque no me gusta que sea abierto, me ha encantado.

Recomiendo esta lectura, me parece un libro que merece un hueco en todas las estanterías, que entretiene pero que también hace reflexionar, hace pensar, en sus vidas pero también en la nuestra, en la fragilidad del ser humano y en la esperanza de recuperación. Leeré más del autor.
 
Por cierto que con esta reseña me ha pasado lo mismo que con la de la semana pasada, y es que buscando información y la portada en google he descubierto que hay una adaptación al cine. Dejo el trailer para los curiosos.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Mamá en apuros: Rodando al CuentaCuentos




El viernes pasado vinieron mi madre y mi hermana, con los niños, a casa. Nuestra reunión del club del punto, vaya. Normalmente las hacemos en casa de mi madre, pero esta vez cambiamos porque había que hacerle un disfraz a MiniP. Ellas serían mis brazos.

Para la función de Navidad del colegio van a hacer una obra de teatro. No sé muy bien de qué irá, porque yo solo tengo la frase de MiniP, pero seguro que queda muy graciosa. Lo malo, los deberes que nos mandaron a los papás, que cada niño tiene que ir disfrazado de una cosa diferente. Y anda que lo ponen fácil. MiniP debe ir de felicidad, de beso o de corazón. Como ya había otra niña que iba de corazón, me decidí por el beso, porque la felicidad realmente no sé cómo iba a plantearla.

Para el disfraz compré tela de gomaespuma, en color rojo, que se queda muy tiesa, dibujamos unos labios por partida doble y los cosimos a la altura de los hombros. El día de la función se lo pondré, y me pintaré los labios para marcarle un montón de besos en la cara. Sencillo, pero es que no me da para más, ni la imaginación ni el brazo.

Mientras hacíamos el disfraz, los niños jugaban, en teoría en la habitación de MiniP. En la práctica correteaban por toda la casa, mientras gritaban. Se gritaban unos a otros y también porque sí, porque son niños y los niños son gritones. Adoro a mis sobrinos, adoro a mi hija, pero cuando se juntan a veces me gustaría atarlos y amordazarlos para que me dejen tranquila un rato. No lo he hecho nunca, claro, pero todavía son pequeños, aún tengo tiempo...

Se fueron pronto, no porque los echara (habría echado a los tres), sino porque tenían otros compromisos que atender, y me dejaron en casa a solas con una niña de cuatro años pasadísima de vueltas. Alterada es decir poco.

Le propuse ir a la biblioteca, que era el día del cuenta cuentos anual. Todos los años, en diciembre, montan el cuenta cuentos en el que todo el mundo que quiera puede apuntarse a contar un cuento, y todo el mundo que quiera puede ir a escucharlo. Empieza por las mañanas, para los colegios, y por las tardes para los que quieran asistir. A MiniP le entusiasmó la idea, y después de diez minutos saltando por el sofá, conseguí que merendara para salir de casa.

Una odisea y un caos. Conseguir que se pusiera los zapatos, el abrigo, los guantes... Y que esperara a que me abrigara yo, con la incomodidad de hacerlo con una sola mano... Ella no paraba, se colgaba del pomo de la puerta, dispuesta a abrir, se me colaba por medio, preguntaba una y otra vez si nos íbamos ya.

En un momento dado, ya colocándome el cabestrillo para el brazo, le dije que o se callaba o no íbamos a ninguna parte. No lo conseguí del todo, pero sí que conseguí tres segundos de silencio. Abrimos la puerta y salimos al descansillo.

Vivo en un bloque donde no hay ascensor, y ocupo la tercera planta. Generalmente esto no me causa problemas, ni siquiera cuando MiniP era bebé y había que subirla y bajarla en el maxi cosis o en brazos, pero siempre hay días malos.

MiniP salió corriendo para las escaleras. Yo le dije, una y otra vez, espérame, que voy yo delante. Ella se hacía la sorda. Bajó cuatro escalones bien, y yo ya lo veía venir: MiniP, espérame, o por lo menos agárrate. Ni caso.

Como cualquier niño, yo también lo he hecho de pequeña, a MiniP le encanta resbalar el pie por el escalón hasta caer en el escalón de abajo. Lo malo es que ha sacado muchos de mis genes, y en cuestión de equilibrio se parece demasiado a mi. Somos torpes por naturaleza. Yo lo vi como en cámara lenta. Resbaló el pie, y perdió equilibrio, cayendo, por suerte, de culo. Yo gritaba su nombre a pleno pulmón, y corría, pero sabiendo que no llegaría a tiempo y menos con un brazo inutilizado. A continuación, ya de culo, siguió perdiendo la vertical y rodó escaleras abajo hasta el siguiente descansillo. Un tramo entero que se bajó dando vueltas como una peonza. Toda la secuencia duró como dos segundos, pero yo lo viví como una pequeña eternidad.

Cuando llegué hasta ella estaba llorando. La levanté, esperándome lo peor, y lo único que tenía era un susto tremendo en el cuerpo, y un arañazo en un costado. La abracé y la consolé, lo único que podía hacer, y en dos segundo se le pasó el llanto, señal de que no se había hecho nada.

Mi corazón tardó algo más de tiempo en volver a su sitio, y a latir de forma normal, pero por fuera quise aparentar templanza, que no diga mi niña que tiene una madre histérica. Que la tiene, qué le va a hacer, pero cuanto menos se note mucho mejor.
La biblio decorada para contar los cuentos

Al final fuimos a la biblioteca, donde se relajó y disfrutó de todos los cuentos que contaron, algunos con más gracia y otros algo más sosos, pero todos con un gran mérito. Nos fuimos porque se hacía tarde, no porque acabara el espectáculo, pero tal como había estado por la tarde veía que si se hacía más tarde nos iba a armar un pollo para cenar, debido al cansancio. No se quería ir, y tan solo accedió cuando me hizo prometer que haríamos un cuenta cuentos en casa, y que el año que viene saldríamos nosotras a contar uno.

De modo que no sólo me llevé un susto horrible, si no que ahora tengo que preparar un cuenta cuentos en casa, y un cuento para contar el año que viene en la biblioteca. Menos mal que tengo un año entero para prepararlo.

martes, 16 de diciembre de 2014

La mujer del viajero en el tiempo, Audrey Niffenegger





Contraportada: Una fascinante y muy poco convencional historia de amor: Henry es bibliotecario y padece una extraa disfunción genética que le hace viajar involuntariamente en el tiempo; Clare, su mujer, es artista. Su amor es apasionado y solo aspiran a llevar una vida normal. Sin embargo, los viajes al pasado y al futuro de Henry, que a veces producen situaciones comprometedoras y otras divertidas, son un desafío a su relación.

Una novela que invita a pensar en la perdurabilidad del amor y el paso del tiempo, en la emoción irrepetible de las primeras sensaciones, tanto en una relación como en la vida. Una lectura que, llevando de la sonrisa a la emoción, conmueve. Y una historia original e inolvidable.




Esta lectura, como tantas otras, me la recomendó mi hermana, pero como cuando ella lo leyó yo estaba embarazada y me dijo: "tienes que leer este libro... pero no ahora". De modo que me puso la miel en los labios y luego me castigó sin ella. Pasó el tiempo, y cuatro años después lo vi en una de mis visitas a casa, y me lo llevé. Y debo decir que tenía razón, como siempre. Me ha encantado.

Para empezar es una historia muy original. Está dividido en tres partes, y cada capítulo está nombrado y luego explica de quién va a tratar, de cuándo va a tratar, y qué edades tenían en ese entonces cada uno de los protagonistas. Porque lineal, lo que se dice lineal, no es. Pero sí que sigue un patrón, y este es el de la historia de amor.

Porque es el motor del libro. El intenso amor que se profesan Henry y Clare. Ese amor que genera envidias, que mueve montañas, y que vuelve inexistente al resto de la humanidad. Ese amor que todo el mundo quiere tener pero que no todo el mundo tiene. Esa es la gran historia de este libro, lo demás tan solo es decorado. Lo que pasa es que es un decorado muy bueno.

Alterna dos voces narrativas, la de Clare y la de Henry, que van contando la historia en primera persona. Esto dota de agilidad a la lectura. Y si sumamos la dosificación de información, obtenemos una novela que seremos incapaces de dejar de leer. Durante el tiempo que me ha durado, apenas la he soltado, aunque no fuera a leerla. La llevaba siempre encima, por si tenía un segundo en el que atisbar en la vida de la pareja. La narración es muy fluida, y el contenido no se queda desmerecido del continente. Los saltos en el tiempo están integrados de una manera muy natural, y contado de forma muy realista. Si yo tuviera que imaginarlos, los imaginaría así, tal como lo cuenta la autora. La historia de Clare y Henry podría ser la de cualquiera... O quizás no, pero es muy interesante. Y no son los únicos personajes de la novela.

Todos los personajes están muy bien tratados, definidos y creados. Hasta los que apenas son nombrados. Todos tienen cuerpo, y todos forman parte de esta historia, que ya digo que es lo mejor de la novela.

Se nos forma un puzle, del que al principio tenemos algunas piezas sueltas, sin saber muy bien cómo van colocadas. Luego nos van dando más pistas, pero de vez en cuando nos dan una pieza que vemos que no encaja, o no queremos verla encajar, porque al final el dibujo queda completo aunque nosotros no queramos. Me encanta el final, es sorpresivo, es conmovedor y es una putada pero es como tiene que ser.

Me parece que la autora arriesgó escribiendo algo diferente, y que le salió muy bien. Me ha gustado mucho desde todos los puntos de vista, quizás por el hecho de que el amor no está tratado de forma empalagosa, o por los saltos en el tiempo y la visión tan distinta que da de algo que no es nuevo. Creo que es un libro a tener en cuenta, por lo menos sale de lo cotidiano y eso es muy de agradecer.
 
Buscando la portada del libro en internet, he descubierto que han hecho la película, con un par de actores que además me gustan mucho. Yo no tardaré en verla, a ver qué tal han tratado la historia, pero de momento comparto aquí el trailer, por si a alguien le pica la curiosidad tanto como a mi.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Mamá en apuros: Decorando el cole



Como el año pasado, han pedido colaboración en el cole de MiniP para decorar el hall del colegio. Parte de mi elección por este cole fue que en infantil tienen una casita aparte, donde hay cuatro aulas, con entrada independiente del colegio principal. Me recuerda a mi niñez, donde yo iba la zona infantil estaba también en otro edificio. Nostalgias aparte, cada dos aulas tiene un recibidor propio que es donde ponen las decoraciones de las distintas estaciones del año, y la de Navidad toca a los papás.

El año pasado me lo perdí, pero este he aprovechado la baja para ir a echar una mano. Literalmente. He ofrecido mi mano libre para lo que fuera necesario y al final no se ha dado mal la cosa.

A primera hora, justo después de dejar a los peques en el cole, nos hemos ido algunas mamás a tomar un café para hacer tiempo. A mi es que esto de marujear no me gusta nada, así que me he tomado el café casi que a disgusto y todo... Dejando el modo irónico a un lado, a la que volvimos ya había otras cuatro mamás y dos papás preparándolo todo para la decoración, y nos hemos acoplado muy bien.

Este año mandaron a los peques como "deberes" que hicieran una figura del belén. A cada uno le tocó una distinta, para poder armar un belén como dios manda. Bueno, eso de que se lo mandan a los peques es un decir, es más bien labor para padres, porque los canijos con 4 años no sabrían ni por dónde empezar. MiniP llegó a casa diciendo que le había tocado hacer la bandera. Su padre y yo nos miramos sin entender, y cuando leí el papel me entró la risa. MiniP se enfadó, que a ver cómo le explico yo que no es malo equivocarse, y que no me río de ella. Me encantan estos lapsus, lo malo es que luego se me olvidan, y como cada vez habla mejor, pues comete menos. El caso es que no le tocaba hacer la bandera (ya estaba eligiendo el color de la tela) sino la lavandera. Papá en apuros fue el brazo ejecutor, y yo la capataz toca pelotas. MiniP casi se limitó a mirar. Al final no nos quedó mal. Hoy he comprobado que ha habido trabajos mejores, y peores. Y, lo peor de todos, los tramposos.

Porque te puede quedar más churro o menos, pero la cosa era hacerlo con materiales que tuviéramos por casa. Pero había un herrero comprado, con casa y todo, de los que te venden en los chinos; un cerdo que era un muñeco de plástico disimulado con témpera, y hasta un soldado de Herodes que era un madelman con una capa de fieltro. Por no mencionar que no teníamos niño Jesús. Hoy era el plazo para entregar los muñecos, pero el más importante ha fallado. Nos consolamos diciendo que como todavía no había nacido...

Ha sido divertido pegar estrellitas en el papel que tapa la pared, colocar los muñecos y echar la tierra y la paja en el suelo, una vez organizado todo el belén. Pero lo más divertido han sido los niños. Aprovechábamos cualquier necesidad para abrir la puerta de las aulas y atisbar dentro. Todos los peques se revolucionan al estar allí padres, cosa inaudita, pero los nuestros más, claro. Me enternece ver a MiniP pegando botes y gritando: "¡mami!", pero más aún cuando hemos puesto como excusa ir a por piedras al patio, pasando por mitad de la clase, y la he oído decirle a un compañero: "esa es mi mamá". Y yo que casi no quepo por la puerta de lo que me he inflado...


Luego otros niños han pedido ir al baño, y ahí han salido, seis o siete uno detrás de otro, que nos miraban y remiraban, y saludaban al pasar. Me da a mi que muchas ganas de hacer pis no había, la verdad.

Y para ser una madre asocial, no he pasado un mal rato, la verdad. Sólo ha habido una mamá que me ha tocado las narices, pero tampoco es la primera vez. Y es que hay alguna que parece que sólo ella tiene hijos. Como madre, desde fuera, es cargante y empalagosa, supongo que su hijo estará encantado, pero los demás no tenemos por qué aguantar sus tonterías. Se pasa las normas por el forro, siempre lo ha hecho, y las pocas veces que hemos hablado lo ha hecho como si me estuviera haciendo un gran favor. Hoy no ha sido la excepción.

En cuestión organizativa no puedo decir nada, porque nos hemos separado en varios grupitos y no me he juntado con ella. Pero es verdad que no ha participado mucho en las risas ni en los comentarios, pero ahí tampoco voy a echar nada en cara a nadie, cuando soy la primera que si está atravesada no abre el pico. Pero cuando hemos acabado las profesoras han salido a ver el trabajo terminado, y con la euforia y la alegría, nos han hecho unas fotos. Una de las profesoras ha sugerido que con nuestros hijos, pero la otra se ha negado, previendo las protestas de los demás. Pues sin los hijos, ningún problema.

Tras la profe que nos ha hecho la foto se ha asomado toda la clase, y la mamá en cuestión ha llamado a su hijo para que se pusiera en la foto. El niño la ha ignorado. Ella ha seguido llamándole, incluso le ha puesto tono de enfado, pero el niño parece ser que tenía más sentido común que ella, que hasta que no le hemos dicho que de eso nada, que o todos o ninguno, no ha parado de intentar que su hijo se pusiera con ella en la foto.

Sé que es una anécdota absurda, pero es que, lo confieso, le he cogido manía a la tipa. A mi eso de que se pasen a los demás por el forro me da mucho por saco, y si yo no puedo esperar justo en la puerta a mi hija para que los demás padres vean a los suyos, pues ella tampoco. Pero a ella le da igual, se lo dices un día, y otro, y otro, y ella sigue haciendo lo que le da la gana. Hasta que a alguien se le hinche una vena, como ya ha pasado, y casi llegan a las manos...

Finalizado el trabajo, y recogido todo, tan solo nos quedó despedirnos de los niños (le tiré un beso a MiniP, que me devolvió), y nos fuimos para casa.

El premio de consolación fue a la salida del cole. MiniP se acercó a mi con una gran sonrisa y me dijo, en su tono de conspiración:

- Te he visto esta mañana... En mi cole...

martes, 9 de diciembre de 2014

Keep Calm and Read in English: Lectura conjunta Jodi Picoult



Hoy traigo dos novelas cortas que en su momento estuvieron gratis en internet, cosa que nos anunció Isi, con la idea de hacer una lectura conjunta sobre ellas. Me apunté, como a todo lo que organiza Isi, con valentía y con muchas ganas. Lástima que se me juntó con otra lectura conjunta y no pude estar pendiente del todo de los comentarios en las redes sociales. Al ser tan cortas compartirán reseña.

Forman parte del reto de lectura en inglés, Keep Calm & Read 10 books in english, y con estos haría seis libros leídos en inglés. No es el objetivo, pero se le acerca bastante más que el año pasado, que leí uno o dos.

Larger than life


Cuenta la historia de Alice, que se encuentra en África, estudiando la memoria de los elefantes. Ha viajado hasta allí desafiando a su madre, que quería para ella un futuro más prometedor, y que nunca está contenta con la vida que lleva. Un día se encuentra a varios elefantes muertos por los cazadores furtivos, y, muy cerca de allí, a la cría de uno de ellos aún viva. En un arranque de locura, ya que los investigadores no deberían involucrarse, solo observar, decide llevárselo a su campamento y cuidarlo, al menos unos días. Al principio lo introduce a escondidas, y luego le ayudarán algunos compañeros, convirtiéndose la cría de elefante en la mascota del asentamiento.

Es una historia muy tierna, a la par que dura. Está contada en primera persona por la protagonista, en un tipo de narración muy sencillo que apenas me ha costado seguir, y el vocabulario, salvo cuando se ponía algo técnico, no me ha costado entenderlo. Lo que le ha hecho muy ameno es que intercalaba el presente con flashbacks de la infancia de la protagonista, lo que te hace conocerla profundamente y entender sus motivaciones.

El final es muy emotivo, la verdad es que si lo piensas no podría resultar de otra manera. Me ha gustado mucho y lo he entendido bien, lo que le ha hecho subir puntos y afrontar la siguiente lectura con menos miedo.

Where there´s smoke


En este relato corto nos encontramos con una vidente que tiene su propio programa de televisión. Ve fantasmas desde pequeña, y tiene a dos espíritus que son sus consejeros, y guías cuando conecta con el mundo del más allá. Lleva al programa a una joven viuda de un soldado estadounidense, que murió en Irak como un héroe, pero en la conexión algo falla, él le dice que murió por fuego amigo, y algo en el plató se incendia. Es tratada como antiamericana, y para arreglarlo, decide ayudar a un congresista y a su mujer, cuyo niño pequeño ha desaparecido. Ella promete encontrarlo, asegura que está vivo, pero el final no será el esperado.

El principio de éste me costó un poco entenderlo, porque como juega con el mundo fantasmal me pierdo en las palabras que tienen una segunda intención, y cuando se encuentra al niño en su habitación, rebuscando en los cajones, tuve que leerlo un par de veces más para que me quedara claro. Pero a partir de ahí, y teniendo en cuenta que hablábamos de una vidente, todo fue mucho más fácil.

En cuanto a narrativa es bastante parecida a Larger than Life, aunque la historia me gustó más la primera. Lo cuenta todo en primera persona, intercala recuerdos con el presente, y desarrolla la historia hasta llegar a un final inesperado y conmovedor. En comparación con Larger than life pierde ésta, pero porque a mi no me van demasiado las historias tan suaves, y la pequeña elefanta me robó el corazón. De todos modos también engancha, no me costó leerla (salvo el principio) y lo entendí todo bastante bien.

Estas dos lecturas me han hecho enorgullecerme, porque creía que se me iban a dar peor, que iba a consultar muchas más veces el diccionario, pero todo lo contrario. Me han gustado y no me han costado entenderlas.

Gracias, Isi, por organizarlo todo.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Cuatro semanas de escayola (más)



De pequeña siempre quise romperme un hueso. Preferiblemente de la mano, y a poder ser la izquierda, no fuera a ser que no pudiera escribir. Sé que suena raro, he de decir (no sin cierto orgullo) que era una niña extraña, pero me tranquiliza saber que no era la única. Era por la escayola. La escayola te daba un toque guay. Y si había algo que quería más que nada, de pequeña, era ser guay. Ahora estoy orgullosa de ser rara, me encanta, pero los años de colegio y de instituto no fueron tan fáciles. La seguridad de la que hago gala ahora la he ido adquiriendo con los años.

Pero eso era de pequeña. Ahora que de verdad me he roto algo, de hecho una mano, pero la derecha, no estoy tan contenta. Se ha pasado la fascinación del primer día, cuando le di rotuladores a MiniP para que me la decorara, y en la que creía que en quince días estaría curada. Ahora solo me queda un hastío continuo, un dolor intermitente y un picor esporádico.

Que estoy harta, vaya.

A la semana de la caída tuve revisión con el trauma. Me hicieron una radiografía y la consulta fue rapidísima. El doctor, sentado en su silla y mirando la foto de los maltrechos huesos de mi mano me dijo:

- Muy bien, no se ha desplazado - se echó hacia atrás en la silla - A veces aún con la escayola se desplaza y hay que colocarlo, pero afortunadamente no es el caso. - Me enseñó dónde estaba la fractura, y mirándome a los ojos añadió - Pues te vuelvo a ver en cuatro semanas.

Un rugido me nació en lo más profundo del estómago, y como poseída por la niña de la exorcista, pregunté yo, a mi vez:

- ¡¡¡¿¿¿¿CÓMO????!!!

Juraría que le vi al doctor una sonrisilla maliciosa, aunque fue tan fugaz que no puedo asegurarlo.

- ¿No te dijeron nada en urgencias?

Negué con la cabeza.

- Y mi doctora me dijo que eran tres semanas de escayola, como había sido una rotura limpia...

- No. Una fractura es una fractura - dijo el doctor - Y cualquier fractura necesita cinco semanas de escayola. Llevas una, te faltan cuatro. - Sonrió.

- Pues, nada. Hasta luego.

El resto del día me quedé en estado semi catatónico. Sólo dos palabras daban vueltas por mi cabeza, una y otra vez, como en una mala película. Cuatro semanas. Cuatro semanas. Cuatro semanas. Me daban ganas de decir que ya, que la broma me había hecho mucha gracia, pero que ya era hora de terminarla. Pero como sé que no puedo estar así para siempre, me di un par de hostias mentales y espabilé. Cuatro semanas, pues cuatro semanas. A pasarlas.

Pero cada médico que veo me desmoraliza más. Resulta que me llamaron de la mutua del trabajo. Aunque no fue accidente laboral, la mutua hace seguimientos de las bajas largas. Según mi versión es porque como ellos pagan parte de la baja, si te pueden mandar a trabajar, lo hacen. La versión de la mutua no varía mucho de la mía, te lo dicen con palabras técnicas y dando más rodeos, pero viene siendo lo mismo. Prima el dinero sobre la salud.

Como ya los conozco, y con algún accidente laboral no me han tratado con el respeto que creía merecer, iba con la escopeta cargada. En modo defensa on. Encima me hicieron esperar un poco, lo que no calmó precisamente mis ganas de guerra.

Cuando por fín pasé al despacho me encontré con un médico serio, pero que resultó muy amable. Miró el informe, y lo primero que dijo fue:

- Llevas de baja veinte días... ¡Uy! Esto está muy tierno todavía.

Abrí los ojos como platos.

- Tengo cita en un mes, para que me quiten la escayola.

- ¿Con rayos equis?

- Sí.

- Uff, y si te la quitan. - me vio la cara de susto y añadió. - A veces quitan la inmovilización a las cinco semanas, pero depende de muchos factores. Y eso no querrá decir que esté curado. Un hueso fracturado son, más o menos, unas seis u ocho semanas.

Lo que ya no quise preguntar si esas seis u ocho semanas incluían la rehabilitación o no. No quise, para evitarme más sustos, porque lo que sí me llevé fue otro disgusto.

- Tú tranquila - me dijo el doctor, amable - Relájate, y cuida la mano. Que las navidades las pasas en casa.

Y yo que creía que como muy tarde a primeros de año empezaría a trabajar...

Y es que sí, estar en casa está muy bien, pero estoy hasta el mismísimo moño. Echo de menos andar corriendo para todos lados, sin tiempo para hacer nada, pero feliz aprovechando cada segundo del día con distintas cosas para hacer poco de mucho. Y no que ahora tengo tiempo para todo pero lo que me falta es un brazo para hacerlo. Voy haciendo poco, y mal. Doblo la ropa con la mano izquierda, dejándolo casi peor que si no lo doblara. Paso el aspirador, porque es estilo escoba y lo puedo pasar con una sola mano...

Me salva la wii y el ordenador. La wii porque algo puedo hacer con ella, cogiendo el mando con la izquierda. Me encanta hacer yoga con la consola, y tiene muchas posiciones para las que no necesito la muñeca derecha. Y el ordenador porque puedo seguir escribiendo, aunque sea con una sola mano, y desahogarme y hasta lloriquear un poquito, aunque peque de autocompasiva, y así paso los días menos apurada.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Mamá en apuros: MiniP se independiza



Íbamos en coche a pasar el día en la sierra, y en el coche es cuando a MiniP le da por hablar más. Debe ser que se aburre, y como está atada solo puede hacer dos cosas: o dormir o charlar. Y la última opción de MiniP siempre será dormir. En eso no ha salido a mi, lo aseguro.

Miraba por la ventanilla, cuando giró de nuevo la cabeza y muy seria, nos dijo:

- No quiero cambiar de casa.

Nosotros siempre estamos hablando de cambiar, porque el piso donde estamos está bien, pero no convence del todo. Hay muchísimas cosas que se podrían mejorar... Podría tener terraza, ascensor, trastero, y más metros cuadrados. Por pedir, podría tener hasta terreno, pero no. Es un piso sencillo, de hace más de 30 años, que nos da un servicio bueno pero mejorable. El caso es que hablamos para cuando nos toque una lotería, porque después de la burbuja vivida me da mucho reparo atarme a otro banco por otros 30 o 35 años sin saber si el euribor va a subir o a bajar... No confío en ningún banco.

Papá en apuros y yo nos miramos.

- A ver, MiniP - dijo su padre - No vamos a cambiar de momento, pero si algún día podemos no tomarás tú esa decisión.

Y fue entonces cuando soltó la bomba.

- Pues yo me voy a vivir a la playa.

- ¿Ah, sí? -dije yo - ¿Y cuándo?

- Pues ya.

Papá en apuros y yo nos miramos, conteniendo la risa.

- ¿Y te vas a ir tú sola?

MiniP pareció pensarlo un momento.

- No. Me voy con Guagua y Golfo.

Son sus dos perros de peluche favoritos. El primero se llama Guagua porque ni sabía hablar cuando se lo regaló su padre, y poco después a los perros en general los llamaba así: guaguas. Somos simples, qué le vamos a hacer.

- ¿Y nosotros? - siguió preguntando su padre.

- Vosotros podéis ir a visitarme - aseguró MiniP. - ¡Pero tenéis que llevar a Reno!

Efectivamente, hablaba de otro peluche.

- ¿Y de qué vas a comer? - su padre intentaba demostrarle las lagunas de su plan, pero MiniP lo tenía todo estudiado. - Si no sabes cocinar.

- De lo que compre. - aseguró la pequeña.

Yo cada vez estaba más sorprendida, y cada vez me costaba más contener la risa. Se ve que, con cuatro años, tiene las cosas más claras que algunos con veinte.

- ¿Y cómo vas a pagar la comida? - pregunté. Una madre se preocupa por cómo se van a ganar la vida sus hijos.

MiniP se estiró, y puso su tono de voz de "¿es que no os enteráis de nada?"

- Pues de las monedas que encuentre en la playa. - estiró la mano, y añadió - ¡Claro!

Como si no fuera evidente. En ese momento me la imaginé recorriendo la arena de arriba a abajo, recogiendo un tesoro de monedas que le servirían para comer. Le seguían sus peluches, extrañamente se movían por sí mismos, y ella tenía aspecto de salvaje... Pero feliz.

- ¿Y a qué playa vas a ir?

Ese era el quid de la cuestión. Nosotros ya sabíamos la respuesta.

- A la del teatrillo.

Claro. Porque este verano estuvimos en Peñíscola y cada noche nos acercábamos al paseo marítimo para ver el teatro de marionetas que hacía función todos los días.

Nos reímos, los tres. Pero, disimuladamente, me enjuagué una perla de sudor de la frente. ¿Con cuatro años y ya se quiere independizar? Si eso no es estar en apuros, ya me diréis qué es...

martes, 25 de noviembre de 2014

VIAJO SOLA, SAMUEL BJORK


Sinopsis (contraportada): Viajo sola. Y no soy la única. Un hombre sale a pasear con su perro para recuperarse de la resaca y de su cargo de conciencia. De repente el perro sale corriendo entre los árboles. Allí el hombre descubre a una niña que cuelga de un árbol, balanceándose sobre el suelo. Con una mochila escolar en la espalda y un cartel alrededor del cuello que dice "viajo sola". El inspector de policía Holger Munch se encarga del caso y no tarda en darse cuenta de que va a necesitar la ayuda de su excolega Mia Krüger. Sin embargo, Mia, que siempre había sido una chica sana, ahora parece estar enferma. Realmente enferma. Holger Munch acude a su casa para pedirele que vuelva al servicio activo. No tienen ni la más remota idea de lo que les espera.
Es complicado definir este libro. Es un libro policíaco, sí. Pero también tiene mucho de best seller, y algo más. No sé ni por dónde empezar.

Quizás por el principio. Debo dar las gracias a la editorial por haberme mandado el libro a través de María, junto con una siniestra muñeca que a mi hija le encantó. Creo que no me extrañaré si en un futuro le empiezan a gustar las cosas gores y demás. Digna hija de su madre.

Quise haberme apuntado a alguna de las lecturas conjuntas que se organizaron, pero me terminé el libro que estaba leyendo, y cogí éste... y ya no pude parar de leer.

Porque es adictivo, todo hay que decirlo. La trama está muy bien planteada, para que el lector no se entere de nada y vaya descubriendo a la vez que los protagonistas. No hay hilo suelto, todo tiene un por qué, aunque luego ese motivo no te guste...

Los protagonistas son geniales. Son reales, tienen profundidad, actúan según su psicología. Vas conociendo su pasado, su presente y casi todo lo que ha pasado entre medias, todo a su debido tiempo, todo con cuenta gotas para que no te aburras ni te excedas tanto que pierdas interés. Ya digo que es una novela muy bien estudiada.

Ahora bien, hay cosas que no me han convencido demasiado. La narración no es de mis favoritas. Es sencilla, con muchos diálogos, y muy bien llevados (qué difícil es hacer diálogos realistas), pero es un tipo de narrativa donde cuenta más que muestra. Te lo cuenta todo y de todos los personajes: el pasado, el presente, los sentimientos, los pensamientos. Esta manera de narrar una historia hace que la vea desde fuera, que empatice poco con los personajes, con lo que disfruto mucho menos la novela. Mia me ha parecido un personaje genial, con el que poder empatizar, pero no lo he conseguido.

Luego está el hecho de que te lo cuenta todo de todos los personajes, hasta el que tan solo es atrezzo, el que encuentra el primer cadáver, la profesora del que encuentra el segundo... El que pasaba por allí... Todos tienen su pasado y sus tribulaciones en sus cabezas y de todos te lo cuenta. Cosa que, a mi, me sobra.

Como me sobran algunas de las tramas. Entiendo por qué están ahí: para jugar al despiste. Pero me sentí engañada. Esto no es del todo malo, puesto que el autor consiguió que me involucrara en la historia, pero hay una parte del final en la que sentí que me había tomado el pelo. Además, el cierre de alguna trama secundaria no me ha convencido.

El de la trama central ya digo que sí que me ha convencido. Es una historia fuerte, realista sin giros inadecuados ni nada que no tuviera que estar ahí. Aunque es auto conclusiva me da la impresión que no será el último caso que lleven Mia y Holger, ese equipo casi perfecto que tiene que resolver un crimen contra reloj.Resumiendo: pese a las partes negativas de la narración, el resto está muy bien pensado y planificado, crea mucha tensión y pese a sus más de 500 páginas se lee muy rápido y entretiene mucho. Si el autor decide darle más vida a esta pareja de investigadores, yo estaré aquí para leerlo. Lo recomiendo, tanto para los amantes de lo policíaco como para los que no lo son.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Mamá en apuros: Semana infernal



Tenía que preguntarlo. Fue superior a sus fuerzas. Lo dijo, y con su palabras se inauguró mi semana de locos.

El jueves me vencía la itv del coche. Agradezco infinitamente las nuevas tecnologías, y las nuevas formas de trabajar, ya que me enteré mediante sms del día exacto. Conversación conyugal:

Yo: Tengo que ir a pasar la itv.

Papá en apuros: ¿Cuándo?

Yo: el jueves.

Papá en apuros: Hay tiempo. Si quieres me llevo yo el coche y la paso yo.

Yo: Genial.

Y ahí se tendría que haber terminado la conversación. Con ese acto de marido generoso que se ofrece a pasar la itv al coche, así no tendría que ir yo con niña incluida. Pero no, se le tuvo que iluminar la bombilla (muy bien traído) y añadió:

Papá en apuros: Funcionarán todas las luces, ¿no?

Yo: Claro.

Papá en apuros: ¿Seguro?

Yo: (levantando una ceja): a ver, lo que yo veo desde dentro del coche funciona, se me ilumina la carretera, y veo bien.

Papá en apuros: Vale.

Esta conversación ocurrió un domingo, y no volví a acordarme de ella hasta el martes. El lunes cogí el coche para ir a trabajar, encendí mis luces, y cogí la carretera. Veía perfectamente. Pero el martes... El martes arranqué, y de camino noté más oscuridad. No supe muy bien si era yo que seguía dormida (me levanto demasiado temprano), o quizás... No podía ser... ¡Se me había fundido un faro!

Llegué al trabajo enfadada. Con el faro por haberse fundido, pero sobre todo con Papá en apuros. La culpa era suya, sin duda. ¿Por qué tuvo que decirlo? ¡Me había gafado el coche!

Bueno, que no cunda el pánico, hablé con él y acordamos que llevaría el coche al taller. Así le pondríamos las matrículas nuevas y santas pascuas. Llamé al taller, pero esa tarde no podían.

Miércoles. El miércoles fue un día genial, con perdón por la ironía. Resulta que antes de salir de casa me percaté de que mi señor esposo me había cambiado los llaveros de las llaves del coche, porque decía que nos los íbamos a intercambiar. Yo busco las llaves por mis llaveros, es la manera que tengo de reconocerlos, por lo que me entretuve en cambiarlos de nuevo. Ese día me sobraba tiempo, al parecer. El caso es que soy un pelín simple, y si tengo una cosa en la mano y la sustituyo por otra cosa, inmediatamente olvido la primera. Así he perdido muchísimas cosas. Ese día, por circunstancias, salí tarde de trabajar, con el tiempo justo de cambiarme de ropa y salir escopetada al cole a por MiniP. Estaba llegando al portal cuando me di cuenta. No tenía las llaves.

Es algo que no me suele pasar nunca. Yo nunca, nunca, me dejo las llaves en casa. Salvo aquella mañana, que con el cambio de llaveros mis manos ya no supieron qué tenían, si unas llaves o un llavero y mi cerebro no prestó atención, bastante tenía con despertarse.

Suerte que tengo planes de emergencia para todo. Llamé a mi madre, pero se iba pronto a natación, y mi hermana pequeña se iba a comer con la mayor. Pues hablé con las dos, con la pequeña y con la mayor, con una para que me dejara ropa (¡no iba a ir todo el día con el uniforme de trabajo!) y con la otra para que echara dos platos más de comida. Y, no hay mal que por bien no venga, me dije, aprovecharía para ir al taller y luego pasar la itv. Todo organizado, todo resuelto.

Pero no, no podría salir todo bien a la primera. ¿Para qué? Es mucho más divertido cuando las cosas se retuercen.

Después de comer fui al taller, y me dijeron que me ponían las matrículas sin problemas, y que la bombilla la tenían que pedir al almacén pero que no tardaría. Muy bien, fui a dar una vuelta, a paso de tortuga con mi hermana pequeña, convaleciente de un esguince con fisura en el pie, y al rato volvimos. El mecánico, con cara impasible, me comunicó que las matrículas ya estaban puestas pero que no encontraban la bombilla. La estaban buscando, pero que hoy no la tendrían. Me tenía que llevar el coche y me llamaría cuando la tuviera. Pero me aseguró que al día siguiente estaría allí fijo, de modo que quedé en pasarme por la tarde.

Jueves. Los jueves MiniP tiene actividad extraescolar hasta las cinco y media. Cuando salió, y aunque no me habían llamado, fui directa al taller.

Una de las cosas que me daban más miedo, aparte de no pasar la itv, era que la otra bombilla decidiera fundirse también, con lo que tendría que ir a trabajar con las largas puestas. Así que pasé por el taller, con mi sonrisa de "espero tenerlo listo en cinco minutos", pero me desinflé cuando me dijo el chico que no habían encontrado la bombilla. Como la que íbamos a cambiar era de luz azul, le pregunté: "¿De las normales tampoco?" Me aseguró que tampoco.

Cogí el coche y me fui de allí. No sabía muy bien qué hacer, me pasaría por algún Norauto o Aurgi a comprar la bombilla, y a ver si me la ponían, pero me daba rabia pagar un pastón por nada que iban a hacer. En un acto de inspiración busqué las luces de recambio del coche, y allí estaba mi salvación: una bombilla de luz normal. Volví al otro taller con mi bombilla en la mano.

Yo: ¿Esta bombilla no sirve?

Mecánico: No, esta es de luz blanca, y las que tienes puestas son azules.

Yo: Ahhh. ¿Y no tenéis otra de luz blanca y me cambiáis las dos?

Mecánico: No, me han dicho que no hay nada en el almacén.

En ese momento fue cuando otro mecánico entró en la conversación, y me salvó la vida.

Mecánico2: ¿Cómo que no? De éstas sí que hay.

Mecánico 1: Y una mierda.

Después de un intercambio de opiniones en términos no aptos para MiniP, que atendía encantada, llamaron por teléfono para confirmar y tuve suerte: sí que las tenían.

Un rato más para que la cambiaran, y cuando quise salir de allí era tan tarde que no me dio tiempo de pasar por la itv.

Viernes. El viernes iba tensa, tengo que reconocerlo. Cogí el coche feliz, todo hay que decirlo, porque veía genial en la carretera, pero temía que me pararan y me pidieran los papeles del coche. Tenía que haber pasado la itv el día anterior. Nunca me paran, pero también me funcionaban las luces a falta de una semana para el exámen técnico, y mira lo que pasó.

Tuve suerte porque salí pronto. Para desestresar fui a correr nada más llegar, me duché y fui al cole a por MiniP. Los viernes toca ganchillear en casa de mi madre, así que allá fuimos, comimos, ganchilleamos y a una hora decente MiniP y yo pusimos rumbo a la itv.

Estas cosas ya no van como antiguamente, que tenías que esperar durante horas para que te atendieran. En un momento, cosa de media hora escasa, ya tenía una pegatina a cambio de cincuenta euros.

El estupor vino cuando vi la fecha. Si es que no se puede tener coches tan viejos. Ahora tan solo me queda un año para la siguiente itv.

PD: Y después de todo, el domingo, me rompí la muñeca, para rematar la semana.

martes, 18 de noviembre de 2014

El Club de los Viernes, de Kate Jacobs



Cada viernes se reúne en el local de Georgia Walker, en Manhattan, un grupo de ocho mujeres que, a través de su pasión común por el punto, han desarrollado una fuerte amistad. La laboriosa actividad da pie a que cada mujer dé rienda suelta a sus anhelos, sus pasiones y sus angustias. Pero las cosas no siempre han sido fácil es para Georgia. Doce años atrás, cuando estaba embarazada, su novio James la abandonó para irse a vivir a Francia. Ahora James ha vuelto para conquistar de nuevo a Georgia y ejercer de padre de su hija.

Cogí este libro por circunstancias. Mi madre estaba ingresada en observación, y salí de casa sin un libro. Grave error, no sé cómo pudo ocurrir, pero ocurrió. Pero mi madre sí que tenía su kindle, y era de los pocos que me interesó que tuviera cargado, de modo que lo empecé.

Enseguida me enganché. Leía en la sala de espera y eso cunde mucho. De hecho nos turnábamos para entrar mi hermana mayor y yo (la pequeña estaba convaleciente de un esguince severo en casa), y me ofrecí a quedarme fuera “desinteresadamente”. Bueno, eso dije, pero lo cierto es que dentro le daba conversación a mi madre y no podía leer. Fuera podía dejar toda mi atención para Georgia, su hija Dakota, su amiga Annie y el club de punto.

La historia engancha, no lo voy a negar. Georgia es dueña de una tienda de punto y la vida no ha sido fácil para ella. Cuando se quedó embarazada su novio la dejó para irse a Francia a trabajar, y salvo para mandarle unos cheques no volvió a tener contacto con él. Se encargó de criar a su hija en solitario, en la ciudad de Nueva York, pero salió adelante. Le ayudó mucho Annie, una mujer ya mayor, jubilada, que se encargó de darle a Georgia el empujón que necesitaba. Gracias a Annie acaba montando el club de punto, los viernes después de trabajar, en el que se juntan ocho mujeres a comenzar a tejer un jersey, y entre los puntos de las agujas parece que van tejiendo juntas sus propias vidas.

Es una novela fácil de leer, la narración es sencilla, alterna mucho diálogo y no se hace pesado en ningún momento. La autora tiene buen ojo para contarnos las vidas de las mujeres sin resultar pesado, ni monótono. Con pequeños detalles nos podemos hacer una idea bastante acertada de lo que hay detrás de cada una de ellas. No son personajes planos, están muy bien dibujados con profundidad propia, y aunque se trata de la vida de ocho mujeres, las del club de punto, en realidad todo gira en torno a Georgia.

Lo que no me ha terminado de convencer es algún aspecto de la trama. Vuelven dos personas del pasado de la protagonista, y de repente se convierten en importantes. Así, casi sin más. No sé si será porque soy una persona rencorosa, pero yo no lo habría visto tan fácil. Quizás sea yo, pero no me ha gustado. No es que no lo haya visto realista, porque la autora lo ha sabido contar de tal manera que surge todo como muy natural, pero no me ha cuadrado mucho con la psicología que le suponía a la protagonista.

Otra cosa que no me ha gustado nada es un detalle de la trama: Georgia no ha tenido ninguna relación sentimental desde que la abandonó el padre de su hija. En un momento reflexiona (atención, puede contener spoiler, no digais que no avisé): será que le estaba esperando. ¿Esperas doce años a alguien que te abandonó? Me parece que la señal que se envía ahí no es muy acertada, como que no puede tener vida porque todavía sigue enamorada de su ex. Sin embargo él sí que ha estado ocupado todo este tiempo. No soy una mujer que encuentre alarmas feministas en todas partes, pero este detalle sí que me ha parecido alarmante. Y ha sido el único en todo el libro, porque pese a que la trama gira en torno al punto, no cae en clichés antiguos. De hecho con las ocho mujeres que componen el club combina no sólo distintas edades sino distintas mentalidades, creando un prisma con visiones muy distintas de un mismo tema: tejer.

En conjunto, pese a pequeños detalles, me ha gustado mucho y voy a continuar con la saga, que he descubierto que hay dos más. No termino de estar conforme con el final, pero no porque no me gustara, sino porque me enfadó y me entristeció. Esto dice mucho en positivo de la novela, me hizo empatizar lo suficiente como para crearme sentimientos.

Supongo que una de las razones por las que me ha gustado el libro, y por la que he empatizado con él es que en mi casa siempre se ha tejido. En mi familia siempre hay alguien haciendo alguna labor. Mi madre cose que es un primor, pero además te hace unos cuadros de punto de cruz para exponer en algún museo. También sabe hacer punto (dos agujas) y ganchillo, aunque lo practica menos. Mi abuela era ganchillera de pro, siempre estaba con la labor. Hizo de todo: colchas, paños, jerseys, pamelas, bolsos... Todo lo que pudieras imaginar mi abuela lo hacía realidad. Mi hermana mayor siguió los pasos de mi abuela, y aprendió ganchillo pese a que en sus inicios se clavó una aguja de lado a lado de la mano (momento gore), y yo no conseguí pasar de la cadeneta, pero aprendí con las dos agujas. Además, hace poco me dio la vena, me iluminó el espíritu de mi abuela o algo así y decidí aprender ganchillo.

Así que cuando Georgia habla de punto media, y de las distintos tipos de lanas y agujas a mi me suena a terreno conocido. De hecho, después de la lectura de la novela se me ocurrió la idea: crear nuestro propio club de los viernes. Desde entonces nos reunimos en casa de mi madre para comer, mis hermanas y yo, y cuando retiramos la mesa mandamos a los niños a jugar y nos ponemos con las agujas. Es una manera distinta de pasar una tarde, y os aseguro que nos reímos mucho, sobre todo con lo amorfo que me suele salir la labor...
Edito: mi club de los viernes se ha cancelado durante un mes, que es lo que tardarán en quitarme la escayola de la mano derecha. ¡Qué rabia!


viernes, 14 de noviembre de 2014

Mamá en apuros: Los patines



Era una bonita y nublada mañana de domingo. MiniP llevaba despierta un buen rato, y las risas que compartía con su padre me despertaron a mi. Me levanté medio zombie (las ocho y media de la mañana de un domingo para mi no son horas) y cuando tomé mi café di los buenos días.

Apenas terminé de desayunar ya me estaban atosigando padre e hija para ver qué hacíamos, cómo pasábamos el domingo mañanero.

Ahí confluyen varios problemas. El primero que, como ambos son tan tempraneros, quieren hacer cosas cuando el resto del mundo (y por resto del mundo me refiero a mi) queremos dormir. El segundo, que como el día anterior estuvo lloviendo hasta altas horas de la noche, nos fastidió los planes de salir los tres con la bici por los caminos de tierra, que esa mañana probablemente fueran barrizales. El tercero es que, como no somos (ninguno de los tres) amigos de las aglomeraciones, ir a un centro comercial no entra en la categoría de diversión para nosotros. Más bien al contrario.

De modo que quedamos en bajar con la bici de MiniP a dar un paseo. Pero MiniP no quería bici. Quería patinete.

- Mamá, y tú te bajas los patines.

No era una idea nueva, ya se lo he dicho alguna vez, pero en ninguna ocasión lo habíamos llegado a hacer: ella con el patinete y yo con los patines, y así disfrutábamos juntas. Eso decidimos hacer.

No creo que sorprenda a nadie si desde ya adelanto que muy bien no acabó el día.

Papá en apuros decidió que él prefería andar, y bajamos hasta el parque riendo, comentando que él prefería un patinete para mayores, que iba a vender sus patines, que había utilizado dos veces ya que no sabe patinar.

- Del patinete te puedes tirar, los patines no te los puedes quitar en caso de emergencia.

- Bah, yo casi prefiero los patines, a mi siempre me ha gustado mucho patinar.

- ¿Te vas a acordar?

- Uff, pues puede que no...

Paramos en un banco, me calcé las ruedas y Papá en apuros me ayudó a levantarme. Rodé un poco junto a MiniP, que iba con su patinete encantada de la vida, pidiéndome carreras y riendo porque ganaba. Me abandonó donde los columpios, porque si algo le apasiona a mi pequeña es columpiarse.

Mientras MiniP se entretenía estuve dando algunas vueltas por el parque, recordando. La verdad es que no se me estaba dando tan mal, el parque va en ligera pendiente donde los columpios y la cuesta arriba tiraba pero cuesta abajo era muy divertido.

MiniP se cansó, y volvió a coger su patinete. Con la cara iluminada por la felicidad, pasaba junto a mi gritando:

- ¡Vamos mamá!

Yo la seguía como podía, que tiene una facilidad pasmosa para los cacharros con ruedas, y a mi me suenan todas las bisagras por el óxido...

- ¿Hacemos una carrera? - me dijo, después de cuatro vueltas al mismo sitio.

- ¡Venga! - y ahí que la seguí.

Y ese fue el error.

MiniP cogió carrerilla parque abajo, y siguió más allá de la zona de los columpios. A partir de ahí la suave pendiente se convierte en bajada descarada, y empecé a coger velocidad. La bajada no termina en un llano: o hace una curva o sigues para la carretera, y yo intentaba frenar con el freno del patín derecho (al ser patines en línea sólo tienen un freno) pero la goma decidió ignorar mis intentos. MiniP seguía delante mío, tan feliz, y a mi la cuesta se me fue de las manos. Sin control, ya no sabía cómo frenar. Hasta que la gravedad decidió por mi.

No sé exactamente qué fue lo que me llevó al suelo, pero caí de culo, y en el último instante de la caída, planté la mano derecha para estabilizar. Escuché un ligero crujido, pero el dolor de trasero me hizo olvidar todo por momentos.

MiniP paró, tiró su patinete, y vino a mi convertida toda ella en preocupación.

- ¿Mamá, te has hecho daño? - repetía, una y otra vez.

Y yo, casi desfallecida del dolor que tenía en el culo, no supe disimular.

- ¡Ay! ¡Ay! Sí, cariño, me he hecho daño...

- ¡Papá! - llamaba ella, mirando hacia atrás - ¡Papá!

Papá en apuros acudió al rescate, me devolvió mis zapatillas y me ayudó a ponerme en pie. La mano molestaba, pero no se hinchó mucho. Aún así decidimos acudir a urgencias.

De camino, aleccionaba a MiniP, una Mamá en apuros aprovecha cualquier momento para dar lecciones a sus vástagos.

- ¿Sabes por qué me he hecho daño?

- ¿Porque te has caído?

- También. Pero porque no llevaba las protecciones.

- ¡Te lo dije que te dejaba las mías!

Y es verdad que me lo dijo. Pero lo que ella no entiende es que sus protecciones me sirven para los dedos de la mano...

Ilusa de mi, acudí a las urgencias del centro de salud, pensando que sería un esguince o poco más. Sentada en los sillones de plástico, el dolor de trasero se amortiguó, o quizás se vio eclipsado por la muñeca. Porque lo que en principio no dolía nada ahora era una oleada de sensación horripilante que se transmitía de mi mano al cerebro directamente. MiniP me soplaba, imitando lo que le hago yo cuando le escuece una herida, Y me acariciaba, con mucho cuidado, la zona que ahora sí que se había inflamado. Me entraban ganas de comérmela a besos.

De ahí me mandaron directamente al hospital tras un solo vistazo.

- Mínimo tienes fisura, pero yo apostaría por fractura. - Me dijo la doctora.

En el hospital, más esperas. Lo bueno es que el dolor se había amortiguado y a MiniP la recogieron sus abuelos, para que no se aburriera. Me hicieron una radiografía, como a los presos: de frente y de perfil; y cuando pasé a la consulta pude ver una línea más oscura que avanzaba por mi radio, a la altura de la muñeca.

- Tienes una fractura sin desplazamiento.

- ¿Y eso qué significa?

El doctor apenas me miró. Me entraron ganas de explicarle que conocía el significado de las palabras, pero no lo que significaban aplicadas específicamente a mi brazo.

- Que con una escayola se curará.

- Vale.


Y lo que empezó siendo una bonita y nublada mañana de domingo en el parque terminó siendo una preciosa tarde soleada en la que lucí mi primera y blanca inmaculada escayola.

Y más que bonita, es incómoda, que ahora sí que soy la mayor expresión de Mamá en apuros: con una rotura de muñeca e impedida de movimientos.

Y como no hay mal que por bien no venga aprovecho la escayola para que MiniP y todos sus amiguitos aprendan que hay que llevar las protecciones cuando se coge cualquier cacharro con ruedas.

- ¡Te dije que te dejaba las mías! - replica MiniP cada vez que lo digo.

martes, 11 de noviembre de 2014

Los hombres que miraban fijamente a las cabras, Jon Ronson



Tras la derrota de Vietnam, el ejército de los Estados Unidos exploró todo tipo de posibilidades para impedir nuevos fracasos militares… y el control mental fue una de ellas. Ésta es la historia real de un destacamento militar del ejército estadounidense especializado en fuerzas paranormales, cuyos integrantes pretendían aprender a asesinar al enemigo con la mirada, dominar la técnica de atravesar paredes, conseguir poderes similares a los de los caballeros Jedi de La guerra de las galaxias, y desarrollar otras de espionaje psíquico… técnicas que más tarde se usarían en la «Guerra contra el terror» del presidente George W. Bush.
Reconozco que me acerqué a este libro pensando que era de humor, y ficción... Y me encontré con algo completamente distinto.

Para empezar, no es humorístico en absoluto. Está todo tratado con el mayor rigor posible, acudiendo y citando varias fuentes de información, y contanto los hechos de forma rigurosa. No es humorístico, pero el contenido la verdad es que aún no he decidido si me hace reir... o llorar.

Porque vamos a ver, la realidad es que esto no es serio, ¿no? No se espera algo así de un ejército, y mucho menos del de los Estados Unidos, que se supone que es la élite. Que me lo hubieran contado de aquí, de España, el pais de la pandereta, donde los tanques van con parches en las ruedas (?), y las armas remendadas con cinta aislante, pues sí. Oiga, teniente, que no tenemos psíquicos de verdad... No pasa nada, tú mira fijamente a la cabra hasta que se muera. Pero teniente, si yo me puedo quedar bizco, pero la cabra sigue ahí de pie... Eso es porque no te concentras, soldado. Y al próximo que se ría le caen 30 días en el calabozo...

Pues algo así debió pasar en Estados Unidos tras la guerra de Vietnam. No sólo llegaron traumatizados los soldados, sino que fue un duro golpe para la institución entera. Y buscaron soluciones alternativas. Estamos hablando de los sesenta y los sesenta, cuando el apogeo del new age y las terapias naturalistas... De modo que ahí volvieron la vista los señores del ejército, y dijeron ¿por qué no? ¿Por qué no probar lo que no se ha probado hasta ahora, por improbable que parezca? Y ahí se lanzaron, compraron unas pocas cabras y tuvieron a un destacamento mirándolas hasta que alguno de los dos, soldado o cabra, desfalleciera.

El libro está narrado en forma de documental, la voz la lleva el autor, comenta sus pesquisas en primera persona, cuenta lo que le dicen sus informadores en tercera y también incluye diálogos. Da los nombres y apellidos de cada uno de sus informadores, y estructura el libro en capítulos. Todo esto hace que la lectura sea amena, entretenida. Y lo que te cuenta no tiene desperdicio, la verdad. Cada página que avanzaba se me abría más la boca, del asombro, no del aburrimiento.

Tiene una hipótesis final, en la que especula que el destacamento tan nefasto (ningún soldado consiguió resultados) era tan solo una pantalla, que en algún lugar unos psíquicos de verdad estaban haciendo trabajo de verdad... Pero yo no sé qué pensar, la verdad. Porque si me creo que unos soldados, que no destacan por su apertura de mente que digamos, se dedican a intentar matar cabras con la mirada porque así se lo ha ordenado su superior, entonces estoy dispuesta a creerme (casi) cualquier cosa.



Es una lectura interesante, cuanto menos. También tiene adaptación al cine, aún no he visto la película, pero dejo el trailer por si alguien siente curiosidad.
 
 
 

viernes, 7 de noviembre de 2014

Taller literario de Literautas: octubre

Ya he comentado alguna vez que participo en el taller literario de la página Literautas. Me gusta mucho porque las directrices suelen ser muy fáciles, y a cambio de comentar tres textos de otros compañeros recibes tres comentarios sobre tu texto. Son los mismos que participan en el taller los que también comentan y esto me parece muy positivo. Pero más positivo aún me parece el formulario que hay que rellenar para hacer los comentarios: en primer lugar te piden que destaques lo positivo, en forma y contenido; y luego te piden que comentes aspectos que podrían mejorarse. 
Está todo enfocado de manera muy positiva, para que sea de verdad una crítica constructiva y que no sólo señales una serie de errores porque sí. Yo, que soy una persona muy susceptible con las críticas (por decirlo suavemente), lo agradezco mucho y tolero sin llegar a enfadarme y no respirar (de verdad, que soy así, me enfado y no respiro y hasta pongo morritos) las críticas que me han hecho. Algunas las he tenido en cuenta y otras no, que todo hay que decirlo, pero en eso cada uno es libre de hacer lo que quiera con su texto.
Quería compartir los ejercicios que escribo para este taller, sentíos libres de opinar sobre lo que queráis, que como ya he dicho he superado las rabietas...
En el taller de octubre se pedía que la acción se desarrollara en un patio de colegio, y que apareciera la frase: ¿Dónde están los niños?
Máximo 750 palabras.

PERRITO FALDERO

No sé quién lo dijo primero, pero parece ser que la idea tuvo mucha aceptación. Y en seguida se expandió como la pólvora, todos excitados y encantados, repitiéndolo hasta la saciedad junto con exclamaciones y palabrotas.

Era una noche como otra cualquiera. Yo había quedado con Laura, pero nos encontramos con Luis y sus amigos, Peri y El Trenzas, que iban para el parque cargados con las bolsas. Laura no dudó en unirse a ellos, y yo les seguí como un perrito faldero que no sabe quedarse solo. En el parque ya esperaban los demás, y en total nos juntamos ocho personas.

Ahora les miraba, todos riendo y chocando manos, iluminados por el tenue reflejo de la media luna que lucía en el cielo. En sus manos bailaban los minis de cerveza y de calimocho, creando olas en su superficie debido al movimiento. Algo de bebida se desperdició en el suelo, síntoma inequívoco de que la borrachera estaba en su punto álgido. Cuando aún no ha hecho efecto el alcohol solemos ir con mucho más cuidado, no nos podemos permitir desperdiciar ni una gota. Apenas tenemos dinero para comer, y el alcohol es uno de los pocos lujos que nos permitimos. Otro es el tabaco. Algunos se permiten vicios más caros, pero yo me conformo con el cáncer en barritas.

Soltaba el humo de un cigarro, mirando hacia el cielo y con la mano libre metida en el bolsillo cuando El Trenzas me zarandeó.

- ¡Vamos, tía! ¡Que te quedas en la parra!

Le miré, y por detrás de él vi que los demás ya se habían puesto en marcha.

- ¿Dónde vamos?- pregunté antes de dar otra calada.

- ¡Vamos a colarnos en el colegio! ¿No es una pasada?

Soltó un grito al estilo vaquero y dio un salto, como de triunfo.

No sé qué tiene de triunfal no tener otra cosa que hacer que colarse en un colegio. Tampoco encuentro el sentido cuando pocos años antes -muy pocos en realidad- andábamos como locos por escaparnos de allí. Sin embargo, no dije nada. Me encogí de hombros y les seguí sin rechistar. Ya he dicho que era un perrito faldero.

Saltar la valla no supuso un problema. Pese al nivel de alcohol, no hubo ningún hueso roto. Laura se raspó una rodilla al caer, pero no fue nada grave. El Trenzas me esperó, me ayudó a encaramarme, y fue el último en saltar.

Estábamos en el patio de nuestro antiguo colegio, de noche y borrachos. Luis y El Trenzas chocaron las manos, y gritaron al cielo como posesos.

- ¡Tío, cómo mola!

- ¡Vamos a jugar al fútbol!

Y salieron corriendo a colgarse de la portería, dándose cuenta tarde de que no tenían balón.

Peri miraba alrededor con los ojos como platos, enrojecidos.

- Tío, tío... - repetía, como ido - ¿Dónde están los niños?

Como nadie le hizo caso se acercó a mi y me cogió por los dos hombros.

- ¿Dónde están los niños? - preguntó de nuevo, y pude ver lágrimas en sus ojos.

No me estaba tomando el pelo. De verdad estaba preocupado. No sé qué es lo que tenía en la cabeza, qué imaginaba, para llorar por unos niños que posiblemente estuvieran durmiendo en su casa, o jugando, o en cualquier lado excepto en el colegio porque era de noche y no tenían que estar allí.

- ¿Qué te has tomado?

Peri me miró, abrió aún más los ojos y empezó a reirse como un loco. Me zafé de él y fui a buscar a Laura.

Pude ver, entre las tinieblas del pasillo que daba paso al interior del colegio, a mi amiga con Luis. Se metían mano aprovechando la oscuridad y no quise interrumpirles. Me daba la vuelta cuando me topé con El Trenzas.

- ¿Dónde vas? - se apoyó en la pared, en una pose de chulo que, en realidad, me dio pena.

- Me voy.

Le esquivé y me dirigí hacia la parte de la valla que vi menos peligrosa para saltar. Me encaramé a ella y salí del colegio. Simplemente estaba ya aburrida de perder el tiempo, de no tener otra alternativa, otra aspiración aparte de beber y salir los fines de semana. No quería desperdiciar mi tiempo colándome en colegios, o sentada en bancos del parque.

No miré atrás.

No me despedí.
 
No volví a verlos.

martes, 4 de noviembre de 2014

Zaragoza, de Benito Pérez Galdós



Seguimos con la lectura de Los Episodios Nacionales, siguiendo a Gabrielillo por esa España en guerra con el francés. El chaval se mete en todos los fregados, allá donde hay una batalla importante aparece, como por voluntad divina. Pero el señor Galdós se las ingenia bien para que no sea de manera artificial, siempre hay un por qué, una clara y realista explicación de por qué se encuentra allí Gabriel. Entre otras cosas, porque es un patriota, y no piensa dejar caer el pais en manos de Francia sin pelear.

En esta ocasión se escapa de las garras del ejército francés, con su amigo Román, y van a parar a la ciudad de Zaragoza, donde Román tiene un amigo. Allí les reciben con los brazos abiertos, dando a los huéspedes hasta la camisa si hiciera falta. El amigo de Román, Don José Montoria, es de los principales de la ciudad, que se está preparando para el segundo sitio. El primero fue en el que cobró protagonismo Agustina de Aragón, que es nombrada en este libro, en el que los franceses tuvieron que recular. Ahora toda la ciudad se prepara, podando los árboles que les dan de comer para que los franceses no los utilicen en su contra, donando comida e incluso abriendo las casas para alojar al ejército y a los heridos.

Gabriel hace mucha amistad con Agustín de Montoria, el hijo pequeño de Don José al que tienen destinado para cura, y aquí es donde radica una gran diferencia con respecto a los libros anteriores. La historia de Gabriel e Inés en este libro se obvia, y deja paso a la historia de amor de Agustín y Mariquilla, una historia de amor abocada al fracaso. Mariquilla es hija de Jerónimo Candiola, un usurero egoísta, el único personaje de toda Zaragoza que no ha donado ni un grano de trigo para la defensa de la ciudad. A él sólo le importa el dinero, y queda claro en la novela por los delirios que le atacan. Además, es enemigo acérrimo de Don José Montoria, por lo que Agustín está entre la espada y la pared, amando a Mariquilla, pero sin querer defraudar a su familia.

Me costó meterme en la historia al principio. Empieza medio suave, con la llegada de Gabriel a Zaragoza, con la presentación de los personajes, con la explicación de los acontecimientos, pero a medida que la historia avanza la narración se vuelve más trepidante y mucho más cruda. Ahí ya me atrapó, con la lucha encarnizada entre los dos ejércitos, el francés superior en número, el español superior en obcecación. Una vez que fueron capaces de entrar en la ciudad, atacada por los franceses, pero también por el hambre y la epidemia, los españoles se la disputaron casa por casa, calle por calle. A Galdós no le duelen prendas en contar los muertos que había en la calle, insepultos todos debido a la necesidad de manos en el frente. No escatima en detalles al contar las luchas dentro de las casas, las explosiones de las minas, el ánimo de los maños que ni muertos soltaban la presa de su ciudad. Y los franceses, que consiguieron una victoria de pena. Una victoria sobre los escombros y los muertos de una ciudad entera.


Ya me pareció duro y me marcó el 2 de mayo, 19 de junio, pero Zaragoza es la novela más cruda que he leído de los Episodios Nacionales hasta la fecha. No sé si es porque no es una batalla en campo abierto, sino en cada esquina de cada calle, que lo veo como más cercano. Más duro, pensar en la ciudad sometida y que ninguno de sus habitantes tenga la mínima intención de rendirla a pesar de los muertos, casi más a causa de la epidemia que a causa de la batalla. La voz disidente recae en Jerónimo Candiola, que se queja de si merece la pena luchar hasta reducir Zaragoza a escombros. En contrapartida, Montoria, que pese a perder un hijo en la lucha sigue defendiendo la ciudad a costa de la sangre de todos.

Creo que aquí Galdós nos hace ver muy bien que el patriotismo llevado al extremo no conduce a nada. Yo leo entre líneas la pregunta: ¿mereció la pena? Al final Zaragoza fue conquistada por la Francia, una triste victoria sobre los cadáveres de casi toda la ciudad. ¿Mereció la pena?

Cada nueva lectura de los Episodios Nacionales me sorprende más. Qué grande era Galdós, qué pena no haberle descubierto antes. Ahora toca esperar impaciente para leer la próxima entrega, que tengo yo ganas de saber qué pasa con Inesilla...