viernes, 29 de mayo de 2015

Mamá en apuros: Flash Back II



Es triste pero cierto, resulta que estaba en apuros antes incluso de ser madre. Embarazada de siete meses tuve que ir al dentista, y no es nada agradable, lo aseguro... Lo que no sé es cómo fui capaz de escribir la experiencia, pues MiniP se dedicó todo el embarazo a embotarme las neuronas y no me daba ni para leer, mucho menos escribir... Con la concentración que se necesita para ello...
Aquí comparto mi experiencia, tal y como la relaté entonces...

NO SIN MI MUELA

- No quiero ir.
Hago un mohín de niña pequeña. Sé que estoy pecando de infantil, pero es realmente como me siento, como una niña indefensa ante un gran peligro.
- Vaaamos, que no va a pasar nada... - P. se muestra paciente, y tiene una mirada entre preocupada y... sí, divertida también. ¿Qué le hará tanta gracia a mi no me hace ninguna?
- Sí va a pasar... Me van a hacer daño...
Sigo con mi mohín de niña pequeña, me duele la boca y tengo que ir al dentista a que me saquen la muela. Nunca me ha dado miedo el dentista, pero no sé si es por el embarazo o por la renuencia a perder otra muela más que me está costando horrores vestirme para ir al médico.
La niña se agita en mi interior, quizás contagiada por la ansiedad que se ha apoderado de mi. Pobrecita, todavía no ha nacido y ya tiene que soportar las extrañas neuras de su madre. Y lo que le queda, claro.
- Venga, y luego compramos helado. - P. ha recurrido al chantaje para motivarme.
- ¿Y podré comer helado ilimitado? - lo conozco, y luego me compra una tarrina diminuta aduciendo que es por mi bien y por el de la nena y bla-bla-bla. - ¿Lo prometes?
- Lo prometo...
Y así, con la vaga promesa de helado a mogollón me voy para el dentista (el de la seguridad social), aunque con escaso convencimiento.
Voy pensando en esperar un buen rato. De hecho llevo la nintendo. No me gusta esperar, pero en este caso no me importa, quiero aplazar el momento en el que me sienten en el sillón ergonómico y me pinchen la anestesia. Cuanto más tarde, mejor. No me importa, de verdad. Pero, cosas inexplicables de la vida, según llego me hacen pasar. ¿No había colapso en la seguridad social? Le voy a poner una queja a la Aguirre en persona, a ver si le quito esa ridícula sonrisa perenne que tiene en la boca.
“Helado, helado, helado, helado”, pienso mientras me sientan en el puto sillón. La nena se ha calmado, debe haber decidido pasar de mí. Pronto empieza. P. me coge de la mano y me da apoyo moral con la mirada. Es un cielo. Bueno, a veces. Es que ayer discutimos, aunque ya se nos ha pasado. Hoy es un cielo.
Me hacen firmar un consentimiento que provoca en mi ganas de huir. Pienso en la infección que tengo en la boca, y que eso no es bueno para mi bebé, pero no logra tranquilizarme. Pienso en tres kilos de helado para mi sola, y, bueno, algo hace. Entre tanto, todo ha comenzado.
La mitad de mi cara se convierte en un cosquilleo extraño. Y, cinco minutos después, cuando ese cosquilleo se ha transformado en una nada extraña (aunque dudo de que ese concepto exista, la nada es la nada), veo pasar frente a mis ojos un instrumento que semeja un destornillador plano. Cierro los ojos. No quiero mirar.
Presión, movimiento, pero no dolor. Eso es lo que siento mientras voy escogiendo mentalmente el sabor del helado, y prediciendo la sensación de placer que será pasarlo despacio por mi pobre encía dolorida.
Un “clinc” delata la presencia de mi muela fuera de mi boca, y un “ya está” triunfal de la doctora pone fin a mi tortura.
Me pone una gasa y me pide que muerda. Muerdo a pesar de que me da una dentera horrible.
Mientras me incorporo y cojo mis cosas me van dando las instrucciones del día: “no te enjuagues, come cosas blandas y templadas y sigue con el antibiótico, por lo menos hoy.”
- ¿Estás bien? - pregunta la doctora. - ¿Tranquila?
Asiento con la cabeza. No puedo hablar debido a la gasa y a que tengo la mitad de la cara dormida.
P. me mira.
- No, no está tranquila.
Y en ese momento le maldigo porque me conozca tanto. Los nervios escapan de mi cuerpo y un pequeño temblor se apodera de mi labio inferior. No quiero llorar en la consulta. Afortunadamente conseguimos salir antes de que ocurra, pero según cerramos la puerta tras nosotros, las lágrimas escapan de mis ojos.
P. me abraza y me consuela.
- Ya está, ya pasó. ¿Te duele? - niego con la cabeza enterrada en su pecho – Pues ya está. Vámonos para casa.
Mierda de hormonas. Me hacen llorar por una muela perdida.
- Ya verás, que dentro de nada te ponen los implantes y ya ni te dolerá la boca ni nada. Estarás preciosa.
Para eso todavía faltan cuatro meses por lo menos. Doña pataditas tiene que llegar al mundo para que yo pueda terminar de arreglarme la boca.
Salimos del médico y enfilamos para casa. En la calle me entran otra vez ganas de llorar.
“Mierda”, pienso mientras repaso las instrucciones de la doctora, “me he quedado sin helado.”


 

martes, 26 de mayo de 2015

The Sleeper and the Spindle, Neil Gaiman

 
Sinopsis: A thrillingly reimagined fairy tale from the truly magical combination of author Neil Gaiman and illustrator Chris Riddell – weaving together a sort-of Snow White and an almost Sleeping Beauty with a thread of dark magic, which will hold readers spellbound from start to finish. On the eve of her wedding, a young queen sets out to rescue a princess from an enchantment. She casts aside her fine wedding clothes, takes her chain mail and her sword and follows her brave dwarf retainers into the tunnels under the mountain towards the sleeping kingdom. This queen will decide her own future – and the princess who needs rescuing is not quite what she seems. Twisting together the familiar and the new, this perfectly delicious, captivating and darkly funny tale shows its creators at the peak of their talents. Lavishly produced, packed with glorious Chris Riddell illustrations enhanced with metallic ink, this is a spectacular and magical gift.
Me quería tirar el rollo poniendo la sinopsis en inglés, porque estoy muy orgullosa de mi misma por haber terminado mi segundo libro en el idioma de Shakespeare del año. Soy consciente de que estamos en junio y de que solo llevo dos de diez leídos, pero oye, dejadme ser feliz durante un momento…
Que me gusta Neil Gaiman no es un secreto. Disfruto muchísimo de sus novelas para adultos, pero es que también me gusta su literatura infantil, en la que siempre hace un derroche de imaginación espectacular.
 
En este caso nos encontramos ante un cuento de hadas. Había una vez un reino que colindaba con otro, pero ni los pájaros se atrevían a cruzar las altas montañas que servían de frontera. Tan solo los enanos conocían pasajes secretos que cruzar. Y volvieron a su reino con extrañas e inquietantes noticias: en el reino vecino se estaba extendiendo una maldición que hacía que toda persona durmiera. En el momento y sin despertar. Se lo contaron a la reina y ésta decidió actuar.
Los clásicos de Blancanieves y la Bella Durmiente aquí aparecen con un giro de tuerca. Blancanieves se convierte en salvadora en lugar de víctima, y la Bella Durmiente… Ay, la Bella Durmiente. Para saberlo será mejor leer el libro. Es una sorpresa final que merece la pena.
 
Como las ilustraciones. Son preciosas. Lo que lamento es que en la edición digital no se aprecien en su totalidad, pero le dan cuerpo y encanto a una historia que ya lo tiene de por sí.
Con respecto al idioma reconozco que al principio me ha costado un poco coger el ritmo. No sé si por ser Gaiman, o por tratarse de un cuento de hadas, me ha supuesto un reto mayor del que pensaba que sería. Pero nada que no hay podido sortear con el diccionario (ahora ya sé cómo se dice enano en inglés), y paciencia para leer algunas partes más de una vez. Alguna frase se ha quedado sin entender, pero el contexto ha quedado explicado.
Es un libro que recomiendo, en inglés o en español, por la belleza que encierra, y por esa visión tan distinta de los cuentos de hadas. Tenía que ser Gaiman.   

martes, 19 de mayo de 2015

Mi karma y yo, de Marian Keyes


 
Sinopsis (contraportada): Stella Sweeney lleva una vida muy normal en Dublín con su marido y sus dos hijos. Un día, en medio de un atasco en la carretera, intenta hacer una buena obra para mejorar su karma… Pero lo que consigue es provocar un accidente que dejará su coche hecho añicos y que, de paso, le cambiará la vida.
A partir de entonces, los acontecimientos más inesperados y extraordinarios se suceden y llevarán a Stella muy, muy lejos de su antigua existencia hasta convertir a esa mujer tan corriente en una superestrella. Y todo de la mano de un médico muy atractivo.
¿Ha sido el azar, el destino o el karma? Por primera vez en la vida de Stella, la verdadera felicidad está a su alcance. Pero ¿está preparada para atraparla?
 
                Me regalaron el libro por mi cumpleaños, mis hermanas y mi madre, y he tardado poco, poquísimo en comenzarlo. No quise dejarlo esperando en la estantería, pese a que ahí tengo libros desde al menos dos años, producto también de un regalo. Y no porque no los quiera leer, quizás porque no encuentro el momento adecuado o no me apetece en ese momento. Voy por impulsos.
                Adoro a Marian Keyes. Fue de su mano de quien verdaderamente me adentré en el chick-lit, pese a que ya había leído a Bridget Jones (y me encantaba). Pero es que es otra historia. No tiene nada que ver, Keyes es especial. Incluso ahora, después de la terrible depresión que la invadió de oscuridad y que la dejó sin su habitual dosis de alegría en sus libros.
                Aunque en este se va viendo mejoría, aún no termina de ser la misma. Helen no puededormir fue oscuro, además ahí habló de la depresión a través de su protagonista. Aquí la protagonista enferma, de manera muy grave, pero jamás pierde la esperanza. Ahí radica la diferencia.
                Tanto la historia como los protagonistas son muy de su estilo. La narradora es la propia protagonista, cosa muy acertada debido a la enfermedad que la ataca, lo que te hace empatizar con ella al máximo. Stella es una buena persona, en ningún momento se viene abajo o se deja llevar por la autocompasión. Ella lucha y lucha sin pensar en sí misma, si no en los demás. Su familia es algo más egoísta. Tanto su marido como sus hijos lo intentan pero están perdidos sin ella, y el resentimiento les corroe. Algo que me ha llamado mucho la atención, y que me ha chocado que la protagonista no enfrentase, es que la echan en cara que se pusiera enferma. Y ella les da la razón. En lugar de gritar que era algo que no eligió. En fin, no voy a seguir porque no quiero desvelar nada.
                Pese a ser siempre narración en primera persona, alterna el estilo. En la primera parte alternan entradas de estilo diario, con las horas incluidas, cosa que hace muy rápida la lectura, con fragmentos de un libro que cobrará su importancia en la narración. Es la parte que más me ha gustado, la que más amena se me ha hecho.
En la segunda parte no hay entradas de diario ni páginas del libro, la historia está contada en tres partes diferenciadas, en primera persona siempre. Esta quizás se me ha hecho un poco más cansina, pero también porque lo he leído al atracón, y al ralentizarse un poco el ritmo (que no la historia), me costó un poco más. Y también porque se acababa. Y no quería que se acabara.
                En todas las novelas de la Keyes me pasa lo mismo. Te pone tan bien en situación, los personajes, todos, protagonistas y secundarios, hasta el señor que paseaba el perro por allí, son todos muy reales. La mayoría de ellos extravagantes, sí, pero muy reales. Te rodea la atmósfera de tal manera que me veo trasladada al mundo que me está contando. Para mi Stella ha sido tan real como cualquier vecina que me pueda cruzar por la escalera.
Luego lo tiene todo atado y muy bien atado. Siempre hay un punto de misterio que se permite no revelar hasta el final, y además, lo hace tan bien que nunca te esperas qué es realmente.
                Lo único que me ha decepcionado un poco ha sido el final. Y no porque sea un mal final, que no lo es, no esperaba otra cosa, pero me ha dado la sensación que creaba muchas expectativas que al final se cumplen de manera justita. En lugar de la explosión del globo que esperaba, éste se ha ido deshinchando poco a poco, hasta que ha caído fofo y sin vida en el suelo.
                Pero no nos confundamos, pese a la segunda parte menos entusiasta y a ese final deshinchado, me lo he leído en cinco días. Las 519 páginas. Y eso leyendo un ratito por la mañana y otro por la tarde. Vamos, que adictivo es poco.
                Lo que más lamento ahora de habérmelo leído es que ya me lo he leído. Con lo que me gusta a mí una novela de Marian Keyes, y ahora no tengo ninguna nueva que degustar…

viernes, 15 de mayo de 2015

Mamá en apuros sale al campo



Soy una madre histérica. Ya lo sospechaba, pero la confirmación me ha llegado ese fin de semana, cuando nos hemos ido de excursión al campo.

Somos una familia que necesita oxigenarse. Creo que nos ha quedado claro por todos esos fines de semana en los que no hemos salido y hemos acabado por tirarnos los trastos a la cabeza, gritándonoso y los tres enfadados por tres cosas distintas. Hartos de esa dinámica, decidimos salir siempre que nos fuera posible. Cuando salimos al campo nos volvemos civilizados. Irónico, pero cierto.

Pero no estamos preparados. Nos guste o no, somos urbanitas. Con calzado urbanita, con mochilas urbanitas, y con pensamiento urbanita. La verdad es que se ha perdido un poco la tradición familiar de cuando yo era pequeña, que nos sacaban al campo, al río o donde fuera que hubiera naturaleza y nuestros padres llevaban el coche lleno de cosas que metían nuestras madres. La típica nevera en dos versiones, roja o azul, con el asa que si lo ponías hacia atrás la abrías y si no la cerrabas, con los cacharros azules para enfriar y kilos de hielo comprado en la gasolinera.

La bebida, que no faltara. Agua para los niños, cerveza y sangría para los mayores. Y la comida. Comida para un regimiento. Los filetes rusos, los de lomo, la ensalada de tomate con atún, tortilla… Más comida, mucha más comida, que si te quedaras en casa. Y te obligaban igual a comértela, por cierto. Nos sentaban en una piedra, o con suerte en una silla (la de los niños sin respaldo), a una mesa de camping que se tambaleaba, y te ponían un bocadillo que medía más que tu mano, la ensalada al medio, y un filete ruso en un plato de papel. Y no te freían un huevo porque no tenían sartén, que si no… Te servían el agua, si había suerte suplicabas por coca cola y te concedían el honor… Y tu madre te decía:

- Come, niña, que hoy estás gastando.

Y el caso es que tenía razón. Mirabas toda esa comida que te impedía ir a jugar, y pensabas que tardarías siglos en zampártela, pero en un abrir y cerrar de ojos te comías todo lo que te habían puesto y medio bocadillo de mi hermana si se descuidaba.

Pero las madres de antes eran sabias. Tenían esa sabiduría que les daba la vida, y la razón que les daba la zapatilla o la colleja (según versiones). Pero yo no. Yo soy una mamá en apuros, que apenas superó la etapa loca de la niñez, y yo no voy tan preparada al campo. Para empezar, no tengo nevera roja, y sin eso creo que no me dan el carnet de madre excursionista.

Nosotros, urbanitas y modernos, nos preparamos con una botella de agua (fría, eso sí), y unos sándwiches de media mañana. Porque comer comeríamos en algún restaurante de la zona. Porque nosotros lo valemos.

Pero el caso es que tampoco es igual la forma en que nosotros salimos al campo a cómo lo hacíamos cuando éramos pequeños. Ahora tanto Papá en Apuros y yo lo que buscamos es actividad física, una ruta senderista, o algo sencillo para hacer en bici. Entonces yo recuerdo que los mayores se sentaban a comer y a beber, y a veces, solo a veces, jugaban un partido de fútbol. Hecho que les pasaba factura al día siguiente, claro…


Para este pasado domingo nosotros elegimos el cañón del río Duratón, que está en Segovia, a hora y media de donde vivimos. Cogimos los sándwiches, el agua, en la mochila eché mi kit de mamá en apuros: suero, tiritas, crema para los golpes, toallitas húmedas y, por una vez y sin que sirva de precedente, pañuelos de papel. (Nunca suelo llevar pañuelos de papel, por más que los necesito siempre). Y para el coche, el dvd portátil. Prefiero viajar escuchando los diálogos de Frozen que a MiniP berreando porque se aburre. Para mí, el dvd portátil es de los mejores inventos de la era moderna, junto con el ibuprofeno. Ambos, además, me suelen evitar el dolor de cabeza.


Y allá que nos fuimos. Después de lo que pareció una eternidad con el Suéltalo, suéltalo, y una carretera que parecía que no se había mejorado desde la Edad Media, llegamos. Y aquello era precioso.

Plena naturaleza. Donde aparentemente solo hay llano, te encuentras con que, si miras hacia abajo, descubres un corte en la tierra, y tu llano se ha convertido en lo alto de un precipicio. Por debajo, dando forma a los cortados, el río fluye como si con él no fuera la cosa. Como si la vida que hay a su alrededor, e incluso en su interior, no fuera gracias a él. Los buitres sobrevuelan el lugar, compitiendo en destreza con los cuervos.

Da la impresión de que hasta cuesta respirar, de lo limpio que es el aire.

Todo es verde. Todo menos las piedras, claro. Y piedras hay a montones, como si un gigante que cargara un cargamento se le hubiera volcado justo ahí. No había otro sitio. En una especie de islote hay una ermita, la de San Frutos, que en el siglo VII vendió todas sus posesiones y se fue a vivir allí santamente. Y digo yo, no sé de qué otra manera se podía vivir allí, si no hay distracciones en el siglo XXI, imáginate en el VII…

Pero donde hay piedras, hay peligro. Y no solo piedras, también acantilados. El camino es una especie de puente (ancho, muy ancho), y por ambos lados hay visibilidad (y caída) al agua. MiniP es una niña inquieta de cuatro años que no es capaz de estarse quieta ni durmiendo. Ahí apareció la histérica que hay en mí.

Desde que nos bajamos del coche no paré de gritarla. Y es que no lo podía evitar. La veía tropezando y rodando precipicio para abajo. En mi cabeza se repetía en bucle su imagen dando vueltas y vueltas, sin poder pararla.

Pero, para llevarme la contraria, supongo, MiniP no tuvo ni un tropezón. Ni uno. Y hablamos de una niña con mis genes, que se tropieza con su sombra… Y esto me crea un sentimiento contradictorio, porque por un lado me alegro que mi pequeña estuviera a salvo pese a subirse en toda piedra que encontró, pero por otro me da mucha rabia equivocarme… Podría haberse tropezado un poco, ¿no? Nada grave, sin llegar a caída, lo justo para poder decirle: ¿ves? Te lo dije…

Ahora me siento un poco mala madre…

Con tropezones o sin ellos, al final lo pasamos muy bien en nuestra excursión en familia. Habrá que repetirlo…




martes, 12 de mayo de 2015

Bravo Tango Siete. El contratista, de David Yagüe




Sinopsis (Casa del Libro): Irak, tras la caída de Sadam Hussein. Carl Robson, un contratista de seguridad estadounidense, es secuestrado por la insurgencia durante el transcurso de una misión. La policía del nuevo Irak quiere convencer al mundo de que puede resolver una situación así y forma un grupo especial de agentes, formado por sunitas y chiítas, para encontrar al americano. Al frente del equipo las autoridades colocan a un ex miembro de la policía secreta de Sadam Hussein, Kassem Homan, un conocido torturador que llevaba años desaparecido. Lo que nadie sabe es que Homan se juega algo más que el prestigio de su país en el caso y está dispuesto a crear un infierno con tal de resolverlo. Nada es lo que parece en una trama donde se mezclan las polémicas compañías de seguridad privadas, insurgentes, terroristas de Al Qaeda, el Gobierno de EE UU y los distintos grupos armados que luchan por controlar el país. Un thriller electrizante, con un marcado aire noir, lleno de acción y giros sorprendentes, donde sus protagonistas intentan sobrevivir en un país en llamas que intenta renacer.


La verdad es que tenía este libro desde hace un año en casa. Me lo ofrecieron para leer y reseñar, y esos suelo leerlos rápido, pero la entrega se retrasó más de un mes, lo fui dejando, lo fui dejando, y al final se quedó olvidado en el estante. Cuando terminé mi anterior lectura buscaba algo que no fuera muy pesado, algo rápido, con acción, y lo escogí. El pobre libro casi da saltos de alegría al verse en mis manos.

Debo decir que lo empecé con miedo. Era la primera novela de un periodista, amigo de Carol Saturday Night 10:15, y temía lo que me podría encontrar. A ver cómo decía yo que no me había gustado o que me había parecido malo. Pero los temores se demostraron infundados nada más sumergirme en la lectura.

Tenemos una novela ambientada en la guerra de Irak (esta última), pero no tenemos una novela de guerra. Tiene un poco de thriller, un poco de negra y muy mucho de acción. Ha sido como ver una película de acción, típica a lo mejor de Vin Diesel o de las que hace últimamente Liam Neeson, entre las líneas. Engancha desde el minuto uno, con una prosa sencilla pero muy eficaz, y con algunas frases realmente memorables.

Los personajes quizás pecan de estereotipo, aunque tampoco demasiado, pero son profundos y están bien sustentados. Sus acciones concuerdan con sus pasados, con sus propias vidas, aunque debo decir que hacia el final el protagonista me decepcionó un poco.

Tan sólo me ha llamado la atención, de manera negativa, una cosa. Y ha sido al principio de la novela, con la presentación de la trama y de los personajes. Todo muy bien explicado, sí, pero de manera demasiado obvia. Incluido en los diálogos, además. Un poco artificioso para mi gusto. Es algo en lo que me suelo fijar, además.

Pero pasada esa primera parte en la que te cuentan el pasado de los personajes, todo ha ido como la seda. Una lectura muy apropiada para lo que iba buscando, una historia que engancha desde el principio y con un final que no defrauda demasiado.

En definitiva, una novela para disfrutarla.









viernes, 8 de mayo de 2015

El Cumpleaños de Mamá en Apuros



Me encantan mis cumpleaños. O me encantaban. Ahora los años caen como una losa sobre mi espalda, y me miro al espejo y no los veo. Aunque supongo que los demás sí, por la cara que ponen cuando intento colar que tengo veinticinco.

Pero aún queda algo de esa alegría infantil por celebrar mi cumple. Por decirle a todo el mundo que es mi cumple, recibir felicitaciones, besos y demás. Supongo que será una reminiscencia del colegio. Cuando yo era pequeña nos dejaban llevar bolsas de chuches (ahora ya no), y las repartíamos por las mesas, siendo protagonistas por un día. Ahora les ponen corona y todo, pero solo puedes llevar galletas y zumos.

Pero tengo la suerte o la desgracia (aún no lo tengo decidido) de cumplir a primerísimos de mayo, con lo que mi día especial de vez en cuando cae en el día de la madre. Cosa que no me importa, pero algo de protagonismo se diluye entre tanta felicitación publicitaria, sobre todo ahora que soy Mamá en Apuros.

Este año ha sido uno de los afortunados, y por si lo estáis pensando, no, no me he llevado regalo extra. Bueno, un poco sí. Una pulsera que mi hija hizo, seguro que con mucho amor, en el cole, y unas zapatillas de correr moderadamente caras (así que cuenta como dos regalos juntos, o no, no lo sé...)

El caso es que llevaba algunos años haciéndome la remolona y echándole un poco de morro a la vida. Bueno, sobre todo el remolón y el morro lo echaba Papá en Apuros, que de asocial que es casi es asceta, y no le gustan nada las celebraciones. Luego el caso es que estando metido en harina le ves en su salsa. Él dice que finge y eso me acojona un poco. Si es capaz de actuar tan bien... ¿cuántas no me habrá colado? Aunque eso es otro tema y casi prefiero ni pensarlo.

Le echamos morro porque, con la excusa de que cae en o cerca del día de la madre, y con la excusa de que tenemos que ir a ver a nuestras respectivas, nos ahorramos una fiesta y llevamos una tarta a cada casa. Allí nos intercambiamos regalos y hasta otro año.

Pero este año Papá en Apuros hizo la pregunta envenenada...

- ¿Y si esta vez lo celebramos en casa?

Y en el jardín que nos metimos.

La idea estaba bien. Teníamos viernes y sábado para preparar la casa y todo lo demás. Aunque nos salvó la vida que las fiestas ya no son lo que eran y el ahorramás del barrio abrió por la mañana. Porque hasta el viernes no hicimos ni la lista ni la compra. Somos gente previsora, como podréis comprobar...

Pero entre que el viernes hicimos la compra, y el sábado nos fuimos a un cuentacuentos al Museo Naval de Madrid (si no lo conocéis os lo recomiendo), llegó el domingo y no habíamos limpiado. Como sabréis por post anteriores yo no suelo limpiar mucho la casa. Y Papá en Apuros tampoco. Pero cuando va a venir gente algo le pasa a mi cabeza, hacen mala conexión algunas neuronas y me vuelvo histérica trapo en mano. Pero por más que limpie y limpie y limpie siempre sigo viendo sucio. Es como una pesadilla. Una pesadilla en la mañana de mi cumpleaños, para más inri.

Recuerdo una vez, cuando era jovencita y aún vivía en casa de mis padres, que por escaquearme de limpiar me leí Lady McBeth en un rato. Y nunca lo hubiera hecho si no hubiera limpiado (paradojas que se dan), porque estaba en lo alto de la estantería, detrás de otra fila de libros. Mi madre no me mandó limpiar ahí específicamente (nadie iba a entrar al cuarto de estar, y ponerse a mirar si había polvo en la fila de libros más alta), pero mi paranoia ya estaba ahí por aquel entonces. Y con los años se ha agravado.

Eso sí, Lady McBeth me encantó y me marcó.

A veces pasa que invito a alguien a casa, limpio como una obsesa, y luego me llaman para anular. Vale, a veces no pasa, sucedió una vez, este invierno. Me sentó muy mal, fatal, tanto que a punto estuve de enfadarme con esa persona, pero recapacité a tiempo. Mi yo racional se hizo cargo de la situación, y consoló a la histérica limpiadora que llevo dentro, que estaba llorando en un rincón preguntándose por qué su trabajo no iba a lucir.

Y luego llegan los nervios. MiniP preguntando desde las ocho menos cuarto de la mañana, que fue cuando se levantó para irse a mi cama y felicitarme, que cuándo iban a ir los primos. Eran las cuatro de la tarde y seguía preguntando. Papá en Apuros y yo dudando. Que si la mesa es pequeña, que si no vamos a caber, que si no tenemos sillas. Cuando arreglamos el tema sillas (pedimos a los invitados que las trajeran, qué grandes anfitriones somos), nos dedicamos con todo nuestro histerismo al tema comida.

Tres pizzas, dos tortillas, un kilo de saladitos, embutido, salchichas cóctel, vinagritos (pepinillos, boquerones, y aunque no son en vinagre también entran en esta categoría las berenjenas), algo de picotear salado y alguna cosa que no recuerdo para catorce personas. Nos íbamos a quedar cortos. Se iban a ir con hambre. Si fuera poco ya que tenían que subir tres pisos (no hay ascensor), llegar a una casa sucia y traerse sus propias sillas, encima no iban a comer en condiciones.

Pero llegó la familia. Se fueron sentando. Pusimos la comida en la mesa (demasiado temprano, quizás, fue a la hora de la merienda) y la llenamos. No habíamos sacado ni la mitad de lo que habíamos comprado y ya no cabía nada. De hecho, algo de comida quedó en los platos.

Por cierto que hice firme propósito de no alterarme con los niños. Cuando se juntan los tres son más peligrosos que un tornado, y debo decir que se portaron relativamente bien (son niños), y que no me dejaron la habitación de MiniP como zona catastrófica. Eso sí, MiniP y PequeA (mi sobrino el pequeño) tuvieron un choque, del que ella salió con un pequeño chichón en la frente y él con un ojo morado. No se los puede dejar solos...

Bebimos, reímos, nos felicitamos. Seguimos bebiendo y comiendo. Le dimos el regalo a mi madre (a mi suegra se lo habían dado ya en casa), y me dieron mis regalitos a mi. Casi, casi, la mejor parte.

Pese a todo, merece la pena tener a la familia reunida. Aunque ya no estemos todos.

martes, 5 de mayo de 2015

Revival, Stephen King



Sinopsis: En una pequeña ciudad de Nueva Inglaterra, hace medio siglo, una sombra se cierne sobre un niño pequeño que juega con sus soldados de juguete. Jamie Morton levanta la vista para ver a un hombre que llama la atención, el nuevo pastor. Charles Jacobs, con su bella esposa, transformará la iglesia local. Los hombres y niños están un poco enamorados de la Sra. Jacobs; las mujeres y niñas sienten lo mismo por el Reverendo Jacobs – incluyendo a la madre de Jamie y a su querida hermana, Claire. Con Jamie, el Reverendo comparte un vínculo más profundo basado en una obsesión secreta. Cuando la tragedia golpea a la familia Jacobs, el carismático predicador maldice a Dios, se burla de todas las creencias religiosas, y desaparece de la asombrada ciudad.

Jamie tiene sus propios demonios. Casado con su guitarra desde los 13, toca en grupos de todo el país, viviendo el estilo de vida nómada de la banda de rock and roll que toca en bares, mientras huye de la horrible pérdida de su familia. Cuando llega a la mitad de la treintena – adicto a la heroína, tirado, desesperado – Jamie se encuentra otra vez con Jacobs, con consecuencias importantes para ambos. Su vínculo se convierte en un pacto peor incluso que el que se podría forjar con el Diablo, y Jamie descubre que el regreso tiene muchos significados.


No sé cómo me dejé convencer, pero de repente me vi con una novela de Stephen King de 400 páginas... ¡en inglés! La culpa, como siempre, fue de mi hermana, que no quería ser la única que se atreviese a leerlo en original, y ahí organizamos una lectura conjunta que ha tenido sus altibajos, pero que, en rasgos generales, nos ha gustado a las dos por igual.

Pero oye, que tampoco ha estado mal la cosa. Cuando la he terminado la verdad es que me han entrado ganas de saltar y palmotear de alegría, mientras gritaba: "¡he terminado una novela en inglés! ¡Y casi sin esfuerzo!" Pero no lo he hecho, primero porque ya estoy algo mayor para ciertos espectáculos, y segundo porque eran las seis de la mañana y P y MiniP dormían. Pero mi niña interior sí que lo ha hecho, y aún ahora, cada vez que piensa en la proeza, lo vuelve a repetir.

Porque, la verdad sea dicha, no tengo mucho nivel de inglés. Y sin embargo, exceptuando algunas palabras sueltas (que la mayoría entendía por el contexto, pero las miraba por asegurar), lo he entendido todo. Y encima, como el libro me estaba gustando, no me ha costado ponerme con él. No procrastinaba cuando tocaba leer, ni me ha dado por empezar otro libro mientras tanto. (Más bien al contrario, abandoné La Saga Forsyte y su antigua e insoportable traducción al poco de empezar éste).

Eso sí, no quiero leer en inglés en otro formato que no sea digital. Esa comodidad de poner el cursor sobre la palabra y que te de la traducción (aún no estoy a nivel para ponerle un diccionario inglés-inglés) no la tienes con un libro en papel. Tendría que estar con el móvil junto a mi, y con lo mal que está de batería, y yo de cabeza que me lo dejo en todos lados, mal vamos.

Lo bueno, claro está, es que el libro me ha gustado, y eso ha facilitado mucho las cosas. Incluso en el idioma original he reconocido el estilo de King (una lanza a favor de esos buenísimos traductores que tenemos en este país, y la enorme labor que realizan), sus giros, sus frases hechas. Esas descripciones que más que leer, proyectan una película en mi mente. Y es que este libro es una mezcla del King más bizarro con el King más nostálgico.

La historia me ha parecido muy interesante. Contada en primera persona, inicia el relato cuando el protagonista, Jamie, tiene seis años. Y acaba cuando tiene unos sesenta y algo. Aunque eso lo considero un pequeño error.

La primera parte a mi me ha encantado. Cuenta la infancia de Jamie en los años sesenta y ahí King está en su salsa. Es de sobra conocido que es un nostálgico y que le encanta esa época, y vuelve a ella siempre que puede. Se ve que fue feliz en su infancia, aunque se cura en salud y advierte que es consciente (aquí en boca de su personaje) que no todo fue bueno entonces. Pero casi todo.

Luego empiezan a pasar años muy rápido. De los seis a los nueve, de ahí a los trece, paseo rápido por el instituto y universidad y... ¡plaf! De repente es un bala perdida que malvive de la música porque ha caído en la heroína. Las adicciones, otro tema recurrente en el imaginario del autor. Esta segunda parte la verdad es que me ha gustado menos. Cuando Jamie es mayor la historia se hace menos interesante, y las cosas suceden como a saltos más marcados.

Pero el final... Ay, el final. El final es apoteósico. Todo lo que te ha contado antes tiene relevancia en el final, como siempre sucede en sus novelas. Nada de lo que se cuenta es trivial. Pero es que, además de intenso y adictivo (no puedes parar de leer), te deja un mal cuerpo tremendo. Es uno de esos finales que te gusta... pero a la vez no te gusta... Casi prefiero un final abierto, este me ha dejado demasiado desosegada.

Desde luego es lo mejor de la novela. Le perdono los saltos temporales por ese final.

Este ha sido mi primer libro en inglés del reto de Isi, me quedan otros nueve. Espero que la experiencia positiva que ha supuesto me anime a continuar y acabe el año en el reto de los veinte (difícil lo veo...).

viernes, 1 de mayo de 2015

Primera Carrera con MiniP



Hace poco ha sido la carrera anual de donde vivo, diez kilómetros. Me apunté aunque estaba baja de forma porque le tengo especial cariño a esta competición. Cuando me vine a vivir aquí me dije que algún día la correría, y finalmente fue esa carrera la que me enganchó al running.

Fue hace tres años, cuando había una versión de cinco kilómetros, y sin apenas entrenar nos apuntamos otra mamá y yo. Dos inconscientes. Pero nos salió bien la jugada, y al año siguiente repetí. El pasado no porque seguro que estaba enferma, me pasé constipada o con anginas más de la mitad del año. Pero no quise dejar pasar este también.

Volví a tomarme en serio lo de entrenar, aunque tan solo a un mes vista de la carrera. Tenía ritmos muy lentos, llegando incluso a tener que parar a andar, pero no me desanimé. Llegó la semana de la carrera y aunque no las tenía todas conmigo, quise enfrentarlo con buen ánimo.

Pero el mejor apoyo lo tuve en MiniP. Para que luego venga aquí a quejarme de lo duro que es ser madre, si luego encuentro en la canija más apoyo del que cabría esperar. Tanto, tanto, que el domingo de la carrera vino a la cama a saltar encima mío para que no me durmiera. Gracias a que fueron tan solo veinte minutos antes de que sonara el despertador, llega a venir una hora antes y creo que me la hubiera comido. Tengo muy mal despertar, casi parezco un orco, y no solo por los pelos que se ponen mientras duermo.

Después de desayunar bajé a por el dorsal. Lo mejor de correr en casa es que no tengo ni que madrugar ni que estar una o dos horas por ahí perdida esperando a que den la salida de la carrera. Subí a casa con mi dorsal en la mano, y aguantamos unos diez minutos antes de que a mi hija le diera casi un síncope por si se hacía tarde.

Las cosas como son, ninguno en casa tenemos premio por pacientes. Será un rasgo genético o algo, pero es una de las cosas que más rabia me da de MiniP. Es totalmente incapaz de esperar. Te pregunta en bucle si ya ha llegado la hora de irse. He llegado hasta el punto que si tenemos algún evento, un cumpleaños o que hayamos quedado con otro amiguito o amiguita para jugar se lo digo cinco minutos antes de salir de casa. Por no escucharla. Es mucho peor que cuando nosotras éramos pequeñas y preguntábamos si ya habíamos llegado en algún viaje en coche. Nosotras lo limitábamos al coche. MiniP es con todo.

Bajamos antes de la hora, como digo, pero ya había ambiente en la calle. MiniP danzaba a mi alrededor, toda nervios y excitación, y fue ella la que me empujó a calentar. Vio a todos los demás corriendo, y prácticamente me obligó a mi también. Pero ella, claro, se puso conmigo. Calentamos los músculos, y luego trotamos calle arriba y calle abajo un rato.

Poco antes de que dieran la salida a la carrera absoluta comenzó la pesadilla. Vino la protesta acompañada de la pregunta:

- ¡Yo quiero correr! ¿Por qué no puedo correr?

Después de la absoluta sí que había carreras para los pequeños, pero tan solo se podían apuntar desde el año que cumplen los seis. A MiniP aún le falta un año.

- No puedes, porque en la organización no te dejan.

- ¡Pues yo quiero correr contigo! - patada al suelo - Anda, déjame, que voy deprisa...

Conseguimos convencerla para que me dejara correr sola (no sin esfuerzo), con la promesa de que preguntaríamos a alguien de la organización si podía correr.

Arrancó mi prueba y, la verdad, se me dio mucho mejor de lo que esperaba en un principio. Conseguí terminar en una hora y tres minutos, orgullosa de mi misma, y cansada pero feliz. En cada vuelta vi a mi peque animar y a Papá en Apuros grabarme en vídeo (no sé para qué, si me veo fatal en ellos, pero bueno). Terminé, me dieron mi bolsa del corredor, mi aquarius y mi camiseta.

Mientras corría, Papá en Apuros y MiniP habían preguntado a la organización. Nos salió mal la jugada, puesto que esperábamos que nos dijeran que era muy pequeña para correr. Sin embargo la respuesta fue: "Si quiere correr, que corra. Que se ponga la última y ya está".

De modo que tuvimos que esperar un buen rato, ya que la carrera de los pequeños era la última. Yo le advertí que aunque corriera no iba a tener camiseta ni bolsa, pero no la disuadió (y fue la segunda vez en el día que metimos la pata, como se verá más adelante).

Por fin, después de lo que parecieron eones (probad a esperar al menos una hora con una niña ansiosa porque llegue lo que espera) llegó el momento de la carrera. Al ser tan pequeña pasé yo con ella, y dieron el pistoletazo de salida. MiniP salió corriendo como una loca, y me iba exhortando para adelantar a todo el mundo. No sé ni de dónde sacó fuerzas, ya que llevaba desde las siete y media de la mañana sin parar de correr, pero se marcó los quinientos metros de la prueba sin pestañear, ni quejarse. Cuando enfilábamos la última recta, acotada ya por vallas metálicas, un policía me quiso echar del circuito. Si hubiera corrido con dorsal me habría retirado, pero no pensaba dejar sola a la niña en el batiburrillo que se formaba para recoger la bolsa. Además, no sabía si la dirían algo por no llevar dorsal, preferí protegerla como la mamá histérica que soy a veces.

Poco antes de eso nos encontramos a una niña que lloraba y se quejaba a gritos. Era un año mayor que MiniP (corría con dorsal), y clamaba que no podía más."No puedo más", lloraba, toda ella boca abierta. Pero, curiosamente, pese a quejarse como si la estuvieran matando, no paraba de correr. Iba despacio, casi tropezando con sus propios pies, pero sin parar. MiniP ni siquiera la miró. La adelantó sin compasión, como el animal competitivo en el que se está convirtiendo (lo ha sacado de su padre).

Llegamos a meta, yo casi más contenta que ella. El orgullo me hinchó como una pelota y por eso salgo con tantas lorzas en las fotos. Hicimos fila para pasar por el escáner de dorsal, un método que me pareció muy eficaz para controlar que no se les escapara ningún niño, y cuando llegamos les advertí que MiniP no llevaba. No importó, nos dejaron pasar.

Y ahí MiniP me echó la mirada de superioridad que la hace tan insoportable a veces, porque le dieron su bolsa (a mi me dieron otra), y su camiseta correspondiente. Se la tuvimos que poner inmediatamente, y casi ni la puedo meter a la lavadora por si se le borra el dibujo.

Al final fue un día doblemente satisfacctorio. Completé diez kilómetros con quinientos metros, y fueron éstos últimos los que más feliz me hicieron.