viernes, 27 de octubre de 2017

Mamá en apuros vs Bicho asqueroso II




Solemos cenar tranquilos en la mesa del comedor, y luego tomar el postre en el sofá. No sé si es por la comodidad (un sofá no se puede comparar con una silla, por mucho cojín que ésta tenga), o porque en el fondo nos hace sentir como los ricos, pero es una costumbre que tenemos muy arraigada. El caso es que cuando solo éramos dos y no nos habíamos convertido en el matrimonio Apuros solíamos cenar directamente en la mesa pequeña. Esto no creo que lo haga la gente rica, no es glamuroso, pero a nosotros nos molaba. Veíamos la tele mientras cenábamos y luego nos poníamos cómodos. Lo intentamos con MiniP, pero decidimos que o cenábamos en la mesa grande o comprábamos gallinas para que se comieran todas las migas que tiraba la peque. Como lo de las gallinas en un piso no lo veíamos claro, nos mudamos a la mesa grande, pero nos quedó el recurso del postre, que como suele ser helado o yogur no tiene migas.

Pues estábamos los tres en el sofá tranquilamente con nuestros helados. Era julio (o agosto), y este año ha sido como para mudarse al Polo Norte. No sé en qué pensaba yo un día que me dio por comprar un termómetro y ponerlo en casa, porque me he obsesionado con los grados. Miraba el termómetro: 32 grados. Y me moría un poco más de calor. En plena tarde he llegado a tener 34 grados en el dichoso aparato. Que sí, es un gusto un poco masoca, pero no podía dejar de mirarlo. 



Para paliar el calor tenemos un cacharro que coge el aire del exterior, lo pasa por agua y lo suelta un poco más frío. No es aire acondicionado, pero hasta este verano nos había hecho un apaño muy bueno. Este verano nos ha dejado un poco igual, pero aún así ha estado puesto casi todo el día todos los días. 

Lo malo del cacharro es que suelta el aire a un buen chorro de velocidad, sacando de sus trincheras a las bolas de pelusa que han invadido mi casa este verano. Esto también tiene su explicación (como todo en esta vida, aunque a veces no sepamos cuál es, explicación sí que tiene). Este verano ha sido un poco caótico, con lo de mi tratamiento, y no es que no haya tenido tiempo de barrer la casa, es que no he tenido fuerzas. Quien no ha tenido tiempo ha sido Papá en Apuros, que llegaba de trabajar a tiempo para recogerme y llevarme al hospital a recibir la radioterapia. Y los fines de semana estuvimos huidos en la sierra en busca de un fresco que no apareció.

El caso es que hemos barrido como un vez cada quince días.

Y luego el gato, Yoda, que se nos ha rebelado. Este verano, el verano en el que no hemos podido hacer la poca limpieza que solíamos, ha decido perder el pelo a mechones. Supongo que más que por protesta política ha sido por culpa del termómetro (tendrá cara, mostrar tantos grados centígrados sin sonrojarse…), pero alguna mirada rebelde sí que le he pillado…

Por eso cuando, sentada en el sofá con mi helado en las manos, vi moverse algo por el rabillo del ojo, no le di importancia.



Me había parecido que tenía un movimiento dirigido, pero especulé que era una bola de pelusa. Quizá Kevin. O Bob. Es que les pusimos el nombre de los Minion. Total, las veíamos todos los días, lo suyo era saludarlas.

La segunda vez que la vi moverse, también por el rabillo del ojo, giré la cabeza y descubrí la verdad: no era ningún Minion. Ni una bola de pelusa. Era una salamanquesa.

Claro, que eso yo no lo sabía. Yo vi una lagartija con los ojos saltones y mucho más pequeña que la lagartija común.

Hubo un momento de pánico en casa. La otra vez que se coló un bicho asqueroso estaba yo sola ante el peligro, pero casi que fue mejor así, viendo la reacción que se produjo. 

Yo chillé. Era de esperar. Suelo ser muy chillona.

MiniP se puso de pie en el sillón y empezó a decir que tenía miedo y que ella no se iba a dormir con ese bicho allí. 

Y diréis: queda Papá en Apuros. Es un tío de más de metro ochenta, que pasa un par de años los cuarenta, seguro que se hizo cargo de la situación, echó a la salamanquesa y se rió de nosotras dos por ponernos histéricas por un bichito de nada. ¡Ja! Hubiera sido así (que todo hay que decirlo) si hubiera sido una araña. Pero Papá en Apuros odia las lagartijas y bichos similares. Aun recuerdo lo mal que lo pasó cuando fuimos a Tenerife. Había lagartos por las calles, pero tamaño dragón de Komodo… (Eran tan monos…)

Yo tengo un pasado de caza lagartijas, pero es verdad que ahora que soy una persona mayor (ay, joder, ahora me llamo vieja a mí misma, voy a llorar un rato) me da como asquete tocarlas. Sin embargo me gusta verlas. Y chillar. También me gusta chillar, pero dejé de chillar cuando vi que era un bicho inofensivo.

Pero, claro, no podíamos dejarla campar a sus anchas por casa. No estábamos seguros de que no se colara por algún rincón, se muriera allí y luego oliera mal. Eso y que tenía a MiniP aún histérica de pie sobre el sofá diciendo medio llorando que con eso suelto no se iba a la cama.

Papá en Apuros cogió la zapatilla, pero se quedó como me quedo yo al ver una araña. Para quien no lo sepa, yo si tengo que matar una araña cojo un calzado que no sea mío. No soporto la idea de dejar restos en mi propia zapatilla. Y me cuesta matarla, me da un ascazo y una aversión tremendas, así que me quedo con el zapato colgando haciendo el amago de tirarla, pero sin ganas, como si el solo hecho de estirar el brazo hasta el bicho fuera una invitación para que trepe por mi brazo.

Pues Papá en Apuros se quedó igual, con la zapatilla (la suya, ahí sí que debo reconocerle el valor) en la mano, haciendo amago de tirarla y preguntando: «¿La mato? ¿La mato? ¡Le tiro la zapatilla y se acabó!». 

A mi me dio pena. No habíamos empezado con buen pie, y no iba a tocarla (eso lo tenía claro), pero no quería matarla. Por lo demás era un bichín salao. Como el lagarto que lleva Rapunzel en la peli de Disney. (Esto no coló con MiniP y veo que no cuela aquí tampoco). El caso es que propuse cazarla como cacé al bicho asqueroso. 

Me fui a por un tupper y con él en la mano me dispuse a darle caza a la salamanquesa. El problema es que era muy rápida. Se metió por debajo del mueble de la tele, de modo que metí la escoba, esperando verla aparecer por el otro lado. Pero se me olvidó que también trepa por las paredes, y estábamos a ver si salía cuando vi un movimiento pared para arriba. Cogí un taburete, pero no podía ponerle el tupper encima, porque tengo dos volúmenes en la pared y estaba en la parte baja demasiado cerca de la alta. No quedaría al ras y se escaparía.

Hice el intento de cogerla con la mano, pero entre lo poco segura que ya iba yo y que cuando me estaba acercando Papá en Apuros dijo: «¿Segura de que quieres hacer eso?», con un tono de asco infinito, me arrepentí y quité la mano. 


Ahí la salamanquesa se aprovechó y nos hizo una finta para salir corriendo por el otro lado. Le puse el tupper, pero lo esquivó. Sin embargo la hice caer, y quedó en la parte alta del mueble de la tele, donde tengo un montón de marcos con fotos. 

Fui inmisericorde con mis sobrinos, mi propia hija y hasta con Papá en Apuros y conmigo, sonriendo desde el Pilar de Zaragoza. Los aparté a todos porque no sabía dónde había ido el bichito. 

Papá en Apuros me lo mostró: «ahí, donde las tres fotos». Exacto, en un marco de tres estaba. Lo cogí, con sumo cuidado de que la salamanquesa no se escapara, y lo bajé al suelo, con el tupper debajo de ella, que se había quedado colgando, por si se soltaba.

Y sí, se soltó. Pero ya en el suelo. Sin embargo no pudo escapar más porque le puse el tupper boca abajo dejándola atrapada dentro. 

Lo habíamos conseguido.

Esperaba ver moverse el tupper, como en los dibujos, pero después de tanta persecución imagino que se quedó asustada. Cogí una revista para cerrar la boca del recipiente, y una vez en las manos, había que decidir qué hacer con la salamanquesa.

Papá en Apuros era partidario de tirarla por la ventana. Pero a mi me daba pena. El bichito la verdad es que no hacía nada. Y además había sido un digno adversario, nos había tenido entretenidos (a los tres) una media hora. De modo que fui magnánima y bajé los tres pisos (a pesar de la debilidad que tenía) y la solté en el jardín.

Cuando subí padre e hija ya se habían calmado un tanto, aunque MiniP aún no estaba segura de querer ir a dormir, no fuera a ser que se colara otro y le mordiera los dedos de los pies.

Nos costó un poco convencerla de que vivimos en un tercer piso (sin ascensor, dato importante para los bichos más vagos) y que tenemos mosquiteras en todas las ventanas. Es casi imposible que se cuelen bichos.

Y mientras le contábamos esa milonga hacíamos cuentas mentales: dos murciélagos, un saltamontes tamaño gigante, una salamanquesa… Aquí hay un túnel secreto y nosotros aún no hemos descubierto dónde…

El día que lo encuentre lo voy a clausurar con un tupper.

viernes, 20 de octubre de 2017

Mamá en apuros: sin nervios



No estoy nerviosa. El tiempo fluye, y se desliza por el calendario como el surfista por una ola, sin ruido, pero sin piedad. Como un surfista de los buenos, de esos que se hacen fotos en olas de siete metros, ya me entendéis.

Y yo no pienso, no quiero pensar, porque pensar a veces es malo. Al menos para mí, que mi neurona se resiente y luego me duele la cabeza. Ese paso del tiempo ha jugado a mi favor. Ahora ya estoy mejor, tengo menos molestias, menos dolores. Sigo con los sudores de la muerte (maldito karma), pero ya casi, casi voy recuperando la vida normal. Pero también juega en mi contra. Estoy en un paréntesis, en un stand by en el que soy el gato de Schrödinger: ni estoy sana ni estoy enferma. Estoy recuperándome de un tratamiento agresivo y ya. Pero al final hay que abrir la caja y determinar cuál de las dos opciones será.



Y eso mi ojo, que es sabio, lo sabe.

Yo vivo mi vida, hago mi deporte, salgo, entro, me canso, me siento, me vuelvo a levantar, escribo, tomo té, voy al parque, subo a casa, ducha, cena y dormir, sin pensar en la revisión. Pero mi ojo lo sabe y de vez en cuando decide atacarme con un tic nervioso que contrae mi párpado inferior. No es una cosa nueva, me suele pasar cuando paso por periodos de estrés. 

Ahora no es que tenga estrés, cualquiera que me vea lo podrá decir. Si hasta he perdido arrugas… Calla, que ahora que lo pienso eso puede ser porque he engordado… Mierda… El caso es que aparentemente no tengo estrés. Y de verdad que no miento cuando digo que no pienso en la revisión, pero en el fondo del subconsciente hay algo que sí piensa en ello. Y me lo hace saber a través del ojo.

De hecho no me puse nerviosa hasta ayer. Pero nerviosa de decir: uy, pues me he puesto nerviosa. Porque hoy me toca el tac, y tenía que mirar la preparación. Me hacen ir en ayunas, y una hora antes por si tengo que beber contraste, pero no hay mucho más que preparar. Pero ya que he sacado los papeles, he visto el informe que me dieron al finalizar el tratamiento. En ese informe viene todo: desde los síntomas iniciales, pasando por la reordenación y sustracción de algunas partes de mi anatomía femenina, hasta la cantidad de Gy (no me preguntéis qué significa porque no tengo ni idea, sé que es algo de la radioterapia, pero más allá de eso, nada…)que me han radiado tanto por dentro como por fuera. Y ahí, leyendo todo, ha sido cuando he sentido como si el estómago se me hubiera dado la vuelta.

Así, de repente y en solitario.

¡Glups!

Y ya no levanté cabeza. Estuve como ausente el resto del día, como con la neurona de vacaciones. También puede ser porque me di el panzón del siglo a planchar. Vale, del siglo no, pero el del mes sí. Es que ya no tenía ropa en los armarios. Ahora, aun hoy, sigue encima de la mesa del comedor. Anoche decidimos cenar en la mesa pequeña, la del sofá, por no colocar la ropa. Sí, efectivamente, así de bajo hemos caído.



Después de planchar, recogí la cocina. Y ahí tuve un momento cómico que hasta a mi me ha dado pena que no hubiera una cámara grabando. Es que aún no me explico qué es lo que se me pasó por la cabeza para tener un accidente, por llamarlo de alguna manera, así. Lo cuento, que veo que estáis en ascuas.

Me he puesto a fregar los cacharros. Hoy estaba en modo maruja on, con la plancha, los cacharros, le he limpiado a MiniP una mancha con saliva… El lote completo. He ido a echar lavavajillas (del líquido, no la máquina completa, que no soy tan salvaje) en el estropajo y no caía. Oh, se habrá obstruido, pensé. Voy a ver. Y sí, he ido a ver. He asomado el ojo, y he visto un pegote de jabón en el pitorrito. Y aquí han podido pasar dos cosas: una, que mi cerebro se haya dividido en dos y no se hayan comunicado las partes entre sí; o dos, que mi cerebro se haya dividido en dos y una parte haya pretendido gastar una broma a la otra. Porque sí, como ya se va viendo venir, a la que estaba mirando la obstrucción, mi mano ha decidido apretar el bote provocando una lluvia de jabón directa a mi cara, más concretamente a mi ojo.

Al del tic, por cierto. En el fondo se lo merecía.

Hoy tac finiquitado. En semana y poco la resonancia y pocos días después los resultados. Ahora mismo el ojo está irritado y sin tic, esperemos que continúe así. Sin tic, la irritación por favor, que se quite…

Ah, y limpísimo. Me ha quedado limpísimo, yo creo que hasta veo más claro. Aunque la grasa no se la ha llevado, voy a poner una reclamación ahora mismo…



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viernes, 13 de octubre de 2017

Mamá en Apuros: La batería del coche



Hoy me he dado cuenta de que es cierto que hay experiencias que te cambian. Hoy he tenido una de esas vivencias que hubiera sido totalmente diferente antes de mi enfermedad (A.V: antes de Voldemort).

Llevaba una semana para llevar el coche al taller. Me había saltado un aviso en la pantalla, como que había algo que no funcionaba muy bien con la mecánica. Como ya sospechaba lo que podía ser, lo iba alargando. Pero como intento volverme una persona organizada, o lo máximo de organizada que pueda (tampoco será mucho, pero es un intento), me había anotado en mi bullet journal (un invento genial para quien se deja las agendas casi en blanco) que hoy tenía que llevar el coche al taller.

Vale, genial, ya está anotado. Me miro el bullet esta mañana y veo: correr y llevar el coche al taller. Como podéis comprobar, mi prioridad no era el coche. 

Tras dejar a la peque en el cole, he ido a correr. Lo llamo correr porque me hace ilusión, pero en realidad camino más que corro. Cuando termino y llego a casa estoy un tanto fastidiada, porque también me tocaba ejercicio de fuerza, para ponerme a tono, pero como no lo había agendado y lo del coche sí… En fin, que decido irme como las cochinas, sin ducharme, porque he decidido que si llego pronto voy a hacer la rutina de fuerza. Pero no me lo apunto en la agenda porque tampoco estoy muy segura…


Bajo al coche. He cogido mi mochila «de batalla», una de cuerdas que tengo desde hace cinco años, que es de una marca deportiva. No digo la marca porque me cae fatal y no quiero nada de ellos, esta mochila la tengo porque me la regalaron. La he cargado con lo necesario para la espera en el taller: mi monedero (si no, no pago), la agenda, una bolsita con cuatro bolis de colores y la tablet. ¿Veis cómo me he vuelto organizada? Llevaba todo eso para aprovechar la espera organizándome (aún más), y para leer una novela que tengo en formato pdf. Normalmente usaría el kindle, pero para el pdf me resulta muy incómodo. Creo que me estoy enrollando.

Me meto en el coche, dejo la mochila y la chaqueta que he decidido erróneamente llevarme, meto la llave en el contacto, giro y… nada. Giro otra vez y… nada.

No hace ni tos. El coche está muerto.

Como ya tengo experiencia, pero esta vez no estoy en la playa, mantengo la calma y busco el número de mi seguro. Llamo. Ese no era. Busco de nuevo. Vuelvo a llamar. Esta vez sí.

Tras una primera toma de contacto con un contestador que te da las opciones, me pasan a una operadora a la que le cuento que el coche no me arranca. Sin problema, me envían un taller móvil para que me lo dejen arrancado y si quiero, me pueden cambiar la batería en el momento, ya que siempre llevan baterías en la furgoneta. Tardarán unos cuarenta minutos.

He cogido mis cosas y he subido a casa. Según he abierto la puerta recibo un mensaje de mi seguro, dándome una estimación de 40 minutos de espera y con un enlace para saber dónde se encuentra mi asistencia en ese momento.

Me ha parecido fantástico. Me ha dado tiempo a hacer mi tabla de ejercicios (todo súper sencillo, aún no tengo el cuerpo yo para muchos trotes), y a ducharme. Cuando he terminado de secarme el pelo he vuelto a consultar el mensaje y ponía que estaba a 4 minutos.

Por un momento he mirado a mi alrededor, dudando de que estuviera en la existencia correcta. Tal vez habría saltado a un universo paralelo y no me había dado cuenta. No podía ser que todo hubiera sido tan sencillo y tan rápido. A ver, que soy Mamá en Apuros, que estas cosas me suelen pasar con un millón de giros en la historia, con cinco problemas a la vez, y no estoy acostumbrada a que el inconveniente se transforme en salvación: me dio tiempo de hacer el ejercicio, ducharme, bajar a tiempo y que me dejen cambiada la batería sin haber movido el coche de sitio.

Ah, pero claro que no podía ser…

El señor de la asistencia se ha perdido, y en lugar de girar a la derecha, giró a la izquierda. Sin embargo, soy capaz de darle indicaciones de cómo llegar hasta donde estoy yo sin mayores problemas. Se baja de la furgo, saca una maleta redonda con pinzas, le abro el capó y me arranca el coche. Pero no, no todo iba a ser un camino de rosas. Resulta que no llevaba baterías en la furgoneta. Se excusa, dice que no le habían avisado, que le habían dicho que tan solo era arrancar el coche. Evidentemente, no le culpo. Ha sido un malentendido. Me dice que tengo que mover el coche para que se cargue un poco, y le cuento que lo llevo al taller directo, que la intención había sido llevarlo antes, para cambiarle la batería, pero que no me ha dado tiempo.

Voy con un poco de canguelo, por si se me cala el coche. No me suele pasar, pero basta que no quiera pararlo por si no vuelve a arrancar para encontrarme en un ceda, se me vaya el pie y adiós muy buenas. No se me cala, pero se me enciende la reserva. Pues nada, bonito, vas a esperar a que te vean en el taller. Me veía en la gasolinera llamando de nuevo a la asistencia en carretera, y no. Que una aprende de sus apuros pasados.

En el taller me llevo otra sorpresa. Pero de las buenas, también. La batería es más barata de lo que imaginaba. Aún recuerdo la factura de la del Hyundai, que poco más y nos arruina las vacaciones… Pero no, es menos de la mitad de lo que pagué entonces. Allí nos acuchillaron pero bien.

Otra suerte: me cogen el coche enseguida. Entre unas cosas y otras me he plantado en el taller a las 12 del medio día. Si llegan a tener afluencia, o es una cosa de más tiempo, me habría supuesto un problema. Tenía a mi madre avisada por si me retrasaba, para que me llevara a mi casa o en su defecto, fuera ella al colegio a por mi hija, pero mi hermana también la necesitaba de apoyo logístico a la salida del cole. Pueblos distintos y coles distintos, mi madre ha entrado en barrena porque no se podía dividir. Afortunadamente, antes de que le explotara la cabeza y antes de movilizar al ejército para la «operación extracción» me han entregado el coche. Con tiempo más que de sobra: que he pasado a comprar y aún he podido dejar la compra en casa.

Soy dos yoes, pero sin pistolas. En ningún multiverso tendría buena puntería


Y ahora sigo mirando bien a mi alrededor. Sé de sobra, porque he leído mucho terror y mucha ciencia ficción, que si te encuentras en un universo paralelo todo parece igual, pero siempre hay un detalle que lo delata todo. Una nimiedad. He mirado mi casa y está todo exactamente igual, el desorden no se ha convertido en orden, ni el polvo ha desaparecido. MiniP tiene todos sus lunares, los tres que tiene, en su sitio. Yo tengo ojeras, pero también están en su sitio.

De modo que debe ser el universo correcto. ¿Habré aprendido a tomarme las cosas con más calma, y por eso parece que todo va sobre ruedas? ¿O es que ya no estoy tan en apuros?

viernes, 6 de octubre de 2017

Cerrando ciclos: El blog cumple 7 años



Sin llegar a ser muy mística, siempre me han llamado mucho la atención los ciclos de la vida. Hablaba en otro post de ello. Estoy viviendo un momento ahora en el que me da la sensación de que estoy cambiando de ciclo vital, por la experiencia personal y también por la decisión que he tomado con respecto a lo profesional.

Por desgracia no puedo dejar mi actual empleo, al menos no de momento (hay que pagar facturas), pero he tomado la determinación de ir a por mi sueño de forma categórica. Hasta hace nada me conformaba con este modesto blog, que podía actualizar cada poco, y si no lo actualizaba tampoco pasaba nada. Tengo aquí algunas lectoras, y algunos lectores, fieles. Son pocos, pero no todos son familia, lo que me llena de orgullo (aunque desde luego después de tanto tiempo permaneciendo junto a mi no son desconocidos), pero ha llegado el momento de ir a por más.

Ha llegado el momento de dar a conocer a la escritora que llevo dentro.

Y en esa línea llevo un tiempo trabajando. Planeando mi blog de autora, escribiendo algunos post, estudiando sobre márketing, sobre plataformas, sobre seo, sobre cómo ser una escritora emprendedora, que es lo que quiero ser. Me está ayudando mucha gente de la blogosfera, muchos autores con sus propias páginas en las que cuentan su experiencia, pero a quien más le debo, y con diferencia, es a Ana González Duque y a su plataforma MOLPE. De hecho fue su libro El escritor emprendedor el que me dio el empujón final que necesitaba.

Me da igual el resultado, yo me voy a lanzar porque es lo que me pide el cuerpo en estos momentos.

Y en ello estoy, pensando en ciclos, en etapas, y me llega esta semana el aviso de Facebook acerca del cumpleaños de mi álter ego en las redes, 314 Dreams. Lo veo con incredulidad. ¡Es mi cumpleblog! En octubre de hace siete años decidí lanzarme con el blog de reseñas. Hace siete años. Nada menos.



Me acuerdo de esa persona que fui. Tenía un bebé y ganas de perseguir sueños. Fui adaptándome tanto al bebé como al blog. No podía dedicarle al último todo el tiempo que me hubiera gustado, pero lo incorporé a mi vida, y me ha dado mucho.

Gracias a este blog me he quitado la espina de escribir. Volví a coger un hábito casi olvidado y le hice un hueco en mi apretada agenda del día a día. Se me fue la vergüenza, y un poco el síndrome de la impostora. Al principio me pareció jugar a ser escritora, para acabar siéndolo. Y ahora que han pasado siete años, cierro ese ciclo para abrir otro en un nivel superior.

Leí por ahí que siete años es lo que nos hace falta para especializarnos en algo. Siete años son suficientes para ser expertos en la materia que hayamos elegido. 

Yo he tenido siete años para experimentar ser blogger. Durante este tiempo he crecido como blogger, como madre y como persona. Me he encontrado gente estupenda por el camino, he conocido a escritores que no hubiera conocido sin el blog. He recibido libros de editoriales (no muchos, pero sí de vez en cuando). Me he sentido plena.

Y por eso ha llegado el momento de avanzar. De seguir siendo blogger, pero ahora de hacerlo bien, siguiendo los consejos de las expertas (ya he hablado de Ana, pero también está Gabriella Campbell), estudiando temas que ni por asomo creí que iba a estudiar, y escribiendo. Escribiendo mucho. Cuando el proyecto esté listo para ver la luz, lo anunciaré desde aquí, porque de aquí habrá nacido.



Esta es mi vocación. Siempre lo ha sido. Por eso se abre ante mí un nuevo comienzo, un nuevo ciclo, donde escribir no es ya mi hobby, sino mi profesión.

Verás hacienda cuando se entere…



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