Ya sé que estamos en verano, y como es verano, no hay cole. Lo sé, demasiado bien lo sé que aún no tengo vacaciones (pero que para cuando leáis esto ya casi, casi). Pero este post lo tenía escrito, y no lo he podido publicar por asuntos varios, y... Bueno, sin excusas. Que así puedo rememorar esos buenos tiempos del calendario escolar, en los que no tengo que hacer quinielas, ni tetris extraños para poder dejar a la pequeña bien cuidada mientras el matrimonio Apuros trabaja. Aunque eso da para otro post, lo escribiré alguna tarde entre baño y baño de piscina... De momento, aquí os dejo el documento, imaginaros que aún estamos por finales de abril...
Este año las mamás (locas) del cole estuvimos de suerte. En la reunión trimestral, celebrada como a mediados de abril, nos anunciaron que habría actividades con motivo de la semana cultural. Celebraban el cuatricentenario de la muerte de Cervantes, y querían celebrarlo por todo lo alto: con photocall, concursos, actividades culturales… Y habían pensado las profesoras que, si queríamos las mamás o papás podríamos hacer una actuación que tuviera que ver con El Quijote.
No terminó de hablar cuando varias manos ya estaban arriba. La mía también, por supuesto. Dos veces en un año… ¡estábamos de suerte!
Por supuesto, al pensar en Quijote y música, lo primero que se nos vino a la cabeza fue la canción de los dibujos animados. La parte mala es que no fuimos las únicas que lo pensamos. A las mamás de 3 y 4 años se les había ocurrido lo mismo.
Aquí quiero hacer un inciso para que no se me trate de excluyente. Digo, y voy a decir a partir de ahora mamás porque no hubo ni un solo papá que colaborara. No porque no se les ofreciera, pero hubo quien no pudo y hubo quien no quiso. Es verdad que hoy, en pleno siglo XXI, seguimos cargando más las mujeres que los hombres con estos temas. Tal como dijo uno de los papás interrogados: “esto a vosotras se os da mejor”.
No sé por qué ni de dónde surgió la idea, quizás porque son escasas las canciones de El Quijote (aunque yo les habría llevado alguna de Mago de Öz, creo que no me habrían dejado…), o porque todas tuvimos la misma idea y nos agarrábamos a ella con los dientes apretados, pero el caso es que decidimos hacerlo conjuntamente. Los tres cursos. Todas las mamás.
Con las petardas. Vaya tela.
La parte positiva de esto es que no nos iban a esconder su baile para luego hacérnoslo bailar a todas juntas. La parte negativa es que las iba a tener que ver la cara durante los ensayos, y en el baile final. Y a mí que no me sale ser hipócrita…
Aquí, viendo que había tanta gente, me desvinculé un tanto, y de hecho tuve que faltar a algún ensayo. De modo que yo ni decidí ni organicé. Simplemente me dejé llevar. Oye, qué gusto, por una vez. Eso de llegar y preguntar: ¿dónde me pongo? Y obedecer. Ya sé por qué hay tanta gente que lo hace cada día.
En la semana de los ensayos al colegio se le ocurrió pedirle al AMPA un cambio de imagen del escenario. Claro, porque lo iban a usar para el final de la semana cultural, que iban a hacer entrega de premios, y… ¿no quedaría más bonito con una mano de pintura? El colegio ponía la pintura, pero necesitaban mano de obra. Y, vaya por algún dios, que al final siempre somos las mismas.
Me pasé varios días de la misma semana pintando en dorado y azul con las mismas caras con las que luego ensayábamos. ¿De verdad no hay variedad? De todos modos, ya digo que tuve otras preocupaciones además de bailes y pinturas, y reconozco que no estuve tan al pie del cañón ni como otras veces ni como otras madres.
Me tocó ser Quijote. Lo hablamos por el grupo, que por supuesto habíamos creado en el minuto cero, y hubo tres que se pidieron molinos, que de esto hablaré más adelante, también estaban cogidas las dulcineas y los sanchos, pero faltaba un quijote. Así que me tocó. Yo que quería ir mona por una vez, pues no pudo ser.
En el grupo de wasap éramos como quinientas personas, pero hubo un ensayo al que acudieron tres. De las faltantes habíamos notificado cuatro o así, de modo que una madre se enfadó y estalló por el grupo: quien no venga a los ensayos no baila. Así de sencillo. Pedimos, esta vez por favor, que quien no fuera a bailar se quitara del grupo, para evitar confusiones, y en un momento hubo una desbandada general. Ni que hubiera que evacuar por gases…
Tras dimes y diretes, ensayos por la mañana para las que no podían por la tarde, y ensayos de tarde para las que no podíamos por la mañana, nos quedamos las que íbamos a participar, con las ideas más o menos claras.
Los molinos. Las mamás que hicieron de molinos tuvieron la brillantísima idea de hacerse el disfraz con cartones. Con la inteligencia preclara que caracteriza a las mamás perfectas, se lo hicieron casi hasta los pies, de modo que casi no eran capaces de moverse. No iban a poder bailar, y para la coreografía necesitábamos que, al menos, se pudieran desplazar del sitio.
Yo es que no entiendo para qué existe internet. Yo lo primero que hice cuando supe que me iba a disfrazar de Quijote fue hacer búsqueda por Pinterest. Salieron mil y una forma sencillas de hacer un disfraz cómodo. Por curiosidad también busqué los molinos, y salieron también, y mucho más sencillos que de cartón, e incluso más sencillos que los de Quijote. Para mí el más complicado era el de Dulcinea (aunque había sido el que quería en principio).
Llegó el día. Quedamos por la mañana para ensayar un poco, como una hora antes de la actuación. Bien, me dije, porque entre pintar el escenario, las idas y venidas a otros asuntos y los ensayos, aún no tenía el disfraz hecho. Estuve a punto de haberlo preparado la tarde anterior, en el cumpleaños de un amiguito de MiniP, pero al final se me fue el santo al cielo hablando con las otras madres. ¿Consecuencia? Las diez de la mañana y tan solo había hecho la mitad del disfraz: el casco y el escudo. Me salvó la mamá de MiniC, que se vino a ayudarme. Sin ella no habría terminado a tiempo.
Tuve sorpresa cuando llegué. Las mamás organizadoras habían preparado una mini obra de teatro, con el audio de un episodio de los dibujos animados, para que lo representara Don Quijote con Sancho y los molinos. Lo habían pensado así porque la canción se quedaba un tanto escasa, y así rellenábamos. Ya tenían todo preparado y ensayado, pero la madre que hacía de Don Quijote no se podía tirar al suelo por problemas de salud y el guión lo exigía. A mí, que no me gusta ser protagonista, me tocó. Bueno, me gusta un poco, para qué vamos a mentir.
Me dio tiempo a ensayar dos veces, lo justo para saber lo que tenía que hacer en cada momento. El diálogo no me lo aprendí, no me dio tiempo, pero al menos pude saber cuándo mover la boca y cuando no. Una barba de cartón impedía leer los labios.
Y allí estaba yo: enfrente de unos 125 niños y niñas de entre 3 y 5 años, con una lanza de papel albal y un escudo de cartulina, haciendo que hablaba, montando un caballito de los de palo, y arremetiendo contra tres mamás petardas vestidas de molinos. Reconozco que lo pasé muy bien, quizás la parte de atacar a las petardas tuviera algo que ver… Pese a todos los pronósticos disfrutaron mucho con la actuación. Tras terminar por los suelos, envuelta en una carcajada general, nos despedimos y nos colocamos en nuestros puestos.
Siempre me sucede igual: tanta preparación, tanto ensayo y tanto nervio para que luego dure dos minutos escasos. Acabó en un pis pas, todas contentas y felices, y las pequeñas y pequeños, aún más. Tanto, que nos pidieron otra. Y nosotras con estos pelos.
No habíamos previsto tanto éxito, y cuando terminamos, nos miramos todas sin saber qué hacer. Pusimos de nuevo la canción, y esta vez animamos a los niños y niñas a bailar con nosotras. Obviamente, cada mochuelo acudió a su olivo, pero además recogimos mochuelos ajenos, cuyas madres o padres no habían podido o querido participar.
Tanto gustó, que la directiva del colegio nos pidió un bis al día siguiente. La lástima es que muchas de nosotras trabajábamos y no pudimos escaquearnos más. Preferimos, además, abandonar la carrera en la cumbre, para que nos recordaran como las estrellas que habíamos sido…