Sé perfectamente que no fue en Bridget Jones, pero sé que lo leí en un libro del género. Y como cuando pienso en lo desastre que soy, me viene a la cabeza el nombre de Bridget, pues la he utilizado a la pobre. Por eso, porque con mi memoria de Dory no me acuerdo ni de lo que comí ayer, y porque, para qué negarlo, seguro que con el nombre de Bridget Jones en el título obtengo alguna visita de más…
En el primer capítulo del libro que os digo, la protagonista, madre trabajadora, está a las dos de la mañana o así machacando con esmero unas magdalenas, con el objetivo de hacerlas parecer caseras. Todo por pasar ante las otras madres, las madres alfa, como una más de ellas, y no como el desastre que se siente, por tener que trabajar, por abandonar a su familia. Esas madres alfa, madres perfectas, que habían hecho lo que debían: dejar sus trabajos, su vida anterior, por cuidar de sus perfectos hijos e hijas.
Pues yo hoy me he sentido identificada con esa escena. Y no, no estaba machacando magdalenas a las dos de la mañana, pero me he puesto el despertador a las seis para terminarle el disfraz a MiniP.
Resulta que son los carnavales. Qué bonitos, los carnavales. Qué color, que música, qué disfraces. Con el espíritu carnavalero en todo lo alto, me vine arriba cuando MiniP sacó la nota del disfraz que debía llevar para el cole. Iba de vaca. Sencillo. Eso lo hago yo en un pis pás. Soy una madre que puede con todo.
Pero la vida te come. El tiempo acelera sin que te des cuenta y pasa una semana, y has comprado la tela. Bien. Pasan dos días y AbuelaT se ofrece a cortarte el patrón y dejártelo para chutar. Genial. Pero te llevas esos patrones que más que para un disfraz parecen para un traje de noche, y te pones a coserlos. Estás a miércoles, porque el lunes has ido a la biblioteca, y luego al parque, que cualquiera desaprovecha el buen tiempo, que últimamente el sol se prodiga poco. El martes MiniP tenía baile, y claro, cualquiera la lleva a casa después, si no hace frío y los amigos se quedan a jugar. Venga. Pues el miércoles. Me pongo en el comedor con mi mini máquina de coser y me pongo al lío. Primero los pantalones. Los coso sin problemas, la verdad es que AbuelaT los ha dejado para chutar. Bien. Me falta la goma, pero ya la cojo. Termino con los pantalones y me pongo con la sudadera. El chaleco se me da bien, las mangas por separado también, pero empiezo a tener problemas cuando quiero unir ambos.
Y el tiempo ha vuelto a echárseme encima. Son las cinco, y a y media nos tenemos que ir a un cumpleaños. ¿Por qué la vida social de mi hija es más activa con seis años que la mía en los treinta y ocho que llevo de vida? Uff, no lo pienses, Pi, sigue cosiendo, sigue cosiendo…
Pero no puedo seguir cosiendo. No soy capaz de encarar las mangas. Me tiro un buen rato que parezco Pepe Viyuela con su gag de la silla. La muevo para arriba y para abajo, pensando que no puede ser tan difícil, que algo se me está pasando. Menos mal que no me he lanzado a coser a la primera que la he encarado, porque me habría encontrado con un problema, si coso de aquí no le puedo dar la vuelta… Vaya tela, y nunca mejor dicho. Las cinco y media. Mañana sigo.
Llega el jueves y no me había acordado. ¡Es el día de la tortilla! Tengo una reunión infinita en el trabajo, por lo que se me fastidia salir pronto, y luego había quedado con otras mamás del cole para irnos al campo a comer tortilla y pasar la tarde. Parece que chispea y pienso: “bien, así me da tiempo a hacer el disfraz”, pero no, es una falsa alarma. También, en lo que pasa por ser el peor pensamiento de lo que llevo de maternidad, se me pasa por la cabeza que como MiniP anda medio mala, lo mismo por la noche tiene fiebre y me ahorro el disfraz, porque si está mala la dejo en casa. Pero no pasa de tener una tos horrible…
Llegamos del campo, madre e hija, reventadas. Y lo de MiniP lo entiendo, no ha parado de correr, saltar, coger ramas y de jugar con la pelota en toda la tarde, pero yo he plantado el pandero en la silla del decathlon y de ahí no me he movido para casi nada… Será el aire del campo, el runrún del río, el caso es que a las diez de la noche estoy demasiado cansada como para ponerme a pensar si quiera en coser o en hacer las manchas de vaca. Mejor lo dejo para mañana, y así veo la evolución de MiniP durante la noche, que nunca se sabe…
Y así es como he llegado a plantearme que soy Bridget Jones. Las seis y media (primero he desayunado), la máquina de coser encima de la mesa del comedor y la luz a medio gas para no despertar a la pajarita, que en cuanto le da la luz se pone a piar como un cuervito. Y ahí plantada frente al puzle que supone para mi colocar una manga en un jersey es cuando han empezado mis dudas:
¿Por qué hago esto? ¿Quiero demostrar algo a las madres alfa? Es altamente improbable, paso bastante de la perfección (claro que sí, guapi). Sufro, porque le podía haber comprado un disfraz de los chinos, insulso, sí, igual a todos los demás, también, pero me había evitado problemas. ¿O tal vez es por autocastigo? Como no solo no he abandonado mi trabajo por cuidar a mi hija, además, intento tener mis ratos para ir a correr, para escribir, o para echarme en el sofá y descansar…
Mágicamente he descubierto el misterio de la manga y, como si lo hubiera cronometrado, he terminado de pegar las p*** manchas justo a tiempo para vestirnos y llevar a MiniP a desayunos. Hoy no la podía dejar a las 9 porque tenía una cita, pero como pagamos el servicio los primeros del cole, no hay problema.
Hasta que lo ha habido.
Le pongo el disfraz, con una camiseta debajo. Pero era verde y destacaba demasiado sobre el blanco. No pasa nada, he buscado una negra y se la he cambiado, pero con la mala suerte de que, al quitarle la camiseta hemos tenido un accidente.
Estamos pendientes de un paleto, que se le está cayendo. Lo tiene medio separado ya de la encía, pero en un lado aún se aferra fuerte a la carne. Pues no sé cómo ha sido, que la camiseta se le ha enganchado en el diente y por poco se lo arranca. Pero ha faltado un poco.
Ahí hemos tenido un drama, que me siento orgullosa de cómo lo he capeado. Ella lloraba, la pobre, y lo primero ha sido calmarla con mimitos. Luego hemos ido a enjuagar. He probado a ver si me dejaba tocarle el diente, para terminar de sacarlo si era factible, pero se negaba en redondo, de modo que no he insistido. Y gracias a eso al final hemos salido de casa. Tarde, con los mismos dientes en la boca, pero vestida de vaca y con tiempo suficiente como para que le diera tiempo a desayunar (o eso esperaba).
Creo que a partir de ahora me voy a relajar un poco. Voy a reconocer que no puedo con todo, y que si hay que hacerle un disfraz, o se lo hace la abuela, o se lo compro directamente, que tampoco me van a llevar a la cárcel por ello.