martes, 30 de septiembre de 2014

Nosotros, Yevgueni Zamiatin

 
Esta lectura me la sugirió Sara (@greenpeeptoes), de greenpeeptoes, después de que me metiera por medio en una conversación de twitter. Soy amante de las distopías, y ella colgó un enlace a un periódico con las 10 distopías más importantes de la literatura, y aunque algunas no pueden considerarse distopías puras, Nosotros ocupaba el número 5.


Resulta que esta novela del ruso Zamiatin, escrita en 1921, es la precursora de 1984, según confirmaba el mismo Orwell, que dice que la leyó. Sara se ha erigido en defensora de Nosotros, pretendiendo darle el protagonismo que merece y que ocupe el lugar que se ha ganado en la historia de la literatura.


Y he de decir que a mi me ha convencido para incorporarme a sus filas. Somos una legión pequeña pero en expansión, y desde ahora recomendaré Nosotros a todo aquel que me pida que le recomiende un libro.


Nosotros es una novela espistolar. D-503, el ingeniero jefe del Integral, una nave que surcará el espacio profundo con la posible idea de colonizar otros planetas, decide ir escribiendo un diario para mandarlo de viaje con la nave, donde dará a conocer a los potenciales lectores, una raza probablemente inferior y no tan evolucionada como ellos, su forma de vida y cómo ahora son libres y felices por haberse desprendido precisamente de la libertad y porque han dejado su vida, su intimidad y hasta sus emociones en manos de la lógica y del Protector, que es quien se encarga de vigilarlos.


Después de la guerra de los doscientos años, el Protector es el jefe del Estado Único, y cada uno de los números no es un individuo único, sino una parte de un todo, donde el todo es más que la suma de sus partes. En esto hace hincapié Zamiatin, en la alienación que sufren sintiendo que no valen nada como individuos, sino que prevalece el bien común.


Imaginémonos dos balanzas, una de las cuales contiene un gramo y la otra una tonelada; es como si en una estuviera el «yo» y en la otra el «nosotros» del Estado único. Consentir al «yo» cualquier derecho frente al Estado único sería lo mismo que mantener el criterio de que un gramo pueda equivaler a una tonelada. De ello se llega a la siguiente conclusión: la tonelada tiene derechos, y el gramo deberes, y el único camino natural de la nada a la magnitud es: olvidar que sólo eres un gramo y sentirte como una millonésima parte de la tonelada.


D-503 sufre una distorsión de su realidad cuando conoce a I-330, y pierde el norte por ella. Ella es un número extraño, extravagante que le incita a hacer la revolución, y él se debate entre la seguridad que le ofrece su mundo conocido y la posibilidad de de algo nuevo y salvaje.


El final, como todo el tono de la novela, es muy oscuro, y para nada esperanzador. Desde luego Zamiatin no tenía muy buena imagen de lo que sería el futuro, con las cadenas de montaje y la pérdida de personalidad con los estados autoritarios.


Personalmente veo reflejado en la sociedad de Nosotros la idea de Estado Utópico que pretendían los rusos con su revolución. La idea de perder la libertad personal, de dejarla a manos de alguien superior que maneje los tejidos de la sociedad para alcanzar una felicidad y un bien común, no es algo nuevo, ni algo que se haya perdido con los años. La idea sigue ahí, (juegan con ella incluso en la última película de El capitán América: El soldado de Invierno), y tengo la sensación de que estamos a un pequeño paso del abismo.


Nosotros es una gran novela, y, pese a haberse escrito en 1921, es muy actual. Las dictaduras son todas iguales independientemente del color que elijan por bandera. En la práctica, lo único que buscan es el gregarismo del pueblo, y anestesiarlo para que no se den cuenta de que uno puede ser mayor que el conjunto, siempre y cuando sepa pensar por sí mismo.

Gracias a Sara, por haberme descubierto esta joya. Merece exponerse en la estantería de los grandes.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Mamá en apuros: Libro recopilación Literautas



Hace poco os contaba en la entrada de Objetivos lo feliz que me hace volver a escribir, y que estoy consiguiendo lo que me propuse a primeros de año: continuar con mi sueño de toda la vida de dedicarme a la escritura, aunque sea de forma amateur.

Nada más me gustaría en esta vida que vivir de la literatura, aunque sé perfectamente que es un sueño, si no imposible, bastante complicado. Pero ahí sigo, en la brecha, escribiendo pulsación a pulsación, idea a idea para que ese sueño imposible esté más cerca de la realidad. Si hay algo cierto es que quien no lo intenta siquiera, no lo consigue.

Para ayudarme en mi empeño me estoy proveyendo de las herramientas necesarias. Y una de las mejores que he encontrado ha sido la web Literautas. En esta página hay recursos para escritores y un taller literario mensual que se llama Móntame una escena. Te dan unas pautas, un límite de palabras, y tres participantes te comentan tu aportación.


A final de año hacen una recopilación de los trabajos, formando un libro que se puede conseguir gratis en la web.

Ayer salió el de este año, y, para mi alegría, incluía una de las escenas que yo envié. Estoy muy, muy contenta, ver mi nombre impreso en un libro, aunque éste sea digital y gratuito, hace que roce con la punta de mis dedos mi sueño de ser escritora.


Desde aquí quiero dar la enhorabuena a todos los compañeros del taller que han sido incluidos en el recopilatorio, para mi es un honor compartir espacio con todos ellos. Y espero que éste sea un pequeño primer paso dentro de un ascenso a las nubes, donde viven mis sueños de rock and roll.Os dejo el enlace al libro por si alguien quiere echarle un vistazo.

martes, 23 de septiembre de 2014

Nada es para siempre, Ali Cronin



Sinopsis (contraportada): El último año de instituto siempre es decisivo: amor, secretos, sexo, diversión y tantos sueños por cumplir...

Esta el la historia que cambió la vida de Sarah, pero también la de todos los demás componentes del grupo.

Sarah, la romántica e inocente.

Ashley, la transgresora y feminista.

Rich, el amigo perfecto, siempre adorable.

Donna, la fiestera y despreocupada.

Jack, el deportista responsable.

Cass, la dulce y eterna emparejada.

Ollie, el divertido ligón del grupo.


Esta novela me llegó por sorpresa de parte de la editorial, y la dejé reposar en la estantería porque, la verdad sea dicha, no me llamaba mucho la atención. Pero este verano estaba un poco inapetente, con la neurona derretida, lo vi en la balda, tan tiesito y triste, y le di una oportunidad pese a que a mi la romántica no me va nada.

Y en qué hora lo decidí.

No estoy muy puesta en romántica en general, y mucho menos juvenil, pero por lo que parece esta novela debe pertenecer a una colección particular, o algo así, primero porque tienen un sello rojo con una G-corazón-B (lo que yo traduzco como "girl love boy"), y porque en las primeras páginas Sarah, la protagonista, se lleva un libro a la playa, de los de chica conoce a chico... Es lo que más me ha llamado la atención del libro, así que ya podéis imaginar lo hondo que me ha calado...

Está contado en primera persona por su protagonista, Sarah, que conoce a un chico en vacaciones de verano, se enamora y cuando vuelve a su rutina normal pretende continuar con la relación. Aunque parece un poco unilateral, puesto que él le da largas, y tan sólo queda con ella lo suficiente como para que no pierdan contacto. Sarah se obsesiona hasta tal punto que la relación con su grupo de amigos se ve seriamente afectado.

Lo único que yo salvaría de esta novela es la narración, que es aceptable. El lenguaje es apropiado, juvenil, aunque a veces demasiado para mi gusto. En ocasiones narra con algunas expresiones que me han chirriado, no pegaban aunque era el contexto fuera apropiado.

Lo demás, aburrido. La trama es muy sosa. Y cuando parece que va a haber un hilo argumental que va a animar la historia, se deja morir. Y ha sido esperando a ver si estos hilos llevaban a alguna parte, que he conseguido terminarlo, porque si no lo habría abandonado sin llegar a la mitad. No me ha gustado, el argumento insulso, unos personajes más bien planos (aunque en la portada los venden como tan reales como tú mismo), y una protagonista egocéntrica y ciega ante lo evidente (jóvenes del mundo, hacedme caso: si pasa de tí es que pasa de tí), hacen que no pueda recomendar esta lectura. Me hizo sentir que había perdido el tiempo.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Mamá en apuros: alienada



Viendo twitter, activé un enlace a una noticia. Se trataba de una modelo australiana, de talla 40, que se había revelado contra el photoshop. Le habían hecho una foto, y la habían retocado, y ella, ni corta ni perezosa, publicó ambas en su instagram, para protestar por el uso de la herramienta de retoque fotográfico.

Vi ambas fotos y me parecieron preciosas. La imagen tiene fuerza, transmite, me gusta la distribución del cuerpo, la luz, todo... Pero me gustaba más la retocada con photoshop. Y ahí es cuando me di cuenta.

Estoy alienada.

Y esta certeza, la de saberme manipulada, la de que mis gustos son los gustos que la sociedad me dice que debo tener, me desconcierta, y me preocupa. Mucho.


Con el tema del peso, gordura y demás tengo especial sensibilidad. No es que esté gorda, al menos creo que no, pero tengo algo de sobrepeso (culpa de un año de poco running). Adelgacé el año pasado, y me quedé muy bien, pero... Pero siempre hay un pero. Nunca me veo bien. Quizás en retrospectiva he llegado a admitir lo bien que estaba en aquel tiempo, siempre en pasado y siempre viendo fotos antiguas. Pero el caso es que en tiempo presente el espejo no es mi amigo, e invariablemente me encuentro mal, me siento gorda, siendo éste, en mi caso, un adejtivo con connotaciones negativas.

No es de ahora, mi problema viene de lejos. Quizás lo pueda achacar a que me he criado con una madre que sufría obesidad mórbida, que finalmente fue operada de reducción de estómago para adelgazar. Desde la dura operación, y la aún más dura recuperación, han pasado ya más de veinte años, y mi madre ha tenido altibajos pero nunca ha recuperado el peso exagerado que tenía. Y para ella mereció la pena. Aunque ese es otro tema.

No soy psicóloga, pero creo que ver a mi madre sufrir con las dietas (que nunca funcionaban), y andar a vueltas con la báscula del baño, de alguna manera me afectó. Pasé una etapa a mis veinte años en la que apenas comía, y llegué a quedarme en una talla 40. Veo las fotos y me horroriza la cara que tenía, con los mofletes casi desaparecidos y los brazos y las piernas en los huesos. Pero en aquel entonces me sentía gorda. Superé esa etapa, y engordé, pero mi relación con la comida nunca ha sido ni sana ni normal.

Actualmente creo que he conseguido superar algunos traumas, pero la relación con mi peso sigue siendo, como poco, extraña. Lo primero que compré para mi piso fue una báscula de baño, y la utilizo casi todos los días. Desde que me inicié con el deporte parece que conseguí centrarme con una alimentación sana, intentando que fuera equilibrada, y casi lo consigo... Pero el año pasado enfermé demasiadas veces, perdí la rutina de salir a correr, y con eso se fue al traste todo lo demás.

Al ver la foto, y al darme cuenta de que prefiero la fantasía a la realidad, me viene una pregunta a la cabeza. ¿No será que lo que persigo, físicamente, es un imposible? Algo que me han vendido como lo que debo desear, y que al final se ha convertido en mi deseo. Sé que tengo que comer equilibradamente, y que tengo que hacer ejercicio, pero , estando sana, ¿debo tener el vientre plano (casi metido para adentro), y los brazos finos? ¿Mis muslos deben estar lisos como piel de bebé? ¿Por qué?

La modelo australiana no tiene celulitis, y tampoco está gorda. Comparada con la retocada tiene el muslo más relleno, y el estómago menos liso, pero lo que no tiene son complejos. Y me parece que hay que aplaudir a la gente sin complejos. Me parece un modelo de belleza perfectamente sostenible, y realista.

Me preocupa que mi hija crezca con un modelo de belleza irreal e inalcanzable. Y me preocupa más que sea por mi culpa, que sea yo la que le enseñe que tiene que dejarse la piel por parecerse a las modelos que salen en las fotos, no con palabras pero sí con mi comportamiento. Tengo que desalienarme, por ella. Por mi.

martes, 16 de septiembre de 2014

Bajo la misma estrella, de John Green



Este libro ha estado causando sensación desde que salió, y como ya está anunciada la película no quise dejarlo para más tarde. Me gusta leer el libro antes de ver la película, porque así dejo libertad a mi imaginación, alguna vez lo he hecho al revés, y disfruto también de la historia, pero los personajes ya tienen cara y me desconcierta si hay muchos cambios en el guión.

Bajo la misma estrella cuenta la historia de Hazel Grace Lancaster, una chica de quince años, enferma terminal de cáncer. Conoce a Augustus Waters en una terapia de grupo, y se enamoran. Ambos se leen el mismo libro, uno sobre una enferma de cáncer, que termina de manera abrupta y se obsesionan con él hasta el punto de intentar contactar con el autor. Esta es la versión sencilla del argumento, tiene mucha más complejidad de lo que puede parecer a simple vista.

Por empezar por algún lado, la historia está narrada en primera persona. Es la misma Hazel, con su voz de adolescente, con su personalidad de adolescente, ambas marcadas por el estigma de saber sus horas contadas, la que cuenta con crudeza su propia historia. Y lo hace de tal manera que conmueve, que enternece dentro de una historia que es de todo menos tierna.

Cualquier novela que contenga los ingredientes que ésta contiene, es decir: adolescentes con cáncer y una historia de amor, es principal candidata a ser un bodrio infumable destinado tan solo a conmover utilizando los lugares más comunes para ello. Pero Bajo la misma estrella huye de convencionalismos y, como la novela que la misma Hazel lee y relee con enfermizo fervor, no cae en los tópicos sobre los niños enfermos y no pretende victimizar ni dar pena, sino mostrar una realidad. Muestra a los enfermos de cáncer no como enfermos sino como personas que tienen una enfermedad, que no es lo mismo. Tienen una lucha con el cáncer, pero no por ello se sienten héroes, tan sólo intentan sobrevivir.

Es una historia tierna, a pesar de la crudeza, y muy original. Además, sorprendente. Tiene un giro argumental que a mi me desarmó por completo. Ya estaba empatizando, pero en ese punto comencé a llorar y ya se me dificultó la lectura.
A pesar de todo, conseguí terminarla. Y me alegro mucho de haberla leído, y de haberlo hecho antes de ver la película, porque es de esas historias que transmiten mucho más si las lees que si las ves.
Tengo entendido que la película es muy fiel al libro y que está muy conseguida, pero hasta que no la vea no podré opinar. De momento os dejo el trailer. Y os recomiendo el libro, es uno de esos casos en los que su fama está más que justificada.






viernes, 12 de septiembre de 2014

Mamá en apuros: Objetivos



Era Nochevieja del 2013. Momento para hacer balance sobre el año, (aunque suene mal, fue bueno porque no murió nadie de mi familia, pero malo porque lo había tenido que pasar sin mi padre), y para hacer propósitos para el año entrante. Como ya hacía un año y medio que dejé de fumar, ese ya no me valía, así que me decanté por otra cosa.

Este año sería mi año: volvería a escribir. Algo que, por cierto, nunca tendría que haber dejado.

Mi amor por las letras me viene de lejos, desde que era pequeña (creo que ya lo he contado alguna vez), pero poco a poco, ya de adulta, se me fue apagando la llama y cada vez escribía menos. Y no puedo poner de excusa ser madre. Estaré apurada, pero mi peque tiene ahora 4 años, y la vaguería me venía de antes. De hecho a mi peque le debo volver a intentarlo, pese a que de vez en cuando se me revele y no me deje ni un segundo para respirar, mucho menos para escribir.

De modo que me hice el propósito. Pero pasaba enero y yo seguía postergando, procrastinando y aduciendo mil excusas.

"La niña no me deja"

"Tengo mucho sueño (me levanto a las 5:45)

Y la mejor excusa de todas, pese a ser la menos preparada: "no me apetece".

Pero un día leí un post en Literautas en el que ofrecían (y gratis) un organizador para escritores. Para ponerte un objetivo mensual de palabras, ir apuntándolo y, además, ponerte objetivos secundarios. Lo descargué, lo imprimí y lo encuaderné (por casualidad tengo una encuadernadora en casa... cosas de frikis).

Y fue mano de santo. Apunté un primer objetivo de 9000 palabras, y me puse a apuntar todo lo que escribía. En enero fueron sobre todo reseñas. Pero ya comencé a soltar algo de una idea que me rondaba por la cabeza.


El primer mes apenas llegué a la mitad del objetivo, pero tuve algo muy positivo: comencé con mi proyecto nuevo. Y, además, el gusanillo de sentarme a escribir todos los días iba haciendo nido.

Febrero y marzo fueron fructíferos, una media de 8000 palabras cada mes, y un objetivo de 10.000. No estuvo mal, había escrito casi todos los días, pero aún no había llegado al objetivo. Abril fue la debacle, sólo 2000 palabras, y en mayo conseguí llegar a la mitad.

Pero llegó junio. Y en junio ya tenía una rutina creada. Todos los días, después de comer, mientras MiniP se echaba la siesta me ponía a escribir. Un día una reseña, otro avanzaba con el proyecto, que ya iba cogiendo forma y hasta nombre propio (ya os la presentaré). Y fueron pasando los días, el cole acabó, la rutina de la peque se modificó, y hasta estuve una semana enferma con anginas (y fiebres casi delirantes). Y cuando fue momento de hacer cuentas, no cabía en mí de gozo. ¡Había conseguido el objetivo! Me puse tan contenta que cogí un fosforito y me hice una cara sonriente en la hoja, y, mayor premio todavía, mi hija me hizo otra.

En julio, pese a las vacaciones, la playa, los días de piscina y que le hemos quitado la siesta a MiniP, no sólo llegué al objetivo sino que lo sobrepasé en casi 4000 palabras. Un hito en mi historia personal.


Y el proyecto se ha hecho tan grande que ha pasado de ser un ejercicio de escritura libre a tener una planificación. Y con la planificiación he descubierto que escribo más palabras en cada sesión.Todo este rollo de números y meses para decir lo gratificante que es marcarse un objetivo y verlo cumplido. Y lo más importante no es el número de palabras. Lo más importante para mi es que vuelvo a escribir todos los días, que esa necesidad que tenía sofocada y que me estaba consumiendo por dentro ahora está libre y satisfecha, y que ahora soy mucho más feliz. La cabeza me bulle con ideas, encuentro hueco para soltarlas y de paso le enseño a mi hija que por los sueños hay que luchar. Y cerramos círculo, pues ella me está recordando lo que es vivir con ilusión.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Juicio Final: Sangre en el cielo, César García Muñoz



Sinopsis: Una tormenta de extraños rayos asoló la tierra, arrasándolo todo a su paso de forma simultánea. Después, el cielo se volvió del color de la sangre y desaparecieron las estrellas.

Así comenzó, de repente, desde las alturas, condenando a toda la humanidad a una reclusión inexplicable. Así surgió la bóveda, una gigantesca barrera roja que rodeó el planeta por entero. Y eso solo fue el inicio.

Pero ¿qué o quién está detrás de la aparición de este increíble fenómeno? Muchos peligros se desataron tras la aparición de la bóveda, dejando a la humanidad al borde del colapso. La única esperanza es romperla de algún modo antes de que el tiempo se acabe...

Este fue el segundo libro que me llevé a la playa, por si acaso me terminaba el otro que me había llevado. Lo tenía en la estantería desde hace mucho tiempo, demasiado si tengo en cuenta que me lo envió la editorial muy amablemente.

Juicio Final Sangre en el Cielo forma parte de la colección B de books, que está formada por títulos que sus autores publicaron por su cuenta en Amazon y que debido a su éxito Ediciones B decidió sacar en papel.

La novela, en conjunto, es muy entretenida. Tiene una estructura muy clásica en este género de acción: capítulos muy cortos, dando un poco de información cada vez y alternando la visión de los personajes en cada uno de ellos. El narrador, omnisciente, toma partido por cada uno de ellos y nos va contando su parte de la historia hasta que se acaban uniendo.

Este tipo de estructura hace que su lectura sea muy ágil y amena, no deja espacio al aburrimiento. La acción va in crescendo hasta un punto en que parece que la cosa no tiene salvación, y... Bueno, no voy a decir si la tiene o no por si alguien quiere leerlo.

La lectura es ágil, como ya digo, pero vacía. Los personajes son muy estereotipados, la narración algo plana (no hay juegos narrativos más allá de la estructuración de los capítulos) y esta estructura clásica de libros de acción tiene mucho ruido y pocas nueces. Es decir, el libro entretiene, pasas un rato, pero tampoco es que vaya a dejar un huella en el lector. Para mí es la versión literaria de las películas de tiros o de coches: estás un par de horas sin pensar en nada, con la mente en blanco para seguir (y a veces creer) la historia, aderezada además con el torso desnudo del protagonista y muchas chicas en bikini.
 
 Resumiendo: la narración, aceptable, aunque plana; los personajes estereotipados; pero el argumento es sólido, y bien sostenido, por fantástico que pueda parecer, sigue siempre una línea lógica. Capítulos cortos y con cliffhangers para mantener la tensión. El balance final me resulta positivo: fue la lectura adecuada para la playa, el calor, la arena y la piscina.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Mamá en apuros: Vacaciones en la playa (II), complicaciones



Ya he dicho que pasamos una semana en la playa. Sólo una de las 52 que componen el año. A mi se me hace poco, pero para ir a la playa suficiente. Demasiada arena (como ya sabéis).

Pues bien, casi todos los años suele ser una semana tranquila, en la que no ocurre nada extraordinario, nos dedicamos a ir a la playa o a la piscina y a conocer el entorno. Este año visitamos Peñíscola, que si bien es muy bonito, no creo que vuelva. Demasiada gente. Sin embargo, por la mañana íbamos a la playa, comíamos en el apartamento, y después de descansar, bajábamos a la piscina hasta la hora de cenar, cuando buscábamos un chiringuito barato y cuco que nos atendiera. Todo normal.

En los muchos por si acasos que suelo guardar en la maleta había incluído medicina. Apiretal y Dalsy para la niña (para los que no sean papás son la versión infantil y líquida del paracetamol e ibuprofeno en ese orden), y pastillas de paracetamol e ibuprofeno para mi. Digo para mi porque me he pasado los nueve meses del colegio enferma. Y no exagero. Cada quince días, más o menos, desde que empezó el cole en septiembre, MiniP amanecía con fiebre, mocos o dolor de tripa. A veces las tres cosas a la vez. Inevitablemente, a los dos días de que MiniP se curara, caía yo. Con la diferencia de que lo que a ella se le pasaba en un par de días sin consumir para nada su energía, para mi se convertía en una semana de puro sufrimiento y cansancio. Tres veces (tres, que se dice pronto), he caído con cuarenta de fiebre y anginas como pelotas de tenis. Y cada una de las tres han dado resultado una semana entera de baja. Menos mal que no tengo un trabajo precario (y aunque es una mierda doy gracias por ello).

Por eso llevé el arsenal. Por si acaso. No tenía intención de ponerme mala, y por supuesto no quería que MiniP se constipase, pero visto y estudiado nuestros antecedentes, usé la máxima que dice "más vale llevarlo y no usarlo que no llevarlo y necesitarlo", y lo eché a la maleta.

Por supuesto, Papá en apuros se rio de mi. Tiene ese extraño sentido del humor, al que no acabo de cogerle el tranquillo (y son ya catorce años juntos, creo que si no lo he cogido ya dudo que lo vaya a hacer), que hace que se ría de mis desgracias. Me dice que estoy mayor, que estoy pocha ya, que estoy blandita... Se ha pasado el año entero diciendo: "¿Otra vez estás mala?", cada vez que yo tosía. Pero ya se sabe lo que dicen, que quien ríe el último, ríe mejor.


Era el tercer día de playa. Salíamos de la piscina, y no sé que fue a decir Papá en apuros que no le salió la voz. Carraspeó y lo volvió a intentar. Lo consiguió pero no con su voz, al menos no con su voz normal. Se le había tomado. Así se quedó la cosa.
Pero al día siguiente le dolía la garganta, y a los dos días comenzó a tiritar. No es que hiciera mucho calor, la verdad, pero tampoco estaba la cosa para ponerse manga larga. Le toqué la frente, perlada en sudor, y estaba ardiendo. Por primera vez en catorce años (sí, el tiempo que llevamos juntos) Papá en apuros tenía fiebre. 
La roca. Hulk. Vikingo. Así se considera Papá en apuros. Porque no se pone malo nunca. Porque va en manga corta en invierno. Porque es un poco soberbio, también (y eso me gusta, no os vayáis a creer). Catorce años sin ponerse enfermo y tiene que caer justo en la única semana que nos vamos al año. Cincuenta y dos semanas para elegir, virus en casa para dar y tomar, y cae en vacaciones. Me hubiera reído si no lo hubiera tenido delante. Qué demonios, a quién voy a engañar. Me reí delante de él y con ganas.
Por la mañana decidimos ir al médico. Nos preparamos lo tres, MiniP y yo con vestidos cortos playeros y Papá en apuros con bermudas y jersey de manga larga. Encogido iba hacia el coche. Nos montamos, atamos a MiniP, me pongo frente al volante y le doy al contacto.

El coche no arranca.

En lugar del habitual ruido del motor, hace una especie de tos ahogada. Por más que le doy al contacto no sucede nada. El coche ha decidido ponerse malo, como Papá en apuros.

Llamamos a la mutua, y como resulta que estoy a más de cien kilómetros de mi casa no me traen a un mecánico, pese a que lo pago a base de bien cada año. En lugar de ello me ofrecen una grúa que recogerá mi coche y soy yo la que debe buscar un taller al que llevarlo. Eso sí, me dan ellos tres teléfonos de tres talleres, pero ninguno de Peñíscola, porque parece que allí no hay ningún taller.

Cuelgo malhumorada y con ganas de estrellar el teléfono contra el suelo, de pura frustración. No entiendo cómo me tengo que buscar yo la vida teniendo un seguro a todo riesgo. Papá en apuros está más malhumorado que yo, porque además del cabreo está el hecho de que se encuentra fatal, y no está acostumbrado a encontrarse mal. Frustración doble.

En ese momento la suerte nos sonrió. Estábamos aparcados en una pendiente, y por casualidad (o destino) lo habíamos dejado con el morro apuntando hacia abajo (la salida). En el momento en que iba a llamar a algún taller, o a coger el autobús para ir a Peñíscola, o a intentar meter la mano en el teléfono y sacudir a alguien para quedarme tranquila, en ese momento crucial llegó una familia, se subió a su monovolúmen, que estaba aparcado delante de nuestro coche, y se fue. Vimos el cielo abierto y el camino despejado.

Sin mucha esperanza nos montamos en el coche, esta vez fue Papá en apuros quien se puso al volante, quitó el freno de mano y lanzó el coche cuesta abajo. Arrancó la segunda vez que pisó el embrague, y ya no lo paramos hasta llegar a Peñíscola, donde, cosas de la vida, sí que había un taller.

Asunto zanjado, batería cambiada, cien euros menos en la cuenta y la tranquilidad de que el coche arrancaría cuando lo fuéramos a coger, y la libertad de ir, ahora sí, al médico.

En la consulta no tardamos mucho. Papá en apuros abrió la boca y la doctora le miró dentro. Hizo un gesto de asco mientras apartaba la cabeza y siseaba algo así como agggghhhh. Le dijo a Papá en apuros:

- Tienes amigdalitis.

A lo que Papá en apuros contestó:

- Lo dudo mucho - pausa dramática- Me las quitaron a los cuatro años.

- Pues entonces tienes la garganta inflamada. - Sin inmutarse. Se giró a la enfermera y le dijo - Ponle 150 de antibiótico.

- Sólo tenemmos 120.

- Pues 120.

Pincharon a Papá en apuros el antibiótico, y salió con una receta de más antibiótico, esta vez en pastillas e ibuprofeno. Y con la tranquilidad de que le hubiera atendido una doctora tan competente.

El resto de la semana transcurrió sin incidentes. Papá en apuros estuvo otro par de días malo, y mejoró la tarde antes de volver a casa. Por lo menos la última noche pudo tragar la cena sin morirse de dolor, y pudo pasarlo con nosotras sin temblequear a causa de la fiebre. Eso sí, ya no volvió a bañarse en la playa, ni en la piscina, y hasta el año que viene no vuelve a tocar.

Esperemos que la semana del año que viene, la única de cincuenta y dos que pasamos fuera, no sea tan movidita, y pueda decir hasta que me he aburrido de la playa y sus dichosos granos de arena.

martes, 2 de septiembre de 2014

Ars Magica, Nerea Riesco



Contraportada: En 1610, en Logroño, han sido condenadas a la hoguera once personas acusadas de brujería. Sin embargo, amplias zonas del señorío de Vizcaya y Navarra siguen sufriendo la presencia del demonio y sus secuaces...

Para tranquilizar al pueblo, el Santo Oficio envía a Alonso de Salazar y Frías, un inquisidor secretamente descreído: ha perdido la fe en Dios y no cree en el diablo ni en las brujas. Su historia se va a cruzar irremediablemente con la de la joven Mayo, que recorre los caminos vendiendo hechizos y ensalmos. A lo largo de su viaje, ambos tendrán que enfrentarse a poderes perversos que sembrarán su paso de obstáculos, así como a la muerte de las personas que más aman en el mundo.

Una trama apasionante que recupera la fuerza de la tradición mágica de neustra cultura, en la que está implicada incluso la élite del poder político y religioso del Siglo de Oro, y que se basa en un episodio de nuestra historia que quedó documentado y misteriosamente olvidado en los sótanos del Santo Oficio durante casi tres siglos...



Cogí este libro para ir a la playa, porque no me gusta llevar el kindle (por la arena y por el calor del sol), y este era de tamaño bolsillo, y gordito para que me durara toda la semana. (Me llevé otro por si lo terminaba, y menos mal). No sabía nada de él, me lo regalaron hace ya algunos años y se quedó esperando su turno en la estantería, de modo que sólo sabía que iba de brujas y poco más.

Y aunque la verdad es que no es una historia que a priori apetezca leerla tumbada en la arena al sol del verano, disfruté muchísimo su lectura y me ha descubierto a una autora que no conocía y que tiene más libros en el mercado (apuntados todos a mi lista infinita).

Según iba leyendo, y me iba atrapando la historia, tenía la sospecha de que parte de la historia era real. Basada en hechos reales, por lo menos. Y no porque metieran información con calzador, realmente eran comentarios sutiles del tipo: "y así lo apuntó meticulosamente en su diario", "tal como quedó reflejado en el auto", etc. No te saca de la historia, pero te señala que quedó escrito en algún lado. Efectivamente, la mayor parte de la historia se basa en los autos de fe de Logroño y en los diarios personales del inquisidor. Esto me sorprendió mucho, primero por los hechos acaecidos y segundo por la gran historia que Nerea Riesco ha sabido tejer entremedias, de manera que nos ofrece de forma muy amena una parte de nuestra Historia más secreta.

La narración es una delicia. No falta nada, no sobra nada. Ni una coma, ni un adjetivo, ni un pronombre. Está todo en su sitio, donde tiene que estar. El narrador es omnisciente, tomando partido siempre por algún personaje, alternando los capítulos. Se nos presenta desde el punto de vista de Alonso de Salazar, el inquisidor y por parte de Mayo, una joven con un truculento pasado que va en busca de su ama, que han prendido por bruja, principalmente. Desde sus puntos de vista conoceremos los encantamientos necesarios, las formas en las que se presenta Satán y cómo puedes hacer un trato con él o vender tu alma. También descubriremos conspiraciones, que van más allá de donde imaginamos. Es una narrativa muy interiorista, nos describe mucho los hechos y las sensaciones, así como los sentimientos de cada personaje, además de los paisajes. Todo ello contribuye a crear una atmósfera muy real, a transportarte a aquellos bosques, a aquel tiempo.

La historia va enganchando poco a poco. Pero cuando te quieres dar cuenta ya no hay remedio, no lo puedes dejar. Cierto es que lo recomiendo más para sofá y mantita (y chimenea si fuera posible), pero no pasa nada si lo leemos en verano. El caso es leerlo, a mi me ha resultado fascinante.