viernes, 30 de septiembre de 2016

Mamá en apuros: Los apuros de primaria




MiniP ha empezado primaria este año, de modo que pasamos a otro estadio. Es como pasar de nivel en un videojuego, solo que primaria de juego tiene poco y de vídeo menos.

Hay mucha polémica en torno al cambio de infantil a primaria, y yo tengo mi posición bien clara. Creo que es un cambio demasiado brusco, y no creo que el error radique en infantil. Los peques vuelven de un verano eterno, durante el cual han jugado, se han bañado, han reído, han llorado, se han caído, se han levantado y han dormido poco, mucho o infinito. Un verano durante el cual algunos padres o madres preocupados han ido tras los chiquitines con un libro de vacaciones en la mano para que repasaran lo aprendido. Pero es inevitable. Lo olvidan.

Y llega el primer día de clase. Entran todos tan contentos y salen que parece que les has metido en la casa del terror… Vale, es mentira. Estoy exagerando (por otro lado, siempre exagero). Somos las madres las que parece que estamos entrando en la casa del terror.

De todos modos, cómo no se le van a olvidar a los peques las cosas, si somos los adultos y nos olvidamos también. Que llega el primer día de cole y están todos los papás, las mamás, los abuelos y abuelas dentro del colegio, en la zona que el año pasado estaba restringida a padres (y el anterior, y el anterior, y el anterior), dándoles la mano a sus hijas, hijos, nietos, nietas, sobrinos, sobrinas y hasta a la hija de la vecina del quinto de tus padres si hace falta. Que se les descoloca el flequillo, ahí están esas madres sacrificadas, para peinárselo. Que Fulanito empuja a Menganito, ahí está el abuelo para darle una patada en la espinilla al agresor. Porque las burbujas son invisibles e intangibles, si no, no habría manera de estar allí entre tanta protección.


Con el tema educativo nos pasa tres cuartas de lo mismo, y ahí voy a aplicarme el cuento. Sí, soy una mamá burbuja en ese aspecto. Creo que primero de primaria es donde deben sentar las bases para el resto de la educación, y es ahí, en este curso, donde les tienen que enseñar a leer. ¿Qué salen de infantil leyendo? Genial. Pero si no es así, no pasa nada. 

Todas las compañeras y compañeros de MiniP han salido de 5 años con una noción de lectoescritura básica. Básica al menos. MiniP ya lee bastante bien, pero además yo no he tenido que perseguirla este verano con el libro de vacaciones. Me ha pedido leer todas las noches, se acostara a la hora que se acostara, y el famoso libro lo compramos porque ella lo pidió. Leímos Charlie y la Fábrica de Chocolate, por cierto, y le encantó la historia.

Suelo tender a presumir de hija y a considerarla superdotada, como buena madre que soy, pero la realidad es que no es la primera de su clase. Es decir, que todos, más o menos, se manejan con las letras. Unos mejor que otros, es verdad, pero se podría decir que han cumplido el objetivo de 5 años.

Pues ha sido entrar a primaria y parece otro grupo. Ahora resulta que tienen un nivel bajísimo. Pero bajísimo, bajísimo, que a mí me da por pensar si están evaluando a un grupo de primero o de cinco años. Este tipo de comentarios hace que me ponga a la defensiva. Primero porque acabé muy contenta con la profesora de mi hija, y este tipo de comentarios me parecen una falta de respeto al trabajo que realizó durante tres años, y luego porque como madre me sienta mal, porque parece que está diciendo que nuestros hijos o hijas son tontos y no saben hacer lo que se supone que deben hacer. Sé que no lo han dicho con esa intención, pero la falta de respeto a la educadora anterior sí que está ahí.

Tengo una teoría. Una teoría de la conspiración. Sé por habladurías que esta situación no es la primera vez que ocurre y que se repite prácticamente con todos los grupos que pasan de infantil a primero. Y no solo con las mismas profesoras, esto no se limita a un colegio. Aparte de que, quizás, la expectativa de nivel que tengan las profesoras es quizá demasiado alto, sospecho también que haciendo publicidad negativa de cómo llegan de nivel, cuando llegue navidad y hagan balance y vean lo bien que van entonces, se cuelguen la medalla por lo buenas profesoras que son. 

Está claro que el problema educativo es muy profundo, y que no va a mejorar, al menos de momento, porque los que gobiernan no ponen demasiado empeño en mejorarlo. No se puede cambiar la ley cada cuatro años, o cada ocho según qué casos, y siempre dependiendo de las preferencias de rojos o azules. Y tampoco pueden crear las normas quienes no saben de educación, en lugar de consultar a profesionales que los hay y muchos. Y muy buenos.

A lo mejor es que hace falta un punto intermedio entre infantil y primaria, y crear un curso de orientación a primaria, al estilo del antiguo COU, donde afiancen la lectoescritura en los peques, y que no cause estrés en las profesoras (o profesores, hablo en femenino porque es lo que nos ha tocado a nosotras), que sé que están pensando en prepararles lo mejor posible para lo que les queda en el colegio.

Así les quedaría más tiempo para jugar, para seguir siendo niños, para disfrutar de los días de invierno y no pasarlos toda la tarde encerrados en casa haciendo deberes... Vamos, digo yo...



lunes, 26 de septiembre de 2016

España: Guerra Zombie. Proyecto Betania, Javier Noguera




Sinopsis (amazon): Alejandro Noriega, un mediocre escritor español, es requerido desde su refugio en un archipiélago noruego para redactar un informe de la ONU sobre la Guerra Zombi en España. Sus reticencias iniciales para viajar a la Penísula Ibérica, ocupada en su mayor parte por las hordas de muertos vivientes, desaparecen cuando, junto a una jugosa cantidad económica, se le ofrece conocer el paradero de su familia, desaparecida durante la fase inicial de la pandemia. 

Lo que comienza como una tarea de recopilación de vivencias personales sobre la hecatombe zombi se convierte en un viaje pesadillesco, del Gibraltar ampliado a la fortaleza de Toledo, del País Vasco Independiente a la Barcelona nuclearizada, en la que Noriega se ve atrapado entre dos frentes que luchan por hacerse con el misterioso Profesor Saviola y su vacuna contra el virus.



No soy yo mucho de zombies, pero lo vi en las ofertas de Kindle Flash y me animé a probarlo. Fue un impulso consumista, de esos que con los libros me dan muy frecuentemente, y es que es difícil o casi imposible resistirse a libros por un euro o poco más. Siempre menos de dos. Es lo que yo creo que deberían costar los libros electrónicos. 

El caso, que lo vi y aunque no soy muy de zombies lo compré, y lo cogí en seguida. Necesitaba algo ligero después de todo el verano con Los Gozos y las Sombras. Lo normal cuando compro un Kindle flash es que el libro en cuestión se quede durmiendo en la memoria de mi Kindle hasta que me dé por repasar y jugar al pinto pinto gorgorito a ver qué libro más bonito me leo… Tengo que retomar lo del sorteo para leer todos los libros del Kindle… En fin, que desvarío.

La novela, sorpresa, sorpresa, trata de una infestación de un virus que convierte a las personas en zombies que solo quieren comer a otras personas. Hasta ahí, nada que no me esperara. Tiene mucha acción, es rápido de leer y muy ágil. Contiene mucha escena de lucha, de supervivencia. Y me lo he leído rápido, me ha entretenido, pero no me ha terminado de gustar.

Para empezar, no sé si es la edición que he leído yo o qué, pero tiene algunos fallos que no deberían estar. Por poner un par de ejemplos, en un capítulo llegan a un alcázar (no voy a entrar en detalles), al capítulo siguiente hablan de que han pasado ya dos semanas por lo menos allí. Y al siguiente, narra una batalla ocurrida la misma noche en que llegaron.

Esto crea un lío monumental con los personajes, que de repente aparecen y desaparecen sin saber yo por dónde me andaba. Además de que con algunos se toma algunas libertades que no explica, llamándolos por los apodos sin previa explicación, o con el artículo delante, como “El Torres”, lo que queda chabacano si no media un mínimo comentario acerca de ello.

En otro momento comenta de un tipo que parece sacado de “Hombres, mujeres y viceversa”, para, en el párrafo siguiente decir que uno de ellos era un tal Mora de un programa que se llamaba Hombres y mujeres o algo así. ¿Se le ha olvidado en un solo párrafo que ya conocía ese programa de la tele? 

Son errores que se corrigen con revisiones, pero no ha sido solo por eso que no me ha terminado de gustar.

Es un escrito en primera persona. Es el testimonio de un superviviente al virus, desde los primeros momentos confusos hasta que le suceden un montón de vicisitudes y viajes de acá para allá. Y si solo fuera eso a lo mejor había colado. Pero el superviviente, que resulta ser un escritor que trabajaba para una revista de viajes, es requerido por la ONU para que viaje hasta Canarias, que es donde está el gobierno español de Aguirre fortificado, y les haga un informe sobre el tema. Y ahí es donde empiezan los viajes, las agonías de este escritor, y donde mi fe deja de funcionar. Porque para ser un informe, el lenguaje es demasiado coloquial y el tono es demasiado jocoso. 

Luego tiene “bromas” que a mí, la verdad, no me han hecho gracia. Quizás porque yo soy más de humor inglés, pero el poner a Aguirre de presidenta, o a Pérez Reverte de mariscal, más que parecerme un guiño, me han sacado un poco de la lectura.



Por lo demás, como ya digo, entretenida. Pero, para mi gusto, no da para más.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Mamá en apuros: ¡VUELTA AL COLE!




Por fín llega el cumpleaños de MiniP, que es a finales de agosto (a tres días de acabar el mes), y a mi se me pone una medio sonrisilla tonta en la boca. No solo por comprobar lo mucho (y demasiado rápido) que está creciendo mi retoña, no. Porque pasado el cumpleaños llega septiembre, y con septiembre, la vuelta al cole.

Soy firme defensora de los tres meses de vacaciones. No me molesta mi hija por mucho que haya días en los que me tiro de los pelos, pero es que esos días los tengo en verano y en invierno también. La miro a ella con su verano infinito y me da envidia. Recuerdo mis veranos eternos de cuando era pequeña, cuando tenías todo el tiempo del mundo por delante y un pueblo por explorar. Veranos de ríos, de piscina, de explorar cañadas inundadas de vegetación. De pincharme con ortigas, y ya finalizando el verano, cuando los días se iban haciendo más cortos, de ir a coger moras. En un verano cabía una vida entera, y aunque parecía no tener fin al comienzo, siempre me maravillaba de lo rápido que había pasado el tiempo cuando terminaba.

Pero eso era mi infancia. En la que me dejaban en el pueblo, con mi abuela y con todos o casi todos mis primos. Siete niños y niñas que nos íbamos juntando por días y por edades, para buscar el entretenimiento. 

La infancia de MiniP es algo distinta. Para empezar no tiene cinco primos más, sino dos. Eso limita las opciones de juego. No tiene pueblo, y cuando se va a la sierra lo hace con la rama de la familia por la que es nieta única, con lo que no tiene más niños o niñas para jugar. Mucho espacio, muchas posibilidades, pero solo adultos con los que compartirlas. Y con adultos no es lo mismo.

Tuvimos la suerte de coincidir con más personitas de su edad en las vacaciones, tal como os conté aquí, pero eso tan solo supuso una semana de los casi tres meses estivales. Eso sí, esa semana le supo a gloria, la disfrutó al máximo.

Luego de las vacaciones nuestras volvimos a lo mismo: a llevarla por la mañana con los abuelos o la abuela, y por la tarde a la piscina. Para ella un poco aburrido, para mi una locura. Voy corriendo para todos lados, que si tarde a dejarla, tarde al trabajo, que se me hace tarde para recogerla, comer corriendo porque si no se hace tarde para ir a la piscina. Parezco el conejo blanco, mirando su reloj de bolsillo: ¡tarde, tarde, tarde! 

Y MiniP, como digo, aburrida. No digo que pasara cada minuto de cada día aburrida, pero en conjunto sí. Por la mañana los abuelos la bajaban al parque, con el bañador, y la dejaban jugar con las distintas fuentes que tienen a pie de acera en su barrio. La recogía empapada, pero contenta. Y por la tarde, en la piscina, se lo pasaba bien. Disfruta como una enana en el agua.

Pero su cuerpito le pide rutina. Le pide levantarse temprano, tener cosas que hacer, de distinta índole, que la mantengan entretenida. Su cuerpito le pedía ya colegio.

Por eso, cuando tras su cumple ya le fuimos anunciando que en apenas diez días empezaba el cole, se puso loca de contenta. Hicimos cuenta atrás, sin tachar días en el calendario porque siempre se nos olvida, y cuando nos acordamos no tenemos el rotu a mano, pero de viva voz. ¿Cuántos días quedan hoy? ¿Y hoy? ¿Y hoy?

Una semana antes del cole me puse yo mala de la tripa. Mala no, malísima. Perdí tres kilos en dos días, ya os podéis hacer una idea. Por la cabeza me rondó la duda: ¿se lo pegaré a MiniP? Quizás, pero eché cuentas y me dije que probablemente para cuando empezara el cole ya estaría bien. 

Acerté y me equivoqué. 

Acerté porque, efectivamente, le pegué el virus o lo que fuera, solo que a ella le afecto algo menos que a mi, y no perdió mucho peso. Y menos mal, que si la pobre mía adelgaza un kilo desaparece de la vista. Pero erré en el cálculo. Llegó la víspera del cole y todavía seguía mala. Ya casi bien, pero no del todo.

Así fue lo de MiniP, pero al revés...

Le dije que así no podría ir al cole, y ya empezó el drama. 

Llorando, que quería ir, que quería ir al cole y ver a su amiga del alma que hacía mucho que no la veía. Y quería ir al cole.

Tan insistente se puso que cedí: si se levantaba bien, la llevaba al colegio. 

Se acostó temprano, le costó dormirse, pero he de decir en su defensa que lo intentó. Se levantó aparentemente bien, le puse el desayuno y todo iba correcto. En el último trago de colacao le dio una arcada y vomitó en la misma mesa. 

Yo, muerta del asco, y aguantándome las ganas de vomitar, le dije que no iba al cole y no había más que hablar.

Me juró y perjuró que había sido que le había dado asco una cosa del bollo del desayuno. La hipótesis podría resultar cierta, porque la verdad es que es una niña bastante asquerosita en ese sentido, pero no me la iba a jugar. Era el primer día, con profesora nueva y no podía arriesgarme a que se pusiera mala en mitad de la clase y no le diera tiempo a llegar al baño. Llamé a mi madre y la llevé con ella.

MiniP lloró todo el proceso. Lloró mientras la vestía. Lloró mientras se calzaba. Seguía llorando camino al coche, y durante el trayecto. Hubo un momento en que se calmó, que estuvimos hablando tranquilamente, pero fue ver a mi madre y echarse a llorar de nuevo. El salmo era el mismo: yo quiero ir al cole, yo quiero ir al cole… 

Le prometí que si seguía bien todo el día al día siguiente la llevaría al cole, y la dejé como una magdalena llorando a moco tendido.

Me fui al trabajo pensando en qué clase de hija tengo. La pobre mía, llorando porque quería ir al cole. Me alegro que aún no se le haya inoculado el virus ese que te hace ver el cole como algo negativo. Me encanta que vaya ilusionada y con ganas, espero que le dure mucho tiempo.

Por suerte pasó el día fenomenal, sin ningún síntoma de enfermedad, y al día siguiente la pude llevar al cole. Tan contenta iba que casi ni me da un beso de despedida para irse a la fila. Y de tantas ganas que tenía, que ni siquiera ha notado el cambio que supone pasar a primero, cambiar de profesora y empezar a estudiar como si pasado mañana fuera a hacer la selectividad. Para ella ha sido la vuelta al cole, nada más, lo de todos los años. 

Tan natural como la vida misma.



martes, 20 de septiembre de 2016

Cuéntame una noctalia & Un hotel en ninguna parte de Mónica Gutiérrez




Sinópsis Cuéntame una noctalia (Amazon): Grace vive en Londres y trabaja como cirujana de éxito en uno de los hospitales más prestigiosos de la ciudad pero se siente sola. En vísperas de Navidad decide volver a su pueblo natal, una pequeña aldea de Transilvania, donde viven sus abuelos y su padre. Grace se reencuentra con su infancia, con una vida plena y feliz, con su familia. Pero además de los excéntricos vecinos del pueblo, la mula de Cesare, el cotilla del farmacéutico y los misterios de su padre y su hermana, Grace va a encontrarse con algo que no esperaba y que trastocará todos sus planes.

Sinopsis Un hotel en ninguna parte (Amazon): ¿Quién dijo que las segundas oportunidades no podían ser las mejores? No importa lo mucho que te escondas: cuando el amor viene a por ti, te encuentra.

A Emma Voltarás no le queda nada: ni trabajo, ni casa, ni pareja. Por eso acepta una oferta para trabajar todo el invierno en El Bosc de les Fades, un hotel escondido en un bosque. Allí aprenderá que todo lugar extraordinario esconde secretos pero ¿no es ese el mejor punto de partida para empezar de nuevo? Y es que cuando no te queda nada allí de donde vienes no tienes más remedio que seguir adelante.

Emma pronto descubrirá que la amistad puede encontrarse en cualquier lugar, por muy escondido que esté, quizás de la mano de una camarera de habitaciones hada madrina, o de una niña extraordinaria, o de un viejo escritor necesitado de ternura, o de un cocinero que le abrirá las puertas de los escenarios, o de un surfero que se hace mayor a su pesar, o de una jardinera susceptible; o, quizás de la mano de un hombre huraño y maravilloso capaz de devolverle la ilusión por volver a bailar sobre zapatos de cristal entre las flores de un jardín encantado. 

Sin mapas. 
Sin prisas.
Sin condiciones.
Ven a perderte en El Bosc de les Fades.



He decidido reseñarlos los dos juntos porque son libros cortitos, que se leen muy rápido, y que tienen muchas similitudes. La similitud más obvia es que son de la misma autora, y la segunda gran similitud es que son sencillamente geniales. Y como no me apetecía repetirme en lo mucho que enganchan, lo magníficos que son los personajes, y en las historias de pérdidas y encuentros que tienen ambas, pues lo pongo en una sola reseña y me ahorro piropos (que están muy caretes).

Los tenía pendientes desde hace muchísimo tiempo. De hecho Cuéntame una noctalia lo tenía hasta comprado, esperando dormido en el Kindle. Pero lo vas dejando, lo vas dejando y te encuentras con que la autora, Mónica Gutiérrez, alias Mónica Serendipia por su blog, ha sacado su segunda novela y la ponen también por las nubes.

Cuando, hace poco, sacó su tercera novela, El noviembre de Kate, y además puso las dos anteriores de oferta por tiempo limitado en Amazon, por fin me decidí. Compré Un hotel en ninguna parte, y comencé a leer Cuéntame una noctalia.

Sí, mi lógica suele ser aplastante.

Cuando leo algo que ya ha sido alabado y ensalzado por personas a las que sigo y que tienen un criterio común al mío, me da miedo. ¿Y si a mí no me gusta? Suelo ser un poco puñetera con las lecturas, y peco de sincera. Si un libro no me convence, lo digo. Por muy bloguera estupenda que sea la autora. Pero, claro, si es estupenda, pero me cae bien, me da como cosita hacer una reseña que tenga elementos negativos.

Pero no fue el caso, y me di cuenta nada más abrir el libro. En un rato ya casi me había ventilado un cuarto, y MiniP se durmió y yo seguí en su habitación leyendo, porque no quería salir del pueblecito de Transilvania. Una maravilla. 

Al poco de terminar éste, me decidí por Un hotel en ninguna parte, ahí ya con menos miedo, sabiendo que Mónica Gutiérrez tiene un don para narrar.

Ambas historias tienen sus similitudes, aunque no se parecen en absoluto. Ambas hablan de la pérdida, de huir de algo, y en esa huida, toparse con algo mejor. Algo para lo que se estaba destinada.

Tienen una narración envolvente, acogedora. No sé explicarlo de otra manera. Te hace entrar en el universo de lleno, te hace casi parte de la historia. Y los personajes son geniales todos, con su carisma, su trasfondo. Y los quieres a todos.

Son historias que parten de lo negativo para evolucionar hacia lo positivo, hacia un final que es el que debe de ser en todos los casos. Pero sin ser excesivamente azucarados, lo que para mí es un alivio, ya que las historias muy rosas me causan urticaria.

Mi economía no me da para comprarme el tercero, El noviembre de Kate, al menos de momento, pero lo tengo ya en lista de deseos, para en cuanto pueda, hincarle el diente. Seguro que es igual o incluso mejor que estos dos. 

Los recomiendo sin dudar. Son libros que se leen muy rápido, y que te dejan un gran sabor de boca, de haber hecho una lectura ligera, optimista, pero de buena calidad (que no siempre es fácil que ligera y de calidad vayan unidas).

Y si alguien quiere regalarme El noviembre de Kate, lo aceptaré gustosa. ;-P



viernes, 16 de septiembre de 2016

EL CUMPLE DE MINIP: EL DRAMA DE LOS PERIQUITOS




Sobre la relatividad del tiempo ya desarrolló una teoría Albert Einstein, aunque yo, particularmente, aún no la entiendo muy bien. No la entiendo pero la padezco. Porque, no sé cómo, desde aquel día en que recibí en mis brazos a una bebé pequeñita y con cara de perdida hasta hoy han pasado ya seis años. ¡Seis! Increíble.

El cambio, evidentemente, es notable. Ya no solo habla, sino que mantiene conversaciones más que coherentes con cualquiera. Ya es una personita, con su carácter (a veces demasiado), con sus gustos, sus preferencias.

Y hay preferencias que mantiene desde hace varios años, como puede ser, por ejemplo, el amor por los animales. Ya con dos años (¡con dos!) decía que de mayor iba a ser doctora de animales. Ahora ya dice veterinaria, que quiere ser veterinaria, y si sigue deseándolo su padre y yo le pondremos todos los medios posibles a su alcance para que lo consiga. 

Atendiendo al amor por todo bichito viviente (exceptuando quizás a las arañas), decidimos regalarle por su cumpleaños una mascota. Teniendo en cuenta que ya tenemos un gato, optamos por unos animalillos que no anduvieran sueltos, y que no fueran territoriales. Nos decantamos por los periquitos.

Es difícil decidir cómo hacer este tipo de regalo. Son animales, no cosas, por lo que no nos valía la opción de comprarlos y esconderlos hasta el día del cumple. Tampoco era muy viable envolverlos. De modo que el día de su cumpleaños nos la llevamos de compras, le dijimos que necesitaba zapatos, y la metimos en la tienda de animales. Su cara fue memorable. Al entrar nos dijo: aquí no venden zapatos. Le dijimos que teníamos que comprar comida al gato. Y, una vez dentro, la llevamos a la zona de los periquitos y le dijimos: escoge dos. Nos miró a ambos, primero a uno y luego al otro, con una gran sonrisa en su cara. “Ya lo sabía”, nos dijo. Al preguntarle desde cuándo, respondió: “Desde que entramos aquí.”

Eligió a un macho y a una hembra, ambos jóvenes. Azul él, blanca ella. En un alarde de originalidad les llamó Blue y Blanqui. Nos los llevamos a casa, les dejamos encerrados en una habitación y nos fuimos a comer por ahí. Ese día le tocaba elegir a ella. Para eso era su día.
Blue y Blanqui originales


Ya por la tarde les tuvimos con nosotros en el comedor. Extasiados los cuatro frente a la jaula, los tres humanos intentando atenderles de la forma más correcta posible, el gato observando cada uno de los movimientos de los alados, y arrimándose a mi cada vez que atendía a los pericos. Pocas veces he visto a mi gato celoso, ni siquiera cuando llegó MiniP a casa hace seis años. Quizás ahora que es más viejito lo note más, no sé.

De forma provisional dejamos a los periquitos por la noche encerrados en la biblioteca, no fuera a ser que aprovechando que no vigilábamos, el gato decidiera saltar a atacar la jaula. Nos fuimos a dormir tres humanos y tres animales, pero tuvimos la mala suerte de que al despertar nos fallaran las cuentas. Uno de los periquitos se nos había quedado en el otro mundo durante la noche.

¡Qué disgusto! ¿Y ahora cómo se lo decíamos a MiniP? Como soy muy pragmática, decidí hacerlo sin darle más vueltas. Lo primero que hizo al despertarse fue preguntar por sus periquitos. Y le dije: hay una mala noticia. Blue se ha muerto.

Esperaba llantos. Esperaba gritos. Pero no esperaba un encogimiento de hombros, que es lo que obtuve. Y un: ¿lo puedo ver? 

Aquí no sé si obré bien o mal, pero ya había recogido el cadáver del pobre animalito, y no me apetecía andar mostrándoselo, de modo que negué la petición.

Nos resultó curioso que fuera el macho el que muriera. Fue el que más exploró la jaula, el que comió del palo de golosina que le pusimos, el que se subió al columpio; mientras que la hembra se quedó en uno de los palos, sin moverse, piando de vez en cuando como reclamando al macho que no la dejara sola. 

Por suerte, o por desgracia, este tipo de eventualidades la tienda ya las tenía previstas, y si te fallecía alguno de los animalitos en un plazo de quince días, te daban otro. De modo que fuimos la misma tarde con el cadáver de Blue a “descambiarlo”. Qué frío suena. Y que mal. Pero es la política que se gastan. 

MiniP escogió a otro macho azul. Y también le llamó Blue. Le llevamos a casa y le metimos con la periquita, que seguía tan quieta y callada como el día anterior. 

A este macho ya se le veía con otra energía. En el camino a casa ya estuvo poniéndonos la banda sonora, quejándose a gritos. También lo hizo en la jaula. 

Para evitarles corrientes, o altas temperaturas, o qué se yo, estudiamos los posibles sitios donde ubicar la jaula. Y encontré uno que creía que era óptimo: estaba en alto, y Yoda (el gato) no podía subir ni de un salto ni trepando por otras baldas. Justo encima del mueble de la tele, aunque no justo sobre la tele. Estaban también a salvo de radiación.

Nos fuimos a dormir. Pero esa noche ni papá en apuros ni yo descansamos tranquilos. A cada rato nos asomábamos a los periquitos. Y de paso, a vigilar a Yoda, que se había olvidado de que estaba celoso y de que quería estar conmigo a cada segundo, porque se plantó en el sofá vigilando a los pericos, no fuera a ser que se escaparan (y se los pudiera comer). 

Me despertó Papá en Apuros, apurado, diciéndome: “se nos ha muerto el otro periquito”. Tras el exabrupto de rigor, me fui directa a la jaula a ver qué pasaba. El macho estaba en una barra. Pero la hembra, Blanqui, estaba en el suelo, aunque no tirada. La llamé, silbándola suavemente y levantó la cabeza. Pero enseguida la bajó. No, no estaba muerta, pero muy bien tampoco estaba.

Nos tuvimos que ir, ya que el trabajo no entiende de periquitos enfermos, y cuando volví a casa entré yo primero, no fuera a ser que se encontrara MiniP a la periquita muerta. No, no estaba muerta, pero la situación no había cambiado. La cogí y le di agua con una jeringuilla. Ya lo había hecho por la mañana y le había sentado bien. También llamé a la veterinaria, para pedirle una cita. Le estuve preguntando y me dijo que le intentara dar de comer. De modo que preparé otra jeringuilla con avena, y se la intenté dar, pero tuve menos suerte que con el agua. La cita nos la dieron a las ocho de la tarde, y según colgué, mi objetivo fue mantenerla con vida por lo menos hasta entonces.

En la clínica (la de la tienda) la miraron y comprobaron que, efectivamente, muy bien no estaba. Le pincharon vitaminas y antibiótico, y se quedaron con los dos allí en el hospital para vigilarlos. Nos fuimos a casa con sentimiento de fracaso. Un regalo que le habíamos hecho a MiniP con tantísima ilusión, y se nos había fastidiado: uno muerto y la otra enferma. Y encima, no habían pasado ni dos días y nos volvíamos a casa sin ellos. 

MiniP me preguntó por los periquitos nada más levantarse, de nuevo. Si sabía algo de ellos. Estaba esperando llamada de la clínica, pero no tan pronto. Lo hicieron por la tarde y no con buenas noticias: Blanqui no lo había superado. 

La verdad es que me tocó. Había estado mandando todas mis energías positivas a la pobre periquita, pero no pudo ser. Al otro lo dejaron algunos días en observación, por si había sido algo infeccioso, pero al comprobar que no, nos lo devolvieron. También pudimos elegir otra hembra en sustitución de Blanqui. Como no, MiniP eligió a otra blanca, aunque con tintes amarillos, y la llamó igual. 
Blue y Blanqui Segundos, vigilados por Yoda


Y ya llevamos con ellos en casa una semana, afortunadamente sin problemas. Se notó la diferencia prácticamente desde el primer día, ya que los Blue y Blanqui originales no comieron ni bebieron nada, y los segundos sí que lo hicieron desde el primer momento. Son más ruidosos, pero ya nos hemos acostumbrado todos, incluido Yoda, que ya no hace guardia desde el sofá. Aunque sí que se arrima cada vez que bajamos la jaula.

Esperemos que nos duren muchos años, aunque no sé si volveré a regalar un ser vivo para un cumpleaños.

Por cierto, cuando les consigamos amaestrar prometo subir algún vídeo.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Mamá en apuros: El verano de MiniP




Llevo un poco de retraso en lo que viene siendo mi vida entera, y por eso es ahora, cuando está comenzando la rutina, cuando las piscinas están cerradas, cuando vuelve el colegio y las extraescolares, que encuentro por fin el tiempo y el momento para sentarme a escribir sobre las vacaciones. Paradojas de la vida.

Porque sí, las vacaciones me encantan, pero como son vacaciones, no paramos de hacer cosas, o de no hacer nada, que también cuenta como algo, pero el caso es que no soy capaz de organizarme para sentarme un momento a escribir. Quizás es que estoy demasiado ocupada viviendo.

Luego se nos acaban las vacaciones, a los adultos del hogar, me refiero, y es casi peor. Un desorden de idas y venidas, de dejar a MiniP con unos abuelos o con la otra abuela, contrapeando, recogiéndola deprisa y corriendo para preparar las cosas e irnos a la piscina, porque… ¿qué vas a hacer con este calor endemoniado? Nosotras (y Papá en Apuros también) somos de pasar el calor a remojo, aunque eso suponga para Mamá en Apuros (es decir, para mi), tener que lucir palmito en bikini, cosa que no me agrada lo más mínimo.

Pero el tiempo, aunque en la época estival pueda parecer eterno, pasa, los días se acortan y ya no anochece tan tarde. Ahora tocaría hablar de que el calor asfixiante es cosa de agosto, pero parece que septiembre ha comenzado con envidia del mes más caluroso y llevamos unos días derritiéndonos bajo un sol traicionero. Una de las cosas que me gustan de este mes con olor a retorno es precisamente eso, que las tardes ya no son tan cálidas, que ya las noches son más llevaderas. Pero este año parece que no, que se han olvidado de apagar la caldera.

Por eso quería recordar mi semana de vacaciones fuera. Porque fue una maravilla de temperatura, de días de playa y montaña, y porque para MiniP supusieron una verdadera novedad.

Solemos salir a la playa una semana al año, y este decidimos, para mi alivio, dejar el levante para los levantinos y los madrileños, y nosotros viajar al norte, a Asturias. Cogimos un apartamento rural que se veía muy cuco en las fotos, y que no nos resultó excesivamente caro, y llegado el día cogimos carretera, dvd portátil, todas las maletas, y allá que nos fuimos la familia En Apuros.

Lo del dvd en el coche, por cierto, es una maravilla. Sí, llevo a mi hija enchufada viendo películas de dibujos, y para rematar mi malamadreo (si no conocéis a las Malas Madres no sé a qué esperáis), con auriculares para que Papá en Apuros y yo podamos ir escuchando música. Sé que no es lo mejor, pero oye, es un viaje al año, y prefiero hacerlo así y no escuchar ni mu desde el asiento trasero que pasarme cinco horas con continuas quejas, peticiones y lloriqueos.

Llegamos al lugar. Era un sitio espectacular, las fotos de internet se quedaban cortas. Nos recibió el dueño y nos dio un trato espectacular. Nos explicó cómo funcionaba todo allí, nos indicó los mejores sitios a donde ir, las playas más cercanas y nos indicó sobre los caminos de tierra que pasaban por allí. 
El jardín con los columpios


En lo que nos atendía, empezaron a llegar más familias. Y digo bien, familias. El sábado que llegamos nosotros, todos los ocupantes de los apartamentos rurales (creo recordar que eran un total de 12), fuimos familias con niños y niñas de diferentes edades. 

Mientras nos instálabamos en el apartamento, MiniP pidió quedarse fuera a jugar. Los apartamentos estaban dentro de una sola parcela, con un jardín enorme, con varias mesas de tipo bar, y también había columpios y un par de mesas tipo merendero. No había peligro de que se saliera del recinto, y aunque se hubiera ido, la posibilidad de que la pillara un coche era escasa. El pueblo donde estábamos era apenas una aldea que se llenaba gracias a las casas rurales.

Y mientras nosotros los adultos colocábamos las cosas, se obró el milagro. Las demás familias que fueron llegando también debieron hacer algo parecido: mandar a los niños a jugar mientras los mayores se acoplaban, y así se conocieron los peques.

Tanto, que ese mismo día, cuando llevaba un rato jugando con un niño y tres niñas que no conocíamos de nada, vino corriendo al apartamento a pedir si podía irse con sus amigos a ver un estanque.

Yo me quedé de piedra. ¿Cómo que irse? ¿Qué estanque? ¿Y, por favor, qué amigos? No era capaz de pronunciar palabra. Abría la boca y la volvía a cerrar. No quería decir nada porque MiniP tenía la cara iluminada de felicidad, mientras que una pequeña parte de mi se rompió por algún lado. Papá en Apuros vino a mi rescate. Él simplemente dijo que sí.

Le miré con los ojos a punto de salírseme de las órbitas, preguntándole por telepatía si se había vuelto loco, pero supo manejar a la madre megasúperprotectora que hay en mí. Me hizo un gesto con la mano como pidiendo calma y me dijo: “Déjame a mí”.

MiniP dio un grito de júbilo y salió corriendo, con una sonrisa de oreja a oreja y el pedazo de mi alma que se había llevado sin permiso. Sé que suena dramático, pero para mí supuso un paso demasiado importante. Era la primera vez que mi hija me abandonaba, que salía del nido con ganas de investigar por su cuenta. En realidad da igual que lo hiciera con cinco años, o con dieciocho, a mi me habría resultado igual de doloroso.
La playa del Canal, la más cercana a los apartamentos


Cuando hubo salido Papá en Apuros me demostró que no estaba loco. Me dijo que los había escuchado hablar, y que algo había comentado con alguno de los padres, que no era el primer año que venían, y en las proximidades había un pequeño estanque con patos. Y para seguir demostrándome su cordura, pasados dos minutos, fue tras MiniP. 

Ese fue el punto de inflexión. Habíamos llegado muchas familias, pero el grupo de niños se dividió entre grandes y pequeños, y MiniP se juntó con los grandes. Y con quien más migas hizo fue con el único niño, M, que era apenas uno o dos años mayor que MiniP. Luego había dos niñas de unos 9, L. y C., y la hermana de M, A., de 11.

Desde ese primer día, cada excursión o día de playa era un sinvivir para ella. Pero, muy cuca ella, no llegaba a preguntar por su amigo. Nos decía: “¿después de comer volvemos al apartamento?”, y le contestábamos que M. aún no estaría. Y ella respondía con un elocuente: “¿Y tú cómo lo sabes?”.

Para MiniP ha sido el verano de los descubrimientos. Ha sido el primer año que ha sido plenamente consciente de adónde iba, de lo que sucedía a su alrededor. Tiene recuerdos de otros veranos, pero son recuerdos vagos, y por supuesto, ningún verano ha llegado a formar una pandilla de amigos para las idas y venidas. Y menos mal que todavía eran pequeños y se juntaban tan solo cuando las familias volvíamos de pasar nuestros días fuera, eso sí, hasta las tantas de la noche. 

También ha sido el verano en el que Papá en Apuros y yo nos hemos relajado con los horarios, tanto, que hasta hubo una noche que cenamos a las doce de la noche. Y eso, para nosotros, es ya todo un hito.

He de decir que ya he superado el impacto inicial de ver volar a mi pequeña, me dolió, pero tuve que pasar por encima del dolor y aceptar que tiene que ser así, que yo no puedo acapararla para mí para siempre, por más que me gustaría. 


PD: El lugar mágico y con mucho encanto se llama Apartamentos Playa del Canal. Visitad su página, pero tened en cuenta que las fotos no le hacen justicia.


lunes, 5 de septiembre de 2016

La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey, Mary Ann Shaffer & Annie Barrows





Sinopsis: Enero de 1946: Londres emerge de las sombras de la segunda guerra mundial. La escritora Juliet Ashton encuentra la carta de un desconocido, un nativo de la isla de Guernsey, a cuyas manos ha llegado un libro de Charles Lamb que perteneció a Juliet. A medida que Juliet y el desconocido intercambian cartas, ella se queda atrapada en el mundo de este hombre y sus amigos, que resulta ser un mundo maravillosamente excéntrico. Esta novela ostenta una galería de personajes profundamente peculiares, todos amantes de la literatura, que intentan sobrellevar la ocupación nazi organizando reuniones de lectura sobre novelas clásicas, alrededor de un pastel de patata.



Debo decir que tengo debilidad por las novelas epistolares. Sobre todo, por las novelas epistolares bien escritas, en las que intercalan cartas con noticias de periódicos y fragmentos de diarios personales para complementar la historia de manera que no sería posible de otro modo.

Esta es una de las buenas, donde a la vez que te cuentan parte de Historia, una parte que yo no conocía en profundidad, como fue la ocupación alemana en la isla de Guernsey, te cuentan otra historia, de amistad, de sensibilidad, de cómo sobrevivir en una época que debió ser terrible, y en cómo los libros pueden ayudar a superar hasta las peores crisis. Habla de amor, de amor por los libros, por la literatura, y por todo lo bueno que define al ser humano, en mitad de una guerra que destapó lo peor de la humanidad.

Lo disfruté mucho y lo leí en un tiempo record. Porque una de las ventajas de estar escrita en forma de carta es que te encuentras en una atmósfera intimista, a la vez que te sientes un poco culpable, es como si te estuvieras leyendo unas cartas encontradas en un cajón perdido de la casa, que pertenecieron a algún antepasado.

Aunque es una historia tierna, que, por supuesto roza el drama, no se hace intensa, no es difícil de leer, aunque tiene algunas partes que para mí resultaron duras. Pero no es cruda, lo trata todo desde la perspectiva que da el relativo pasado, y aunque cuando la protagonista acude a la isla la encuentra aún con las cicatrices que dejó la guerra, también se encuentra con la esperanza.

Me parece un libro muy recomendable, si os gustan las cartas y la II Guerra Mundial, no lo dudéis, id a por él.