Lo primero de todo es explicar: este relato está basado en mi vida. Es real. Pero no todo. Cuando escribo tomo la realidad y la exprimo, convirtiéndola en ficción. Por lo que, aunque hay algunas situaciones que son reales, los personajes no lo son del todo. Es decir: cualquier parecido con la realidad es pura mala leche.
LA RESISTENCIA: CAPÍTULO 1. EL RETORNO
Tengo un nudo en el
estómago, y solo soy capaz de mirar la hora del reloj del coche.
Metida en un atasco importante, y en el primer día de trabajo.
Avanzo unos metros. Miro por el retrovisor. De nuevo el reloj. Menos
mal que siempre he sido muy nerviosa, y para no llegar tarde he
salido con mucho tiempo de antelación. Pero de pronto vamos a hacer
tarde como esto no avance. Malditas obras de la nacional.
Miro de nuevo el reloj,
suspiro, y toco el paquete de tabaco. Como esto no vaya un poco más
deprisa no me va a dar tiempo a fumarme uno antes de entrar. Y lo
necesito. No me gusta fumar en el coche, pero... Antes de darme
cuenta, y tras otro vistazo al retrovisor, ya he cogido un cigarro y
lo estoy encendiendo nerviosa.
Ocho meses sin trabajar.
Entre la baja en el embarazo y el tiempo de maternidad. Y justo
después de lo que en mi mente llamo “el incidente”. Lo denomino
así porque aún no soy capaz de analizarlo. Ni las causas, ni qué
pasó en realidad. Si fui tan mala como dicen o fue un cúmulo de
circunstancias creado por manos ajenas a mi. Pero de pensarlo se me
encoge algo dentro, y no quiero más nervios de los que ya tengo.
Avanzamos aún más, ya casi estoy en la intersección que tengo que
coger.
Tiro la ceniza por la
ventanilla y sigo dándole vueltas a la cabeza. No sé cómo me van a
recibir. No sé qué tarea me van a mandar hacer. Tengo una ligera,
bueno, más que ligera en realidad, sospecha, pero en el fondo no
quiero pensar que vaya a ser así. Supongo que se reunirán conmigo,
me contarán qué es lo que va a ser de mi a partir de ahora, el
puesto que voy a ocupar y las labores que voy a desempeñar. Tiro el
cigarro justo en el stop donde tengo que girar y enfilo ya sin
atascos hacia la nave donde está la empresa. Al final sí que me va
a dar tiempo a fumar otro cigarro después de todo.
Cuando cruzo la puerta de
la empresa una sonrisa se pone en mi cara. Es falsa, por supuesto,
provocada por los nervios, pero nadie parece darse cuenta. No hay
mucha gente en recepción, sólo el guarda de seguridad (segurata
para los amigos), y Mentxu, la recepcionista. Ambos me saludan con
efusividad, me preguntan por mi pequeña, y por mi. Tras las mentiras
habituales (todo bien, todo estupendo, genial, me alegro de verte,
estás más delgada), me apunto la hora de entrada y me dispongo a
cruzar la puerta hacia el infierno. Casi puedo ver las llamas
saliendo por debajo de la puerta.
Antes de que pueda
cruzarla, y de que en mi mente me convenza de que no es el infierno,
que tan solo es un almacén más como otros tantos, baja por las
escaleras Leticia, de Recursos Humanos. O Recursos Inhumanos, como a
mi me gusta llamar al departamento que lleva ella. Departamento por
llamarlo algo, porque están ella y su ordenador. Me sonríe,
mostrando mucho los dientes. Casi me hace creer que se alegra de
verme y todo.
- ¡Valen! ¡Qué
alegría! ¿Cómo va todo? ¿Qué tal tu peque?
- Bien, gracias –
creo que mi sonrisa también consigue colar. - Está enorme ya.
- ¿Ya empiezas? Qué
pronto se ha pasado... ¡Bienvenida!
- Gracias.
Y tras la breve
conversación, ella se mete al despacho y yo al infier..., digo, al
almacén.
Es curioso, la última
vez que hablé con Leticia, las dos sentadas una a cada lado de una
mesa, ella me amenazó sutilmente con una “carta” que llevaba mi
nombre. Sería genial como actriz, casi me trago que se alegraba de
verme y todo.
Dentro del almacén veo
más caras conocidas. Todas se sorprenden de verme. Y algunas hasta
se alegran, pero esta vez de verdad. Saludo con la mano a algunas, y
voy directamente hacia Geli (absurdo diminutivo de Ángeles), que
ahora es mi jefa intermedia.
- Hombre, Valen, ¿qué
tal? ¿Preparada?
- No. - ¿Para qué
voy a mentir?
- Geli se ríe.
- Bueno, mujer, no
será para tanto. No sé si lo sabrás, pero vas a preparar
pedidos. Hoy te voy a poner con África, que te va a hacer un
pequeño recuerdo de cómo va ésto, y luego ya tú sola. Si
necesitas algo, puedes contar conmigo.
Su mirada era intensa,
como evaluándome. Y como queriendo decir más de lo que decía con
las palabras. Era lo que me temía, pero no esperaba que me lo dijera
Geli. Esperaba a Leticia, que ha tenido la oportunidad en la
recepción. O a José Miguel, el actual jefe de almacén, al que aún
no he visto.
- Espera aquí
mientras llamamos a África. Y dime, ¿sorprendida?
- Si te digo la
verdad, no. Me lo esperaba. Pero nadie me ha dicho nada.
Mientras espero, aparece
José Miguel, que me saluda. Otro falso que parece que se alegra.
- Luego hablamos –
Me dice, y se va con prisas.
Pero la realidad es que
no hablamos. El día transcurre rápido. Casi ni me entero de los
minutos. Mucho menos de las horas, y son sólo cinco las que tengo
que hacer. África me recuerda cómo se hace el trabajo, y me mira
con cara de circunstancias.
- No puedo evitar
sentirme extraña enseñándote – me dice.
Y no es raro. Hace un año
era su jefa intermedia y ahora ella me enseña a hacer lo que yo
dirigía. Mientras, las compañeras se acercan a saludar y hacen la
pregunta de rigor. “¿Cómo es que estás preparando? Qué
fuerte...”
Yo sonrío como si no me
importara. Aunque la verdad es que sí me importa. Cuando por fín
llega la hora de irme no puedo evitar una lágrima. Eso sí, en el
coche, donde nadie me ve. Me fumo un cigarro con la mano temblorosa y
reprimo más lágrimas.
De momento tengo que
aguantar. Me digo a mi misma que tengo que aguantar, hasta que salga
otra cosa al menos. Tiro el cigarro, y cuando me voy a sentar en el
coche advierto que hay un papel enganchado en el limpiaparabrisas. Es
una nota, lleva mi nombre. Abro el papel y leo:
“Ha sido un día
difícil para tí, lo sabemos. Pero también sabemos que eres fuerte.
Y no estás sola. La resistencia está contigo.”
Está escrito a mano,
con una caligrafía cuidada. Debajo de esas pocas palabras, en letras
de imprenta dice lo siguiente:
“El mundo ha cambiado.
Lo estamos viviendo, o sufriendo más bien. Todos los avances que la
humanidad había conseguido en los ámbitos de igualdad social, de
bienestar social y de estabilidad se desmoronan poco a poco. Unos
pocos provocan el cambio y otros muchos lo consentimos. Porque se
aprovechan. Se aprovechan de la debilidad, de la necesidad de sacar
adelante a nuestras familias, de la necesidad que supone un techo
para vivir. Se aprovechan de la ignorancia, en algunos casos, de la
apatía que nos entra al sentirnos oprimidos. Se aprovechan y sacan
partido, y así, mientras la gran mayoría nos empobrecemos, nos
vemos obligados a endeudarnos hasta límites casi de ciencia ficción,
ellos, ese gran ente simbólico que son los empresarios, salen
beneficiados y se enriquecen. De este modo, pisándonos a los demás
consiguen más dinero, y mucho más poder.
Este es el engranaje que
mueve nuestra sociedad actual. Los de arriba pisan a los que tienen
inmediatamente debajo. Y éstos a su vez pisan a los que tienen
debajo. Y así sigue la cadena. Lo importante es tener a alguien a
quien pisar. Y si miras hacia abajo y descubres que no hay nadie,
entonces estás bien jodido. Tienes que agachar la cabeza, y decir
que sí a todo. Sí a un sueldo miserable. Sí a aceptar horas extras
sin pagar. Sí a unas condiciones de trabajo infrahumanas. Sí a
barrer el suelo con la lengua si hace falta si con eso consigo llevar
un mendrugo de pan a mi casa.
Pero ya está bien. Hasta
aquí hemos llegado. Algunas voces se alzan en el silencio para
protestar. Aunque inmediatamente son acalladas con amenazas de
despidos, o incluso despidos improcedentes. Por eso hay que tomar
otros caminos.
Somos los que vemos la
situación y queremos denunciarla. Somos los que estamos hartos de
mentiras, de filosofías de empresa tan utópicas como irreales.
Somos los que, ante los gritos injustos de nuestros superiores,
levantamos la barbilla y defendemos nuestra inocencia. Somos los que
decimos “hasta mañana” justo a nuestra hora de salida. Somos los
que todavía pedimos que nuestros derechos como trabajadores, y como
personas, sean reconocidos. Somos el cambio silencioso.
Somos la resistencia.”
Casi por inercia guardé
el papel en el bolso y me fui a casa. Cuando llegué, a mi bebé se le
iluminó la cara al verme. En ese instante se me olvidó todo lo del
día, y comenzó mi verdadera vida.