viernes, 16 de junio de 2017

Mamá en apuros: DES-PA-CI-TO (La canción del verano se ha escrito para mi)




Si no me habían operado más que una vez, solo había tenido una ocasión para probar lo que era la convalecencia. En aquella ocasión, con 13 años y de vacaciones, unos padres demasiado histéricos velaron por mi bienestar, impidiendo que entrara en la playa, que me tocara los puntos, o que me sentara al estilo indio. ¡Pero si yo estaba bien!

Pero ahora… Ahora tenía 38 años, a apenas una semana de cumplir 39, y no iba a permitir a nadie que me dijera dónde tenía el límite. A nadie excepto a mi propio cuerpo, claro que sí. Ese es el más sabio y el que más pies me ha parado en esta post operación.

— Cuerpito mío — le decía yo, cariñosa, porque ya se sabe que se cazan más moscas con miel que con vinagre — ¿Tendrás a bien dejarme salir a la calle sin marearme?

— Dormir. — Contestaba mi cuerpo, con su dicción del paleolítico.

Y yo, que soy una chica obediente, me iba a dormir.

La verdad es que lo pasé fatal los primeros días. Tenía la barriga peor que cuando salí con un bebé del hospital (va a hacer ya 7 años), más hinchada y más dolorida. Era como si me hubiera comido tres cocidos seguidos y no hubiera echado ningún gas. El horror.

Pero para el día de mi cumpleaños, el lunes siguiente al alta, ya estaba algo mejor. Al menos no me mareaba y el cuerpo pedía algo más que dormir. No mucho más, no se nos fuera a ir la pinza, pero al menos pude pasear. 

Hay que ver cómo se te queda el cuerpo después de no moverte. Te duele todo. La barriga por lo obvio, pero también la espalda, las piernas, hasta el nacimiento del pelo. Y me dije que la barriga no me quedaba más remedio que me doliera, ahí es por dónde habían entrado y sajado, pero que lo demás no me tenía por qué doler. 

Mi cuerpito me respetó y además de dormir consintió en pasear.

Pero tampoco muy deprisa. 

Nada deprisa.

Nada de nada deprisa.

Hay un parque donde vivo que hace un circuito cerrado de unos 900 metros, con pinos plantados y además algún puesto de ejercicios. Como barras laterales, o para hacer abdominales. Está muy bien, aunque podría estar mejor si hubiera sombra en todo el circuito. Allí que me he estado yendo cada mañana, según dejaba a MiniP en el cole, a dar mis vueltas. La primera semana dos vueltas, y a pasito corto.

Que a ver, sé perfectamente que estoy convaleciente, soy consciente de lo que eso conlleva, pero mi cabeza va por libre, y el cerebro se siente bien, y recuerda. Recuerda cuando era capaz de correr a 6 minutos el kilómetro. Que para los “pros” no es mucho, no lo voy a negar, pero para mí era como Usain Bolt. Porque antes de la operación estaba corriendo un minuto por encima. ¡Por encima! Y aún así ahora lo echo de menos. 

Porque es muy triste que tú, que has volado como el viento, te veas ahora adelantada por una anciana con andador. 



¡Verídico! Allá que iba la señora, con cara de velocidad incluida, y casi la pude escuchar hacer con la boca: “ñiaunnnn” al adelantarme. Luego se giró para verme, se ajustó sus gafas de piloto, y los guantes, y me guiñó un ojo, para seguir su camino a toda velocidad. Bueno, puede que lo haya adornado un poco, no voy a decir que no. No llevaba guantes.

Pero mi cuerpo no quería ir más deprisa, y no le quería presionar, no fuera a ser que me volviera a pedir dormir todo el día, por lo que me resigné, y cada vez que la señora anciana con andador me adelantaba, yo sonreía y saludaba con la mano. Mientras, por dentro, me cagaba en el andador, en la señora y en Usain Bolt. Que él tiene la culpa de todo. Hombre, ya.

Pero poco a poco se consiguen las cosas, y si durante dos semanas tuve que hacer solo dos vueltas, a la tercera ya pude aumentar a tres, e incluso cuatro. Y la velocidad fue aumentando sola. Correr aún no, pero no puedo evitar ser mala: ahora me pongo delante de la señora y la voy picando, pero como he aumentado mi velocidad, nunca me coge. 

Es un placer perverso, pero ahora vivo con miedo a pasar junto a una anciana con andador por la calle, no vaya a ser la del parque y me pegue con el andador en la cabeza. Se le veía en la cara que tiene mal perder…

viernes, 9 de junio de 2017

Mamá en apuros: La primera batalla





El cielo se tiñó de rojo justo un segundo antes de que sonaran todas las alarmas.

La soldado de infantería 835697 miró hacia el horizonte y frunció el ceño. 

— ¡Vamos, vamos, 835697! — Escuchó tras de sí. 

— ¡Esto no es un simulacro! ¡Repito! ¡No es un simulacro! — se escuchó por la misma megafonía que se escuchaban las alarmas. 

Las luces del hangar se apagaron y se encendieron las de emergencia, al unísono con los bocinazos de las alarmas. Todo se tiñó de rojo y amarillo. 

La soldado de infantería 835697 se estremeció por un instante, lo que tardó su adrenalina en correr por si torrente sanguíneo. 

— He nacido para esto. — Casi se gritó a sí misma, y se puso el casco blanco. 

Corriendo salió del hangar junto con miles de compañeras y ocupó su lugar, en posición defensiva, en el frente de batalla. 

Frente a ellas estaba el mal. El Mal. Al que llevaban combatiendo meses, pero que no habían podido contener. Dónde él estaba el cielo era más negro. Conforme avanzaba dejaba tierra yerma a su paso. Se había cobrado miles de vidas de soldados como ella, que se entregaron gustosas a la causa, pero que la soldado 835697 sentía muertes vacuas, pues no habían conseguido parar el avance. 

Sin embargo... 

Sin embargo hoy parecía que iba a ser diferente. 

Se rumoreaba que hoy, por fin, llegaban refuerzos. Se rumoreaba que un ejército mil veces más potente que el propio llegaría de un momento a otro. Sabían que era un ejército destructor y que no tenía criterio, pero estaban dispuestas a asumir el riesgo. Nacidas para morir, decía su lema. Nacidas para morir matando. Defender a toda costa. 

Notaron bajo sus pies un ligero temblor. La tierra comenzó a temblar, ligera al principio, más potente cada vez. Como si llegara una manada de ñus desbocados. Y de algún modo, así era. 

La soldado 835697 miró hacia atrás justo a tiempo de verlos llegar. Eran millares, por no decir millones. El horizonte oscureció con el avance del ejército destructor. Todos con armadura negra, que absorbía toda la luz a su alrededor. 

Avanzaron por el campo de batalla sin aminorar la marcha. Pasaron por encima de las soldados que no tuvieron tiempo o la visión anticipada de quitarse de en medio. Y sin más, continuaron hacia delante. Hacia el mal.

La soldado 835697 se libró por los pelos de morir aplastada bajo el acero de sus botas. Rodó sobre sí misma y quedó a un lado del camino. Puesta en pie, observó el ataque del ejército aliado. Tal como habían pasado por encima de ellas habían continuado camino, cruzado el campo yermo de batalla, y ahora estaba toda la artillería, sus ropas de guerra negras como el carbón, sobre el mal. No se veía ni la esquina de la capa de El Mal, cubierto absolutamente por la caterva cuyo único objetivo era aniquilar.


Tres horas duró la batalla. Tres intensas horas durante las cuales algunas de las soldados acudieron llamadas por el clamor de la violencia, por la atracción de la sangre, hasta el corazón de la batalla. Ninguna de ellas volvió. 

Transcurrido el tiempo, los aliados se batieron en retirada, arrasando cuanto encontraran a su paso sin preguntar si era amigo o enemigo. La soldado 835697 retrocedió un paso para dejarlos pasar. Tenía tanto poder de sacrifio como la que más, pero quizá se distinguía por tener algo más de raciocinio. No serviría de nada a la causa si moría a manos de los aliados. Pero, si los dejaba pasar y aprovechaba la debilidad de El Mal para atacarle cuando ellos se retiraran… Ahí sí que podía morir tranquila. Morir matando.

Se giró hacia la atalaya de El Mal. Al principio no distinguió nada. Una masa informe en el suelo. Le parecía que había menguado. O puede que fuera que estaba desmadejado. Pero no muerto. Pudo observar como intentaba levantarse. El Mal tosió, esputando sangre. Se la limpió con el dorso de la mano, se la miró y sonrió de medio lado. 



La soldado 835697 se estremeció al ver esa sonrisa. Era una sonrisa que conocía bien. La había visto en miles de compañeras suyas, levantándose en una batalla, sabiendo que iban a morir, pero bien dispuestas a ello. Solo que no estaban dispuestas a morir gratis. Era la sonrisa de: yo estoy perdida, pero tú te vas a venir conmigo. Aún así sacó su arma, aseguró sus pies en modo de ataque, y antes de salir corriendo a atacar, gritó:

— ¡MUERE, VOLDEMORT!



Mientras tanto, fuera…



Me levanté del sillón del hospital de día.  

— ¿Estás bien? — Preguntó Papá en Apuros mientras me ayudaba a levantarme. 

— Sí, es solo que… Parece que me he mareado un poco.

— Es normal.

— Sí, supongo.

Y sonreí.

Muere, Voldemort.

viernes, 2 de junio de 2017

Mamá en Apuros: En busca del ovario extraviado



Desperté de la anestesia de forma muy suave, pero también muy gradual. Desperté y vi a la enfermera, volví a dormir. Desperté y vi a mi madre y a Papá en Apuros. Me preguntaron qué tal estaba. 

— He estado mejor — Contesté.

— Te han cambiado un ovario de sitio — me dijo mi madre.

No sé si llegué a encogerme de hombros o a soltar media sonrisa antes de dormirme. Creo que asentí en plan: sí, sí, qué cachonda. No estoy yo ahora para gracias.

Me subieron a la habitación, después de un rato en la sala de reanimación, bien cuidada por las enfermeras. Sobre todo por una, la que me despertó con una gran sonrisa, que además se llamaba como MiniP. La vi tan resuelta que por un momento pedí que esa seguridad la diera el nombre, para que también la tuviera mi hija.

Después de un tira y afloja con el celador para que me subieran antes del cambio de turno, efectivamente hice el viaje desde las profundidades hasta el piso quinto, que es donde tenía la habitación.

Aquí debo hacer un inciso. Viajar en camilla de hospital, qué cosa. Tumbada totalmente, viendo las luces del techo pasar y los torsos y cabezas de las personas. Desde la puerta de la habitación escuché el revuelo de mi familia que estaba allí esperando, pero, claro, desde la posición en la que me encontraba no les vi. Hasta que se me acercaron a la cama y la rodearon, literalmente.

Sentí que tenía que abrir un frente o poner las defensas o algo, ya que no me habían dejado vía libre. También sentí que esa escena la había visto en una película o una serie, o algo, pero con otras caras, obviamente. Todas (mis hermanas y mi madre) me sonrieron y me preguntaron. Creo que les contesté y volví a dormir. Papá en Apuros me dio la mano, o un beso, no recuerdo, y se marchó. Es probable que a fumar.

Me desperté de nuevo y mi hermana la pequeña me volvió a repetir lo del ovario.

— Te han cambiado un ovario de sitio.

— ¿Pero no era una broma? — le pregunté yo, con esa voz de medio borracha que se te queda cuando aún tienes anestesia en el cuerpo.

— ¿Cómo vamos a bromear con eso? — me dijo ella, el tono levemente ofendido.

— No sé. Suena a chiste.

— ¿No te lo dijeron en consulta? 

— No.

Y volví a dormir.

Las escuchaba hablar en bajito, como cuando hay un enfermo en la habitación. Ah, claro, la enferma era yo. Qué raro encontrarme en este lado de la enfermedad, he sido millones de veces acompañante, pero muy pocas la paciente. Habrá que acostumbrarse.

Vinieron enfermeras a tomarme las constantes. Me despertaron.

Pedí agua. Tenía la boca y la garganta como si me hubieran metido un tubo o algo. ¡Espera! Si era justo lo que habían hecho. Madre mía, te duermes un rato y hacen contigo lo que les da la gana, desde ponerte una vía en la otra mano, un tubo en la garganta o reorganizarte los ovarios…

Me dijeron que hasta las cinco no había agua. A esa hora me quitarían la sonda y me darían de beber para comprobar la tolerancia. Pregunté la hora. Eran como las tres y cuarto.

En cuanto se fueron volví a dormir. No era un sueño profundo, pero sí una especie de duermevela. No sé qué me habían metido para el cuerpo, pero era incapaz de reaccionar, por lo menos más de cinco minutos seguidos, me pesaban los párpados y tenía que volver a cerrarlos. Eso sí, cada vez que los abría preguntaba la hora.

Las cinco se hicieron de rogar, pero debo decir que eran en punto cuando llegaron dos enfermeras con un bendito vaso de agua. Me quitaron la sonda. Creo que era la primera vez que me quitaban una sonda en toda mi vida consciente. Y es muy molesto. Pero tenía la promesa de un trago de agua, que tomé como si acabara de salir de una travesía del desierto.

— Dentro de un rato te levantas, por si quieres ir al baño. — Me dijeron.

— Quiero levantarme ahora.

Me miraron con extrañeza, pero como insistí, me ayudaron a levantarme, cambiarme el camisón que estaba sucio, e ir al baño. Qué a gusto, estaba ya hasta las narices de estar tumbada. Me moví apoyada en ellas, pero me sentó bien el cambio. Cuando volvieron a entrar todos ya estaba sentada en el sillón.

MiniP vino a verme, y es verdad que al principio no quiso acercarse mucho, quizá intimidada por la vía, pero enseguida se repuso y estuvo danzando por allí, volviendo loco a todo el mundo. En el sillón estuve a gusto un rato, pero como me puse a beber agua como una inconsciente en seguida tuve que volver a levantarme para ir al baño. Y ya no estaban las enfermeras, qué bien.

Afiancé bien los pies en el suelo y recibí asistencia por parte de mis hermanas para levantarme. Las sentadillas me habían venido bien, porque no me costó mucho esfuerzo, pero una vez en pie, me intenté estirar pero me quedé a medio camino.

— Y hasta aquí llego — dije.— Po zí…

Y me fui para el baño imitando al esperpento ese que salía por la tele. Amparo… Tas fumao un porro… 

En el baño me volví a acordar de las sentadillas, y de lo bien que me habían venido, porque tiré de muslos y culete para bajar a la taza. En cuanto me recupere voy a entrenarlas bien, pero bien, bien. Les acababa de encontrar utilidad de verdad.

No les quise dar la razón a las enfermeras, que me dijeron que me había levantado muy rápido, pero en verdad me notaba muy cansada. Miré la cama, que me hizo ojillos, y sucumbí. Decidí acostarme, qué narices, había que explotar el estar recién operada. Seguro que en cuanto me pusiera bien no me dejaban estar en la cama todo el día… La primera MiniP… 

Senté el culo e intenté echarlo lo más atrás que pude. Luego subí una pierna y después otra. Pero me costó colocarme porque el camisón se había enganchado por detrás, y me tiraba. Ay, por favor, qué poco glamour para tumbarme en una cama. Acabé espatarrada, moviéndome como una serpiente y sufriendo un poco hasta que cogí la postura. Lo bueno es que en seguida vino una enfermera que me puso un enantium en vena que eso es pura maravilla. Me llevó al país de los unicornios.

Al día siguiente vino el cirujano que me operó, que me dio la mano y me dijo encantado de conocerte, que ayer estabas un poco dormida. Iba a contestarle que era culpa de la anestesista, pero no quise hacerle perder el tiempo. Me miró y remiró, y me contó lo que me habían hecho. A buenas horas, mangas verdes.

— El ovario te lo hemos puesto por aquí — señaló mi costillar derecho— ¿No te lo dijeron en consulta?

— No.

— Pues mira que se lo dije…

— Pues querrían darme una sorpresa, como la semana que viene es mi cumpleaños…

En fin, tampoco tenía mucho sentido darle más vueltas. Ya estaba hecho, y la explicación era convincente. Lo quitaron de la zona de radiación para que no se achicharrara. La traducción es de mi cosecha.

Me dio el alta y me marché para mi casa molesta, aunque contenta, y con un ovario fuera de su sitio. A partir de aquel día soy más especial que nunca. ¡Cosas de la vida!