Vivir es renacer a cada rato. La vida se compone de ciclos que vamos cerrando para abrir ciclos nuevos.
Que no cunda el pánico: no me he vuelto una escritora de autoayuda. No soy Paulo Coelho ni nada por el estilo; no voy a ir ahora por la vida soltando perlas que harán que cambie tu vida, la mía, y la del perro de la esquina que por casualidad me estaba escuchando.
No, nada más lejos de la realidad. Si, con casi cuarenta años, recién estoy aprendiendo a vivir a gusto, bien, en paz conmigo misma, no soy quién para enseñar nada a nadie. Y sin embargo, la primera frase viene a cuento.
Llevo unos días que me encuentro bien. No fenomenal, porque los sofocos hacen que me despierte muchas veces en la noche, y eso hace que me encuentre cansada, pero bien. Por cierto, ¿alguien sabe de termostatos? ¿Y de dónde está el nuestro? Porque no consigo afinar el mío. De repente me suben los calores y me pongo a sudar como si estuviera en un asador de pollos y yo fuera el pollo… Si alguien sabe de alguno, por favor, que me de el número.
Lo segundo peor que los calores eran las piernas, y la verdad es que llevo ya unos días que estaban bastante bien. El plomo que las lastraba parece que se ha aligerado, y aunque sigo teniendo molestias en el tendón de Aquiles, por lo menos no las voy arrastrando por la vida.
Ahora, lo del tendón es una pesadilla. Me levanto de la cama y parece que hay un gobbling escondido bajo la cama para darme un hachazo justo encima del talón. Voy para el baño que parece que el suelo es lava y tengo que ir pisándola. Sin embargo, cuando voy a andar, se me pasa. Luego estiro en casa y estoy genial en lo que tengo los músculos aún calientes. Pero es sentarme un rato, con las piernas en alto tal y como me aconsejó la doctora, y a la que me levanto está el mismo gobbling con el hacha cortando tendón.
(Será asqueroso el gobbling, que se vaya al laberinto con David Bowie y me deje en paz, que yo no le he invocado).
Decía lo de renacer y los ciclos porque hacía seis meses que no corría. Desde la operación de los ganglios, donde me reordenaron por dentro. Antes de haberme recuperado del todo empezamos con el tratamiento y antes de terminar el tratamiento me convertí en un cojín en el sofá de mi casa. Casi todo el tiempo pude salir a andar, excepto en las últimas semanas de tratamiento (el tiempo cojín), pero correr ni pensarlo. Entre las vísceras que tenía que se debían colocar (convalecencia de la cirugía), y luego las energías y las defensas que se fueron de vacaciones, llegó un momento en que creí que no podría volver a correr.
Es que tengo un punto dramático bastante potente. Y estaba ya con un brazo sobre la frente, suspirando cual dama salida de la pluma de Jane Austen, quejándose porque Edward no le había respondido a su carta. En ese plan, pero sin corsé, que no estoy yo para apretarme.
¿Por qué no me escribirá Edward? |
Sin embargo, todo ciclo llega a su fin. Dice el refrán que no hay mal que cien años dure, y es que el refranero español es de lo más listo. Ayer estaba yo en casa pensando que no me dolían nada las piernas. Bueno, solo un poco, lo que viene siendo nada si lo comparamos con esas piernas de metal que he ido arrastrando por la vida tras mi fase cojín. Y pensé: ¿y si pruebo a correr mañana? Y me entusiasmé yo sola solo con pensarlo.
Pero como soy muy de gafar las cosas, no dije nada. No lo puse en facebook, como había tenido intención inicial. Trasteé en mi súper reloj (es un reloj de los de correr, pero yo lo llamo súper porque ya puede tener súperpoderes con lo que costó), y lo programé para que me avisara. El plan era sencillo:
10 minutos de andar (calentamiento)
Luego 1 minuto de correr + 4 minutos de andar. Esto, 6 veces para que llegara a la media hora.
Y luego 20 minutos de andar. Pero como tengo la cabeza como la tengo, solo programé 10.
Y ahí que he ido, a la aventura. He dejado a la peque al cole, he escogido la ruta más plana, y he arrancado el reloj.
Qué emoción, esos primeros diez minutos. Tenía hasta nervios. Una cosica en el estómago flotando. Y no era el desayuno, que hoy en honor a la gesta, he desayunado sano. Después del primer tramo de calentamiento el reloj ha vibrado y me ha dado la orden: 1 minuto.
He empezado a correr.
Despacio, eso sí, pero qué felicidad. Se me han ido los nervios, se me ha ido la incertidumbre. Simplemente he dado zancadas, una tras otra, controlando que no me emocionara demasiado y fuera a irme de madre con la velocidad. Que me conozco, me caliento, me flipo, y en dos segundos estoy emulando a Usain Bolt.
El primer minuto ha pasado volando. Cuando me he querido dar cuenta me ha vuelto a vibrar el reloj para avisarme que comenzaban los 4 minutos de caminata. He parado, y me he puesto a andar, obediente yo. Pero ya iba con otro ritmo.
Se me escapaba la sonrisa.
He completado todo lo que tenía programado, he corrido los seis minutos en sus intervalos correspondientes, y el último un poco más deprisa que los demás. No me he vuelto loca, pero me he dejado llevar un pelín. Hasta me he grabado un vídeo corriendo, cosa que no había hecho nunca hasta ahora.
No sé si han sido las endorfinas o el atisbar un poco de mi vida normal, pero he acabado el entrenamiento eufórica.
Sí, esta soy yo, en todo mi esplendor, feliz como una perdiz |
Buenas sensaciones, las piernas no me pesaban, un poco de molestia en la zona de la pelvis (normal) y en los pies, pero nada que no se pueda soportar.
Es solo un primer paso. Pero es un paso. Son solo 6 minutos, y no seguidos, pero han sido 6 minutos. Hacía seis meses que no corría, pero hoy la sequía ha terminado.
Ahora me queda por ver cómo me responden las piernas, pero da igual. Si duelen mucho y no puedo repetir la gesta hasta la semana que viene no importa. Porque hace tres meses, cuando estaba empezando el tratamiento, la quimio y la radio, hubo un momento en que parecía que no iba a estar bien nunca, y ahora estoy bien. Todo pasa.
Hasta lo malo.