miércoles, 30 de diciembre de 2015

Balance de 2015



Pues ya llega otro año, y toca hacer balance.

Para ser una persona a la que no le gustan las listas, la verdad es que los balances de fin de año me encantan, aunque quizás listas y balances no sean lo mismo. Es como con el coche, nunca me gustaron los rancheras y por eso tengo un muy útil station wagon.
Este ha sido un año bueno. No un súper año, la verdad, pero ha sido bueno a grandes rasgos. Aunque he de reconocer que el año pasado estaba más satisfecha a estas alturas de lo que lo estoy a fecha de hoy.


Lo menos bueno

La gestión del tiempo se lleva la medalla de oro en lo peor del año. Empecé con mucha fuerza, con muchos planes, y los mantuve… durante dos meses. Luego llegó la primavera y me fui desinflando, no sé qué hacía con las horas, pero se me escurrían por los dedos. Y llegó el verano. Cambié el horario por temas de conciliación, y concilié con la niña, pero no con la escritura. Se me hizo imposible.

De modo que de escribir mil palabras al día me he visto y me las he deseado para escribir dos entradas (unas ochocientas) a la semana. Maaaaal. Muy maaal.


Entradas del blog

En este apartado, aunque a trancas y barrancas, no estoy descontenta. Me las he ido apañando, aunque al final he fallado alguna semana que otra (como las últimas dos, por ejemplo). He publicado 38 reseñas y, de lo que estoy más orgullosa, 35 mamá en apuros.


Lecturas

He leído 50 títulos. Número redondo que se me repite, ya que son los mismos que el año anterior. No todos han sido buenos, qué le vamos a hacer, pero sí que he disfrutado de muchos.

Los que más me han gustado


Elmanjar inmundo, de Javier Quevedo Puchal, una revisión de los cuentos clásicos con un flitro de terror.

Confesionesde una heredera, de la ilustre escritora y también bloguera Belén Barroso. Risas aseguradas en formato Jane Austen.

Loslugares pequeños, de Paco Tomás. Un collage inmenso de una persona rota.

Cicatriz, de Juan Gómez-Jurado. Acción y más acción aderezado con un poco de intriga.

Los que me han decepcionado


Canadá, de Richard Ford. Esperaba más de esta novela, pero me ha parecido espesa y sobrevalorada.

Y los que abandoné


La vida sexual de Catherine Millet, de Catherine Millet. Lo cogí con mucha expectativa, por cómo hablaba de su propia sexualidad con tal descarnamiento, pero resultó tan descarnado, tan falto de pasión que me aburrió.

Confesiones de un joven novelista, de Umberto Eco. Lo empecé a leer porque el tema me interesa, pero no me enganchó. Quizá no era el momento adecuado. Lo retomaré más adelante.

El cementerio sin lápidas, de Neil Gaiman. Lo cogí en la biblioteca, en la sección infantil ya que va destinado a ese público, pero no me dijo nada. No es el primero que no me gusta de este autor, por lo demás genial.


También empecé el Tarro Libros, pero al final nunca encontraba suelto para cuando terminaba un libro, de modo que lo abandoné. Total, tengo una lista con los libros que leo, los voy numerando, con lo que ya sé cuántos euros he “ganado”. Además, creo que voy a saltarme las normas (porque yo lo valgo) y en vez de libros, con ese dinero me voy a comprar la licencia del programa de escritura Scrivener.


Reto Keep Calm and Read in English


Pues no, no he terminado el reto. Peeeerooooo, pese a no haberlo terminado, estoy muy contenta. ¡He leído seis libros en inglés! Pero libros de verdad, no de nivel. Y no todos precisamente cortos. Como estoy tan orgullosa de ello, hago la lista (y eso que no me gustan):
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  •             Revival, de Stephen King. El primero tenía que ser del rey. Un relato muy oscuro, incluso para él. Disfruté de la historia, y del estilo también.
  •      The Sleeper and the Spindle, de Neil Gaiman. Un cuento de hadas un tanto… peculiar.
  •    The Martian, de Andy Weird. Sin duda del que más he disfrutado. Una historia de pura supervivencia.
  •     With Every Letter,Sarah Sundin. Una lectura conjunta que es mejor dejar en el olvido. Aunque tuvo sus cosas buenas.
  •     Fangirl, Rainbow Rowell. Entretenida y divertida. Aún tengo que escribir la reseña.
  •     Shopalcoholic on Honeymoon, de Sophie Kinsella. Una divertida historia corta de la adicta a las compras en su luna de miel. Confieso que lo elegí por ser corto y para subir puestos en la lista.


Propósitos del año nuevo


Tengo un gran propósito: gestionar el tiempo. No sé cómo lo haré, pero *coge un puñado de tierra y levanta el puño hacia el cielo* a dios pongo por testigo que conseguiré crear una rutina de nuevo.

Y conseguiré escribir más de una reseña a la semana para tenerlas programadas y no ir a trompicones. Y escribir más mamá en apuros, aunque tenga que azuzar a las mamás del cole para que se vuelvan a pegar entre ellas. (Bueno, eso suena a medida desesperada…)

Y, sobre todo, espero volver a disfrutar escribiendo, que cuando pierdes la rutina parece que se te viene el mundo encima cuando toca escribir y no tienes nada que contar.


Os deseo para el año que viene felicidad y muy buenas lecturas

martes, 22 de diciembre de 2015

Canadá, Richard Ford





Sinopsis: (Web de Anagrama): Dell Parsons tiene quince años cuando sucede algo que marcará para siempre su vida: sus padres roban un banco y son detenidos. Su mundo y el de su hermana gemela Berner se desmorona en ese momento. Con los padres en la cárcel, Berner decide huir de la casa familiar en Montana. A Dell, un amigo de la familia le ayudará a cruzar la frontera canadiense con la esperanza de que allí pueda reiniciar su vida en mejores condiciones. En Canadá se hará cargo de él Arthur Remlinger, un americano enigmático cuya frialdad oculta un carácter sombrío y violento. Y en ese nuevo entorno, Dell reconducirá su vida y se enfrentará al mundo de los adultos. Una bellísima y profunda novela sobre la pérdida de la inocencia, sobre los lazos familiares y sobre el camino que uno recorre para alcanzar la madurez. 

Este es el tercer libro que he leído, y posteriormente comentado, en el club de lectura de la biblioteca. Venía muy bien recomendado, un autor muy conocido y muy admirado, pero que, de nuevo, a mí no me ha dicho nada. 

Un mes me ha costado leerlo. Un mes. No es que sea muy rápida leyendo, pero para el número de páginas que tenía este libro no debería haberme costado tanto. Y es que el libro es lento, tan denso que es como internarte en una selva sin machete. 

Richard Ford es un referente en la literatura americana, representante del llamado realismo sucio. Y bien que es así, porque en esta historia todo es turbio, y según vas avanzando, más turbio se vuelve. 

Te cuenta la historia de Dell, en primera persona. Cómo se torció todo en su vida a los quince años por una mala decisión que tomaron sus padres. De hecho, te lo dice en la primera página: todo empezó cuando sus padres atracaron un banco. Y a partir de ahí tienes 150 páginas antes de que lo atraquen, contándote una y otra vez los motivos que pudieron llevar a ambos (su padre y su madre) a tan tremenda decisión. Una y otra vez, páginas de contarte lo mismo, con lo que tenía la sensación de avanzar en una tremenda espiral hacia atrás, donde para cada nueva información tienes veinte repeticiones de lo anterior. 

En la segunda parte parece que se acelera un poco, pero tampoco demasiado, no nos vayamos a emocionar. Además, el autor parece que tiene la manía de adelantarte los hechos importantes (como con el atraco, que lo dice en la primera línea), con lo que te deja sin aliciente para seguir leyendo. 

También deja mucha información en el aire, porque como el narrador es el propio protagonista, no recurre al recurso de haberlo descubierto después en la vida para hacer un dibujo completo de la experiencia. No. Cuenta lo que recuerda y las cosas de las que se enteró, con lo que deja un montón de incógnitas sin resolver. 

Lo terminé de leer casi por cabezonería, por poder comentarlo en la reunión del club de lectura, pero la verdad es que lo hubiera abandonado sin remordimiento. Será que no estoy hecha para la alta literatura.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Mamá en apuros por los suelos



Hace un año y un mes, me caí con los patines con la consecuencia de una muñeca rota y tres meses de baja que dieron para más de un mamá en apuros. La semana pasada me lo preguntaba y esta lo confirmo: me pasan las cosas para que las cuente…

El caso es que el lunes me aferraba a esta efeméride por no acordarme de otra, pues un día de cumpleaños que no se puede celebrar no es nada agradable. Pero como no quiero dar un tono triste a este post no voy a ahondar en ese tema. 

Me acordaba de mi caída con los patines, y también me acordaba de que me tocaba correr, aunque no me apetecía. En julio del año pasado me uní a un club de atletismo de aquí, del pueblo, y desde entonces he conseguido tomármelo en serio. Casi nunca consigo el objetivo de salir a correr tres días en semana, pero siempre llego a dos, y lo que sí que he logrado ha sido aumentar los kilómetros y bajar un poco la marca. En julio me hacía 5 o 6 (con suerte) km en 35 o 42 min (a 7 min/km), y ahora voy por 8 en 52 minutos. No está mal. Pero quería seguir aumentando, esta semana tocaba ir a por los 9.

Aunque no me apetecía salir a correr, sentía que lo necesitaba. Andaba por casa agobiada, y tuve suerte que una persona del grupo se animó a salir conmigo pese a tener un ritmo más acelerado. De modo que me cambié de ropa, me calcé las zapas, y salí a correr con el compañero. 

Comenzamos bien. No hacía tanto frío como esperaba (¿a nadie le extraña este invierno sin frío?) y empezamos a buenos ritmos. Subimos algunas cuestecitas y una cuesta que su puta madre me costó un poco más. Pasamos por el punto de origen del circuito sobre el kilómetro 8 y seguimos adelante para hacer 9. Mi compañero aceleró ritmo y yo seguí pegada a su zapatilla. Sufría, pero iba contenta, podía con ese ritmo. Mucho más no, pero ese sí.

Doblamos una curva, subimos a la acera y yo seguí acelerando. Mi compi iba un poco más adelantado. De repente el mundo giró y sin saber cómo me encuentro en posición horizontal. Aún no han llegado los dolores. Me caí, todo lo larga que soy, al suelo. No vi un bordillo y me lo comí. 

En cosa de un segundo tu cerebro asume mucha información, la primera de ella contradictoria. ¿Cómo voy a estar tumbada en el suelo si yo estoy de pie? Luego sientes los golpes: rodilla, codo, brazos extendidos para amortiguar el golpe, pero ni con esas. El moflete sale ligeramente arañado. Y es curioso cómo todas estas sensaciones aparecen todas juntas en cuestión de un segundo, mezcladas en un caos en el que hasta tus ojos te traicionan, porque no estás mirando desde la perspectiva adecuada. 

Me incorporé sobre las rodillas como pude, conteniendo el dolor. Me pareció curioso que yo, que soy una persona propensa a llorar, no tuviera ganas en ese momento. Y más siendo el día que era. No sé si quise hacerme la valiente frente al compañero, o si estaba en estado de shock (¿una caída tonta puede causar shock? Seguro que solo a mi), pero me invadió una especie de resignación primero y algo de rabia después.

Antes de ponerme en pie le tuve que decir a una conductora muy amable que gracias, pero que estaba bien. Debió de presenciar la caída completa (ahora me imagino cayendo a cámara lenta y me hace hasta gracia), y me debió juzgar mayor, porque se le veía cara de preocupación a la muchacha. La tranquilicé un par de veces, y hasta me levanté del suelo para que viera que no mentía. Finalmente se fue. Le di las gracias un par de veces, pero no me parecieron suficientes. Me pareció un gesto enorme que parara para comprobar mi estado de salud.

Una vez en pie, todo eran dolores. Dolor de brazo, concretamente en el hombro. Dolor de codo y rodilla, en esta última había roto las mallas. Dolor de orgullo…

Me hizo pensar en cuando se caen los niños y se ponen a llorar como unos descosidos. Los adultos los abrazamos, los levantamos y les decimos: “¡No ha sido nada!” Le quitamos importancia, pero es que ya no nos acordamos de lo que es caerse. 

Está claro que no es lo mismo caer desde un metro setenta (vale, me he puesto un par de centímetros) con setenta y cinco kilos de peso (aquí no me he añadido… aunque tampoco me he quitado), que con apenas un metro y unos dieciocho kilos… La gravedad no hace su trabajo igual para unos que para otros. Pero la confusión y el dolor sí que debe ser igual, cuando se raspan las rodillas, o los codos. Desde luego desde el lunes soy más empática cuando MiniP se cae…

Intenté trotar de vuelta a casa, un poco más, pero enseguida lo dejé. Me dolía hasta el alma, y la rabia se hacía hueco para ser la única emoción dominante. Rabia por ser tan torpe, por no haber mirado, por no haber levantado más el pie… Pero rabia, sobre todo y ante todo, porque no conseguí mi objetivo del día…

Quería hacer 9 kilómetros y me quedé en 8 con 700 metros. ¡Nsk!

Si es que hay días en los que es casi mejor quedarse en casa debajo de un edredón…

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Miércoles Musicales: Extremoduro

Hace poco he disfrutado de una cena grupal (la del club de Atletismo), en la que salimos de fiesta (P. y yo), por primera vez en los 13 años que llevamos viviendo aquí, por el pueblo. No hay post sobre esa fiesta porque como no teníamos que coger el coche ninguno de los dos limitó el alcohol, así que casi prefiero no dejar constancia de lo que pasó... (Nada malo, he de decir).

En el garito donde estuvimos pusieron música de todo tipo. Lo que yo llamo perreo predominó, pero gracias al cielo (o más concretamente a un compañero del club que le quitó el sitio al pincha un rato) pude disfrutar de algo de rock.

Y gracias a aquella noche se me ha despertado de nuevo la vena rockera y no hago más que escuchar en bucle aquellas canciones de las que disfrutaba hace ya casi 20 años (madremíadelamorhermoso). Y hoy quiero compartir una de ellas.


A Extremoduro lo descubrí algo tarde. O quizá en la edad correcta, solo que ya no eran un grupo nuevo. Los descubrí gracias a su disco Iros todos... (a tomar por culo), un directo donde tocaban sus grandes éxitos. Y gracias a mi prima R., que era una fanática del grupo y de todo ese tipo de música (en algunos otros grupos no coincidimos tanto, ella era más underground de lo que yo jamás seré). Luego me hice con los discos, me los escuché en bucle, los grité en momentos de estrés, y bailé la canción que quiero compartir hoy de forma loca y desenfrenada.

Su primera gran canción conocida es Jesucristo García, que nos la pusieron la otra noche, pero yo quiero recordar hoy So Payaso, cuya letra escupí a todo aquel que osara acercarse con malas intenciones. Qué recuerdos... Me llena de buen rollo (pese a todo...).

Extremoduro sigue en activo (creo que no con la totalidad del grupo, de hecho no sé si se ha quedado solo Robe, el cantante), y hace poco que ha sacado un disco nuevo, Lo que aletea en nuestras cabezas, aunque ha perdido algo de fuerza sigue siendo el poeta urbano de siempre.

Os dejo una versión de So Payaso en directo. ¡Que la disfrutéis!


martes, 15 de diciembre de 2015

COMO UNA NOVELA, DANIEL PENNAC





Sinopsis (página de Anagrama): Esta obra insólita, un auténtico estímulo para la lectura, ha sido uno de los grandes fenómenos de la edición francesa reciente. Pennac, profesor de literatura en un instituto, se propone una tarea tan simple como necesaria en nuestros días: que el adolescente pierda el miedo a la lectura, sea por placer, que se embarque en un libro como en una aventura personal y libremente elegida. Todo ello escrito como un monólogo desenfadado, de una alegría y entusiasmo contagiosos: "En realidad, no es un libro de reflexión sobre la lectura -dice el autor-, sino una tentativa de reconciliación con el libro".

Este antimanual de literatura concluye con un decálogo no de los deberes, sino de los derechos imprescindibles del lector (derecho a no terminar un libro, a releer, etc., incluso a no leer).

"Pennac demuestra que se pueden escribir ensayos evitando toda jerga y toda pedantería: Como una novela se lee realmente como una novela" (Jacques Nerson, Le Figaro).




Este es uno de esos libros que cuelas en la lista y que luego agradeces profundamente haberlo colado. Me lo recomendó mi hermana (quién si no…) de manera efusiva y la hice caso porque el libro que estoy leyendo se me está haciendo cuesta arriba y quería algo ligero para un viaje en metro.

No sé si será el destino, el karma o qué, pero no podría haber llegado en un momento más oportuno. Es un ensayo publicado en 1993 (ha llovido desde entonces…), y lo descubro justo cuando lo tengo que descubrir, cuando mejor me viene, cuando más ayuda me aporta… Cuando MiniP está empezando a leer.

Pero empecemos por el principio. Como una novela es un ensayo para incitar al amor por la lectura. Este es el resumen más cierto y más fiel que encontraréis. De hecho, si leemos la sinopsis con atención la síntesis que sacamos es esa, lo demás es paja.

Está escrito en primera persona, de una manera sencilla, cercana, sin aspavientos ni amaneraciones. Lenguaje coloquial, de la calle, para que nos entendamos todos. Está escrito por un profesor de instituto y supone una crítica al método educativo. Si queremos que un niño lea, lo último que deberíamos hacer es obligarle a leer. Es así de sencillo.

Y desde ese punto de vista nos da unas ideas sobre lo que sí deberíamos hacer para fomentar ese amor. Porque leer no es una obligación, el autor decide comenzar el ensayo diciendo que el verbo leer no admite imperativo (como el verbo amar). Y es la pura verdad.

Hay que amar la lectura, y lo que hay que fomentar para que la gente lea es ese amor. Sin condiciones, sin barreras, sin miedos. Simplemente perderse en el placer de las palabras escritas.

Empecé a leerlo en el metro y no pude evitar tener una sonrisa en la cara todo el tiempo mientras leía. Las palabras me llegaban al alma, empatizaba con las situaciones que describía, veía verdades tras cada oración, y eso se reflejaba en mi cara.

Me ha hecho gracia descubrir que el sistema educativo de Francia no debe ser muy distinto al nuestro, con esas lecturas obligatorias de las que luego tenías que responder. Yo he sido muy lectora desde bien pequeña, algo debieron hacer bien mis padres que nos inculcaron a las tres (a mis dos hermanas y a mi) ese amor por los libros y sus letras. Pero, pese a que leía prácticamente todo lo que caía en mis manos, lo entendiera o no, muy pocas veces he terminado un libro de los del programa de estudios. Era obligarme a leer un título concreto y automáticamente lo odiaba con toda mi alma. Jamás leí La Regenta, o El Quijote, y eso no me impidió sacar un notable en el examen. ¿El truco? Un librito de unas cien páginas que me contó todo lo que tenía que saber sobre el caballero de la triste figura para aprobar. Y eso yo, que me gustaba leer. A la mayoría de mis compañeros no les gustaba porque siempre les habían obligado a ello. Es terrible.


Vuelvo ahora al principio, porque digo que me ha llegado esta lectura en su momento justo. Resulta que MiniP está haciendo sus primeros pinitos en la lectura, y hemos pasado un momento de crisis. En algunos momentos, me doy cuenta, la he presionado demasiado (y eso que aún son cinco años los que tiene), pero gracias a este libro me he dado cuenta del camino que he de seguir. Nada de presiones, y, sobre todo, compartir con ella la lectura, seguir contándole cuentos, o leyéndole libros, hasta el infinito y más allá. ¿Quién dijo que la lectura sólo se podía dar en solitario?

Recomiendo este libro a todo el mundo. Se lee fácil, es ameno, y va a descubrir un mundo lleno de otros mundos. Para los padres con niños de cualquier edad a los que les cueste leer, para los que ya amamos los libros, para los que no les gusta leer, o para los que dicen que no tienen tiempo.

A estos últimos les dedico la siguiente cita (se acabaron las excusas):

Desde el momento en que se plantea el problema del tiempo para leer, es que no se tienen ganas. Pues, visto con detenimiento, nadie tiene jamás tiempo para leer. Ni los pequeños ni los mayores. La vida es un obstáculo permanente para la lectura.
[…] El tiempo para leer siempre es tiempo robado. (Al igual que el tiempo para escribir, por otra parte, o el tiempo para amar).

viernes, 11 de diciembre de 2015

Taller Literautas de noviembre: El Lápiz Mágico

Os traigo el taller de noviembre de Literautas, en esta ocasión la única norma era que se titulara "El lápiz mágico". Yo opté por la siguiente historia:



Jugueteaba con el cable del teléfono mientras hablaba. Pasaba los dedos siguiendo la espiral eterna de los muelles de aquel aparato antiguo. Tan antiguo como su propia abuela. Balanceaba las piernas, que colgaban del taburete. Y resoplaba sin hacer ruido. Esa era la parte más importante, no hacer ruido.
De vez en cuando, y para no tener que aguantar más charla, intervenía.
- Sí, mamá. Claro, mamá.
Pero eso lo que hacía era alentar a su madre, que inquieta y nerviosa por no poder estar con ella, la martilleaba a órdenes, a pórtates bien y no des guerra a la abuela. Un machaque constante incentivado por la culpabilidad. Era el primer verano, en sus catorce años, que lo pasaba sin su madre. El primero desde el divorcio.
- Sí, mamá, como bien, mamá.
Las manos, cansadas ya de seguir los bucles, rebuscaron en el mueble del teléfono, junto al que estaba sentada. Allí encontró papel, y atendiendo ahora a la búsqueda, tras unos segundos eternos en los que su madre le estaba contando el calor que hacía allí y que se alegraba de que ella pudiera disfrutar del fresco del pueblo, por fin lo encontró. El lápiz.
- Sí, mamá, hace mucho calor. Aquí por la noche no, tengo que dormir arropada.
Se puso a dibujar distraídamente. Primero un garabato, luego una flor.
- Sí, mamá, me abrigo. Sí, el plumas si hace falta. No, mamá, no estoy siendo insolente…
Cinco pétalos, un pequeño tallo, y una hoja en el tallo. Le estaba dando sombra a los pétalos cuando sintió el calor. Emanaba del lápiz, un calor envolvente, calentaba sin quemar. Miró detenidamente el pequeño cilindro de madera, y no le vio nada extraño. Se encogió de hombros, como queriendo quitar importancia a una tontería, y continuó con su dibujo.
- Sí, mamá, lo paso bien. No, aún no tengo amigos, pero no me hacen falta. Ya lo sé, mamá.
Terminó de darle sombra a los tallos y se dispuso a darle profundidad a la hoja. Luego comenzó a hacer pequeñas rosas, un rosal entero que ocupaba ya media hoja.
- Vale, mamá, un beso. Sí, yo también – suspiró mirando al techo – .Sí, claro que puedo decirlo, mamá. Te quiero.
Colgó y aún se entretuvo un rato con su rosal. Total, no tenía nada mejor que hacer. Su abuela estaba trabajando en el huerto, y a ella eso de mancharse las manos de tierra no le iba nada. Le puso pequeñas espinas a su rosal.
Apoyó la mano sobre el folio, para sujetarlo mientras atacaba una esquina con una telaraña, y enseguida la retiró, con una pequeña exclamación de sorpresa y dolor. Se miró la palma y ahí lo vio, una pequeña gota de sangre. Se había pinchado con algo.
Examinó su folio más de cerca, y al moverlo a contra luz, un reflejo de color rojo le deslumbró. Pasó la mano por encima y tiró el folio al suelo al volver a pincharse. Desde el suelo, haces de luz de colores brotaron e inundaron la sala.
Paralizada por la impresión, pudo ver cómo de un simple folio estaba brotando el rosal que ella misma había dibujado. Las rosas crecían pequeñas y deformes, nunca se le había dado bien dibujar, y ahora más que nunca lo estaba comprobando.
La otra flor también surgió, con una hoja verde, perfecta en su simetría, colgando de un tallo imposible de tan fino. Las hojas, de un morado oscuro, destilaban pequeñas gotas de color allí donde el trazo del lápiz había sido más grueso.
Miró el lápiz, atónita. Era normal y corriente, el que te encuentras en cualquier papelería, naranja con rayas negras. Nada en él sugería que fuera especial.
Seguro que estaba soñando. Para comprobarlo, se pincharía con el lápiz en la mano. Si sentía dolor, estaba despierta, pero seguro que al parpadear desaparecería el rosal que seguía creciendo ante ella.
Antes de que la punta de grafito pudiera tocar su piel, sintió cómo alguien le arrebataba el lapicero de las manos. Miró casi sin ver a su abuela con un mohín de preocupación en los labios.
- Creí que lo había guardado a buen recaudo. Desde luego – miró el cajón abierto – en este cajón no estaba.
Revolvió el contenido para, al instante, mostrar triunfante una goma de borrar. Se agachó y la pasó por el folio.
- Reina, menos mal que no te ha dado por dibujar un monstruo. – Sonrió.
Guardó el lápiz y nunca más volvió a hablar de él.

Para las personas que se hayan quedado con ganas de más, es una historia que me gustó tanto que sí me gustaría continuarla. En cuanto lo haga, lo compartiré aquí. ¿Qué os ha parecido? ¿Tenéis alguna idea propia sobre la forma en que llegó el lápiz a estar en poder de la abuela?
Os invito a leer los demás cuentos aquí.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Mamá en apuros: sin cabeza


Ya no sé si cuento cosas que me pasan o me pasan cosas para contarlas. Supongo que habrá gente que piense que me invento todo lo que cuento por aquí, y he aquí lo triste: todo es verídico. Puede que al contarlo exagere un poquito, u omita alguna información, pero no me invento nada. Así de divertida es mi vida.

También me pasa a veces que no encuentro nada que contar. No estoy tropezando con la vida todos los días (por suerte), y a veces ocurre que mi estado de ánimo no me deja ver el lado bueno de las cosas, aunque afortunadamente esto sucede poco.

Quizás todo se deba a mi mala cabeza. Soy despistada hasta decir basta. Una de las cualidades de mi hija que más me saca de quicio es que está en su mundo, no se entera de nada y nunca tiene cuidado con las cosas. Esto le pasa porque casi nunca se concentra en lo que hace, y se traduce en golpes, caídas y pérdidas de juguetes. Pues bien, adivinad de qué gen lo ha sacado. En eso es clavadita a mí. Y soy consciente de que ella no puede hacer nada por evitarlo, y quizás por ello me enfado más. Lo que no tengo muy claro es con quién me enfado, si con ella o conmigo…

En estos días tengo que viajar mucho en tren hasta Atocha. Diferentes asuntos me llevan allí. Pues para ahorrar me cogí un bono de diez viajes. Y allí que he ido, tranquilamente con mi bono, guardadito en una cajita que me agencié que me viene genial (tiene el tamaño ideal), viaje para arriba, viaje para abajo. Llevaba la cuenta mental de los viajes. ¿Qué podía fallar?

El último día que tuve que viajar a Madrid, llegando a la estación de tren me di cuenta de que me había dejado el monedero en casa. Me eché las manos a la cabeza un segundo para volver a bajarlas, más tranquila, un instante después. Si volvía a casa llegaría tarde, ya que tengo que coger el coche para ir a la estación de tren (en el pueblo donde vivo no hay RENFE), pero como llevaba el billete de diez viajes me despreocupé. Lo peor que podría pasar era que me parara la policía y me pidiera la documentación. Por un instante imágenes de mi detenida, y sujetando un cartel para que me hicieran la foto de frente y de perfil, pasaron por mi cabeza, pero las deseché por falta de histórico. Y mi cabeza funciona así: si no me ha pasado nunca en mis 37 años de vida (sobre todo teniendo en cuenta que con la cabeza que tengo no es la primera vez que salgo indocumentada de casa), ¿por qué habría de pasar ahora?

Me encogí de hombros y seguí mi camino. Pasé el día de forma tranquila. Tuve que gorronear a mis compañeros para el desayuno, eso sí, pero como ya me van conociendo no se lo tomaron a mal. Y tuve la suerte de volver con una compañera a Atocha. Ella cogía el mismo tren que yo, pero se bajaba una parada de antes.

Como las dos somos algo así como calladas y tímidas, íbamos charlando sin parar. Llegamos a los tornos, nos dirigimos cada una a uno y ella pasó, pero el mío no se abría. Miré el mensaje de la pequeña pantalla que ponía “bono agotado”, pero no era capaz de entenderlo. Recuperé el billete, que lo había escupido la máquina, y lo volví a meter. Mismo mensaje, billete escupido. No tenía viajes en el bono de diez.

Miré alarmada a mi compañera.

- ¡No tengo el monedero!

Ella me miraba, entre alarmada y divertida.

- ¡Pero no lo entiendo! Si son diez viajes y todos son pares, de ida y vuelta, esto tiene que estar mal.

- Mira el billete, a ver cuántos has gastado.

A mí me seguían sin cuadrar las cuentas. Si yo hacía dos viajes cada día, y el billete era de diez, me tendría que haber fallado en el viaje de ida, no en el de vuelta.

- ¡Claro! –me dijo mi compañera, que llegó a la solución antes que yo – Si ayer no cogiste el tren para volver.

Por supuesto. El día anterior su marido había ido a recogerla y fueron tan amables de llevarme hasta donde tenía el coche. Y yo no me había acordado.

Antes de que me pusiera aún más histérica, mi compañera me cedió su tarjeta de crédito (ya que ella no llevaba suelto) para que me comprara un billete. Creo que no se lo agradeceré lo suficiente. Me fui a la máquina a sacar el billete, y después de haber hecho todos los pasos no me dejaba meter la tarjeta en la ranura. Lo intenté como cinco veces, pensando que a lo mejor es que lo hacía mal. Después del quinto rechazo cambié de máquina.

En la segunda máquina pude meter la tarjeta, pero lo hice al revés y me la devolvió. Por tercera vez tuve que hacer todos los pasos, y ya, por fin, coloqué la tarjeta en su sitio de la manera correcta. Ahora a ver si me acordaba del pin. Sí, me acordé. Aunque mi compi puede estar tranquila que ya se me ha olvidado. Cogí el billete, no le di un beso por no borrarle la banda magnética, y fui al encuentro de mi compañera.

Bajando por las escaleras mecánicas ya nos reíamos las dos, aunque cinco minutos antes lo que yo había tenido eran ganas de llorar. Ella me estuvo contando que un día que llevaba mucha prisa bajó al andén y se metió en el tren sin mirar. Resultó que no era el tren correcto y que iba en dirección contraria, por lo que tuvo que bajarse en la siguiente estación para coger el tren en la dirección acertada. Me alegré de no ser la única torpe…

martes, 1 de diciembre de 2015

Matemos al tío, de Rohan O´Grady



Sinopsis: (web de Impedimenta): Barnaby Gaunt tiene diez años y acaba de quedarse huérfano. Solo y desamparado en la vida, ha de vivir con su tío, por lo que viaja a una preciosa isla remota de la costa de Canadá, llena de amables ancianitos y donde hay hasta un policía montado. A primera vista, todo indica que le espera un verano perfecto. Salvo por un pequeño problema: su tío está tratando de matarlo. Heredero de una fortuna de diez millones de dólares, Barnaby se cansa de decirle a todo el mundo que su tío, un hombre misterioso y aterrador, anda detrás de su herencia, pero nadie le cree. Nadie salvo Christie, una niña rara y de poco comer, que llega a la conclusión de que Barnaby solo puede detener a su demoniaco tío de una manera: matándolo primero a él. Y así, con la ayuda de Una Oreja, un puma salvaje a quien los isleños atormentan desde hace años, Christie y Barnaby traman un plan infalible.

Cada visita a la biblioteca es un peligro para mi lista de lectura. Hasta cuando solo voy con intención de dejar libros, o para que coja la peque. Porque curioseo, miro las estanterías de vez en cuando, atraída por los cantos de sirena de miles y miles (en mi imaginación miles de millones) que me atrapan en sus redes.

Este le vi en la estantería de novedades, y me acordé que lo tenía apuntado en la lista infinita gracias a Mónica Serendipia, que lo reseñó con gran acierto en su blog. Antes de que pudiera pensar siquiera ya me encontraba en el mostrador con el libro y el carné en la mano.

Lo primero a destacar es la edición. Había oído hablar de la cuidada edición de Impedimenta, pero aún no había tenido el placer de tener uno de sus libros entre las manos. Hasta el tacto es placentero. Los márgenes, las ilustraciones, el tipo de letra, todo juega a favor para que el lector se sienta cómodo con sus páginas, lo que puede parecer una tontería pero que ayuda mucho en la lectura.

La verdad es que por lo poco que recordaba de la reseña creía que era un clásico más antiguo, pero me he encontrado con una historia ambientada en el siglo XX, después de la II Guerra Mundial, en la que dos niños llegan a una isla en la que hace mucho tiempo que ya no hay niños. Enviaron a todos los jóvenes a la guerra y tan solo volvió uno. Desde entonces ya no hubo ninguno.

La historia es terriblemente deliciosa. Sí, he escrito eso. Terriblemente deliciosa (lo que me hace imaginarme una boca con dientes de vampiro relamiéndose unas gotas de sangre). Porque es tierna pero cruel a la vez. Porque los personajes están tan bien estructurados que todos son perfectos en su imperfección. Los niños son los protagonistas de esta historia (aunque no son los únicos), y es muy complicado escribir desde la perspectiva infantil. No me he sentido defraudada en este aspecto.

La narración es muy acertada, en tercera persona cambiando el punto de vista, lo que nos da una visión más global de la historia, y le añade agilidad a su lectura.


Para mí ha sido todo un descubrimiento, una de las mejores lecturas de este año, con la que he disfrutado y sufrido a partes iguales. Una apuesta segura de lectura.