viernes, 23 de febrero de 2018

Mamá en Apuros: He venido a hablar de mi libro



Hoy es la presentación de mi primer libro.

Chan chan chaaaannnn



Tengo la cita cogida desde hace más de un mes. Cuando me lo propusieron en mi biblioteca acepté encantada. ¡Encantadísima! Estaba cumpliendo un sueño y ese era uno de los pasos. Ahora la gente me vería como lo que soy: una escritora (el primer paso es creértelo tú, obviamente). Y me dije: voy a escribir algo y lo voy a ensayar hasta la extenuación.

Jaja, yo del pasado.

Hoy ha llegado el día, por fin, y sí que he escrito algo. Pero no lo he ensayado. Apenas lo he leído una sola vez en alto. Y para cronometrar cuánto tardaba, que soy capaz de hablar como una metralleta y cinco minutos después, mandar a la gente a sus casas. Como siempre, he utilizado la estrategia del avestruz: he escondido la cabeza hasta que ya ha sido demasiado tarde.


Yo mirando horarios de vuelo a un país sin tratado de extradición, un poco más calva, sí, pero por el estrés


Pero no puedo huír. Tengo un marido y una hija a los que quiero, no podría separarme de ellos. Y por más que le estoy insistiendo a Papá en Apuros no quiere irse a pasar el finde fuera, hacernos unos arreglillos en la cara y cambiar de identidad. Dice que es demasiado engorroso, que me ponga ahí delante y que haga lo que tengo que hacer. Cosas de haberse casado con un exmilitar, que no contemplan la no afrontación del deber.

El caso es que me debería de gustar. Y por un lado estoy encantada. Pero la parte encantada se ha visto reducida por el miedo, que ha ocupado toda la estancia y la ha dejado a la pobre acurrucada en un rincón mirando con ojos de pánico al propio miedo. Pero, ¿de qué tengo miedo?

Creo que el principal es que se descubra que soy una farsante. No una farsante en cuestión de haber pasado por el cáncer: eso es cierto. O de haber escrito el libro: todas y cada una de las palabras que aparecen (excepto el prólogo, claro), salieron de mis dedos tecleando en el portátil. Pero es que el síndrome del impostor es tan fuerte en mí como la fuerza lo era en Luke Skywalker, y no puedo evitar pensar que se me ven las grietas.

Es que ahora mi entorno me mira diferente. Ha descubierto en mi algo nuevo. Pero el caso es que no es nuevo, siempre ha estado ahí, solo que nunca me había decidido a sacarlo tan a la luz. Pero es una sensación extraña. Me miran como si fuese distinta. Algunas personas con el brillo de admiración en los ojos. ¡Madre mía que tengo fans! Menos mal que son pocos, porque no sabría cómo gestionarlo si fueran legión. Creo que acabaría más tarada de lo que ya estoy y me raparía el pelo a lo Britney Spears en pleno ataque psicótico.


Sabía que el día de hoy sería tenso. Siempre me pasa igual. La técnica del avestruz funciona hasta el mismo día del asunto que me da miedo. Ese día saco la cabeza, respiro hondo, y me enfrento a lo que sea. Puedo salir ganando, o puedo salir perdiendo, pero siempre acabo enfrentándome a ello.

Aún me queda día para prepararme las tarjetas. No voy a dar datos científicos sobre el cáncer porque creo que esos los puede mirar cualquiera por internet. Hablaré de lo que mejor sé: de mi experiencia y de cómo se me ocurrió escribirla y publicar después el libro. Espero hacerlo divertido, no quiero que se me duerman en la sala.

Aún me quedan horas para arrepentirme de haberlo hecho. Quién me mandaría a mi meterme en estos berenjenales. Con lo a gusto que estaba yo en mi casa tecleando para mi y para unas pocas personas en la red. Ahora me da con que quiero cumplir el sueño de mi vida y publicar, y vender libros. Pero nadie me advirtió que había que presentarlos. ¡Yo solo quería firmar en la feria del Libro! Sentarme allí y ver pasar a gente. No darles un discurso con el que se vayan contentos a casa.

Estoy hiperventilando.

Si quieres ser testigo de mi ascenso y caída, mi querida hermana se ha ofrecido a hacerme de CM y hacer un tuiteo a tiempo real del evento. Con fotos. También le pediré que haga algunos vídeos en IG. Pero no os creáis que lo hace altruistamente, no. Es que le pedí que se sentara conmigo en la mesa (ella es la prologuista), para no estar yo tan sola, y me dijo que mejor hacía fotos… Y para eso no debe estar en la mesa, claro.

Ahora me toca ponerme melodramática: si no vuelvo, si después de hoy decido retirarme en la selva y vivir como los nómadas, recordad que siempre os quise. Y que esa que decía que quería ser escritora no debía de ser yo… Sería una loca…
Lo dicho: mirad mis redes si queréis ver en directo cómo me explota la cabeza...

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viernes, 16 de febrero de 2018

Mamá en Apuros: Con tiempo de sobra



Esto me pasó en la primera revisión que tuve. Hace poco he tenido ya la segunda revisión, y mira, me da igual dar cien mil vueltas, que si me van a decir lo estupenda que estoy habrá merecido la pena.

Pero como ya he dicho, esto fue cuando tenía que ir a ver al de radioterapia por primera vez tras el tratamiento. Había visto ya a la oncóloga, que me había dicho que estaba todo genial, pero el de la radio también tenía que verme. Además, como es ginecólogo me iba a ver como es debido, encima del potro de tortura y bajo la sábana.

Lo tenía todo calculado. La consulta de radioterapia la tengo en la Princesa porque mi hospital de referencia no tiene servicio de radio. Pero sin problema: me iba a ir en transporte público. Había pedido la imagen en CD de mi resonancia magnética porque la primera vez que vi al doctor no funcionaba bien el servicio interno que ellos tienen y no lo pudo ver. Me adelanté, lo solicité con tiempo y, aunque se me había olvidado ir a por ello, tenía tiempo de pasar por el hospital, así aprovechaba el viaje para coger el metro en la parada del centro hospitalario, ya que donde vivo no hay.

Fui hasta allí. Contenta. Encontré aparcamiento bastante lejos, pero sin problema, tenía tiempo. Además, el pelo me había quedado genial ese día. Y ya sabía que estaba bien, por lo que el doctor no tendría nada malo que decirme. La vida me sonreía y además iba con tiempo de sobra. Llevaba lectura para el metro, y por si llegaba muy pronto y me aburría de leer (cuando estoy nerviosa no soy capaz de concentrarme) también llevaba el ganchillo. 
Corre, corre, corre


Antes de llegar a la puerta del hospital me encontré con una amiga y estuve un poco hablando con ella. Había ido a dejar a su padre al tratamiento y se iba corriendo al trabajo. Ella llevaba prisa, yo no. Le sonreí cuando se iba y sacudí la cabeza. Había olvidado lo que era vivir así, a la carrera: corriendo a por los niños (ella tiene dos), corriendo al hospital a dejar a tus padres, corriendo de vuelta para hacer la comida… Corriendo, corriendo, corriendo. Después de casi ocho meses de baja y de haber tenido cero fuerzas, ya no sabía lo que era el estrés. Y ese día aún menos, que había salido con tiempo de sobra.

Llegué al hospital. Muchísima gente esperando para que la atendieran en el mostrador. Me puse a la cola, saqué mi libro y me puse a leer. Tenía tiempo de sobra. Estar esperando en el mostrador me quitaría tiempo de ganchillo, pero así adelantaba con la lectura. Todo controlado.

Leía, pero un picor incómodo se me despertó en la base del cerebro. Un tic. Como un pequeño aguijón pinchándome una y otra vez. Tic. Tic. Tic. Levanté la vista y miré la cola, apenas habíamos avanzado nada. Bueno, no pasaba nada, seguíamos teniendo tiempo. Tic. Tic. Tic.

Volví a levantar la vista. Una persona se había ido con su trámite hecho. La cola avanzó. Busqué en el bolso el papel que tenía que entregar, lo puse debajo del libro. Y seguí leyendo. Pero incómoda. Tic, tic, tic, el aguijón seguía. Vale, prepararía todo lo que necesitaba para que me entregaran el disco con la resonancia…

Mierda. Mierda, mierda y cien veces mierda.

El tic se disipó, y lo sustituyó una sensación de apremio como no la había sentido hacía mucho tiempo. Miré el bolso, saqué las cinco millones de cosas que tenía dentro y no encontré lo que buscaba. 

Mierda.

Me había dejado el monedero en casa. Y ya no es que no tuviera el DNI que necesitaba para que me entregaran el CD de la resonancia, es que no tenía ni un duro para coger el transporte público para ir al hospital. Me entraron ganas de llorar. Con lo orgullosa que me había sentido por tener todo controlado, por haber ido con adelanto suficiente como para no ponerme nerviosa, ahora resultaba que tenía que volver a casa a por el monedero y ya no tendría margen de maniobra.

Salí casi corriendo del hospital a buscar mi coche. Casi iba jurando en un idioma que solo conocía la niña del exorcista, me sentía tan idiota que necesitaba contárselo a alguien. Llamé a mi marido.

—Soy gilipollas —le dije nada más contestó.

—¿Y eso?

Empezábamos bien. La respuesta correcta tendría que haber sido «no, cariño, eres genial, una diosa y tú nunca te equivocas, son los demás los que no hacen las cosas bien. ¿Que se te ha olvidado el monedero? Culpa del monedero que se salió del bolso…». Pero no. Me dijo «y eso».

Le conté la película.

—Bueno… No pasa nada…

¿¡Que no pasa nada!? ¿¡Que no pasa nada!? 

—¡Claro que pasa! Ahora tengo que ir a casa, subir corriendo y bajar corriendo a coger el bus a ver si tengo suerte y pasa a su hora, para ir a Avenida América. Con lo que odio coger el autobús.

—Pero llegarás a tiempo.

—¡Pero no podré leer ni hacer ganchillo ni nada!

—Haz ganchillo en el autobús.

—Sí, claro, voy a sacar el ganchillo en el bus para que luego tenga que guardarlo y pegue un frenazo y se me escape la aguja y se la clave en un ojo al conductor —puede rebotar en el cristal y darle— y que tengamos un accidente y salgamos en los periódicos.
Armas mortales en potencia


Papá en Apuros me dio por imposible. Creo que la escena dantesca del conductor atravesado por mi aguja de ganchillo y el resto de pasajeros muertos y desmembrados en el asfalto de la A2 no le terminó de convencer.

—Sube a casa, coge el monedero y ve al bus. Seguro que llegas bien.

No hice rally porque aún me duraba algo (solo algo) de la paz mental con la que me había levantado, pero tampoco mantuve la calma. A esas horas no había tráfico, por lo que tardé diez minutos en aparcar cerca de mi casa. Bajé del coche corriendo, subí corriendo tres pisos, cogí el monedero, bebí agua, fui al baño y bajé de nuevo los tres pisos para llegar corriendo a la parada. Usé el viejo truco según el cual, dependiendo de cuanta gente haya esperando el bus, así tardará, para estipular que no tardaría mucho, pero aun así me dediqué a pasear marquesina arriba, marquesina abajo, mirando el reloj y el final de la calle alternativamente.

El autobús tardó cinco minutos en llegar. Los más largos de mi vida. Una señora, con un hijo adolescente me miraba ya con ganas de asesinarme cuando por fin lo vimos aparecer. Ella suspiró, porque yo al final dejé de moverme. Yo suspiré porque en verdad vi peligrar mi integridad. Y porque por fin llegaba el bus. Pero llegaría tarde a la consulta. ¿Cómo se pudo torcer todo por un simple monedero?

El viaje en bus fue un infierno. Por suerte no hubo atasco, que ya lo que me hubiera faltado. Pero odio el autobús. Traquetea, hace calor, tiene demasiadas paradas. Y encima, me acabo mareando. Lo llevo bien los primeros diez kilómetros, más o menos. Luego ya me empiezan a subir los calores, siento un nudo en el estómago y me quiero bajar a toda costa. Pero no podía, porque me supondría llegar aún más tarde. 

Casi paso por encima de tres cabezas cuando por fin paró en destino. Salí a la calle buscando aire como si acabara de atravesar el desierto, me abrí las chaquetas, me quité la bufanda. Pero aún tenía un paseo de diez minutos, y llegaba tarde. Ni la música consiguió distraerme. Pero con el mareo no fui capaz de correr, de modo que me puse en modo andarín y un, dos, un dos, me planté en La Princesa cinco minutos más tarde de la hora a la que tenía cita. 

Llegué como un elefante a una cacharrería, me quité el bolso, la bufanda, el abrigo. Abrí el agua y bebí ansiosa. Notaba los mofletes al rojo vivo. Me senté, y supiré. Miré a mi derecha, al paciente que conocía de vista porque nos habíamos dado la radio en las mismas fechas. 

—¿Qué hora va?

—Yo tengo en punto y aún no me han llamado.

—Ah, vale.

Siempre me pasa igual. Corriendo, corriendo, corriendo. Y luego resulta que tengo que esperar.

Me eché hacia atrás en el asiento, y con la mente demasiado agitada como para leer, me puse a mandar mensajes con mi hermana.

«Soy gilipollas», le puse.

«¿Y eso?», contestó.

¿En serio?


Por cierto: la revisión fue genial. De Voldemort no queda ni una célula a la que enterrar.

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viernes, 9 de febrero de 2018

Corazoncitos por el cáncer



Tenía este post rondando en la cabeza, e incluso ya había escrito una versión de él, pero dudaba de si publicarlo o no. Dudaba porque puede malinterpretarse, ya que es un tema que hay que tratar con delicadeza, para que no quede la cosa como una rabieta infantil.

Porque ni infantil ni rabieta, eso que quede claro. Cada día se diagnostican más casos de cáncer, pero también aumenta el porcentaje de curación (afortunadamente), y cada caso es un mundo. Lo que nos hace iguales es el sufrimiento, por desgracia todos los enfermos de cáncer sufrimos más o menos las mismas consecuencias.

El caso es que se habla más de unos que de otros. Desde luego yo tuve la sensación de que, en la lotería que es el cáncer, me había tocado el patito más feo. Cada vez que me encuentro a alguien y le cuento que he tenido cáncer me mira el pecho. Es una reacción subconsciente, a veces no dura más de un segundo, pero los ojos van hacia mi busto. Y no, no suelo llevar escotes muy pronunciados, ni tengo una talla que llame la atención. Es que dan por supuesto que el que he tenido ha sido de mama. Me he visto obligada a decir las cosas del tirón: 
holaquetalhepasadouncáncerdecuellodeúteroperoyaestoybiengracias. Entonces ya no me miran el pecho, me miran a mi directamente con cara de no haber entendido nada…


La idea del post original me surgió porque había estado recibiendo esa semana varios mensajes, tanto por WhatsApp como por Facebook, en el que alguna mujer me pedía que pusiera un corazón en mi estado, sin explicaciones, para visibilizar el cáncer de mama. Por sistema suelo ignorar las cadenas, incluso las de este tipo, que se suponen que son solidarias para visibilizar una enfermedad que es un incordio. No contesto, no hago alegato, pero me da mucho igual. Porque no creo que poner un corazón en mi estado de Facebook haga mucho, y menos si además no tengo que decir nada, para que los hombres se queden pensando por qué narices pongo un corazón ahí. Porque aquí hay un dato importante: estas cadenas nos las mandamos exclusivamente entre las mujeres.

Pero coincidió que lo mandaron a uno de los grupos de WhatsApp a los que pertenezco y una mujer contestó. Pidió disculpas, porque tenía un mal día, pero que ella no iba a poner un corazón por el cáncer de mama porque estaba un poco harta de que se hablara de ese tipo de cáncer como si fuera el único que sufrimos las mujeres. Que ella estaba pasando por otro tipo de cáncer y que no se hablaba de él.

La verdad, es que manifestó, quizá de forma algo más rugosa, lo que a mi en algún momento se me había pasado por la cabeza. Pero ya digo que no iba a hablar del tema, hasta ayer. Me contactó por Twitter una mujer y me agradeció que hubiera contado mi experiencia en el blog (aún estoy hinchada de orgullo, qué os voy a decir). Me dijo que había hecho búsqueda en internet sobre el tema cáncer de cervix y tan solo encontró mi blog. De cáncer de mama tienes millones de entradas y muchos más testimonios, pero del de cuello de útero, no (que información hay, pero médica). Lo que me hace pensar en que, al final, las cosas me pasan para que las cuente… (A ver cuando puedo contar que me ha tocado la lotería…)

Y no es que quiera ponerme a comparar, ni a patalear, ni a señalar que tu cáncer es mejor que el mío… No, por favor… Pero sí es verdad que se ha abanderado, teñido de rosa, que es el color que nos han dicho que es el que representa a las mujeres (a mi particularmente el rosa no me representa nada) un cáncer que en realidad, también sufren los hombres.

¡Sorpresa! Sí, el cáncer de mama también se da en cualquier persona con mamas. El porcentaje en el que se da depende del tamaño: cuantas más células, más posibilidades. ¿Adivináis qué cáncer no sufre una persona de cromosoma XY? ¡El de cervix! Y sé que igual muchas personas ya lo saben, pero no es una generalidad. Se está quedando en el imaginario colectivo que el cáncer de mama solo lo sufren mujeres, y por eso al final parece que es el único tipo de cáncer que tenemos. Sin embargo no asociamos al hombre como que el único caso de cáncer que puede sufrir es el de próstata.

Y a ver, que tampoco quiero hacer un concurso de popularidad. Pero quiero reivindicar que el cáncer de cérvix es más común de lo que imaginamos, y que las mujeres, como cualquier persona en el mundo, enfermamos de otros tipos de cáncer también. No me molesta que se de visibilidad al cáncer de mama, pero como realmente se consigue apoyo para atajar el cáncer es presionando al gobierno para que destine dinero a investigación. Porque solo con la investigación se puede vencer esta enfermedad.

Que investiguen e implementen la detección de cáncer por análisis de sangre.

Que investiguen e implementen la quimioterapia que detecta a las células cancerosas y solo las ataca a ellas. Esto es muy importante para los casos en que no se ha podido detectar en el análisis de sangre, para mejorar la calidad de vida de la persona enferma.

Que investiguen e implementen, pero eso no se consigue con corazoncitos. Se consigue con dinero.

Podemos donar, que está bien. Precisamente por eso he destinado los beneficios de mi libro a la AECC. Pero no nos olvidemos que la mayor parte del dinero para investigación lo debe aportar el Estado. Y ahí solo podemos decidir con nuestro voto. Hay que pensar en lo que han hecho los que están y los que estuvieron en el poder acerca de este tema y en base a eso, y a su proyecto político, decidir.Pero decidir a conciencia, tomándonos nuestro tiempo para valorar. Porque nos afecta en mayor medida de lo que creemos.

Y luego, si nos apetece, podemos poner corazoncitos. Por qué no.

Pero hemos de recordar que a las que hemos pasado por otro tipo de cáncer también nos gusta que se nos recuerde. Poned un corazoncito también por el cáncer de cérvix. Y otro por el de ovarios. Y otro por el de colon, el de próstata… ¡Corazones por doquier!




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viernes, 2 de febrero de 2018

Mamá en Apuros de Canguro



El karma es un ente caprichoso. Estaba yo preocupada por cómo podría devolverle el favor a esas Mamás en Apuros que se encargaron de MiniP cuando yo no podía, que ni en cien vidas sería capaz, cuando llegó el karma, con su genial sentido de la oportunidad y me lanzó encima una losa de cien kilos.

«¡Toma, bonita, no penes más que ya estoy aquí!», me dijo, y se marchó alegremente para entregar más justicia divina por el universo.

Y ahí me quedé yo: que pasé de ser un plan b a un plan a en cuestión de segundos. Y para cuidar a una niña de cuatro años, nada menos.

Me preguntó una amiga que si podía hacerme cargo de su hija porque trabajaba y nadie de su entorno estaba disponible. Por supuesto dije que sí, no fuera a ser que el cachondo del karma me estuviera mirando y además pensé que tampoco sería para tanto. Total, ya he criado a una, sé lo que es tratar con una enana.

Ay, amiga, qué equivocada estaba.

Llegó el sábado, y puntual llegó B a dejarme a MiniN. Para empezar, las madres tenemos la memoria atrofiada. Creo que es por algo de supervivencia de la especie, porque solo recordamos cosas buenas. A mi lo que más me alucina es que ya no me acordaba de lo pequeñas que pueden ser las niñas de 4 años. Según me vio me dio un abrazo, un pago adelantado por lo que vendría después, y su madre marchó a trabajar con la preocupación que llevamos todas las madres de hacer cargar con nuestras pequeñas bestiecillas a otras personas que no están acostumbradas.

"¡No te tires Gustavo, que solo son dos horas!" "No puedo más con la vidaaaa"

MiniN es un encanto. Me dio conversación todo el camino a casa. Y cuando llegamos también. Y durante todo el rato que estuvo en casa. Yo creía que MiniP hablaba mucho pero esta chica la superaba con creces. 

Luego, además, no paraba. Veía algo que le llamaba la atención: pues allá que iba con el dedo en ristre y la pregunta saliendo de su boca:

—¿Esto qué es?

—Eso es una casa de las Pin y Pon.

—Lo quiero. 

—Vale.

—¿Esto qué es?

—Un joyero.

—Lo quiero.

—No.

—¿Por qué?

—Porque es para guardar collares.

—Quiero ponerme un collar.

—No, que se pueden romper.

—Pero no lo rompo. Es que me lo quiero poner.

Y así con todo.

Jugó con casi todos los juguetes que tenía MiniP en su cuarto, y como buena hija única y (más importante aún), nieta única, tiene un montón. Luego sacamos un juego de mesa acorde a su edad y nos pusimos las tres a jugar: MiniP, MiniN y yo. Jugamos cuatro partidas seguidas. ¡Cuatro! Dos ganó MiniN y otras dos MiniP. Acabé apalizada. Y dejamos de jugar porque se aburrió.

Llevaba una hora en casa y yo ya empecé a mirar el reloj a cada rato, deseando que llegara la hora. Se portó muy bien, era obediente y no tocaba nada sin preguntar primero, pero no paraba quieta ni un segundo. ¡Hasta cansó a MiniP! Se sentó en el sofá, pidió ver dibujos, y no respondió ni a las llamadas de MiniN para que fuera a jugar. 

Yo no sé si es que, como he dicho antes, ya no me acordaba, o es que MiniP fue más tranquila, pero no me esperaba que una niña de 4 años tuviera tantísima energía. Sé que tienen, pero esto era exagerado. También es verdad que estaba medicada, con Ventolín, y ese medicamento hace que se pongan más nerviosos. Pero no sabía que tanto…

El sábado se fue con su madre más contenta que unas castañuelas, vestida con un disfraz de princesa que a MiniP se le había quedado pequeño, y con la promesa de descansar mucho para volver el domingo. Yo me eché la siesta, pero es que a MiniP no se la escuchó en toda la tarde, entretenida con sus cosas, sin armar ruido ni bailar que es lo usual en ella.

El domingo fue más de lo mismo: energía a raudales. Pero como hizo mejor día cuando aún quedaba un rato para que llegara su madre me las bajé al parque. Allí se pusieron a jugar con los columpios y demás y me dejaron a mi un rato en paz. 

Luego en la despedida todo fueron dramas: no quiero irme, no quiero que se vaya, me quiero quedar, quiero que se quede… Finalmente me arrancó la promesa de repetir otro día, pero puse la condición de que me tenía que recuperar primero. 

Que ya no estoy para estos trotes…

PD: Es verdad, acabé agotadísima, pero volvería a repetir las veces que fuera necesario.


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