Reconozco que he dejado un poco abandonado el blog últimamente. Creo que han sido un par de semanas las que no he actualizado, dejando a mis lectores sin su dosis semanal (y lo sé porque algunos me echan la bronca). La verdad es que no hay mucho secreto. No me han secuestrado, ni me ha tocado la lotería (en ese caso no dejaría de escribir, por cierto), ni me he vuelto a romper algo. El problema ha sido el calor.
Es que hace calor. Lo dicen en la tele, y todo lo que dicen en la tele es cierto. No sé si alguien lee este humilde blog desde algún punto en el que el termómetro sea capaz de bajar de 20 grados, pero aquí donde yo vivo estamos viviendo el verano más caluroso de la historia. Ni por la noche bajamos de 30 grados. Así no hay ni quién duerma, ni quién piense, ni quién viva.
Tengo las neuronas derretidas dentro de mi cabeza. Hasta para levantar un brazo me cuesta horrores, no digamos ya levantarme entera yo, coger mi Newttie (mi querido portátil nuevo) y ser capaz de ordenar ideas o acaso tenerlas para escribir un post, una reseña o la lista de la compra.
Me deshago en sudor, allá por donde voy dejo un charco que parecen los restos de la bruja mala del Oeste cuando se deshace con el cubo de agua. Solo que aquí quien pone el agua soy solo yo.
Para rematar, y por problemas de logística, he cambiado el horario en el trabajo. Entro más tarde, pero también salgo más tarde. Y yo soy como los niños pequeños, que me cambias las rutinas y me cuesta un mundo adaptarme a ellas. Tenía mis horarios fijados y ya no los puedo seguir. Cuando antes me sentaba a escribir ahora estoy comiendo, y esto me crea una inestabilidad que mi frágil mente, apabullada por el calor, no es capaz de soportar.
Y, venga, sin excusas ni disfraces. Que hace tanto calor que estoy vaga.
Por no apetecer, no me apetece ni ir a la piscina, aunque al final todas las tarde sucumba y vaya, más por MiniP que por mí, que si no a ver qué hago con ella toda la tarde. Cualquiera baja al parque, a quemarnos con los columpios o a sufrir porque hasta en la sombra se pasa mal.
Eso sí, en la piscina tenemos un respiro. MiniP no sabe nadar muy bien, aunque con el cinturón de corchos se defiende, pero no le tiene miedo al agua. Desde que llegamos, hasta que nos vamos se pasa el tiempo dentro del agua. Saltando desde el borde, chapoteando, buceando.
Yo, por mi parte, he descubierto otro rango más dentro del histerismo de madre que se apodera de mí de vez en cuando.
Lo primero, no la dejo nunca sola. La sigo como una sombra, no vaya a resbalar, con lo peligroso que es un resbalón en la piscina. Ya me la veo con la cabeza abierta y corriendo al médico. Y no me apetece correr en bañador, que se me mueven todas las chichas como la barriga de Homer Simpson.
Y, lo segundo, si la dejo alejarse, qué se yo… diez metros, automáticamente me convierto en un megáfono que le advierte de todo peligro existente o no que pueda estar a su alcance. Repito su nombre con diferentes grados de exasperación e histerismo, hasta que la pobre muchacha se vuelve a la toalla, aburrida ya de ser el centro de atención.
Pobrecilla, creo que no voy a tener dinero suficiente para pagarle todos los psicólogos que va a necesitar cuando crezca.
Creo sinceramente que mi nivel de histerismo crece con el calor, y con el estrés. Menos mal que ya me tocan las vacaciones, y podré relajarme, sin horarios, sin límites, y espero que con menos calor.
Voy al pueblo donde pasé todos los veranos de mi infancia, y ahí tendré dos cosas aseguradas: las noches fresquitas y nostalgias para parar un tren. Esperemos que el ambiente rural consiga relajarme, y encontrar inspiración para seguir con la periodicidad del blog.
Y vosotras (aquí incluyo a lectores y lectoras), ¿cómo pasáis el calor? ¿Os anula como a mí, o por el contrario os pone las pilas?