Debo decir que seré Mamá en Apuros, pero a veces tengo cierta mano con las cosas. Vamos, que no soy un desastre total para todo. Ocurre pocas veces, pero cuando ocurre me gusta regodearme. En contadas ocasiones es Papá en Apuros quien está más en apuros que yo. Lo malo es que siempre me afecta.
Ya sabéis que estuve tres meses de baja porque me rompí la muñeca. Nosotros, como la mayoría de las parejas en los que trabajan los dos, debemos tener dos coches, puesto que ni nuestros horarios ni nuestros lugares de trabajo coinciden en lo más mínimo. El tiempo que estuve con la escayola mi marido dijo, cargado de buenas intenciones, que se llevaría un día cada coche, para mover el mío también, pero al final se lo llevó un día nada más.
Cuando por fin me quitaron la escayola y, semanas después, pude conducir, el coche había perdido algo de flow y no arrancaba bien. Arrancaba, pero le costaba. Yo lo dejé pasar, sería cosa del frío, de haber estado parado tanto tiempo, mientras al final se pusiera en marcha a mi me iba bien. Un día, solo un día, una vez me dieron el alta, me falló a la salida del trabajo. No quiso arrancar, lo hizo después de tres intentos y cuando ya me veía atrapada en el almacén para siempre... (Ahí está, señoras y señores: mi tendencia al drama). Creo que el coche Car, tal como lo bautizó MiniP (en esta familia somos de ponerle nombres a todo, el otro coche se llama Leoncio porque es un Peugeot), me sintió desesperada y se apiadó de mi.
El caso es que a Papá en Apuros le dio por pensar (malo), y decidió que como Car era más viejo que Leoncio, y que él hacía más kilómetros para ir a trabajar, nos los íbamos a cambiar. Yo, reticente, me encogía de hombros. Sí, es lógico lo que planteaba, por eso no daba una negativa tajante, pero mi Hyundai es mi gordete, le tengo mucho cariño. Vale que a lo mejor no lo lavo todo lo que debería, que todavía llevo en el maletero el cubo y las palas de la playa del año pasado (con tierra y todo), y que si no fuera por mi marido ni le cambiaría el aceite, pero me gusta mucho como va. Para ser un coche con diez años va como un tiro, y la verdad es que en estos diez años nunca ha dado un problema de motor (excepto una vez, pero no fue culpa suya y casi prefiero contarlo en otro post).
Luego está el tema de la música. Tengo un ipod desde hace cinco años y me acompaña a todas partes. Tenía un cacharro para ponerlo en el coche, con el que podías escuchar su música (o de cualquier dispositivo mp3) a través de la radio. Estuve funcionando con él algo más de un año, hasta que se rompió (y de paso me rompió también el mechero del coche, pobre Car, lo que ha tenido que aguantar). Un buen día, de sorpresa, Papá en Apuros se llevó el Hyundai y me lo devolvió con una radio súper chula a la que le podía conectar el ipod. Y hasta hoy sigue funcionando como el primer día, yo llego, enchufo mi ipod a la radio y a volverme loca con el aleatorio canciones. Tengo más de quinientas en el cacharro.
El caso es que Leoncio en teoría sí que lee el ipod, pero algo va mal con su enchufe y me lee cuatro canciones, sin aleatorio y luego se bloquea, cosa que me da mucha rabia. No hemos empezado con buen pie Leoncio yo... Es verdad que no es lo mismo conducir un coche con dos años que uno con diez, además tiene un montón de pijadas, como la velocidad de crucero y (lo mejor del coche) el techo panorámico, pero aún me sigo pegando con él porque tiene seis velocidades y cuando tengo que reducir la neurona se me colapsa y voy directamente a tercera, punto muerto, cuarta, de nuevo tercera, de ahí a segunda, acelerón y por fín punto muerto y su-puta-madre-te-quedas-en-cuarta.
Pero parece ser que no soy la única que echa de menos al Hyundai. Parece ser que Car también me echa de menos a mi. O, por lo menos, que Papá en Apuros no le gusta.
Una mañana, cuando ya nos lo habíamos cambiado, al salir Papá en Apuros a trabajar, no arrancó. Se negó. Él jura y perjura que lo intentó varias veces y ninguna de ellas consiguió que se pusiera en marcha. Tras preparar la logística necesaria para poder ir al trabajo (llamar a su padre, que viniera con su hermano para que le dejaran un coche y ellos se fueran en el otro) me llamó para que me quedara encargada de llevar el coche al taller por la tarde.
Fue sentarme, meter la llave y arrancar a la primera. Mi marido torció el gesto cuando se lo conté, pero lo dejamos en observación unos días. Que no llegó a uno, pues al día siguiente le arrancó pero a punto estuvo de no hacerlo una vez en su lugar de trabajo. Lo llevamos al taller. Le cambiamos una pieza.
El coche sigue igual.
El lunes de esta semana, en la que MiniP no tiene cole, me llamó para decirme que le había dejado tirado en el bar donde toma café por las mañanas. Es parte de su rutina: llega al bar, se toma el café y luego enfila para la nave donde trabaja. Pues ese día, además, lo dejó en una curva, mal aparcado, se tomó su café, y cuando fue a coger a Car, no arrancó. Entre su jefe y él lo tuvieron que empujar para aparcarlo correctamente, y después de comer fui yo con Leoncio a recogerlo.
La idea era que si arrancaba me lo llevaba. Y si no... pues esperaba a la grúa.
Me senté tras el volante, la puerta abierta. Papá en Apuros apoyado en la puerta del copiloto, también abierta, pues hacía un calor aplastante. Giré la llave, la expectación era máxima. El motor de arranque giró con fuerza (cómo no, si era nuevo), y tras lo que no llegó ni a diez segundos, arrancó.
- ¡Me cago en su puta madre! - Papá en Apuros le dio un golpe al techo - ¡Te juro que lo he intentado un buen rato y no me arrancaba! ¡Está mi jefe de testigo!
- Te creo, te creo...
No pude evitar reirme, aunque de verdad que le creía. Al final me llevé el coche al taller, sin ningún problema en el trayecto, y una vez llegué lo paré y lo arranqué varias veces y todas ellas funcionaba. Se lo dejé al mecánico, advirtiéndole que podría ser un problema de conductor, en lugar de motor.
Esperamos noticias.