martes, 29 de septiembre de 2015

Gerona, Benito Pérez Galdós



Que Galdós era un genio ya lo tengo claro con lo que he leído hasta ahora, y con Gerona no se queda atrás. Como Gabrielillo aún no tiene el don de la ubicuidad, le pasa el relevo de narrador a Andresillo Marijuán, al que conocimos en Bailén.

Andrés ha vivido el sitio de Gerona y tal como lo vivió se lo cuenta a Gabriel, que posteriormente lo inmortaliza en sus memorias. En Gerona Andrés se ha prometido a Siseta, la mayor de cuatro hermanos huérfanos a los que acoge el Marijuán como si fueran suyos propios. 

El nivel narrativo es igual o parecido que los otros episodios. La verdad es que no he notado diferencia entre Gabriel y Andrés. Ambos son muy sentidos, con un gran sentido del deber, para con su patria y con su gente. Se desvive por Siseta y por los niños, para que no les falte de nada en tan terrible lance.

También es parecido en ritmo y, por supuesto, en calidad. Y que me ha revuelto las tripas como ningún episodio antes. Ni siquiera el 2 de mayo, 19 de marzo, que me impresionó, o Bailén, cuyos campos cubiertos de sangre me desvelaron un par de noches, me han dejado el mal cuerpo que me ha dejado éste. Quizás ha sido por ver sufrir a los niños, que me duele más que los adultos…

También ha habido espacio para personajes peculiares, para locuras y para risas. Al vecino doctor el hambre le lleva tan al límite que le hace perder la razón…

Este verano se suponía que nos teníamos que leer Gerona y Cádiz, pero por problemas de agenda y títulos que se van colando, de momento solo me ha dado tiempo a leer éste. Pero aunque quede fuera de fecha, leeré Cádiz para no descolgarme de la lectura conjunta.

Don Benito no defrauda en sus Episodios, es una lectura que siempre me sorprende, y aún retratando la miseria humana, los momentos más bajos, cuando el hambre acecha y despierta los más bajos instintos. 

Sé que lo digo en todas las reseña de Galdós, pero es que no me canso de decirlo. ¿Por qué creía que era un pestiño? Tendría que haber podido descubrir antes al gran genio que tuvimos en este país. En sus letras nos dejó su gran legado.

Miércoles Musicales: Versos, canciones y trocitos de carne

Hace poco, navegando por canales de música, descubrí algo que me pareció de lo más curioso. Tanto, que me dije que tenía que resucitar los Miércoles Musicales para contarlo.

La comunión entre música y literatura no es nada nuevo, hay muchos autores que no pueden narrar sin utilizar la música como elemento integrante de la historia (así, a bote pronto, se me ocurre Gabri Ródenas), otros solo la usan mientras escriben. Y lo comparten. En redes sociales o con los vecinos si la ponen muy alta. (Como es mi caso...)

Por lo visto, César Pérez Gellida, en su famosa trilogía compuesta por Memento Mori, Dies Irae y Consummatum Est, utiliza la música como parte misma de la narración. Y digo por lo visto porque aquí toco de oídas (qué bien traído...), porque aún, y subrayo el aún, no lo he leído. Ahora, con lo que leí de él en el libro de Blas Ruiz Grau, Kryptos me basta para querer leer los tres del tirón.

Para ofrecer algo más que la simple playlist de las novelas, el autor Pérez Gellida se ha unido a otro autor (este musical) que a mi, particularmente, me gusta mucho, como es Iván Ferreiro. Reconozco que quizás su etapa de Los Piratas me gustara un poco más, porque ese giro a lo indie no siempre encaja en mis gustos, pero aún así su voz me encandila y disfruto de mucho de lo que hace. Entre los dos, César Pérez Gellida e Iván Ferreiro, han creado tres temas inéditos, cada uno de ellos inspirado en uno de los libros y en uno de los personajes, para ofrecerlo al público como la joya que es.

No es la primera vez que la literatura inspira la música, pero esta iniciativa me ha parecido más que curiosa. Si además añadimos que en una de las canciones colabora mi gran Bunbury (mi amor de juventud), entonces ya digo lo que MiniP: "No me gusta... (pausa dramática) ¡Me encanta!"

Os dejo con los tres vídeos, para que podáis juzgar. ¿Os gusta la iniciativa? A quien haya leído los libros: ¿os parece que las canciones retratan el espíritu de la novela?

¡Feliz y musical miércoles!

 
 
 
 

viernes, 25 de septiembre de 2015

Mamá en apuros hace crochet


Mi abuela era una experta tejedora. Hacía ganchillo como si no costara. La recuerdo siempre con sus agujas, sus hilos, sentada al amor del brasero en invierno con la tele puesta, a la sombra en verano y un proyecto siempre en marcha. 

Hacía de todo. Cortinas, tapetes, sombreros, jerseys, vestidos para muñecas, puntillas para las toallas. Yo de hecho conservo aún tapetes para las mesas (guardados), y una colcha que tejió a cada una de sus nietas (excepto a mi prima R., que le hizo cortinas porque la colcha se la hizo su otra abuela), y que guardo como oro en paño porque eso sí que es una obra de arte.

Cinco de sus siete nietos éramos niñas. Y como niñas que éramos, nuestro deber era aprender a hacer ganchillo. Sí, tuve una infancia marcada por el machismo, pero era el signo de los tiempos. Aún así, yo intentaba escapar de los yugos. Mi abuela consiguió enseñar a casi todas. Casi…

Mi hermana la mayor, a pesar de algunos problemas iniciales, aprendió con la abuela. No sé qué edad tendría, yo apenas me acuerdo, pero cuando mi abuela le dio una aguja de ganchillo (el crochet que le llaman ahora), se dio la vuelta, y mi hermana debió de entender mal o algo porque a la que la mujer volvió se la encontró con la aguja clavada de parte a parte en la mano. Suerte tuvo de que se atravesó la parte magra, en la base del dedo gordo hacia la palma, porque no tocó ningún tendón. Y eso que se hubiera hecho unos puntos altos aderezados con media vareta que le habría quedado monísimo…

Después de esa, que es una historia mítica en mi familia (como el caso que involucra a dos niñas, una sopera y la correa de un perro, pero eso lo contaré otro día), mi hermana perseveró, y mi abuela también con ella, y consiguió convertirse en experta del crochet. De todos modos a ella siempre le gustó más que a mí todo el tema de hilos, agujas, y demás.
Mis primeros trabajitos con el ganchillo. No todo son tapetes.
 

A mí no. Yo estaba más preocupada de salir a la calle a jugar, a darle patadas a un balón,o por quedarme a ver dibujos en la tele. Recuerdo como una tortura los ratos de siesta en el pueblo, en el que nos sentaban a las niñas y nos ponían a coser dobladillos de servilletas. Y punto para atrás: Pi, que te tuerces… Yo cada vez daba el aguijonazo más lejos y quedaban unas puntadas inmensas. Claro, así acababa antes, se lo entregaba a mi abuela, con una sonrisa, y antes de que me pudiera decir lo mal que estaba, salía corriendo. A veces me salía bien el truco y escapaba (a jugar con mi primo a la gamberrada de turno), pero a veces mi abuela me sujetaba con una escuálida, pero más firme que el hierro, mano, me regañaba por lo mal que estaba y me obligaba a repetirlo. Y otra vez puntada para atrás.

Con el ganchillo me pasó algo parecido. Primero, me resultaba aburrido. Segundo, odiaba los tapetes que decoraban las mesas y los muebles. Eran un petardo, los tenías que quitar para sacudirlos y limpiar el polvo del mueble, y luego los tenías que colocar exactamente como estaban. EXACTAMENTE. Y tercero, me parecía complicadísimo. Si me hubieran intentado enseñar física cuántica no lo habría pasado tan mal. 
Este búho lo hice para un regalo y casi me lo quedo de lo mono que quedó


Empezaba mi abuela dándome una aguja de ganchillo, que no era otra cosa que un palito de metal, algo más pequeño que un lapicero pero mucho más fino, con una punta doblada. Y luego me daba el hilo. Parecía hilo de pescar de lo fino que era. ¿Y qué pretendía que hiciera con eso? ¿Un tapete? Yo miraba el material a emplear, y lo comparaba con el producto terminado (mirara donde mirara, tanto en el pueblo, como en casa de mi abuela había algo de ganchillo manufacturado por sus manos) y no me cuadraba la ecuación. Y luego miraba mis manos, probablemente sucias de barro o comida, y negaba con la cabeza. Eso no lo puedo hacer yo, pensaba.

Empezaba por la cadeneta. Eso sí consiguió enseñármelo. Una cadeneta, otra, otra más. Me hacía hasta gracia, quedaban los puntos como flechitas pequeñas y me lo ponía en la muñeca en plan pulsera. Pero luego quería que subiera filas. Me decía dónde tenía que meter la aguja y de dónde sacar el hilo. Yo la miraba y me preguntaba cuándo había aprendido chino mi abuela, si no había salido del país. Porque no la entendía nada.

Por más que la buena mujer se empeñó, no conseguí pasar de la cadeneta (o punto cadena que lo llaman ahora). Era capaz de hacer kilómetros y kilómetros de cadeneta, pero no conseguía subir filas. Ni punto alto, ni punto bajo, ni media vareta… Idioma desconocido para mí. Hasta ahora.

Porque desde hace un año, más o menos, los planetas se alinearon, hubo un eclipse de luna que se vio desde algún punto del planeta, las perseidas iluminaron nuestra noche, y mi abuela se me apareció en sueños con una aguja de crochet en las manos… Vale, no. No soñé con mi abuela. Simplemente me dio el punto, le vi un juego de agujas de colores a mi hermana la pequeña, me dio la envidia y decidí que era hora de aprender. Que por cierto no sé qué hacía mi hermana con un juego de agujas de ganchillo, si ella tampoco consiguió aprender nunca. Ahora está poniéndose a ello (sospecho que por no descolgarse de nuestro club de los viernes familiar).

Creo que si mi abuela hubiera estado viva me habría pegado un pescozón. Y con razón.

Empecé por el principio. Me compré un juego de agujas de colores. Y luego, como no podía ir a la fuente del conocimiento original, porque por desgracia mi abuela falleció hace algunos años, fui al siguiente eslabón. Mi hermana M., la que se clavó la aguja. Desde entonces es la gurú de la aguja clavada en la mano…

Pues poco a poco, el chino mandarino que era para mí el idioma crochet ahora es español del de toda la vida. Dependiendo del grosor del hilo tengo más problemas para ver el punto (y por dónde he de meter la aguja), pero lo compenso cometiendo un error y no preocupándome por ello. ¿Qué mi labor no es perfecta? Tampoco lo pretendo.


En estos momentos, además, estoy participando en un movimiento solidario: La manta de la vida. Se trata de tejer mantas de varios tamaños para enviarlas a Siria. No a los refugiados que han escapado, sino a los que no han podido salir del país. He liado a mi madre y a mi hermana M. para ver si entre las tres conseguimos tejer una entera, y aportar así nuestro granito de arena. Por si a alguien le interesa aquí tiene toda la información, y en la web de la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio.

Ahora, ya de adulta, veo lo que veía mi abuela en el ganchillo. Es una actividad que realmente relaja, y para las que no somos capaces de estar mano sobre mano, es una buena manera de estar entretenida y socializar a la vez. Ahora sólo tengo que ver cómo puedo combinar leer mientras ganchilleo… Difícil lo veo, pero ya se me ocurrirá algo…

Gracias abuela, por haber depositado la semilla del amor por el crochet en mí, aunque por desgracia germinó tarde. Claro, que eso no fue culpa suya.

martes, 22 de septiembre de 2015

With Every Letter, Sarah Sundin


Sinopsis (in english): Lt. Mellie Blake is looking forward to beginning her training as a flight nurse. She is not looking forward to writing a letter to a man she's never met--even if it is anonymous and part of a morale-building program. Lt. Tom MacGilliver, an officer stationed in North Africa, welcomes the idea of an anonymous correspondence--he's been trying to escape his infamous name for years.

As their letters crisscross the Atlantic, Tom and Mellie develop a unique friendship despite not knowing the other's true identity. When both are transferred to Algeria, the two are poised to meet face-to-face for the first time. Will they overcome their fears and reveal who they are, or will their future be held hostage by their pasts?

Combining a flair for romance with excellent research and attention to detail, Sarah Sundin vividly brings to life the perilous challenges of WWII aviation, nursing--and true love.

Este año también participo en el reto Keep Calm and Read inEnglish que organiza la fantástica Isi desde su blog, y aunque estamos en septiembre y llevo cuatro de diez, estoy más contenta que el año pasado.
Puede que no llegue al objetivo, pero todos los libros que estoy leyendo este año en inglés son originales, y no de nivel, como el año pasado. Y algunos, he de decir, no son novelas cortas, o ensayos cortos. Son novelas normales y corrientes, o incluso novelones, como fue el caso de TheMartian (que, además, me encantó).
Por cierto, que van a publicar ahora Revival en español, y cuando lo veo anunciado me entra una sensación de orgullo, porque sí, yo ya lo he leído en original. Porque yo lo valgo (y me retiro el pelo hacia atrás con un movimiento de cuello que más tarde me llevará al fisioterapeuta…).
Isi, que además de impulsar la lectura en inglés, admitámoslo, la gran asignatura pendiente de casi todo el mundo, para hacernos más fácil la consecución de nuestro objetivo, nos señala cuándo hay libros gratis en Amazon, y de vez en cuando organiza lecturas conjuntas y Readathones. Aunque este año aún no hemos tenido uno de éstos últimos (guiño, guiño, codazo, codazo), hace poco pudimos disfrutar de una lectura conjunta.
Los participantes tuvimos la oportunidad de votar el libro en cuestión, y salió elegido With Every Letter. Por mi parte sólo había visto que trataba de la Segunda Guerra Mundial, y de un cuerpo de enfermeras. También había algo sobre una historia de amor a través de cartas… Bah, me dije. Da igual, leeré en inglés que es lo que importa.
Y ahí, a lo loco, me adentré en la historia de Mellie y Tom. Una historia romántica que transcurre durante la II Guerra Mundial. Romántica, sí. Con lo que me gusta a mí la romántica…
El libro no está mal, se deja leer. Es sencillo, y aunque en vocabulario bélico me perdía un poco, no era parte muy importante. Vamos, que ha habido palabras que no he entendido pero que no me ha hecho falta para seguir el hilo de la historia.
Aunque en realidad la novela tiene más contras que pros. Poco después de empezarlo me empecé a mosquear con el tema del cristianismo. Hasta que en los comentarios que cruzábamos alguien dijo que era una escritora cristiana. ¿Y qué demonios significa eso?, pensé para mí. Pues que dios iba a estar presente en todas sus formas. Se hace omnipresente en la novela, imposible obviarlo. Partes que yo también me saltaba un poco, primero porque la verdad es que me carga el tema y segundo porque lo nombraba tan a menudo que casi parecía el eje de la novela.
Los personajes son estereotipados hasta decir basta. En los secundarios quizás se note menos, aunque solo es porque no están tan marcados como los dos protagonistas. Y éstos se me hacen inverosímiles de tan exagerados que tienen los rasgos. Ambos son asociales, les cuesta mucho hacer amigos y mostrar su verdadero ser. Pero no me creo, que por muy distinta que sea una persona, no haya tenido ni un solo amigo en su vida. Y encima luego sea una enfermera excelente. Lo siento, pero no. ¿Ni una persona en su vida, ni una? No, no me lo creo. Luego está el hecho de que los dos son iguales, aunque por distintos motivos, y el que lo que le pasa a uno, luego le sucede al otro. Además, cada dos por tres te están recordando lo desgraciados que han sido y que son en la vida, y que no tienen amigos y que están solos en el mundo, pero menos mal que cuentan con el Lord, que les ilumina en el camino. Una y otra vez. Me entraban ganas de decirles: ¡Venga, que eso ya lo sé, avanza en la historia!
La historia, pese a tener algunos puntos inverosímiles, no estaba del todo mal. Previsible a más no poder, eso sí, y ñoña como ella sola, pero eso también puede ser apreciación personal, que me da alergia la romántica. Sin embargo hay una parte muy interesante, que es la parte real de la historia, el servicio de las enfermeras en vuelo. Fueron unas pioneras, en aquellos años las mujeres se atrevieron a estar casi junto a la línea de fuego para evacuar heridos, y hasta llevaban pantalones. Dieron una lección de fuerza y profesionalidad y abrieron camino a todas las mujeres que vinimos detrás. Creo que gota a gota se hacen los avances, y la posición de la mujer hoy día no sería la que es sin todas esas valientes que en su momento se rebelaron y demostraron que podían hacerlo. Bravo por ellas, y por las que vienen y vendrán, pues aún queda mucho camino por recorrer.
Supongo que si hubiera leído esta novela en español la habría abandonado de inmediato, probablemente a la primera mención de la Biblia como guía en la vida. Pero al hacerlo en inglés el objetivo era entenderlo, no solo disfrutarlo, y pese a que para mi gusto le sobraban la mitad de las páginas (el equivalente a las menciones de dios y a las repeticiones de las desgracias de los protagonistas), tampoco ha sido tan terrible. Es más, me he quedado con la duda de qué pasaría con uno de los personajes, una compañera enfermera. Si no fuera porque me veo que en la novela correspondiente la autora la va a devolver a la buena senda con ayuda de dios, lo leería. Pero no, ya he tenido suficiente literatura cristiana para lo que me resta…
Gracias, Isi, por organizar, de nuevo estupendamente, esta lectura conjunta. No te sientas mal porque el libro no haya gustado, entre todos lo elegimos y nunca sabes lo que te vas a encontrar hasta que abres la primera página y comienzas a leer. Por mi parte saco de esta lectura otra experiencia más, vocabulario nuevo y el descubrimiento de las enfermeras en vuelo.
Eso sí, no lo recomiendo, ni para lectores cristianos. Demasiado repetitivo.
 

viernes, 18 de septiembre de 2015

Mamá en apuros vs Bicho Asqueroso




El despertador sonó a las 5 y cuarto. Lo apagué y me di la vuelta, tranquila porque ya sabía que al cabo de otros cinco minutos volvería a insistir. Esta segunda vez sí que me levanté, despacio. Primero bajé las piernas, luego apoyé las manos y me incorporé. Hice mis ejercicios de cuello con los ojos aún cerrados. 

Me levanté dejando parte de mi durmiendo en la cama, la parte más importante. Rutinas. Gracias a las rutinas funciono por las mañanas tan temprano. Al baño, a lavarse la cara. Después me cuento las arrugas nuevas en el espejo. A estas horas me veo muchas. Enciendo la cafetera, y mientras espero a que se ponga la luz verde aprovecho para hacer un par de movimientos de yoga que me ayudan a estirar mi cuerpo.

Café, bollos, libro y a la mesa. A desayunar. Gracias al café recupero algo de mí ser, del que se quedó durmiendo en la cama. No mucho, pero parece que una neurona se despierta. Levanto la vista del libro y observo al gato. Hace guardia junto al mueble del comedor.

Me levanto a por un ibuprofeno, parece que hoy el dolor de cabeza está conmigo desde primera hora. El gato olisquea por debajo del mueble e intenta meter una pata. Pienso que habrá un bicho por ahí, una mosca o algo así. Espero que no sea una cucaracha. No son frecuentes en casa y me dan muchísimo asco. Le dejo a su rollo, confío en que lo cace para no tener que hacerlo yo.

Me vuelvo a sentar, el café y el libro me llaman. El felino hace un ruido de los suyos, una especie de gemido que indica que está cazando y cambia la posición. Levanto la cabeza, con una medio sonrisa en la boca, para observarle. 

─ ¿No puedes cazarle, guapo? – le digo a Yoda, el gato.

El gato me mira, como si me quisiera contestar, y avanza la pata con cautela como para tocar algo. Entonces lo veo. De la impresión echo la silla hacia atrás y ahogo un grito. Son como las cinco y media de la mañana, no es cuestión de despertar a nadie.

Odio los bichos. Es un hecho. Es algo irracional, lo sé, pero es que los miedos irracionales, o fobias, son así. Sé que son más pequeños que yo, que no quepo en su estómago, que de hecho la mayoría son herbívoros y todo el rollo, pero los sigo odiando. Me dan asco, y solo verlos me ponen los pelos de punta (creo que está relacionado con mi tanatofobia y lo que hacen los bichos con tu cuerpo una vez mueres).

Pues detrás de la televisión, agarrado a la madera trasera del mueble de la televisión estaba el objeto de deseo, juguete y comida a la par, de mi querido gatito. Un saltamontes del tamaño de una langosta*. Marrón y gigantesco. Asqueroso. Me da repelús solo de recordarlo.
"Tú a mi tampoco me gustas, y tu gato menos"

Yoda cambió de estrategia mientras yo intentaba no gritar, manteniendo las distancias con el bicho. Vale, la mesa donde desayuno está alejada del mueble de la tele, pero yo pegué la silla a la pared y casi ni me atrevía a tocar la taza de café por si acaso. Por si acaso el saltamontes (casi, casi una langosta, ya digo que era gigante) me podía tocar de manera telepática. Se metió por detrás de la televisión y se puso a incordiar al bicho. Este, supongo que hasta las patas traseras de que un monstruo con bigotes se le intentase merendar, dio un salto y se plantó en el suelo del salón. A mi casi me da un pasmo.

Ya debía llevar un rato atacando el gato a su presa, porque el salto fue la verdad bastante pobre. El saltamontes parecía cojo, aunque una inspección ocular me confirmó que conservaba las dos patas. 

Lo observé bien desde mi posición. En el mismo momento en que el saltamontes ocupó mi salón, abandoné la silla y me planté, de pie, en la otra esquina de la habitación. 

¿Y ahora qué? No podía dejarlo en las zarpas de Yoda. No le iba a matar a la velocidad que yo quería que lo hiciera. No podía permitir que se colase en el sofá, o peor, que de un salto me rozara o algo. Paseé mi vista por la habitación, sopesando mis opciones. Estaban las zapatillas de Papá en Apuros. Podía darle un zapatillazo, pero haría ruido y no había certeza de que lo matara de un golpe. Son zapatillas de suela de goma bastante endeble. Las mías, por supuesto, estaban descartadas. 

Miré, encima del radiador, el flus flus mata bichos (¿a que no soy la única que lo llama así?), pero lo descarté de inmediato. Se suponía que mataba bichos varios, entre ellos moscas, pero tengo un par de ellas viviendo en casa desde hace un par de meses, y pese a que fumigo de vez en cuando (alguna vez directamente a ellas), ahí siguen. No sé si son radioactivas, o clones que se van turnando, pero no consigo deshacerme de ellas. Cariño no las hemos cogido, porque son muy pesadas, pero les hemos puesto nombre porque ya hay una cierta confianza. Se llaman Zumbín y Alitas, por si le interesa a alguien.

Me giré hacia la cocina, con una semilla de idea creciendo en mi cerebro. ¿Y si…? ¿Y con qué…? Busqué en la alacena, tras de mí, y la idea tomó su forma.

Cogí de la cocina un tupper. No tengo ninguno con la tapa plana, pero me valdría igual. Lo primero era inmovilizar al agresor. Le puse el tupper por encima, boca abajo, impidiéndole salir. Pese a que lo hice desde la distancia de un par de pasos (de los míos, no del saltamontes), acerté a la primera. Para poder cogerle sin que escapara, deslicé un folio por debajo, atrapando tupper y saltamones, y lo cogí.

Ahí me falló un poco la idea, porque por poco se escapa. Con la fuerza de un titán, el saltamontes intentó huir, y un folio apenas ofrecía resistencia. Reconozco, con vergüenza, que se me escapó un grito bastante ridículo, porque nada más salir lo intenté amortiguar.

- Nonononono...

Corriendo fui hasta la cocina, saqué el cacharro por la ventana, y tiré al patio al bicho. El primer impulso fue de tirarlo con tupper y todo, pero reaccioné en el último momento. Al cabo de unos segundos sonó un cloc, ruido que hizo el saltamontes al caer al suelo. Ignoro si fue capaz de sobrevivir a la caída de un tercero, pero la verdad es que no me preocupa. Bastante suerte que tuvo de sobrevivir al ataque de un gato y a la posibilidad de un zapatillazo. Ambas suponían la muerte segura. Con la caída aún tenía una posibilidad de sobrevivir. 

Pero que lo haga lejos de mi casa, por favor.
*Langostas de las que invaden campos y arrasan con todo, no de las de mar o río, que se comen... Yo creía que se llamaban mangostas, de hecho una búsqueda en google te da resultados para mangosta insecto, pero según la RAE una mangosta es sólo un mamífero.  

martes, 15 de septiembre de 2015

EMBASSYTOWN, CHINA MIÉVILLE


 
 
Sinopsis (contraportada): En medio de la capital de un planeta ubicado en la más remota periferia del universo, se erige la Ciudad Embajada, un enclave diplomático asentado por colonos humanos. Aquí los humanos no son la única forma de vida inteligente. Avice, una de los colonos, goza de un raro y especial vínculo con los seres autóctonos, los enigmáticos Anfitriones… Aunque no puede hablar con ellos. Los únicos humanos que han dominado su peculiar Idioma son un pequeño cuadro de Embajadores.

De repente el frágil equilibrio en que conviven humanos y extraterrestres se verá trastornado por la llegada de un nuevo Embajador. En cuanto los Anfitriones escuchen su insólito discurso, los cambios no se harán esperar. Y al avecinarse un cataclismo de proporciones incalculables, Avice se dará cuenta de que el único camino de salvación es que ella intente lo imposible: comunicarse directamente con los Anfitriones.



Gracias a la editorial Fantascy, por haberme regalado este ejemplar en la presentación del sello (hace ya más de un año…).

Me llevé este libro de vacaciones, además del Kindle, por aquello de no sacar el electrónico a la piscina o a sitios en los que pudiera estropearse. Para espacios abiertos con arena y/o agua es siempre mejor el libro en papel. Si se estropea (a veces me ha pasado), la pérdida monetaria es menor.

No sé cómo empezar a describir el libro. Porque es mejor ir descubriéndolo poco a poco, como hice yo. Si algún día leí la sinopsis, se me olvidó, y no me preocupé de hacerlo antes de cogerlo de la estantería. Me iba a gustar o no, y la sinopsis no me iba a decantar por uno u otro lado. Es más, a veces es mejor no leerla, porque sin querer te revela secretos que no deberías descubrir antes de la lectura. Creo que no es el caso, no te revela ningún secreto, pero es casi preferible ir a ciegas.

Porque a ciegas te mantienes desde el principio de la lectura hasta la mitad, más o menos. Porque el autor presenta la historia sin presentar el mundo donde pertenece. Da por sentado que son cosas conocidas, y si no viene al caso, no explica qué es cada cosa y para qué sirve. Esto no es malo, al contrario, le da credibilidad al libro, al mundo que el autor ha creado, pero es muy desconcertante. Porque te habla de objetos, o de lugares, o de trabajos, como si el lector hubiera de conocerlos, y nada más lejos de la realidad. Eso sí, a medida que se avanza en la lectura lo vas conociendo, o bien por explicaciones muy bien insertadas en el texto, o bien por el contexto.

Al principio, como digo, estaba un poco desconcertada. Incluso estuve tentada de dejar de leer, porque me perdía mucho en cosas que no entendía, pero la historia engancha desde casi el principio.

Te la cuenta la propia Avice, contando su vida desde la infancia. Ella creció en la misma Ciudad Embajada, capital de un planeta situado en el punto más extremo del universo conocido. Y es mucho. Viajar por ese universo no es fácil, se hace a través de una sustancia llamada Ínmer, que es fluctuante, y a los que manejan las naves se les llama Inmersores. Son importantes y muy respetados en la sociedad.

La propia Avice se convierte en uno de ellos y gracias a su posición elevada en la sociedad consigue un puesto privilegiado en toda la revolución que se vive en la Ciudad Embajada. Es una protagonista fuerte, pero sin ser estererotipada, que lleva las riendas de una situación insólita sin esconder el miedo que le produce.

Los personajes, todos, son enormes. Todos, incluidos los Anfitriones, a los que apenas conocemos porque son un misterio para todos los “terres” (palabra que utilizan en la novela) de Ciudad Embajada. Tan solo se pueden comunicar con ellos los Embajadores, que son los únicos capaces de hablar Idioma.

Me acabo de descubrir revelando yo misma secretos de la novela que merecen más la pena ser descubiertos al tiempo que el autor nos ha marcado. Porque no creo que el ritmo de este libro sea casual, en cada capítulo nos aventuramos más adentro de esta ciudad portuaria que es Ciudad Embajada. Nos perdemos en sus calles, nos empapamos de su cultura, nos extrañamos de los Anfitriones. 
Había oído decir de China Miéville que era un gran autor, uno de los grandes. Aún no había leído nada suyo, este es el primero suyo que cae en mis manos. Debo decir que se ha ganado la fama a pulso, tiene una narrativa fina, limpia, donde cada palabra cumple su función, y cada escena pone color a la historia.

Una gran novela, donde lo importante es el lenguaje, sea de la cultura que sea, terre o exoterre, es indiferente. Lo primordial es utilizar el lenguaje para entenderse y acercarse. Creo que cualquiera debería darle una oportunidad, aunque reconozco que si no eres muy fan de la ciencia ficción puede que consigas perderte entre tanto mundo extraño.

Si te atreves a adentrarte en el Ínmer, da el salto, no lo dudes. Es una gran novela y merece la pena el esfuerzo.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Un lustro de Mamá en Apuros

 
Me maravillo de cómo pasa el tiempo de rápido. Parece una frase hecha, es algo que a la gente le encanta decir, pero lo triste es que es pura verdad. Es fascinante cómo, sin darte cuenta, desde un punto concreto de tu vida han pasado ya cinco años.
Hacía mucho frío. Era finales de diciembre, y estábamos esperando a unos amigos para ir a comer. Yo llevaba varios días con la mosca detrás de la oreja, y decidí que ese era un momento como cualquier otro para compartirlo con mi pareja.
─ ¿Qué te pasa?
─Estooooo…. –yo no es que sea muy diplomática, la verdad, y no sabía cómo decirlo de forma delicada.─No me ha venido la regla.
P. me miró sin atisbo de alteración.
─¿Cuándo te tocaba?
─ El lunes.
─ ¿Y por qué me lo dices el viernes?
─ Porque puede ser cualquier cosa, no te voy a estar diciendo cada mínimo retraso que tenga en la regla.
─ Estás embarazada.
Lo afirmó sin ninguna duda.
─ No lo sabes.
─ Sí, sí lo sé. Eres un reloj, con tanto retraso sólo significa una cosa –pausa dramática que probablemente hay introducido yo en mi memoria─ Estás embarazada.
Ahí dejamos la conversación porque ya venían los demás, y no somos pareja de compartir intimidades. Al día siguiente compramos una prueba de embarazo en la farmacia, y casi sin  poder esperar, la hicimos. Bueno, la hice yo, que si P. hiciera pis en el palito de poco nos iba a servir.
No tuvimos ni que esperar los diez minutos que decían las instrucciones. A los diez segundos se pusieron dos rayas rosas casi fosforescentes anunciando que, efectivamente, había una vida gestándose dentro de mí. Nos recuerdo a los dos mirando las rayitas con cara de idiotas, sin hablar. Yo no sé lo que pensaba P., pero yo estaba echa un manojo de nervios. Aquella noche cayeron dos paquetes de tabaco. Encendía un cigarro con los restos del anterior, mientras P. me miraba y alzaba las cejas, como advirtiéndome de algo. Yo decidí ignorar por una noche que estaba embaraza y distraje mis nervios con tabaco y alcohol.
Al día siguiente me levanté con resaca y remordimientos. Respiré hondo y decidí aceptar la realidad. Una realidad que, si he de ser sincera, no me desagradaba del todo. No era algo que hubiera buscado, pero estaba ahí, creciendo, y una parte de mí se alegraba de ello. Mucho. El resto no es que no se alegrara, pero era la parte que me llenaba de dudas e inseguridades.
Al mismo tiempo que se gestaba mi bebé también lo hacía la parte de mi que se convirtió en Mamá en Apuros.
Y pasaron nueve meses. Llegó el 27 de agosto, día que me ingresaron para inducirme el parto, y el 28, temprano, vio la luz mi bebé. Una cosita pequeña, manchada de blanco, que lloraba como si la hubieran arrancado de su mundo mullidito y la hubieran arrojado a las fauces de la realidad. Ahora que lo pienso, eso es precisamente lo que pasó.
Y desde ese 28 de agosto han pasado ya cinco años como cinco soles. Y mi bebé, ese que apenas abultaba dos palmos, se ha ido. Ha dejado en su lugar a una niña de los pies a la cabeza, inquieta, imaginativa, trasto pero con muy buen corazón. Y mala hostia. De hecho me preocupa bastante que en un cuerpo tan pequeño le quepa tanta mala leche. Será cosa de familia, imagino.
Y cumple cinco años también esta Mamá en Apuros que a veces no sabía qué hacer con su bebé, que se preocupaba por todo, y a la que se le calienta el alma cuando su bebé le sonríe. Hay veces que cuando la niña que ocupa ahora su lugar se olvida de que está enfadada y de que no tiene que ir siempre en contra de lo que yo digo y sonríe, veo debajo a esa bebé risueña que fue. Sólo unos segundos, pero lo suficiente.
No sé por qué tengo la sensación de que cerramos una etapa y comenzamos otra. No hay un punto de inflexión claro, pero sí que es verdad que parece que hemos cerrado el capítulo de bebé para abrir el de niña pequeña. No es sólo que ahora tengamos que ir a otra sección de una tienda de ropa, se traduce también en sus juegos, en sus gustos, en sus conversaciones.
Porque ahora tenemos conversaciones. Y preguntas que me dejan con la boca abierta sin saber qué responder.
Ahora entiendo a mi madre.
Una parte de mi está triste, por dejar atrás el mundo bebé, las sonrisas constantes y los primeros descubrimientos, pero por otro lado estoy ilusionada. Nos queda aún mucho que descubrir juntas. Este año empieza a leer, y así podremos compartir otra parcela más de la vida.
Creo que estoy en más apuros que nunca, pero nos sobrepondremos a todo. Estamos preparadas, MiniP y yo, para afrontar otro año apuradas.

martes, 8 de septiembre de 2015

IN VINO VERITAS (EN EL VINO ESTÁ LA VERDAD), VIRGINIA GASULL



Sinopsis (contraportada): La inspectora Oteiza se enfrenta al caso más importante de su carrera. Historia, expolio nazi, intriga y vino en una investigación trepidante que la cambiará para siempre.
El robo de uno de los mosaicos mejor conservados de Europa hace que la inspectora Oteiza, de la Brigada de Patrimonio Histórico de la Policía Judicial, se traslade a una pequeña localidad de Burgos para investigar el caso. Todo cambiará para ella cuando su jefe decide involucrarla en una investigación de gran complejidad: la desaparición de unas valiosas botellas de vino de añadas anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Se inicia así un viaje que comienza en Madrid, continúa en San Sebastián en pleno Festival de Cine y finaliza en los viñedos de Burdeos. Un fascinante recorrido en el cual Oteiza contará con la ayuda de Édouard DeauVille ─experto en vinos y propietario de un château─, con el que surgirá una innegable química. A medida que su investigación avanza descubrirá no solo la pasión por el vino, sino también la lucha de los viticultores franceses por defenderse del expolio nazi durante la guerra, su colaboración con la Resistencia durante la ocupación y la existencia de obras de arte que ocultaron y aún ocultan grandes misterios. Un entramado complejo que la enfrentará a los oscuros fantasmas de su propio pasado y en el que su rutinaria y solitaria vida dará un sorprendente giro: ya nada volverá a ser lo mismo para ella.
Me enviaron un ejemplar desde la editorial Suma de Letras, desde aquí mi agradecimiento, y lo dejé en la estantería para leerlo cuando pudiera. Esta vez hubo suerte, y tardé solo unos meses en leerlo, y una noche estival en la que la canícula impedía el sueño, decidí darle una oportunidad a este intenso thriller.
Lo primero que llama la atención es la narración. Empieza el capítulo en narración en segunda persona, en la que la voz habla directamente hacia el lector. Solo que no se dirige al lector, es una especie de voz en off que habla a la protagonista.
Si este tipo de narración se hubiera prolongado hasta la totalidad de la novela hubiera resultado muy cargante. Pero no, se alternaba con capítulos en los que la voz narrativa era en tercera persona, con un narrador omnisciente, de modo que no se hace pesada la novela. Estos capítulos en segunda persona me parecen un acierto, puesto que permiten empatizar con la protagonista, son los que profundizan en su interior y a través de los cuales conoces su pasado y llegas a entenderla.
Los capítulos en tercera persona ayudan a hacer avanzar la trama, le dan dinamismo a la historia, y crean la tensión necesaria para continuar leyendo hasta el final mientras te comes las uñas de impaciencia.
La protagonista es una mujer. Una policía con traumas más que evidentes, asocial y a la que le gusta beber. Es, quizás, el clásico protagonista de un thriller, pero en sexo femenino. Pero la autora le da una profundidad que en otras novelas estos protagonistas clásicos no tienen, la llegas a odiar, luego a querer, y por último acabas por comprenderla. Una gran protagonista a medida para una gran historia.
Los demás personajes también están bien construidos, son sólidos y tridimensionales.
La historia es, sencillamente, genial. Robos de piezas de arte, cultura del vino y nazis. Es increíble cómo se va desgranando la novela y va encajando cada pieza en su sitio. El final no es del todo inesperado, pero sí que te mantiene en vilo la posición de uno de los protagonistas. Me ha encantado la parte histórica, la que habla de la resistencia francesa durante la ocupación de los nazis, y sobre la necesidad de éstos de robar toda obra de arte que cayera en sus manos. Lo mejor es que no está contado como una lección de historia, sino que se introduce en la trama de manera muy fluida.
Me ha sorprendido mucho que esta sea la primera novela de la autora, porque tiene un estilo muy pulido. No parece una ópera prima.
Por cierto, en su blog, virginiagasull.com/blog ha compartido toda la investigación que tuvo que hacer para escribir su novela, apto para los curiosos que ya se hayan leído la novela, puesto que puede contener spoilers…
En definitiva, es un thriller muy entretenido, con una protagonista fuerte y una historia apasionante. Recomendado.

martes, 1 de septiembre de 2015

Adiós verano, adiós



POR FIN SEPTIEMBRE!

No me lo puedo creer. No me lo creo. Miro el calendario, el móvil, el ordenador. Todos dan la misma fecha. Hasta la tele lo dice. Es 1 de septiembre.

¡¡¡¡POR FIN!!!!

Es una fecha significativa, porque aunque aún hace calor, y aún hay gente (esa gente) que está o se va ahora de vacaciones, oficialmente termina la época estival. En una semana empieza el cole y volvemos a la rutina. Bendita rutina.

Yo no había pensado cerrar el blog por vacaciones, pero me he visto forzada a ello. Aunque, seamos sinceras, no es que lo haya cerrado, lo he abandonado vilmente. Como los desalmados abandonan a los perretes o a los abuelos, en una gasolinera y sin mirar atrás.

Pero hoy lo recupero. Hoy, día 1 de septiembre, he ido a buscar a mi pobre blog a la gasolinera y me lo he encontrado raquítico, tiritando, alimentándose de lo poco que le daban algunos conductores. Le he pedido perdón, le he dado mimos y parece que ya se encuentra mejor.

En principio no va a haber cambios en este espacio. Los martes, reseña. Los viernes, o Mamá en Apuros o alguna divagación literaria propia. Me gustaría volver a retomar los miércoles musicales, pero no me comprometo a nada, que todavía no he vuelto a la rutina de verdad.

Hasta la semana que viene no recupero mi horario normal. Espero entonces recuperar mi hueco personal, esa habitación propia que reclamaba Virginia Woolf. Mientras tanto, sigo haciendo malabares con el tiempo del que dispongo.

Preparados, que esto empieza…