viernes, 27 de noviembre de 2015

Mamá en apuros: Los apuros con la copa menstrual


Hoy voy a hablar de cosas de chicas. Creo que no me leen muchos chicos, y si me leen no pasa nada, porque afortunadamente ya no estamos en los tiempos de María Castaña, y ahora se puede hablar de estas cosas. Supongo que aún habrá risitas tontas en algún contexto, pero eso es inherente al ser humano. Desde las cavernas resuenan las risitas tontas cuando se habla de ciertas cosas: sexo, menstruación, y… básicamente más sexo.

Hoy voy a hablar de mi amiga la roja, de los bolcheviques, del período, de a qué huelen las nubes… Lo que comúnmente se conoce como regla. O, más científicamente, menstruación.

Pero no os asustéis, que no me voy a poner aquí a explicar en qué consiste. Aunque me lo sé bien. Hace como unos mil quinientos millones de años, unas amables señoritas vinieron al cole a darnos una charla sobre la menstruación y en qué consistía. Enviadas por una conocida marca de productos de higiene (no solo femenina), después de darnos la conferencia repartieron a las chicas unas muestras del producto en cuestión.

Yo por aquel entonces aún era niña. Aún no me había convertido en mujer. No había tenido mi menarquia. Que no me había venido la regla por primera vez, vaya. Hay tantas maneras de decirlo. Y es que cuando un tema es tabú enseguida aparecen miles y miles de maneras de hacer referencia a él, algunos más sutiles que otros.

El caso es que yo estaba como loca con mis tampones (que es lo que nos regalaron las señoritas), y deseando que me llegara la regla. Pobrecita yo, qué inocente era. Quería ser mayor a toda costa, y no me di cuenta de que luego no me abandonaría mes tras mes, con la excepción del embarazo, durante el que tuve otro tipo de molestias. Y que no solo es el engorro de la sangre, son las hormonas haciendo montañas rusas con tus emociones: que si ahora muerdo o ahora lloro. Si volviera atrás cogería a esa niña escuchimizada (increíble pero cierto) y la zarandearía hasta que me hiciera caso. Dos cosas le diría: no quieras crecer tan rápido y por el amor de dios no comas tantas chucherías que se te va a poner el culo como una mesa camilla.


Y llegó el día. Una mañana me levanté, fui al servicio y me encontré el pastel. Mi madre, muy pragmática ella, me plantó una compresa y me mandó al colegio. Que digo yo, ya que era mi primera regla me podría haber dejado en casa, ¿no? Como un premio de consolación. Pero no. Allá que fui, con mis vaqueros, mi compresa, mi regla, y mi paranoia. Porque yo notaba el emplasto gigantesco entre las piernas, cual pañal para adolescentes, y no hacía más que preguntarle a mi amiga: ¿se me nota?

Lo estuve rumiando durante toda la mañana. Tenía localizados de sobra los tampones que nos dieron de muestra (aunque ya hacía algún tiempo de ello, incluso creo que fue en el curso anterior), y según llegué a casa cogí la muestra, agarré la radio y me encerré en el baño. Puse música para relajarme y me coloqué el tampón tal como indicaban las instrucciones. Desde entonces solo ha habido una etapa de mi vida en la que no he usado tampones: en el post parto. Aunque eso se merece una entrada aparte.

Y siempre me he creído súper moderna. He tenido amigas que no iban a la piscina cuando estaban menstruando. Porque utilizaban compresas y por un montón de mitos que aún hoy día se siguen propagando, como que es malo mojarse. Parece increíble, pero cuando yo era pequeña, a mi madre y a mis tías les decían que no se podían duchar en esos días. ¡Qué horror! También he tenido que soportar miradas de asombro y asco cuando contaba que usaba tampones sin aplicador. ¡Por favor, que te tenías que meter el dedo (mano al pecho y bajada de voz) ahí! Como si fuera la cueva del lobo o algo peor…

Un día, hará un año o así, mi hermana pequeña (lo que es la vida), me descubrió la copa menstrual. Ella enseguida se pasó a ella (de hecho lleva con ella dos años, uno más de lo que yo creía), pero yo tenía mis serias dudas. La primera y más importante era que no me iba a gastar veinte eurazos para que luego no me hiciera con ella. Pero al final me decidí porque lo veía todo ventajas. Es más higiénico (no tiene peligro del Síndrome del Shock Tóxico), es más ecológico porque evitas residuos, es mejor para el organismo porque al no absorber no reseca la zona y al ser reutilizable, es más barato. Y esto fue lo que me decidió. Porque los tampones no son precisamente baratos, no olvidemos que hasta hace dos días eran considerados artículo de lujo (como todos sabemos los utilizamos por gusto y pijería) y se le aplicaba un 21% de IVA (ahora cotizan un 10%, como las entradas del fútbol pero eso es otro tema). Al final encontré una muy barata en una conocídisima cadena de hipermercados francesa. Por 9 euros me arriesgué a intentarlo.


Y ahí estaba yo, 23 años después (he hecho el cálculo y casi me da algo de la impresión), en mi cuarto de baño con música para relajarme y un nuevo producto de higiene femenina a probar. Me sentí, de nuevo, torpe e insegura y tuve que hacer tres intentos hasta que quedó colocado de manera medio decente. Aviso a navegantes: si eres de las que le daban asquito meterse el dedo para colocarse el tampón mejor ni te acerques a la copa menstrual. Tres dedos fueron necesarios para dejarlo colocado. Tres. A la vez. Pero eso no fue lo peor, no. Lo peor fue quitármela.

Cuando ya habían pasado unas horas fui a quitarme la copa. Y ahí empezó el horror, la pesadilla. No encontraba el palito de la copa. Ya no el palito, la copa entera. El pánico me invadió y ya me veía yendo a urgencias a que me quitaran aquello, que vete a saber dónde se había metido, organismo adentro. Cuando estaba a punto de enviar una sonda, lo encontré. Parte del pánico se diluyó, pero no todo porque lo tocaba pero no era capaz de sacarlo. Se había subido bastante y además se había torcido, y estuve un rato jugando al gato y al ratón con el palito de la copa. Finalmente se me ocurrió (se me encendió una bombilla de repente) que podría bajarlo con los músculos de la vagina y, efectivamente, funcionó. Después de un rato largo (creo que estuve una media hora), por fin me había quitado la copa.

Otra persona se podría haber amilanado, pero yo soy una inconsciente valiente y después de lavarla, me la volví a poner. Ya llevo varias menstruaciones con ella (tres o cuatro), y aunque aún tengo algunos problemas, la verdad es que me gusta la comodidad que supone, y la limpieza.

Lo que aún no se me ha pasado es la sensación de inseguridad que tengo, tanto cuando me la pongo, como mientras la llevo puesta. Cada visita al baño es una incógnita. ¿Habrá aguantado en su sitio? ¿Tendré los restos de un asesinato en mis bragas? Esto le da un punto de emoción a mi aburridísima vida de madre trabajadora…

martes, 24 de noviembre de 2015

Cicatriz, de Juan Gómez-Jurado

 
 
Sinopsis (Amazon): Simon Sax podría ser un tipo afortunado. Es joven, listo y está punto de convertirse en multimillonario si vende su gran invento -un asombroso algoritmo- a una multinacional. Y, sin embargo, se siente solo. Su éxito contrasta con sus nulas habilidades sociales. Hasta que un día vence sus prejuicios y entra en una web de contactos donde se enamora perdidamente de Irina, con la inexperiencia y la pasión de un adolescente, a pesar de los miles de kilómetros que los separan. Pero ella, marcada con una enigmática cicatriz en la mejilla, arrastra un oscuro secreto.
Una novela que te hará mirar de otra forma a la persona con la que duermes. Una historia absolutamente adictiva firmada por el autor español de thriller más leído en todo el mundo.
 
No suelo escribir reseñas nada más terminar una novela, de hecho suelen pasar dos o tres semanas hasta que me arranco y vuelco mi opinión, pero hoy me he debido de tomar algo y me he venido arriba. Me voy a saltar la lista de terminados/no reseñados (para no gustarme las listas tengo unas cuantas), y voy a hablar de mi libro del libro que me he terminado esta misma tarde volviendo de Madrid capital en el tren.
Para empezar diré que lo compré en pre-venta, algo muy inusual en mí. Sí, parece que con esta novela me estoy saltando todas mis normas… Pero había que comprarlo. Con ese precio no podía dejarlo pasar. Primero por barato, y segundo por el simbolismo. Porque significara algo. Y para mí, y para muchos, lo ha significado.
Juan Gómez-Jurado es muy conocido por su actividad en Twitter y por su activismo por bajar los precios de los libros electrónicos. Hace algunos años tuvo algunas palabras virtuales con Alejandro Sanz, y de ahí surgió 1libro 1 Euro a favor de Save The Children, una iniciativa genial que además tuvo mucho éxito.
Particularmente me gusta mucho cuando mis autores, cantantes y admirados en general no están subidos en una torre de marfil, y que no nos llamen ladrones también es de agradecer. Juan Gómez-Jurado en ese aspecto es un autor genial. Hace radio, triunfa en las letras (sus libros han sido traducidos a 40 idiomas) y aun así cuando le mencionas en Twitter responde. Siempre. Por lo menos esa ha sido mi experiencia.
Y ahora, después del exitazo de su anterior novela, El Paciente (de la cual regaló un spin-off a todo aquel que la valorara en Amazon), a pesar de ser un escritor consagrado y que imagino que esperaban muchas ventas de su nueva novela lo pone en preventa a un precio espectacular. 3,79€. Imposible resistirse. Y, a pesar de ser una novedad, sigue en digital a menos de 5 euros, precio más que razonable.
Como lo compré en preventa, no se me descargó en el Kindle hasta el día 18. Es la primera vez que hago algo así, de modo que estaba deseando llegar a casa para comprobar la descarga. La verdad es que esperaba que además de la novela se me descargar alguna nota de agradecimiento, o de felicitación, o que salieran cohetes y fuegos artificiales del aparato, pero no, mi gozo en un pozo. Aunque lo de los cohetes casi mejor que no hubiera pasado, porque no tengo extintor en casa…
 
El caso es que lo abrí para cotillear. Para ver si había algo especial. No, no había nada especial, la portada, los datos legales, el primer capítulo… Y ahí cometí, como el protagonista de la novela, mi primer error. Comencé a leer, y me quedé irremediablemente atrapada.
Está dividida de forma muy inteligente, empieza con acción, sigue con acción y termina con acción. Entre medias te cuenta la vida de los protagonistas, pero nunca de manera tediosa y aburrida, lo que suele ocurrir en novelas de este tipo (para poder conocer las motivaciones de los personajes) ya que es el corte clásico. Pero Cicatriz no tiene nada de clásico.
La narrativa me ha encantado. Leí hace tiempo uno de los primeros libros de Juan Gómez-Jurado (si no el primero) y debo decir que se notan las tablas. Ha aprendido mucho, y bien. La división de los capítulos es muy acertada (algunos incluso sólo tienen unas líneas, son geniales), y el uso de dos tipos de narrador, también. Primera persona para el protagonista, con lo que empatizas mucho con él, y narrador semiomnisciente para los demás personajes. Muy acertado, en mi modesta opinión, ya que sigue centrando el tema en Simon (el protagonista), y a los demás los conocemos lo suficiente para entenderlos, pero para seguir prefiriendo a Simon (y dudando de todos los demás, todo hay que decirlo).
Los personajes son reales, profundos. No hay clichés, más allá de que la prota está buena, pero claro, es Ucraniana. Me encanta el protagonista, que lejos de ser un tipo duro es un programador informático con sobrepeso y serios problemas sociales. Me ha gustado especialmente ver esa fobia social desde dentro de su cerebro, ya que me ha parecido muy realista. (Yo, que soy asocial, he empatizado mucho con él).
El tema de la novela no es nuevo, pero está enfocado de manera original. Está plagada además de lugares comunes, apuntes de cultura social que te ayudan a introducirte en el universo de la novela, a hacerlo real. ¿Y por qué no? No es una historia tan descabellada.
Puede que no sea Guerra y Paz, pero yo de vez en cuando también agradezco novelas rápidas que se lean en tres días, que te entretengan pero sin acudir a clichés o a manidas historias. Está claro que en las novelas “de tiros y persecuciones” también puede haber calidad. Si no lo tienen claro, preguntad por Juan Gómez-Jurado y su Cicatriz.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Taller Literautas Septiembre: El sobre morado

Ya os he hablado aquí del taller Literautas. En septiembre ha vuelto a empezar, tras el parón de las vacaciones, y ya tenía ganas, muchas ganas, de taller. La norma de septiembre era que apareciera en el texto "el sobre estaba vacío".  A mi me surgió la siguiente historia:

EL SOBRE MORADO

Llegó tan cansada que casi se salta la rutina de abrir el buzón. Se había vuelto a quedar a echar horas, a terminar los pedidos, y con éste ya llevaba cinco días seguidos de jornadas extendidas. Su trabajo no consistía en estar sentada en una silla ocho horas, pendiente del ordenador. No. Ella tenía un trabajo físico, en el que debía cargar peso y seguir el ritmo durante toda la jornada. Por eso después de cinco días llegaba con los pies arrastrando y el alma a cuestas.

Casi pasa de largo el buzón. Aunque nunca le llegaba nada lo miraba todos los días. Ecos de su infancia, de cuando tenía muchos amigos postales y casi todos los días le llegaba una carta a casa. Ahora siempre se quedaba con las ganas, o con la desilusión de ver una carta y comprobar que era del banco.

Pero hoy tenía una sorpresa deparada. Abrió la puertecilla metálica y descubrió un sobre morado, de papel de alto gramaje, opaco a la luz.

Se mordió el labio inferior, una medio sonrisa quería escaparse de su boca. Pero el cansancio era más fuerte y no apareció. Miró el sobre durante lo que le pareció una eternidad, miles de años podrían haber pasado sin ella enterarse.

¿Qué podría ser? Se preguntó. ¿Quién le habría escrito?

De repente una parte de su cerebro se reactivó y enseguida comenzó a hacer elucubraciones. Por el tipo de sobre parecía una invitación de boda. Pero no sabía de nadie que se fuera a casar, y esas cosas se sabían. La única pareja de su entorno que había estado cerca de casarse habían sido, precisamente, ella y su novio. Pero no salió bien, y por eso ahora vivía sola y se veía obligada a echar horas extras en el trabajo. Arrugó el ceño y sacudió un poco la mano, como para espantar una mosca o los malos pensamientos.

No, invitación de boda no sería.

Quizás tenía un admirador secreto. Preferiría que fuera una nota de un admirador a que fuera una carta de su exnovio pidiéndole perdón. No quería volver a ser segundo plato de nadie, él hizo su elección y no fue a ella a quién escogió. Ya lloró bastante y ya lo superó. No quería volver a pensar en ello. Pero en un admirador…

Tal vez la había visto por la calle, o era algún vecino. Seguro que le había llamado la atención pero no se atrevía a decirle nada en persona. No era nada descabellado. No estaba en su mejor momento, pero sabía que era atractiva. Seguro que sería un admirador.

Se dio cuenta de que llevaba un rato admirando el buzón abierto y el sobre de su interior, y miró a los lados, avergonzada. No había nadie en el portal, lo que le hizo suspirar de alivio, y estiró la mano para coger el sobre.

Era áspero al tacto. Lo miró por el anverso y el reverso. No había nada escrito. Sus dedos viajaron solos hacia el cierre y comprobó que no estaba pegado. Abrió la solapa mientras sentía el corazón acelerado.

Esperaba una carta. O tal vez algún recorte. Incluso habría entendido que hubiera letras cortadas de una revista, como hacían los psicópatas de la tele. Pero no estaba preparada para lo que encontró.

El sobre estaba vacío.

Cerró el buzón con hastío y se encaminó hacia su casa. Hoy sería otro día igual, nada marcaría la diferencia.

martes, 17 de noviembre de 2015

Purga, Sofi Oksanen

 
 
Sinopsis (Casa del Libro): En una despoblada zona rural de Estonia, en 1992, un año después de que la pequeña república recuperase la independencia tras la implosión de la Unión Soviética, Aliide Truu, una anciana que malvive sola junto al bosque, encuentra a una joven exhausta y desorientada en su jardín.
 
He de decir que la sinopsis era más completa, pero por eso precisamente he decidio borrarla. Creo que revelaba demasiado de la historia. Quien tenga curiosidad y no le importe, he enlazado a la página web donde la pueden leer entera.
Este es el segundo libro que leo del Club de Lectura, Purga, dividido en capítulos cortos y que poco tiene que ver con el anterior El sueño más dulce. Este no me ha costado leerlo, menos de una semana ha estado entre mis manos. Una gran diferencia.
Decidí leerlo sin apenas leer la contraportada. He de confesar que no es por resultar moderna, ni por postureo (que a veces también), mi motivo es mucho más prosaico: me da pereza leer las sinopsis. Te llenan la cabeza de datos que probablemente no necesites para la lectura, y además en muchas ocasiones te revelan cosas que aniquilan el factor sorpresa durante la lectura. Y en este libro me parece importante no saber nada de las dos protagonistas antes de adentrarte en él. Todo lo que necesitas saber ya lo vas descubriendo a su debido tiempo, solo necesitas un poco de paciencia para desenredar el hilo.
En esta novela tenemos dos personajes principales que son las que la sustentan. Se trata de la anciana Alidee que vive junto al bosque, haciendo conservas y soportando de vez en cuando el ataque de algunos gamberros. Y por otro tenemos a Zara, que aparece una mañana frente a la casa de la anciana, con aspecto de haber sido atropellada por un tren, de necesitar ayuda. Alidee tarda mucho, desconfía, pero finalmente algo le vence y decide ayudarla.
Está dividida en capítulos cortos que avanzan o retroceden en el tiempo para contarnos la historia de ambas. Volvemos a antes de la guerra para conocer a la joven Alidee y a su hermana. De ahí al presente, a solo dos años atrás para conocer mejor a Zara e ir averiguando por qué ha llegado a la casa de la anciana. Pasamos por la II Guerra Mundial y por la invasión soviética de Estonia, que duró hasta 1991.
 
No es una novela de personajes, aunque la sustenten personajes. La novela destila animadversión hacia los rusos de manera poco sutil, pero muy bien manejada. Te cuenta el miedo en la ocupación soviética, cómo hicieron desaparecer a gente, cómo se trasladaron ciudadanos rusos para ocupar las casas que habían dejado vacías, cómo interrogaban a los insurgentes, cómo no perdonaban ni a los niños. El sentimiento de opresión vivido durante más de cuarenta años que ha dejado huellas en el alma y en el sentimiento de un país entero.
Aunque me ha gustado mucho he de reconocer que no es un libro perfecto. Partes de las tramas coinciden demasiado como para pensar que son por casualidad, por ejemplo. Por tanto demonizar a los rusos casi saca como buenos a los alemanes. Pero son cosas que piensas después de la lectura, en mi caso fue gracias a la charla en el club de lectura, donde me di cuenta de que si rascas más a fondo te encuentras con diversos fallos en aras de que la trama quede cerrada.
La narración es fluida, llena de vida, y de belleza. Envuelve las cosas de sentimientos para profundizar en el alma de los personajes y así darte una visión profunda de los problemas a los que se enfrenta cada uno.
No me extraña que se haya llevado tantos premios. Con esta autora sí que me han quedado ganas de repetir.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Mamá en apuros: la llamada del colegio

 
 
No se pasan más apuros que cuando te llaman del colegio.
Resulta que MiniP ha tenido la desgracia de tener la mitad de mis genes. Y hay cosas que me hubiera gustado que hubiera sacado de ahí, como por ejemplo dormir más, ya que se levanta los fines de semana a las siete y media de la mañana, con ganas de desayunar y dar por saco ver dibujos. Pero claro, su padre a esas horas ya lleva como dos levantado, porque dormir es una pérdida de tiempo según él. Y según ella, por lo visto.
También me hubiera gustado que se pareciera más a mí en… en…. No sé, la verdad es que tampoco se me ocurren más cosas que me fastidien tanto como lo de dormir. ¿De verdad que no pueden quedarse en la cama y descansar, viajar al mundo de Morfeo, dejarse mecer en sus brazos? Es la sensación más gloriosa que he sentido nunca. Yo daría media vida por quedarme la otra mitad en la cama. Lo que más me cuesta del mundo es levantarme, da igual a la hora que me levante. Me cuesta lo mismo sean las cinco de la mañana (mi hora habitual, es un castigo porque en otra vida fui malvada, seguro), o las once. Me quedaría en la cama hasta que me dolieran todos los huesos del cuerpo.
 
Pero ellos no. Mi peque y Papá en Apuros, si se despiertan, tienen que levantarse. Y a ambos les sucede igual: si se acostaran, se volverían a dormir. Pero no quieren. Ninguno de los dos.
Pues MiniP, para casi todo lo demás, tira de mis genes. Es despistada, alocada y puro nervio. No para quieta, tanto que a veces parece que hay cinco niñas. Y es torpe.
Es lo que más lamento haberle cedido, la torpeza. Yo era de las que se tropezaban con su propio dedo gordo del pie, me caía, me hacía brechas y heridas… Y MiniP también. Cuando era un bebé, además, la pobre paraba todos los golpes con la cabeza. Me costó, pero al final logré enseñarle a poner las manos. Aun así, su cabeza seguía el arco más allá de sus brazos y daba con toda la frente en el suelo. Menudos chichones se ha hecho la pobre.
Del cole ha salido ya dos veces con los dedos amoratados, pillados ambas con una puerta. Jugando con otras compañeras, no se dio cuenta de donde ponía el dedo y los juegos no esperan a nadie. Las puertas tampoco, aunque haya un dedo en medio. Otra vez salió con una pequeña herida en la nariz, la camiseta manchada de sangre. Mientras unos niños tiraban piedras al tejado, ella pasó por medio, y sufrió los efectos de la gravedad.
Ese día, al ir a recogerla al colegio, me encontré de repente rodeada por siete niños y niñas que me contaban a la vez que un compañero le había tirado una piedra a MiniP y le había hecho sangrar por la nariz. Creo que quedaron conmocionados con tanta sangre. Más tarde me enteré de la historia, y de que no había sido a posta, sino una conjunción de mala suerte y algo de gamberrismo.
Pero, pese a este historial de torpeza, no me habían llamado nunca del colegio. Hasta el otro día.
Estaba en Madrid centro, a punto de entrar a una reunión, cuando sonó el teléfono. Como soy una mala madre, no tenía el número guardado en la agenda. Solo vi un fijo, y por la numeración, aparentemente de cerca de donde vivo.
Lo cogí y al escuchar la voz de SúperE, la profe de MiniP, una mano fría me atravesó el pecho y me apretó el corazón. Me explicó que la peque se había dado un golpe en la cabeza, pero que de momento estaba bien. Me avisaba por si la veía que empeoraba, que fuera a recogerla, aunque aún no la veía para tanto. Incluso hablé con MiniP por teléfono. Estaba muy bobita, contestaba con monosílabos, pero me pareció una prueba de vida aceptable. La mano fría de mi pecho se relajó un tanto, aunque no soltó su presa.
Quedé en arreglar lo de la reunión y en salir hacia allí lo antes posible, por si tenía que recogerla estar más cerca. Pero apenas me dio tiempo de explicar la situación (unos diez-quince minutos) cuando el teléfono volvió a sonar. El mismo número. La mano fría volvió a espachurrar mi corazón.
Casi no le di tiempo a SúperE de hablar. Me dijo que la veía un poco peor, más ñoña, y que prefería que fuera a buscarla. Antes de colgar había cogido mi abrigo al vuelo, mascullado una disculpa a mis compañeros y salí volando hacia Atocha. Mentalmente hacía cálculos sobre la hora estimada de llegada, mientras aceleraba todo lo posible.
En éstas, se me ocurrió llamar a Papá en Apuros, para informarle más que nada. Él, apurado también, me colgó para informar a sus jefes del asunto y pedir permiso para ir a buscar a MiniP. Él tardaría veinte minutos en llegar, mientras que yo casi una hora.
Así de grande era el chichón de MiniP
 
Así, visto en retrospectiva, me da la sensación de que a los dos nos va el drama. Me imagino a mí misma corriendo Castellana abajo, casi con lágrimas en los ojos, y parando de vez en cuando para ponerme la mano en la frente cual sufrida madre que soy. Pero es que me imagino también a Papá en Apuros en el coche, con un pañuelo blanco en la ventanilla, pitando a los coches que se interponen en su camino, cual caballero que va en busca de su dama. Damita en este caso.
Me lo imagino llegando al colegio, corriendo por los pasillos, zarandeando a la vedela para que le dijera de una vez dónde está su hija.
Pero no. Conociéndole, llegaría al colegio con andar pausado, preguntaría muy amablemente a alguien por SúperE, y eso sí, en cuanto viera a MiniP, la cogería en brazos.
Cuando yo llegué ya estaban en la consulta del médico. MiniP tenía la carita pálida, ojeras y un chichón en la parte de atrás de la cabeza más grande que la cabeza propia. Había vomitado, y con eso y su mala cara, ya me veía esa noche durmiendo en el hospital (como me pasó a mí en cierta ocasión… ejém… los genes…).
Pero no. La doctora la examinó y determinó que de momento no había ningún signo que evidenciara una conmoción o algo peor. No obstante, tendríamos que vigilarla y si notábamos algún signo extraño, la lleváramos de inmediato al hospital.
Papá en Apuros se volvió a trabajar y yo me quedé en casa de observadora. Tras comer y descansar, MiniP recuperó el color. Para última hora de la tarde yo ya estaba echando de menos el hospital. Al menos habríamos descansado algo…
Cuando le pregunté que cómo había sido, me explicó, con su tono de “mi madre es que no se entera de nada”, que una amiguita de su clase la había cogido en brazos para demostrarle lo fuerte que estaba, y que, desde arriba, se había caído.
Ella, hasta que se encontró con el suelo, estaba encantada de la vida de que la cogieran. Si es que no nos pasan más cosas de milagro…
 

martes, 10 de noviembre de 2015

El nombre del viento, Patrick Rothfuss

 
Sinopsis (web oficial): “Me llamo Kvothe, que se pronuncia ‘cuouz’. Los nombres son importantes porque dicen mucho sobre la persona. He tenido más nombres de los que nadie merece. Los Adem me llaman Maedre. Que, según como se pronuncie, puede significar la Llama, el Trueno o el Árbol Partido. Mi primer mentor me llamaba E’lir porque yo era listo y lo sabía. Mi primera amante me llamaba Dulator porque le gustaba cómo sonaba. Me han llamado Kvothe el Sin Sangre, Kvothe el Arcano y Kvothe el Asesino de Reyes. Todos esos nombres me los he ganado. Los he comprado y he pagado por ellos. Pero crecí siendo Kvothe.
Una vez mi padre me dijo que significaba ‘saber’. He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon. He pasado la noche con Felurian y he despertado vivo y cuerdo. Me expulsaron de la Universidad a una edad a la que a la mayoría todavía no los dejan entrar. He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día. He hablado con dioses, he amado a mujeres y he escrito canciones que hacen llorar a los bardos. Quizá hayas oído hablar de mí.”
Así empieza una historia extraordinaria. Músico, mendigo, ladrón, estudiante, mago, héroe y asesino: esta es la leyenda que se ha forjado alrededor de la figura de Kvothe. Ahora, por primera vez, él va a relatar la verdad sobre sí mismo. Y para hacerlo bien, deberá empezar por el principio: su infancia en una troupe de artistas itinerantes, los años malviviendo como un ladronzuelo en las calles de una gran ciudad, y su llegada a una universidad donde espera aprender una magia de la que se habla en las historias… Atípica, profunda y sincera, El nombre del viento es una novela de aventuras, de historias dentro de otras historias, de misterio, de amistad, de amor y de superación, escrita con la mano de un poeta y que ha deslumbrado -por su originalidad y la maestría con que está narrada- a todos los que la han leído.
Últimamente parece que me estoy encontrando cosas muy interesantes en la biblioteca municipal. Cada vez que voy, aunque solo sea a devolver o a pasar la tarde con la peque, me acabo trayendo un libro a casa. No me preocuparía lo más mínimo si no tuviera ya, entre mis estanterías físicas y virtuales, más libros de los que creo que soy capaz de leer en una vida. Tampoco pienso demasiado en ello, la verdad, me atraen, los cojo, los leo y los devuelvo. No hay problema.
El nombre del viento me susurró desde su puesto en la estantería más cercana al suelo. Se notaba que lo había leído mucha gente, estaba muy manoseado y ajado, pero eso no me importa, creo que le da vida a los libros. Ojo, no estoy abogando por el maltrato a los libros, solo digo que si se nota que han sido leídos, no necesariamente maltratados.
El nombre del viento es un libro peculiar. Bueno, más bien su protagonista es peculiar. Nos encontramos con Kote, un tabernero normal y corriente, que regenta su Roca de Guía siempre con una sonrisa. Pero cuando llega un extranjero preguntando por Kvothe es cuando nos encontramos con la verdadera historia.
Hay mucha intriga y muchos misterios sin resolver en este libro. Porque nos estamos enterando del principio de la historia, de cuando el famoso Kvothe era apenas un niño y estaba forjando su leyenda, mientras tienes unas pinceladas del presente. Y entre medias hay mucha miga. Pero mucha, mucha.
Los personajes son muy buenos. Tienen profundidad y dimensionalidad, todos ellos. El universo que Patrick Rothfuss ha creado es tan real que casi es tangible, y lo ha dotado de vida propia. Me encanta cuando los escritores saben hacer bien su trabajo, porque me veo transportada a ese mundo, vivo allí, en sus calles, veo la magia, vivo la hambruna y paso miedo con los monstruos (humanos o no), y este ha sido el caso.
Pese a ser un tochazo, no le he encontrado mucha paja. Es un libro de acción, no es para nada reposado, y no le sobra nada. Más bien al contrario, encuentro partes que se quedan un poco cojas. Por ejemplo, y sin ánimo de espoilear a nadie, toda la parte de Auri me parece que no ha tenido un trato justo. Lo ha hecho a saltos, y cuando se quedaba en un cliffhanger no lo volvía a retomar hasta varios capítulos después.
Es la única pega que le encuentro. Por lo demás, no me extraña nada la repercusión que ha tenido, puesto que es una puerta a un mundo lleno de magia en el que no me importaría entrar de nuevo.
 

viernes, 6 de noviembre de 2015

Mamá en Apuros sin cabeza

 
De pequeña me solían decir, mis mayores, que si no tuviera la cabeza pegada al cuerpo la perdería por algún lado. Y no me queda más remedio que darles la razón.
Siempre he sido despistada. Lo que no entendían los mayores, y siguen sin entender ahora mis contemporáneos, es que mi mente no ve una sola vida. De pequeña tenía aún más imaginación que ahora, y andaba siempre perdida por las nubes. Visitaba mundos, inventaba historias, hablaba con los muñecos, saludaba a las plantas. ¿Qué culpa tenía yo si no podía estar en dos sitios a la vez? Porque si me iba de viaje a mis mundos irremediablemente olvidaba lo terrenal. Así me pasaba, me dejaba los relojes caídos en sitios insospechados, las llaves, pulseras y en general cualquier cosa que tuviera en las manos era susceptible de ser olvidado en algún sitio.
Ahora soy mayor, enfoco mis mundos en papeles en blanco, pero la verdad sea dicha, no he mejorado mucho. Si acaso voy a peor.
Ahora que, además de adulta, soy trabajadora y mamá, mis apuros se multiplican. Mis mundos imaginarios se ven relegados a un huequito, porque tengo que dejar sitio para recordar citas, médicos, la lista de la compra y la de tareas por hacer en casa (aunque de ésta ya sabéis que me preocupo poco). Afortunadamente mi trabajo es manual y mecánico, por lo que tengo que prestar poca atención y mis mundos aprovechan y se inflan y me visitan a su antojo. Esto me viene muy bien porque en mi ratito de escritura de después de comer aprovecho y los vuelco tecleando como loca en el ordenador.
Por eso no me extraña cuando me pasan cosas. Y cuando esas cosas que me pasan no es la primera vez que suceden.
El otro día, por razones que no vienen al caso, pude llevar a la niña al colegio. Luego tenía que acudir a una cita, pero era más avanzada la mañana, por lo que me daba tiempo de volver a casa para organizar una documentación, meterla en un pincho, y acudir a la cita. Estaba tan segura de mi misma, tan tranquila…
Como siempre que llevo a la peque al cole, se nos hizo tarde. Algún día este hecho será objeto de un estudio, porque no me lo explico. Nos levantamos con tiempo de sobra, desayunamos tranquilamente, pero me lío a hacer cosas, y entre vestirme yo, vestir a la peque y peinarnos las dos, ya se ha hecho tarde.
- Vamos, vamos, cálzate que llegamos tarde. – La increpo, toda nervios
- Jooo, mamiiiii –se queja ella- Siempre dices lo mismo.
- Lo sé, reina, lo sé…
Pues entre ponerle el abrigo y las zapatillas y coger el desayuno y la carpeta de los deberes, cogí el llavero de las llaves de casa, las del coche (llovía, si no la llevo andando) y salimos. No cogí nada más, ni móvil ni monedero, nada.
La llevé al cole, le di su bolsa, un besazo y volví a por mi documentación a casa. Aparqué en mi calle, bajé del coche, lo cerré y ya caminaba hacia el portal cuando cogí las llaves de casa. Me paré en seco.
Tengo la costumbre de tener las llaves preparadas mucho antes de llegar al portal y eso fue lo que me salvó de hacer el ridículo en mi propia casa. Al coger el llavero me percaté de su poco peso. No, no podía ser.
Otra vez no…
Pues sí.
Miré el llavero desde todos los ángulos pero la realidad es la realidad y no se puede cambiar por mucho que lo desees. El llavero tenía su arito de metal, su búho de tela (cosido por mí), y una sola llave: la del buzón. Las llaves de casa y del portal estaban, tan tranquilas y relajadas, en su estante del mueble de la entrada.
Y yo sin móvil. A las ocho de la mañana. ¿Y ahora qué?
Que no panda el cúnico. Digo, que no cunda el pánico. Respira, Mamá en Apuros, respira. Y ahora que ya respiras, piensa…
Mi madre tiene copia. Me toca ir a por ellas. Se va a llevar una sorpresa, pero como apenas duerme, por lo menos no la despertaré.
De camino a casa de mi madre (a unos 15 km de la mía), me voy dando de cabezazos contra el volante. Me ha pasado lo mismo de nuevo, y por las mismas causas. Resulta que la tarde anterior fui a correr, y para que no abulten mucho las llaves, saco del llavero las dos importantes: portal y casa. Cuando llegué, con la lengua fuera y las piernas temblando (ese día fui muy rápido), las dejé alegremente encima del mueble de la entrada. Y ahí se quedaron.
Y luego está el tema de las rutinas. A veces me preocupa desarrollar un Síndrome Obsesivo Compulsivo, pero visto lo visto, es lo que me viene mejor. Tengo una especie de rutina para casi todo, para evitar precisamente este tipo de despistes. Son pequeños bailes que he ido desarrollando como un método de defensa contra mi mala cabeza. Por ejemplo, aunque el coche es de mando, cierro y luego compruebo que he cerrado accionando la manilla de la puerta. De esa manera, cuando me asalta la duda de si he cerrado el coche, recuerdo haber intentado abrirlo y no haber podido. Soy retorcida, lo sé.
Cuando salgo de casa siempre suelo echar la llave. Esto significa que salgo con el llavero en la mano, que miro la llave de la puerta de casa antes de cerrar ésta, y así me aseguro de no haberla dejado dentro. Pero aquella mañana me salté todos los pasos. Hasta me dejé el móvil, que nunca salgo de casa sin él. Es que estaba predestinada…
Cuando llegué a casa de mi madre me recibió con cara de sorpresa y un tapón en la nariz. La sorpresa dio paso a la risa cuando le dije el motivo por el que me encontraba allí, yo reí con ella aunque no me haga ni pizca de gracia. Mamá, que los genes son tuyos, así que un poco culpa tuya también es… Pero lo dejé pasar y enfoqué la conversación en su nariz.
La acompañé un rato por si se mareaba, ya que por una medicación que toma no se le cortan las hemorragias, y ya de paso le saqué un desayuno. No todo va a ser sufrir…
Cuando por fin llegué a casa y pude sacar mi documentación, llamé a un compañero, que esperaba noticias mías. Le dije:
- He ido a dejar a la niña al cole y no te vas a creer lo que me ha pasado.
Tras un pequeño silencio en el que intuí una risita, contestó:
- Te has dejado las llaves en casa.
¿Cómo lo habrá sabido, si apenas me conoce?

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Miércoles Musicales: Nocturnal, lo nuevo de Amaral


Lo primero que escuché de Amaral fue su primer single: Rosita. Pero no fue hasta su segundo álbum, Una pequeña parte del mundo, que no me hice fiel seguidora de ellos. Además el primer single de dicho álbum, Cómo hablar, se coló en mi incipiente historia de amor con Papá en Apuros, quedando para siempre en los anales de NUESTRA HISTORIA (sí, con mayúsculas).
Desde entonces sigo la trayectoria del grupo. La voz de Eva es singular, llega muy lejos y muy adentro. Pero no es solo la voz de la cantante, es la música, el toque de guitarra de Juan Aguirre y son las letras de las canciones.
Me siento muy identificada con muchas de ellas. Cómo hablar me sirvió para explicar lo que empezaba a sentir por mi pareja. Pero no es la única que me ha ayudado a expresar lo que me pasaba en el momento. Tiene un punto de depresión, de ver la vida en negro que siempre he compartido.
Acaban de sacar su nuevo álbum, NOCTURNAL, y ya casi me lo sé de memoria, gracias a spotify. Va muy en el estilo del álbum anterior, HACIA LO SALVAJE, con letras oscuras, depresivas pero con cierta esperanza. El primer single, Llévame muy lejos, ya lo dice todo con su título, pero la letra no se queda atrás.
Comparto el vídeo del single, espero que os guste por lo menos la mitad de lo que me gusta a mi. Ahora solo espero impaciente fecha para su próximo concierto en Madrid.
¡Que lo disfrutéis!

martes, 3 de noviembre de 2015

SANDMAN, de Neil Gaiman

 

Sandman es una serie de cómics, que proceden de la siempre brillante mente de Neil Gaiman y en la que han colaborado distintos dibujantes de cómics. Hay episodios sueltos y tramas que se extienden varios números. El primero se publicó en 1989 y el último en el 96. (Para más info, os remito a la wiki).

El nexo de unión de todos los tomos es Sueño, la personificación antropomórfica de los sueños mismos (también lo he sacado de la wiki). Sueño es uno de los hermanos de los siete eternos, cuyos nombres, en inglés, empiezan por D. Todos ellos representan antropomórficamente ideales, sensaciones que de otra manera sería imposible representar. Destino, Delirio, Deseo, Desesperación, Muerte (Death) y otro que ya conoceremos.

Me lo dejó mi hermana, con la recomendación de leerlo, sí o sí, porque a ella le había cambiado la vida. Lo malo de las expectativas altas es que a veces no se llegan a ellas, y éste, aún a riesgo de ser maltratada por mi hermana pequeña, no ha llegado. Me ha gustado, pero no me ha cambiado la vida. 

Pero gustarme claro que me ha gustado. Tiene un punto de terror, y luego deriva a lo fantástico, habla de Sueño, de Muerte y de Delirio como seres reales, que dirigen de cierta manera tu vida. Las historias son geniales, cada personaje cuenta, su historia (y todos la tienen), siempre cuenta. Todos tienen bagaje, personalidad, profundidad. Tiene detalles que me han encantado. Como que, según a quién se aparezca, Sueño tiene una apariencia. 


El protagonista, Sueño, es genial. Tan serio, tan responsable. Tan recto siempre, y con ese sentido del humor que es casi inexistente. Tanto, que cuando hace una broma tanto el lector como su interlocutor nos quedamos asombrados.

Pero hay una cosa en la que tengo que estar de acuerdo con mi hermana, y es en el personaje de Delirio. Delirio es la hermana pequeña, no siempre fue delirio, evolucionó hacia la perdición desde otro nombre, y, como su nombre indica, su reino es el de los que están perdidos de la cabeza.


Tiene cierto protagonismo en una de las líneas argumentales, y la verdad es que no me hubiera importado que hubiera protagonizado más. Es, sencillamente, genial. Y aunque Muerte también tiene su punto, me quedo con Delirio y sus mariposas.

Los dibujantes son todos geniales. Cada uno con su estilo, ha habido Sueños que me han gustado más y otros que menos, pero lo que tienen todos en común es su grandísimo trabajo.


Recomiendo la lectura, los que suelen leer cómics deben de haberlo leído ya, y los que no (como es mi caso), no les va a suponer esfuerzo alguno leerlo. Y el universo de Gaiman merece mucho la pena.

Y ese final. Ese final.

Grande, Gaiman. Grande.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Día de todos los santos...


Me acuerdo que yo de pequeña no me disfrazaba en Halloween. De hecho, apenas nombrábamos Halloween a no ser como curiosidad que hacían los yankis, y que nos llegaba en las películas y las series, pero a mucha menor escala que ahora. 
Se celebraba el día de todos los santos, y lo que se hacía era casi lo contrario a una fiesta. No se podía poner música, no se celebraba nada. Se compraban flores y se iba de visita al cementerio a recordar a nuestros muertos, gente que para mi poco significaba. Luego sí, nos daban huesitos de santo y buñuelos para merendar, pero te tenías que tragar primero el rollazo de visitar un cacho de mármol que hacía llorar a tu abuela, y tú no entendías por qué.
Luego, cuando fuimos un poco más mayores, nos libramos de ir a cementerios y aprovechábamos para ir "de calbotes": a asar castañas al campo. Eso sí que era divertido y poníamos música, y reíamos, olvidados los cementerios y lo que significaban.
Ahora, de más mayor todavía, desgraciadamente tengo un cacho de mármol que visitar que me hace llorar (aún cuatro años después), y que no quiero dejar en el olvido por mucho que sepa que allí ya no está mi ser querido. No sé dónde estará, pero está claro que ahí no.

Lo que no he cambiado en todos estos años es una tradición muy propia, quizás me viene de familia, tenemos una rama macabra (creo que por parte de madre), y que me encanta: contar o leer historias de fantasmas.
Lo suelo hacer todo el año, pero el día de difuntos es el más propicio para ello. Da igual qué se celebre, si el superficial Halloween, si el colorido día de los muertos mejicano, o nuestro sobrio día de difuntos, que la premisa es la misma: la delgada línea que separa el mundo terrenal con el espiritual desaparece y se entremezclan ambos mundos, pudiendo ser que te encuentres con fantasmas aún sin saberlo. Es mágico y terrorífico, y por eso me encanta.
Un infalible es siempre Bécquer. El otro día, en el cuenta cuentos de sus leyendas, me di cuenta de que hacía mucho que no lo leía, así que he tenido que ponerle remedio. Os dejo el primer fragmento de El monte de las Ánimas, a ver si os animáis y lo leéis vosotros también...

"La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doblar de las campanas. Su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esa tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo. ¡Imposible! Una vez aguijoneada la imaginación, es un caballo que se desboca, y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche. 
Sea de ello lo que quiera, "ahí va", como el caballo de copas.
[...]"