viernes, 30 de diciembre de 2016

Mamá en apuros: Las preuvas




¡Estamos de preuvas!

No sé muy bien dónde comenzó esta tradición, porque la verdad es que no me he puesto a investigar. Sé que suena poco riguroso, pero creo que no podría explicar lo suficientemente bien lo que suponen las vacaciones (en este caso de invierno, pero la verdad es que cualquiera del año) de la peque en mi día a día. Aparte, como si no tuviéramos poco que hacer con el trabajo, la casa, el blog y las actividades extraescolares (una de ellas continúa en vacaciones), voy y me meto en otro asunto que nos lleva mucho tiempo de preparación. Espero poder contarlo el próximo viernes (si sobrevivo).

El caso, que me pierdo, es que la primera vez que escuché hablar de las preuvas fue a los universitarios. Tenía amigas estudiando en Salamanca (allá por mis años mozos…), y me contaron que, como casi todos los que estudian en la universidad de Salamanca son de fuera, se juntaban el último día de clase y hacían el simulacro de las uvas, porque ya hasta el año siguiente ya no se veían.

También hay gente que aprovecha las pruebas del reloj de la Puerta de Sol para ir con uvas, con chuches o con lo que sea y tomarlas allí, como si fuera Nochevieja.

Y desde hace unos años, esta costumbre se ha extendido hasta el punto de que, desde hace por lo menos dos (puede que más, pero yo solo fui el año pasado) la han adoptado hasta en un pueblo de mier como este. Lo hacen en la plaza, les dan chuches a los peques y se hace un simulacro de doce campanadas a las siete de la tarde.

Españoles, así somos, de cualquier cosa sacamos una fiesta.

Por eso, digo que hoy, 30 de diciembre, son las preuvas. Lo de víspera de nochevieja es algo que también decía mi abuela, pero con menos ímpetu que en Nochebuena, supongo que porque le gustaba más una fiesta que la otra. Lo que sí era tradición en mi familia (sobre todo mi padre era muy dado a ello) era ya a estas alturas empezar a hacer chistes con lo que quedaba de año: hasta el año que viene no trabajo, hasta el año que viene no nos vemos, como sigamos así nos van a dar las uvas, y un repertorio inmenso que no se cansaba de repetir. Es curioso las cosas que echas de menos…



Lo que sí que es tradición a escasas 24-48 horas de finiquitar un año es hacer balance. Hay mucha gente que se rige por el calendario escolar, cuyo año empieza en septiembre y acaba en junio, pero aún para esas personas el cambio de año tiene un valor simbólico muy potente. Si has tenido un año terrible, tras las doce campanadas respiras con más tranquilidad. Lo has dejado atrás, por delante te quedan otros 365 días nuevos a estrenar con las mejores intenciones del mundo. Si ha sido bueno, lo dejas atrás con la leve promesa de encontrarte otro mejor. Cualquiera podría pensar que nos encontramos en una rueda de tiempo, y que también tienes 365 días por delante, nuevos a estrenar, un 1 de abril, por ejemplo. Pero no es lo mismo. Lo cargamos de significado, lo hacemos un símbolo de algo, y tan solo eso lo hace real.

Yo aprovecho mi ventana al mundo blogger el día de las preuvas para hacer balance de mi año. Espero en lo personal que 2017 se porte mejor que 2016, que dejemos atrás ciertas sombras que se han cernido sobre nosotros, y que la salud no nos abandone. Mi propósito principal es organizarme. Si consigo organizarme podré dar salida a ciertos proyectos que tengo pendientes. Y que, por lo demás, me deje mejores cifras que este año que nos deja. 

Por ejemplo:

Este año he leído 32 libros. Casi todo novelas, y sobre todo el último medio año con poco acierto. Quiero que me vuelva el ansia lectora para que esta cifra se acerque más a la cincuentena, que era mi propósito. 

De esos 32 libros apenas he reseñado unos pocos. Mi organización se fue al garete, y tan solo he publicado 17 reseñas. Esto es algo que estoy corrigiendo desde ya, porque ya tengo escritas un par de reseñas, que pienso empezar a publicar a partir de enero. De este modo, si escribo una a la semana siempre iré adelantada. A ver si lo consigo.

Mamá en apuros ha tenido más suerte este año. He sido algo más constante. Y me ha dado alguna alegría, la verdad. ¡Si lo lee hasta mi madre! Yo que creía que no me leía ni mi madre, y por lo menos sé que ella lo hace. Mis hermanas también se han aficionado, y si una semana no tengo post por algún motivo, me caen collejas virtuales por wasap. Han sido 25 entradas de Mamá en Apuros. A veces pido que me pasen cosas nada más que para contarlas. 

El objetivo para 2017 será una reseña y un Mamá en Apuros por semana. Esto harían 52 entradas de cada uno. No creo que abarque tanto, de modo que pondré el listón en 45. Esto me deja hasta vacaciones. ¿Lo lograré? Tendremos que esperar otro año más para comprobarlo…

Espero que mis propósitos y mis intenciones no se queden en febrero abandonadas, como las del año pasado, que decía que el 2015 no había sido muy bueno y resulta que tengo mejores cifras en todo. Y mis propósitos para este 2016 eran los mismos que tengo ahora, con lo que parece ser que no he logrado mucho…

Señor, dame paciencia… O mejor, días de 27 horas por lo menos.

Espero que todos vuestros propósitos se cumplan.

¡Feliz 2017!




PD: ¡Nos vemos/leemos el año que viene!

viernes, 23 de diciembre de 2016

Mamá en Apuros: Feliz Navidad (segundo intento)





Hoy es víspera de Nochebuena. Me encantaba cuando mi abuela lo decía. Porque no es que fuera 23 de diciembre, no. Es un día especial porque va antes del 24, y tiene nombre propio. En mi cabeza lo veía todo junto, con guiones: víspera-de-Nochebuena.

Hace siete años (me echo las manos a la cabeza solo de pensar en que han pasado ya, ni más ni menos, que siete años) este día se convirtió en más especial aún, porque vino al mundo una de las personas que más quiero. Mi sobrino MiniA decidió asomar su naricilla al mundo, haciéndonos más felices que unas castañuelas. Aún recuerdo ir al hospital a verle, y tenerle en brazos. Yo ya sospechaba que estaba embarazada entonces, pero no lo supe hasta unos días más tarde. La comunicación a la familia también fue más tarde. Fue una Navidad muy especial.

Hace unos días me había puesto a escribir esta misma entrada, la entrada de la víspera de Nochebuena, y no sé qué me pasó que una sombra negra se cernió sobre mis letras y no era capaz de escribir nada con alegría, o con humor. Me invadió la nostalgia, el recuerdo de las personas que ya no están, entre ellas dos importantísimas para mí, como son mi abuela y mi padre. Me invadió el recuerdo de las navidades que pasamos cuando era pequeña, cuando nos juntábamos todos, y al final tuve que dejar de escribir porque me estaba deprimiendo y, lo que es peor, iba a acabar por deprimir a cualquiera que se atreviera a leerme. 

Y ya casi había descartado hacer una publicación especial. Estaba dándole vueltas a publicar un post normalito, pero hoy ha sucedido algo. 

Hoy he visto magia.

Todos los años en el cole de MiniP los Reyes Magos hacen una visita, y les llevan regalos a los niños y niñas. A los más peques, los de infantil, se le da uno a cada uno, y a los mayores de primero a sexto de primaria, uno para la clase. Como este año estoy en el AMPA, lo hemos organizado desde ahí, y como faltaba un rey mago, pues me ofrecí.

Y ahí que he ido esta mañana, con mi día libre del trabajo, antes de las 9 a ponerme el traje y prepararme, junto con otro papá que está en el AMPA y el antiguo conserje, abuelo de MiniC para más señas, que se jubiló hace dos años.


Me ha tocado Gaspar. Lo primero que he hecho nada más ponerme la peluca es hacerme una foto. Y he descubierto que más que Gaspar parecía Bisbal… Pero como no estoy muy fina, no he querido hacer la vuelta bisbalera, más que nada porque con el vestido y la capa me iba a descoyuntar… Luego me he ido a mi trono, junto con mis otros dos compañeros, y ahí hemos recibido a todas las clases del colegio.

Y ha sido espectacular. 

Los primeros han sido los de la clase de MiniP. Según la he visto llegar he notado que había llorado. Me ha mirado, ha agachado la cabeza de medio lado, y me ha echado una medio sonrisa, pero con el gesto de estar a punto de volver a llorar. Ya os he contado el cariño que le tiene MiniP a “los disfrazados”. Cada año con los Reyes Magos del cole lo ha pasado mal, pero creía que este año, al estar yo, lo llevaría mejor. Pues no. Luego me han reconocido todas sus amigas y amigos, que se echaban sonrisas de medio lado y me decían: “eres la mamá de MIniP”. 

Con quien más me he reído ha sido con un compañerito de MiniP, que se ha sentado delante de mí, con la cara muy, muy seria. Me miraba fijamente, sin apartar la vista, pero muy, muy cabreado. Su madre me ha dicho luego que es que me había reconocido y se había decepcionado porque los Reyes no eran de verdad. El caso es que todos los años reconocen a F., el bedel jubilado, y con él no pasa nada…

Luego han pasado los más pequeños. Los de tres años. Alguno no ha querido arrimarse, por miedo, pero otros han llegado corriendo a darnos un abrazo. A todos les brillaban los ojos de ilusión. Ha sido cuando he visto la magia flotar en el ambiente.

Por la experiencia de hoy veo que la ilusión les llega hasta cuarto de primaria, más o menos. Ya en quinto empiezan a hacerse los mayores y hacen del escepticismo un escudo. Por no hablar ya de los de sexto, que son unos preadolescentes en toda regla. 

Y sin embargo, pese a su actitud de soy mayor y no me vas a engañar, pese a que jugaban a ver quiénes éramos cada rey, la magia estaba ahí… Algunos de ellos mandaban callar a los que me preguntaban quién era yo… Nos han cantado villancicos y han echado su carta al buzón.

Viendo esto, me doy cuenta de que da igual que sepas que no existen los Reyes Magos, da igual, si de verdad quieres creer en la magia. Por un lado, puedes comprar los regalos, y por otro seguir ilusionándote por esconderlos, para sacarlos a las tantas de la madrugada el día de reyes y colocarlos debajo del árbol. Da igual la edad que tengas, da igual que seas creyente o no, porque estas fiestas ya han trascendido la religiosidad. Han pasado a formar parte de un imaginario mágico, colectivo, en el que todos ponemos nuestro granito de arena. Unos porque todavía son inocentes y aún creen que existe la magia, y otros, cuando se nos caen los velos que cubren la verdad, porque seguimos contribuyendo para crear la magia, aunque sea de mentira.

Espero que estos días veáis la magia, que os cubra por todas partes y que lo paséis muy bien en compañía de vuestras personas favoritas.




viernes, 16 de diciembre de 2016

Mamá en apuros: De cenas y de medias





Lo primero que piensas cuando llega diciembre es en la Navidad. Es impepinable, porque nos machacan con ello desde que termina Halloween. Pero yo no. Para mí el cambio del mes supone una pesadilla, porque llegan las cenas.

Y no es que no me guste cenar. Me encanta cenar. Y a pesar de que soy asocial, con un par de cubatas me vuelvo algo más tolerante con el resto de la gente. Pero el problema es que todas las cenas llegan juntas, tienes que hacer encaje de bolillos para ir de cena con las amigas, con las mamás, con los de correr, con los que te juntas dos veces y que ya hacemos cena, y, por supuesto, con la cena del trabajo. Que, de todas, quizás es la que más me guste porque esa me la pagan.

Y luego está otro tema. Como ya he dicho me gusta cenar. Quizás demasiado. Y si juntamos mi amor a la comida con que he estado más vaga de lo habitual en el apartado correr, nos encontramos con cinco kilos de más distribuidos de forma arbitraria por los alrededores de mi cuerpo. La mitad de la ropa de mi armario no me vale, y lo que me vale me queda justo no, lo siguiente. Esta situación ha llegado poco a poco, como sin querer. Han ido llegando los michelines en silencio y de puntillas, de a poco a poco, para aposentarse alrededor de mi barriga; la grasa de las piernas ha ido escurriendo desde el estómago, gota a gota, y cuando me he querido dar cuenta ya era tarde. Yo pensando que los vaqueros habían encogido en la lavadora y he sido yo que he aumentado en el espejo.

Pero ya me he sentado, frente a frente, con mi grasa y le he hablado claro. Les he dicho a esos cinco kilos que no se acomoden mucho porque se van a ir. Y de paso, que se vayan preparando los cinco anteriores porque tampoco se van a quedar, por muy a gusto que estén. No estoy dispuesta a comprarme ropa nueva, de más talla, solo por lo a gusto que esté en mi cuerpo. Faltaría más, no le consiento a mi hija (mentiraaaa), le voy a consentir a mi grasa…

Sin embargo, de cara a las cenas ya no me daba tiempo a perder. Soy realista, y si te metes a uno de diciembre con esos cinco kilos no te los vas a quitar a tiempo para que te valga tu vestido favorito. Por si acaso (y ya por el tema prevención, para que esos kilos no llamen a más amigos), he vuelto a correr, al menos media hora casi todos días, pero eso como mucho lo que conseguirá es que me quede como estoy. De modo que decidí tomar medidas drásticas.

Primero pensé en comprarme un vestido, pero como me da tanta pereza ir de tiendas, y cada vez que me miro en el espejo los michelines me hacen burla y me sacan la lengua, lo descarté. Para ser sincera no lo descarté del todo, lo que pasa es que lo pospuse y cuando me quise dar cuenta ya era el día de la cena y no me daba tiempo.

No pasa nada. Plan B. No lo quiero ni decir…

Me puse una faja.

Hala, ya lo he dicho. Y del tirón.

Efectivamente, recurrí a esconder las lorzas y estirar ondulaciones con una camiseta faja que me compré hace un tiempo. Claro, me la compré para ponérmela con un vestido de noche que me marcaba hasta las venas, pero cuando pesaba quince kilos menos. La camiseta, que es tipo faja y de tela firme, en aquel entonces me quedaba bien, pero ahora me embute como si fuera una morcilla. Apenas pude cenar, pero me puse mi súper vestido de Pesadilla antes de Navidad, que merece la pena. 



Eso fue para la primera cena. Pero mi periplo no termina aquí.

Para otra cena que tuve con las mamás (ya me fui con ellas hace dos años, os lo conté aquí), decidí ponerme otro vestido, de corte cruzado, y opté por comprarme unas medias reductoras. Fui a la mercería y pregunté:

-- Perdone, quería unas medias reductoras.

-- ¿Las quiere 3D?

-- Sí, la verdad es que prefiero que me envuelvan el cuerpo, si son 2D no me van a tapar el culo…

-- No, se llaman 3D porque llevan una sujeción extrafuerte que cubre tanto la zona del trasero como la tripa…

-- Extrafuertes, extrafuertes, déme las 3D. Y las gafas también.

-- ¿Qué gafas?

-- …



Como soy tan previsora esto tuvo lugar la misma tarde de la cena, por lo que me lleve las medias a mi casa, para ducharme y ponérmelas.

Por suerte estaba sola en casa, Papá en Apuros había recogido a MiniP y se habían marchado a cenar con los abuelos. Mejor, porque los espectáculos prefiero darlos a solas…

Salí de la ducha, me sequé a base de bien y me fui a la habitación a vestirme. La música a tope, yo ya bailando y cantando a tope, y comencé a vestirme. Abrí la caja de las medias, las saqué de su bolsa y las desplegué. Me encantan las medias que vienen en caja, plegaditas como sabes que no volverán a estar nunca, tan tiesitas… Continué con el ritual de siempre: enrollar una pernera con las mano, meter el pie y subir hasta media pantorrilla. Lo mismo con el otro pie. Luego ya procedo a ir subiendo, alternativamente, una pierna y otra, para finalmente terminar como si fuera un pantalón.

Llegué con dificultad hasta medio muslo. Y ahí dijeron las medias que no podían con tanto. Ofuscada, miré la caja para comprobar que me había dado la talla grande que le había pedido. Pues sí, no había confusión. Era talla grande. Suspiré profundamente, intentando por todos los medios no dejarme arrastrar por el pánico, aunque sin éxito… Me senté en la cama. Estaba atrapada por unas medias 3D, a lo mejor es que de verdad hacía falta gafas para ponerlas bien… O un calzador, porque lo que sí las medias eran más duras que el material de las garras de Lobezno. Le hinqué bien los dedos para tirar de ellas, si se rompían por lo menos me liberaría. De esta manera, tirando un poco de un lado, un poco de otro y sudando la gota gorda, conseguí subírmelas del todo.

Me tiré hacia atrás en la cama, exhausta ya. Cuando se me pasó el sofoco terminé de vestirme, y una vez en pie, y con toda la ropa puesta comprobé dos cosas: el 3D cumplía su función de manera extraordinaria y además una vez puestas no me sentía oprimida por ningún lado. Eso sí, procuraría beber poco porque no podría ir al baño en toda la noche.

Posdata: Al final no pude cumplir lo de no beber… Y no tuve problemas en el baño, parece ser que una vez puestas ya cogieron la forma de mi culo. Eso, o que manejo mejor las medias cuando he ingerido alcohol….

viernes, 9 de diciembre de 2016

Mamá en Apuros: recogiendo a Papá en Apuros del Aeropuerto




Papá en Apuros tuvo que viajar tres días a Grecia por trabajo. No suele salir mucho, pero cada vez que se va nos desestabilizamos un poco. Tenemos tan bien cogidas las rutinas, que una alteración así nos machaca mucho. Y yo voy que no me da la vida, para qué nos vamos a engañar. Por las tardes no supone mucho problema, porque es a lo que estoy acostumbrada, pero por las noches es el horror. 

Ayudar a ducharse a MiniP, más preparar la cena, más poner la mesa, más pegar gritos para que MiniP ayude a poner la mesa. En algún hueco de ese circo tengo que ducharme yo, y después de cenar recoger la cocina mientras MiniP se lava los dientes, para luego acompañarla a la cama, leer con ella, y quedarme allí hasta que se duerma.

Así me ha pasado, que me pasé los tres días que a la mínima me convertía en la niña del exorcista, más tensa que la cuerda de una guitarra. Casi me quedo afónica de tanto que he alzado la voz, y en conciencia diré que no me gusta cuando me comporto así, y MiniP lo sabe, y por eso me mira como si estuviera susurrando. Por eso y porque le encanta sacarme de quicio.

Quedamos en ir a recoger a Papá en Apuros, no sé muy bien si porque estábamos deseando que llegara para equilibrarnos o porque nos lo pidió él. Le dijimos que nos diera un toque cuando bajara del avión, así él podría recoger la maleta mientras llegábamos nosotras.

He ido ya alguna que otra vez al aeropuerto, pero para mí siempre supone un lío. Como ya sé que me pierdo, puse el gps del móvil, pero por hacerle caso y no perderme acabé yendo por una carretera de peaje. Tras esa decepción, decidí ignorarle cuando, una vez dentro del aeropuerto, me mandaba para el lado de Salidas, en lugar al que yo quería ir, que era Llegadas.

Aunque tengo que reconocer que dudé. Por un momento no supe muy bien a qué lado ir. Porque sí, cuando vas a coger un avión, te vas, pero siempre tienes que llegar al aeropuerto. No puedes ir a Salidas si no has llegado primero, ¿no? Es una cuestión filosófica casi al mismo nivel que el árbol del bosque que no hace ruido cuando se cae si no hay nadie para escucharlo… Es difícil pensar cuando tienes la música puesta y además detrás de ti va una niña preguntando por todo, repitiendo lo que dice el gps, por si no lo habías oído la primera vez, o cantando a pleno pulmón una canción distinta a la que suena en el equipo de música. A veces creo que quiere terminar de volverme loca no sé por qué extraña razón, y lo malo es que lo está consiguiendo. Estoy peor de lo mío…

Por fin llegué a Llegadas, y como la intención era recogerle y salir pitando, paré el coche en una zona destinada a taxis y llamé a Papá en Apuros por teléfono. 

No me lo cogió. Volví a llamar, insistiendo un rato. Tampoco tuve suerte.

Suelo ser una Mamá valiente, pero no me gusta nada dejar el coche en un lugar que no es adecuado. No aparco en pasos de cebra, no lo subo a las aceras, nunca en doble fila… No lo hago porque como con la edad me he vuelto un poco rancia, cuando veo un coche estacionado en mal sitio, y sobre todo si molesta, me pongo a relatar como una abuela de las de antes. Que si qué poca vergüenza, que toda la calle es suya, así pensamos en los demás, cualquier día saco la llave y te lo rayo. Normalmente los dueños no están, pero si están suelo alzar la voz, aunque no haga contacto visual. Por eso no me gusta quedarme en un sitio mal colocada. A veces, para que se bajen o suban pasajeros, pero siempre conmigo al volante, por si en algún momento dado tengo que quitarlo de en medio. 

De modo que a la tercera vez que llamé y no me contestó, tuve que mover el coche del lugar destinado a taxis, porque capaz soy de salir y rayarme el coche a mí misma. Y ahí empezó la aventura.

Salí despacio, no sabía muy bien qué camino elegir. Intenté no desviarme de la T2, pero el camino es un poco lioso, y al final, después de dos vueltas, decidí aparcar en el primer parking que encontré. Cuando bajé del coche, justo enfrente de la terminal, me llevé la mano a la frente: acaba de aparcar en Salidas.

Entramos. Supuse que por dentro podría llegar a Llegadas, ojalá me hubiera valido llegar a Salidas, porque, joder, ya había llegado. Tuve que distraerme con otra cosa porque me estaba empezando a doler la cabeza. No sé cómo pude aprobar la filosofía de COU…

Seguí los carteles, pero estaban encima de un ascensor y no supe muy bien qué significaba aquello. En mi defensa diré que mi neurona se había quedado pillada con el tema de las salidas y las llegadas y ya no daba para más. MiniP seguía exigiendo respuestas para cada una de sus numerosas preguntas y yo estaba más cerca que nunca de que me estallara la cabeza con humo negro, como en los dibujos animados. Por suerte se me ocurrió preguntar a una señora que se acababa de montar en el ascensor, con identificación del aeropuerto, y me indicó muy amable el camino. Primero tenía que bajar en el ascensor, luego seguir por un pasillo, bajar de nuevo por las escaleras mecánicas y ya estaría.

El pasillo tenía una cinta transportadora, para poder llegar al otro extremo sin necesidad de mover un músculo, y como a MiniP le hizo gracia encontrarse unas escaleras mecánicas pero lisas, nos montamos en ella. Como mis nervios no aguantan tanta lentitud, pese a que la cinta se movía por mí, yo también decidí contribuir, andando también. Cuando llegué al final del trayecto me giré para darle la mano a MiniP, pero ella no estaba. Miré más para atrás y allí estaba ella, con cara de felicidad, siendo transportada de un lado a otro del pasillo. Me sonrió. Le pregunté por mímica que qué hacía y me contestó, también por mímica: me dejo llevar.

Su inocencia desarmó mi mal humor. Además, ya había encontrado el camino correcto. Cuando bajábamos el último tramo de escaleras me llamó Papá en Apuros. Estaba fuera, fumando un cigarro en la zona de los taxis. Miré por las cristaleras, y no le vi, pero pude ver claramente el lugar donde había parado el coche un rato antes. Salimos fuera, para buscarle. Había dos zonas de taxis, seguimos andando hasta el final para ver si lo encontrábamos. Cuando se nos terminaron los taxis volvimos a entrar a la terminal. No habíamos encontrado a Papá en Apuros.

Desanduve mis pasos y antes de que pudiera hacerlo yo, me volvió a llamar. Resulta que se había subido a buscarnos y estaba ya donde la cinta transportadora. Le dije que no se moviera, que íbamos para allá, pero me dijo que iba a buscarnos. Fuimos a su encuentro, pero nos quedamos donde las escaleras mecánicas, porque resulta que había dos, una de rampa y otras de escalera. Ya nos habíamos cruzado sin vernos una vez, no quería que nos volviera a suceder.

Por fin le vi aparecer al final del pasillo. Avisé a MiniP, al verle se le iluminó la cara de alegría y salió como una flecha a por él. La luz que irradió se comió toda mi oscuridad, todo el agobio sufrido en los tres días y en los últimos quince minutos. Después de ella saludé yo. Me entraron ganas de amarrarle para que no se volviera a ir.

En un golpe de suerte encontré el camino de vuelta al coche, y pudimos regresar casi sin incidentes a casa. El que me pitara un coche porque me metiera en una salida en el último momento no cuenta. Es que se me olvidó poner el gps…



viernes, 2 de diciembre de 2016

Mamá en Apuros: Visita a la Casa-Museo del Ratoncito Pérez



Quisimos hacer una excursión chula, y como a MiniP se le cayó otro diente (el primero se le cayó el curso pasado), aprovechamos para visitar La Casa Museo del Ratoncito Pérez, que está en Madrid, en la calle Arenal.

Era una visita que teníamos pendiente, la he visto recomendada por varios sitios, por lo que elegimos un día (como cualquier otro) para bajar a Madrid.

Es curioso, no sé si realmente se baja o se sube, pero toda la vida lo he escuchado, eso de bajar a Madrid. Por suerte vivimos relativamente cerca, de modo que cogimos el coche, y nos plantamos en la capital en unos veinte minutos. Dejamos el coche en un parking cercano y nos acercamos andando a la calle Arenal. 

No estaba muy lejos, caminamos tranquilamente. Bueno, Papá en Apuros caminaba tranquilamente, MiniP iba dando saltitos y yo iba como la loca histérica que suelo ser cuando MiniP no me da la mano y estamos en un sitio donde hay mucha gente. Y sí, había gente como para una guerra, que no sé por qué todo el mundo tiene que decidir bajar a Madrid cuando lo hacemos nosotros. Debería ser una norma establecida que si voy yo, el resto del mundo debería quedarse en casa: así tendríamos sitio para aparcar y MiniP no tendría que soportar ni mis gritos ni mis uñas clavadas en sus manos para que no se suelte (Nota: son uñas metafóricas, no le hago daño a mi hija adrede).

Llegamos a Sol y ahí sí que tuvimos un problema. Atajamos por el pez, a MiniP le llamó la atención la estatua del Oso y el Madroño (que por cierto es osa y no oso), y se iba a acercar, pero había gente haciéndose fotos y otras personas esperando su turno de forma educada. Le íbamos a decir a MiniP que teníamos que esperar, y que si quería le hacíamos una foto, cuando hizo contacto visual con una persona disfrazada de Pikachu que vendía globos. Y ahí comenzó el drama. 

Corrió a esconderse detrás de su padre, para lo que se soltó de mi mano de manera brusca, lo que hizo que yo me asustara por si le daba por salir corriendo o algo. Si se pone a correr en una plaza con tanta gente, la pierdo seguro. Eso pensó mi cerebro en un milisegundo, y antes de poder reaccionar mi brazo se activó cogiendo a MiniP del suyo. Por suerte, segundos después me percaté de que solo se había refugiado tras la figura de su padre, con lo que relajé la tensión y no le rompí el hueso. (Nota de nuevo: es una clara exageración, no le dejé ni marca).

Imagen de aquí


El Picachu hizo amago de acercarse, pero se lo debió pensar mejor al ver mi cara de mala hostia, porque hizo un quiebro y se arrimó a un grupo de familia que pasaba por allí. Papá en Apuros, como siempre tranquilo en situaciones tensas, le ofreció a MiniP cogerla a hombros. Parece un ofrecimiento sin valor, pero en realidad hace mucho que no la carga de esa manera: desde que MiniP está tan grande, que son 6 años ya, y 22 kilos. Ella, por supuesto, encantada, de manera que se la subió, ella se tapó la cara con las manos apoyándose en la cabeza de su padre, y así cruzamos Sol, como tres fugitivos, sin mirar a los lados y lo más sigilosamente posible para no llamar la atención de los vende-globos disfrazados.

Quizá debimos haberlo previsto, ya que MiniP tiene problemas con los disfrazados desde bien pequeña. No le gustan, le dan miedo. No sé por qué, en realidad, porque ella sabe perfectamente que es una persona que lleva un traje con mucha tela, pero no lo soporta. Luego se divierte con los disfraces de Halloween. Y cuanta más sangre, más se divierte, no lo entiendo.

Una vez a salvo, en la calle Arenal, Papá en Apuros se libró de su carga y nos dispusimos a buscar la casa del Ratón Pérez. Dimos la vuelta cuando se acabó la calle, pues nos habíamos pasado. De vuelta nos pasamos de nuevo, por lo que al final acudimos a internet. Gracias a eso, por fin lo encontramos, dentro de un centro comercial, en su primera planta. Subimos, entramos en la tienda, que estaba llena de cosas chulas, como cuentos, cajitas para dientes, juegos de mesa… Allí nos informaron de que el siguiente pase sería en 30 minutos. Compramos las entradas y nos fuimos a dar una vuelta.

Aproveché, porque había visto una librería muy pequeña, pero que tenía fuera unas mesas y ahí perdimos un rato… Bueno, yo me sumergí en el olor, el tacto, los títulos de los libros, mientras Papá en Apuros esperaba pacientemente y MiniP petardeaba por allí cerca… 

La casa del Ratón Pérez es pequeña, pero muy bonita. La entrada cuesta poco, y te hacen una visita guiada que dura unos quince minutos, pero en el que la cara de los niños y las niñas es un poema. 


Entras a la sala de estar, atestada de cosas, de cuadros, de dientes. La decoración está muy cuidada, y la atención de la guía es genial. La que nos tocó tenía la voz muy dulce, y contaba la historia rápido, pero de manera divertida. Hizo participar a todos los peques, que salieron encantados.

Después de contarnos el origen del cuento del Ratón Pérez, nos hicieron pasar por la puerta mágica a su casa. La puerta mágica estaba a ras de suelo y había que gatear para entrar. Según abrió la puerta nuestra guía MiniP retrocedió. Supongo que aún le quedaba en el cuerpo la impresión de los disfrazados, pero esta vez la pude convencer para que pasara… delante de mí. De modo que me agaché y recorrí un pequeño pasillo cubierto de purpurina, que, por supuesto se me quedó en toda la ropa, para aparecer en la biblioteca del señor Pérez. Como el destino fue muy agradable, decidí olvidar el tema y alegrarme. Me puse a mirar los libros. Había estantes hasta encima de la puerta. Tomé nota para modificar mi propia biblioteca.

Con la visita a su biblioteca, y a una maqueta de la vivienda completa del Ratón Pérez se terminó la visita. He de decir que la historia en algún punto cojea (si aparecemos en la biblioteca del Ratón Pérez por qué luego vemos la casa entera en maqueta), pero la verdad es que visto desde la perspectiva infantil es simplemente mágica. MiniP salió encantada de allí, y su padre y yo, también. 

Terminada la visita tan solo quedaba volver al coche. Decidimos cruzar a la acera contraria para evitar el drama con los disfrazados, y aún así MiniP se colocó en el lado más alejado, escondiéndose tras su padre, pero vigilando, controlando a los disfrazados, no fueran a cruzar y a perseguirla con los globos…