Me llamó mi madre el sábado para que la llevara el domingo al Ikea. En realidad no me llamó, me wasapeó, que mi madre es muy moderna y ya solo mensajea. Yo vi el mensaje y suspiré. A mi los domingos por la mañana lo que me gusta hacer es dormir, no ir a comprar muebles, pero como tampoco me suelen dejar dormir mucho, accedí. ¿Qué voy a hacer? Es mi madre.
Nos dividimos las tareas, Papá en Apuros y yo, y decidimos que me llevaba a MiniP, así disfrutaba del parque de bolas que hay en el recinto de la megatienda, y él iba a comprar y hacer algunas cosillas en casa.
Estábamos en Ikea a las diez de la mañana, de hecho estaban abriendo cuando llegamos, dejamos aparcada a MiniP en la zona de juegos y nos fuimos a lo que nos ocupaba. Mi madre quería un sillón relax individual.
Mi madre y yo tenemos conceptos diferentes del relax. Para mi un sillón relax es uno que se reclina, que te hace masajes y que te calienta la zona de los lumbares y el culete. Si esto es en una habitación en penumbra, con un hilo musical tranquilo, y acabo respirando fuerte (yo no ronco, pero tengo restos de vegetaciones que me operaron de pequeña), entonces mejor que mejor. Mi madre, más sencilla ella, llama sillón relax a uno que solo se reclina.
Había dos opciones en la tienda, y ninguna de las dos se ajustaba a mi concepto. Por suerte sí que lo hacían al de mi madre. Una opción la descartamos enseguida, mi madre dijo que porque era de cuero y no le gustaba, pero yo sospecho que los seiscientos euros que costaba tuvieron también algo que ver. La otra opción, un sillón individual muy cuco de tapicería desmontable, que se reclinaba en tres posiciones, era la mitad de precio. Lo probamos varias veces, y nos gustó. A mi mucho, demasiado teniendo en cuenta que no era para mi.
Nos lo llevamos. Como era opción especial, en lugar de bajar a buscarlo al almacén nos dieron una hoja con un código de barras para pagar. Mi madre preguntó por la opción del pago a plazos, y nos enviaron a sacarse una tarjeta de crédito. De modo que estuvimos más rato sentadas a una mesa firmando papeles de lo que estuvimos viendo el sillón, pero íbamos bien de tiempo para recoger a MiniP del parque de bolas. Me habían dicho que era una hora, y se me olvidó preguntar qué pasaba si me retrasaba algo de tiempo. Esperaba que no se quedaran a la peque...
Resultó que además nos teníamos que sacar otra tarjeta más, la de socio del ikea. La suerte que tuvimos es que nos la hicieron en la misma mesa, pero también fue un rato más, y el reloj seguía corriendo. Cuando llegamos a caja había mucha gente, y yo ya me veía volviendo a casa sin MiniP. A ver cómo le explicaba yo a Papá en Apuros que se la habían quedado en el parque de bolas porque llegué tarde a recogerla.
Solventamos el tema de pago y recogida de la niña en el tiempo límite, repusimos fuerzas y fuimos a por el sillón. Mi madre preguntó por la opción que hay para que te lo lleven a casa. Sin ningún problema te lo llevaban, previo pago de ochenta euros. Miré a mi madre espantada y, muy flamenca yo, le dije que se ahorrara el dinero, que ya lo llevábamos nosotras. Ella dudó, pero yo estaba segura. Y ahí empezó la diversión.
No he sido mucho yo de jugar a consolas, pero hay dos videojuegos que me vinieron a la cabeza ese día. El primero, el tetris, cuando llegué al coche con el silloncito de marras. Lo metí muy fácil, porque mi coche es SW (station wagon, no ranchera, que conste), y el perfil del maletero es bajo, pero tuve que bajarlo de nuevo para colocarlo de manera que entrara en el coche. Y ese fue el menor de mis problemas.
Llegamos a casa de mi madre, que vive en un tercero y tiene ascensor. Cuando encontramos sitio justo frente al portal me las prometía muy felices. Con un carrito porta todo, cargué el sillón y lo llevé hasta el ascensor. Y ahí empezó el segundo video juego. Street Fighter.
El portal se transformó en una pantalla dividida en dos. A la derecha, el sillón relax. A la izquierda, Mamá en Apuros. Un, dos, tres... ¡fight!
De frente no entraba. De costado tampoco. Paré un segundo y le di el bolso a MiniP, que andaba dando vueltas alrededor mío pidiendo ayudar. Le hizo gracia, aunque casi se cae al suelo de lo que pesaba.
Observé unos segundo para ver por dónde podía atacar. Pero antes de conseguir meterlo en el ascensor, tenía otro problema. Las puertas se negaban a quedarse abiertas, y aún no atinaba a meter tanto el sillón como para llegar al sensor. De modo que asigné a MiniP otra tarea, que andaba otra vez dando vueltas, quemada ya la novedad de ser sujetabolsos. La dejé con el dedo pegado al botón de llamada.
Mi madre también daba vueltas alrededor mío, como una versión envejecida de mi hija, preguntando cada dos segundos si necesitaba ayuda o si llamaba a alguien. Contestándose sola (costumbre usual en ella), cogió el teléfono y llamó a mi cuñado, que vive cerca, para que viniera a ayudarme.
Herida en mi orgullo, en lo que mi madre hablaba por teléfono me hice con el enemigo. Le hice una llave de cuello y le tumbé de lado en el suelo, a continuación le levanté de las piernas, le incliné hacia un lado, luego hacia el otro, pasé por encima, tiré de él y cuando me quise dar cuenta ya estaba dentro. Había ganado la batalla justo cuando mi madre colgaba.
Le ordené que volviera llamar y anulara las fuerzas de apoyo, que yo solita había conseguido la victoria, pero no tuve en cuenta que había ganado una batalla pero no la guerra. Le di a subir al ascensor, a mi me tocó subir los tres pisos andando porque el sillón había ocupado todo el habitáculo, y cuando llegó arriba me encontré con mi adversario en plena forma.
Segundo round (¡arrueken!). El sillón se negaba a salir. Tuve que saltar por encima para hacerme hueco y empujar desde detrás. Esta vez acudía a la batalla con más confianza puesto que si había entrado tenía que salir. Ataqué, aprovechando la fatiga del adversario empujé, tiré, levanté y me esforcé. Cuando ya lo tenía casi fuera llegó un vecino ofreciendo ayuda. Con una mirada dura como el acero le contesté que era un asunto personal entre el sillón y yo, que no se metiera. Retrocedió despacio, justo en el momento en que las fuerzas de mi contrario fallaron. Estaba fuera. Guerra ganada.
Una vez lo coloqué en su sitio y le puse las patas, me senté a descansar. "La próxima vez", le dije a mi madre, "te dejo que te gastes los ochenta euros para que te lo traigan a casa".
"Te los has ganado, hija", contestó ella. "Te los has ganado".
Pero no me los dio.