viernes, 2 de junio de 2017

Mamá en Apuros: En busca del ovario extraviado



Desperté de la anestesia de forma muy suave, pero también muy gradual. Desperté y vi a la enfermera, volví a dormir. Desperté y vi a mi madre y a Papá en Apuros. Me preguntaron qué tal estaba. 

— He estado mejor — Contesté.

— Te han cambiado un ovario de sitio — me dijo mi madre.

No sé si llegué a encogerme de hombros o a soltar media sonrisa antes de dormirme. Creo que asentí en plan: sí, sí, qué cachonda. No estoy yo ahora para gracias.

Me subieron a la habitación, después de un rato en la sala de reanimación, bien cuidada por las enfermeras. Sobre todo por una, la que me despertó con una gran sonrisa, que además se llamaba como MiniP. La vi tan resuelta que por un momento pedí que esa seguridad la diera el nombre, para que también la tuviera mi hija.

Después de un tira y afloja con el celador para que me subieran antes del cambio de turno, efectivamente hice el viaje desde las profundidades hasta el piso quinto, que es donde tenía la habitación.

Aquí debo hacer un inciso. Viajar en camilla de hospital, qué cosa. Tumbada totalmente, viendo las luces del techo pasar y los torsos y cabezas de las personas. Desde la puerta de la habitación escuché el revuelo de mi familia que estaba allí esperando, pero, claro, desde la posición en la que me encontraba no les vi. Hasta que se me acercaron a la cama y la rodearon, literalmente.

Sentí que tenía que abrir un frente o poner las defensas o algo, ya que no me habían dejado vía libre. También sentí que esa escena la había visto en una película o una serie, o algo, pero con otras caras, obviamente. Todas (mis hermanas y mi madre) me sonrieron y me preguntaron. Creo que les contesté y volví a dormir. Papá en Apuros me dio la mano, o un beso, no recuerdo, y se marchó. Es probable que a fumar.

Me desperté de nuevo y mi hermana la pequeña me volvió a repetir lo del ovario.

— Te han cambiado un ovario de sitio.

— ¿Pero no era una broma? — le pregunté yo, con esa voz de medio borracha que se te queda cuando aún tienes anestesia en el cuerpo.

— ¿Cómo vamos a bromear con eso? — me dijo ella, el tono levemente ofendido.

— No sé. Suena a chiste.

— ¿No te lo dijeron en consulta? 

— No.

Y volví a dormir.

Las escuchaba hablar en bajito, como cuando hay un enfermo en la habitación. Ah, claro, la enferma era yo. Qué raro encontrarme en este lado de la enfermedad, he sido millones de veces acompañante, pero muy pocas la paciente. Habrá que acostumbrarse.

Vinieron enfermeras a tomarme las constantes. Me despertaron.

Pedí agua. Tenía la boca y la garganta como si me hubieran metido un tubo o algo. ¡Espera! Si era justo lo que habían hecho. Madre mía, te duermes un rato y hacen contigo lo que les da la gana, desde ponerte una vía en la otra mano, un tubo en la garganta o reorganizarte los ovarios…

Me dijeron que hasta las cinco no había agua. A esa hora me quitarían la sonda y me darían de beber para comprobar la tolerancia. Pregunté la hora. Eran como las tres y cuarto.

En cuanto se fueron volví a dormir. No era un sueño profundo, pero sí una especie de duermevela. No sé qué me habían metido para el cuerpo, pero era incapaz de reaccionar, por lo menos más de cinco minutos seguidos, me pesaban los párpados y tenía que volver a cerrarlos. Eso sí, cada vez que los abría preguntaba la hora.

Las cinco se hicieron de rogar, pero debo decir que eran en punto cuando llegaron dos enfermeras con un bendito vaso de agua. Me quitaron la sonda. Creo que era la primera vez que me quitaban una sonda en toda mi vida consciente. Y es muy molesto. Pero tenía la promesa de un trago de agua, que tomé como si acabara de salir de una travesía del desierto.

— Dentro de un rato te levantas, por si quieres ir al baño. — Me dijeron.

— Quiero levantarme ahora.

Me miraron con extrañeza, pero como insistí, me ayudaron a levantarme, cambiarme el camisón que estaba sucio, e ir al baño. Qué a gusto, estaba ya hasta las narices de estar tumbada. Me moví apoyada en ellas, pero me sentó bien el cambio. Cuando volvieron a entrar todos ya estaba sentada en el sillón.

MiniP vino a verme, y es verdad que al principio no quiso acercarse mucho, quizá intimidada por la vía, pero enseguida se repuso y estuvo danzando por allí, volviendo loco a todo el mundo. En el sillón estuve a gusto un rato, pero como me puse a beber agua como una inconsciente en seguida tuve que volver a levantarme para ir al baño. Y ya no estaban las enfermeras, qué bien.

Afiancé bien los pies en el suelo y recibí asistencia por parte de mis hermanas para levantarme. Las sentadillas me habían venido bien, porque no me costó mucho esfuerzo, pero una vez en pie, me intenté estirar pero me quedé a medio camino.

— Y hasta aquí llego — dije.— Po zí…

Y me fui para el baño imitando al esperpento ese que salía por la tele. Amparo… Tas fumao un porro… 

En el baño me volví a acordar de las sentadillas, y de lo bien que me habían venido, porque tiré de muslos y culete para bajar a la taza. En cuanto me recupere voy a entrenarlas bien, pero bien, bien. Les acababa de encontrar utilidad de verdad.

No les quise dar la razón a las enfermeras, que me dijeron que me había levantado muy rápido, pero en verdad me notaba muy cansada. Miré la cama, que me hizo ojillos, y sucumbí. Decidí acostarme, qué narices, había que explotar el estar recién operada. Seguro que en cuanto me pusiera bien no me dejaban estar en la cama todo el día… La primera MiniP… 

Senté el culo e intenté echarlo lo más atrás que pude. Luego subí una pierna y después otra. Pero me costó colocarme porque el camisón se había enganchado por detrás, y me tiraba. Ay, por favor, qué poco glamour para tumbarme en una cama. Acabé espatarrada, moviéndome como una serpiente y sufriendo un poco hasta que cogí la postura. Lo bueno es que en seguida vino una enfermera que me puso un enantium en vena que eso es pura maravilla. Me llevó al país de los unicornios.

Al día siguiente vino el cirujano que me operó, que me dio la mano y me dijo encantado de conocerte, que ayer estabas un poco dormida. Iba a contestarle que era culpa de la anestesista, pero no quise hacerle perder el tiempo. Me miró y remiró, y me contó lo que me habían hecho. A buenas horas, mangas verdes.

— El ovario te lo hemos puesto por aquí — señaló mi costillar derecho— ¿No te lo dijeron en consulta?

— No.

— Pues mira que se lo dije…

— Pues querrían darme una sorpresa, como la semana que viene es mi cumpleaños…

En fin, tampoco tenía mucho sentido darle más vueltas. Ya estaba hecho, y la explicación era convincente. Lo quitaron de la zona de radiación para que no se achicharrara. La traducción es de mi cosecha.

Me dio el alta y me marché para mi casa molesta, aunque contenta, y con un ovario fuera de su sitio. A partir de aquel día soy más especial que nunca. ¡Cosas de la vida!

2 comentarios:

  1. Lo importante es que todo salió bien, aunque ahora el ovario esté en otro sitio. Oye, que también tiene derecho a conocer otros sitios de tu organismo!

    Besotes guapísima!!!

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  2. Érase una vez un ovario viajero, jajajajaja!!!!!!!

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