Seis amigos se reúnen en la casa de la única chica, que cuida a su abuela enferma de alzheimer, para continuar una partida de rol que se quedó a medias hace seis meses, cuando algo pasó que desunió al grupo. El motivo de la separación se irá descubriendo poco a poco, a medida que avanza la partida de rol, que también iremos descubriendo. Hasta que comprobamos que la partida puede que no sea tan imaginaria como esperábamos.
En esta novela confluyen dos historias. Por un lado la realidad, la casa donde se reúne la antigua pandilla, ahora con novedades, la abuela enferma y la pandilla misma. Por otro, el mundo de la partida de rol, que conocemos ya empezada, y sus personajes, los álter ego de los chicos y algunos más que iremos conociendo. Al principio son dos historias diferentes, cada una con sus claroscuros, con sus motivaciones y sus devenires, pero en un momento dado, un instante de no retorno, se mezclan ambos mundos. Como no podía ser de otra manera, al final entiendes que el uno no podría existir sin el otro y viceversa.
Los personajes, todos, tienen profundidad y realismo. Tanto los de la realidad como los del rol. Y, además, no se parecen entre sí los de los dos mundos, pese a que podrías pensar que son los mismos. No, cada uno tiene sus rasgos distintivos y sus maneras de actuar.
Al principio, en la presentación de la historia y sus personajes me pareció una historia banal, vacía, de normal que me parecía. Ahora me doy cuenta que esa normalidad es muy difícil de conseguir. Que te creas a una pandilla de chicos de 18 años, entera, es todo un logro, y es sólo el paso previo a lo que te encuentras en la novela.
Porque una vez que comienza la partida te atrapa sin remedio. Y no sufres cuando pasas de un mundo a otro, porque de los dos quieres saber. En el mundo real, donde se juega al rol, va creando una atmósfera de inquietud, de tensión que casi suspiras aliviado cuando saltas al mundo imaginado. Pero el alivio dura un instante.
La narración es simplemente maravillosa. Las descripciones que hace Jesús Cañadas logran que veas el mundo, que veas lo que sucede en la novela, no sólo que lo imagines. Lo ves, lo vives, y en ningún momento se hace pesado. Tiene mucha lírica en sus letras, mucha metáfora, siempre original.
Y luego está el final. Es un final de los que me gustan, de los clásicos de novela gótica, donde se le deja al lector decidir si creer o no en lo que le han contado.
Recomendado, sin duda. Yo estoy deseando hincarle el diente a Los Nombres Muertos, hasta la fecha su última novela, que promete muchísimo, por historia, y después de esta lectura, por narrativa también.
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