viernes, 7 de noviembre de 2014

Taller literario de Literautas: octubre

Ya he comentado alguna vez que participo en el taller literario de la página Literautas. Me gusta mucho porque las directrices suelen ser muy fáciles, y a cambio de comentar tres textos de otros compañeros recibes tres comentarios sobre tu texto. Son los mismos que participan en el taller los que también comentan y esto me parece muy positivo. Pero más positivo aún me parece el formulario que hay que rellenar para hacer los comentarios: en primer lugar te piden que destaques lo positivo, en forma y contenido; y luego te piden que comentes aspectos que podrían mejorarse. 
Está todo enfocado de manera muy positiva, para que sea de verdad una crítica constructiva y que no sólo señales una serie de errores porque sí. Yo, que soy una persona muy susceptible con las críticas (por decirlo suavemente), lo agradezco mucho y tolero sin llegar a enfadarme y no respirar (de verdad, que soy así, me enfado y no respiro y hasta pongo morritos) las críticas que me han hecho. Algunas las he tenido en cuenta y otras no, que todo hay que decirlo, pero en eso cada uno es libre de hacer lo que quiera con su texto.
Quería compartir los ejercicios que escribo para este taller, sentíos libres de opinar sobre lo que queráis, que como ya he dicho he superado las rabietas...
En el taller de octubre se pedía que la acción se desarrollara en un patio de colegio, y que apareciera la frase: ¿Dónde están los niños?
Máximo 750 palabras.

PERRITO FALDERO

No sé quién lo dijo primero, pero parece ser que la idea tuvo mucha aceptación. Y en seguida se expandió como la pólvora, todos excitados y encantados, repitiéndolo hasta la saciedad junto con exclamaciones y palabrotas.

Era una noche como otra cualquiera. Yo había quedado con Laura, pero nos encontramos con Luis y sus amigos, Peri y El Trenzas, que iban para el parque cargados con las bolsas. Laura no dudó en unirse a ellos, y yo les seguí como un perrito faldero que no sabe quedarse solo. En el parque ya esperaban los demás, y en total nos juntamos ocho personas.

Ahora les miraba, todos riendo y chocando manos, iluminados por el tenue reflejo de la media luna que lucía en el cielo. En sus manos bailaban los minis de cerveza y de calimocho, creando olas en su superficie debido al movimiento. Algo de bebida se desperdició en el suelo, síntoma inequívoco de que la borrachera estaba en su punto álgido. Cuando aún no ha hecho efecto el alcohol solemos ir con mucho más cuidado, no nos podemos permitir desperdiciar ni una gota. Apenas tenemos dinero para comer, y el alcohol es uno de los pocos lujos que nos permitimos. Otro es el tabaco. Algunos se permiten vicios más caros, pero yo me conformo con el cáncer en barritas.

Soltaba el humo de un cigarro, mirando hacia el cielo y con la mano libre metida en el bolsillo cuando El Trenzas me zarandeó.

- ¡Vamos, tía! ¡Que te quedas en la parra!

Le miré, y por detrás de él vi que los demás ya se habían puesto en marcha.

- ¿Dónde vamos?- pregunté antes de dar otra calada.

- ¡Vamos a colarnos en el colegio! ¿No es una pasada?

Soltó un grito al estilo vaquero y dio un salto, como de triunfo.

No sé qué tiene de triunfal no tener otra cosa que hacer que colarse en un colegio. Tampoco encuentro el sentido cuando pocos años antes -muy pocos en realidad- andábamos como locos por escaparnos de allí. Sin embargo, no dije nada. Me encogí de hombros y les seguí sin rechistar. Ya he dicho que era un perrito faldero.

Saltar la valla no supuso un problema. Pese al nivel de alcohol, no hubo ningún hueso roto. Laura se raspó una rodilla al caer, pero no fue nada grave. El Trenzas me esperó, me ayudó a encaramarme, y fue el último en saltar.

Estábamos en el patio de nuestro antiguo colegio, de noche y borrachos. Luis y El Trenzas chocaron las manos, y gritaron al cielo como posesos.

- ¡Tío, cómo mola!

- ¡Vamos a jugar al fútbol!

Y salieron corriendo a colgarse de la portería, dándose cuenta tarde de que no tenían balón.

Peri miraba alrededor con los ojos como platos, enrojecidos.

- Tío, tío... - repetía, como ido - ¿Dónde están los niños?

Como nadie le hizo caso se acercó a mi y me cogió por los dos hombros.

- ¿Dónde están los niños? - preguntó de nuevo, y pude ver lágrimas en sus ojos.

No me estaba tomando el pelo. De verdad estaba preocupado. No sé qué es lo que tenía en la cabeza, qué imaginaba, para llorar por unos niños que posiblemente estuvieran durmiendo en su casa, o jugando, o en cualquier lado excepto en el colegio porque era de noche y no tenían que estar allí.

- ¿Qué te has tomado?

Peri me miró, abrió aún más los ojos y empezó a reirse como un loco. Me zafé de él y fui a buscar a Laura.

Pude ver, entre las tinieblas del pasillo que daba paso al interior del colegio, a mi amiga con Luis. Se metían mano aprovechando la oscuridad y no quise interrumpirles. Me daba la vuelta cuando me topé con El Trenzas.

- ¿Dónde vas? - se apoyó en la pared, en una pose de chulo que, en realidad, me dio pena.

- Me voy.

Le esquivé y me dirigí hacia la parte de la valla que vi menos peligrosa para saltar. Me encaramé a ella y salí del colegio. Simplemente estaba ya aburrida de perder el tiempo, de no tener otra alternativa, otra aspiración aparte de beber y salir los fines de semana. No quería desperdiciar mi tiempo colándome en colegios, o sentada en bancos del parque.

No miré atrás.

No me despedí.
 
No volví a verlos.

1 comentario:

  1. Dejó de ser, afortunadamente, un perrito faldero... Me ha gustado. Sencillo, sin adornos, plasmando bien una situación que, por desgracia, es muy cotidiana.
    Besotes!!!

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