viernes, 13 de noviembre de 2015

Mamá en apuros: la llamada del colegio

 
 
No se pasan más apuros que cuando te llaman del colegio.
Resulta que MiniP ha tenido la desgracia de tener la mitad de mis genes. Y hay cosas que me hubiera gustado que hubiera sacado de ahí, como por ejemplo dormir más, ya que se levanta los fines de semana a las siete y media de la mañana, con ganas de desayunar y dar por saco ver dibujos. Pero claro, su padre a esas horas ya lleva como dos levantado, porque dormir es una pérdida de tiempo según él. Y según ella, por lo visto.
También me hubiera gustado que se pareciera más a mí en… en…. No sé, la verdad es que tampoco se me ocurren más cosas que me fastidien tanto como lo de dormir. ¿De verdad que no pueden quedarse en la cama y descansar, viajar al mundo de Morfeo, dejarse mecer en sus brazos? Es la sensación más gloriosa que he sentido nunca. Yo daría media vida por quedarme la otra mitad en la cama. Lo que más me cuesta del mundo es levantarme, da igual a la hora que me levante. Me cuesta lo mismo sean las cinco de la mañana (mi hora habitual, es un castigo porque en otra vida fui malvada, seguro), o las once. Me quedaría en la cama hasta que me dolieran todos los huesos del cuerpo.
 
Pero ellos no. Mi peque y Papá en Apuros, si se despiertan, tienen que levantarse. Y a ambos les sucede igual: si se acostaran, se volverían a dormir. Pero no quieren. Ninguno de los dos.
Pues MiniP, para casi todo lo demás, tira de mis genes. Es despistada, alocada y puro nervio. No para quieta, tanto que a veces parece que hay cinco niñas. Y es torpe.
Es lo que más lamento haberle cedido, la torpeza. Yo era de las que se tropezaban con su propio dedo gordo del pie, me caía, me hacía brechas y heridas… Y MiniP también. Cuando era un bebé, además, la pobre paraba todos los golpes con la cabeza. Me costó, pero al final logré enseñarle a poner las manos. Aun así, su cabeza seguía el arco más allá de sus brazos y daba con toda la frente en el suelo. Menudos chichones se ha hecho la pobre.
Del cole ha salido ya dos veces con los dedos amoratados, pillados ambas con una puerta. Jugando con otras compañeras, no se dio cuenta de donde ponía el dedo y los juegos no esperan a nadie. Las puertas tampoco, aunque haya un dedo en medio. Otra vez salió con una pequeña herida en la nariz, la camiseta manchada de sangre. Mientras unos niños tiraban piedras al tejado, ella pasó por medio, y sufrió los efectos de la gravedad.
Ese día, al ir a recogerla al colegio, me encontré de repente rodeada por siete niños y niñas que me contaban a la vez que un compañero le había tirado una piedra a MiniP y le había hecho sangrar por la nariz. Creo que quedaron conmocionados con tanta sangre. Más tarde me enteré de la historia, y de que no había sido a posta, sino una conjunción de mala suerte y algo de gamberrismo.
Pero, pese a este historial de torpeza, no me habían llamado nunca del colegio. Hasta el otro día.
Estaba en Madrid centro, a punto de entrar a una reunión, cuando sonó el teléfono. Como soy una mala madre, no tenía el número guardado en la agenda. Solo vi un fijo, y por la numeración, aparentemente de cerca de donde vivo.
Lo cogí y al escuchar la voz de SúperE, la profe de MiniP, una mano fría me atravesó el pecho y me apretó el corazón. Me explicó que la peque se había dado un golpe en la cabeza, pero que de momento estaba bien. Me avisaba por si la veía que empeoraba, que fuera a recogerla, aunque aún no la veía para tanto. Incluso hablé con MiniP por teléfono. Estaba muy bobita, contestaba con monosílabos, pero me pareció una prueba de vida aceptable. La mano fría de mi pecho se relajó un tanto, aunque no soltó su presa.
Quedé en arreglar lo de la reunión y en salir hacia allí lo antes posible, por si tenía que recogerla estar más cerca. Pero apenas me dio tiempo de explicar la situación (unos diez-quince minutos) cuando el teléfono volvió a sonar. El mismo número. La mano fría volvió a espachurrar mi corazón.
Casi no le di tiempo a SúperE de hablar. Me dijo que la veía un poco peor, más ñoña, y que prefería que fuera a buscarla. Antes de colgar había cogido mi abrigo al vuelo, mascullado una disculpa a mis compañeros y salí volando hacia Atocha. Mentalmente hacía cálculos sobre la hora estimada de llegada, mientras aceleraba todo lo posible.
En éstas, se me ocurrió llamar a Papá en Apuros, para informarle más que nada. Él, apurado también, me colgó para informar a sus jefes del asunto y pedir permiso para ir a buscar a MiniP. Él tardaría veinte minutos en llegar, mientras que yo casi una hora.
Así de grande era el chichón de MiniP
 
Así, visto en retrospectiva, me da la sensación de que a los dos nos va el drama. Me imagino a mí misma corriendo Castellana abajo, casi con lágrimas en los ojos, y parando de vez en cuando para ponerme la mano en la frente cual sufrida madre que soy. Pero es que me imagino también a Papá en Apuros en el coche, con un pañuelo blanco en la ventanilla, pitando a los coches que se interponen en su camino, cual caballero que va en busca de su dama. Damita en este caso.
Me lo imagino llegando al colegio, corriendo por los pasillos, zarandeando a la vedela para que le dijera de una vez dónde está su hija.
Pero no. Conociéndole, llegaría al colegio con andar pausado, preguntaría muy amablemente a alguien por SúperE, y eso sí, en cuanto viera a MiniP, la cogería en brazos.
Cuando yo llegué ya estaban en la consulta del médico. MiniP tenía la carita pálida, ojeras y un chichón en la parte de atrás de la cabeza más grande que la cabeza propia. Había vomitado, y con eso y su mala cara, ya me veía esa noche durmiendo en el hospital (como me pasó a mí en cierta ocasión… ejém… los genes…).
Pero no. La doctora la examinó y determinó que de momento no había ningún signo que evidenciara una conmoción o algo peor. No obstante, tendríamos que vigilarla y si notábamos algún signo extraño, la lleváramos de inmediato al hospital.
Papá en Apuros se volvió a trabajar y yo me quedé en casa de observadora. Tras comer y descansar, MiniP recuperó el color. Para última hora de la tarde yo ya estaba echando de menos el hospital. Al menos habríamos descansado algo…
Cuando le pregunté que cómo había sido, me explicó, con su tono de “mi madre es que no se entera de nada”, que una amiguita de su clase la había cogido en brazos para demostrarle lo fuerte que estaba, y que, desde arriba, se había caído.
Ella, hasta que se encontró con el suelo, estaba encantada de la vida de que la cogieran. Si es que no nos pasan más cosas de milagro…
 

6 comentarios:

  1. ¡Pobres (ustedes y ella)! Pero ya sabes que los chichones son parte del rol de hija. Acostúmbrate, que todo será materia de nostalgia y de recuerdo.
    Un abrazo.

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    1. ¡Gracias, JANE! Sí, lo sé, pero se pasa tan mal cuando lo vives... Esperemos que todos se queden como éste, en un susto!
      ¡Besotes!

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  2. Pobrecilla mía. Por cierto, dile a Papá en Apuros que dormir no es ninguna pérdida de tiempo!!! El cuerpo tiene que regenerarse, ojalá pudiera yo dormir más, últimamente lo llevo fatal.
    Besos y buen fin de semana.

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    1. Se lo digo todos los días, ESPAÑOLA EN VIENA, pero como quien oye llover... En fin, que él sigue sin dormir y yo sigo muriendo de sueño...
      ¡Besotes!

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  3. Ays, pobrecita! Me alegra que al final todo se quedara en susto. Y espero que ese chichón ya haya desaparecido. ¡Y dormir no es ninguna pérdida de tiempo! Eso sí, un@s necesitamos más horitas que otr@s...
    Besotes!!!

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    1. Ha tardado dos o tres días, MARGARI, pero ya no hay chichón. Yo opino lo mismo, que no es una pérdida de tiempo, pero chica, que nada...
      En fin, me viene bien cuando la peque se levanta pronto, y se van los dos al comedor... (jijijijijij)
      ¡Besotes!

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