Que me gusta correr no es algo nuevo, ya he hablado de ello por aquí. Me enganché a ello como terapia, para superar el mal trago de la pérdida de mi padre, y me atrapó de tal manera que aún no me ha soltado. Aunque hemos tenido nuestros altibajos.
El año pasado no fue muy pródigo en carreras, en entrenamientos. Supuestamente salgo tres días en semana a correr, pero tenía suerte si salía dos, aunque la mayoría de las semanas salía uno o ninguno. Así no hay manera de avanzar. De modo que me puse un reto.
Yo es que soy muy de retos. No soy ambiciosa, no me pico con nadie, pero cuando se trata de superarme a mí misma me sale un monstruo de dentro… Me encanta ponerme retos, ganarme a mí misma. Yo sola y para mi sola, al estilo de Juan Palomo… Me acuerdo, de adolescente, cuando estudiaba, que tenía que pasar los apuntes a limpio y me picaba yo sola porque tenía que hacerlo en menos líneas que lo sucio. Lo sé, nunca he estado muy bien de la azotea (pero me hago de querer…)
El reto que me puse este año tenía dos razones de ser. Una, la primera, superarme en esto de las carreras, demostrarme que podía hacerlo. Y dos, no menos importante, tenerme con la cabeza entretenida para no darme cuenta que se acercaba una fecha maldita. Quería poner algo bueno en el calendario, en el mes de marzo. Algo positivo. Por eso me apunté a la Media Maratón de Aranjuez, que se celebraba el 13 de marzo.
Lo que pasa es que el tiempo es muy caprichoso, y ahora estamos en noviembre, y tenemos tiempo de sobra, como que te pega un salto de repente y te plantas a finales de enero con menos de catorce semanas para entrenar. Y a eso se le añaden que hoy me duele una ceja y no salgo a correr, que si hoy llueve y me mojo y una gran lista de etcéteras que tengo de excusas para no correr. Y algunas funcionan. Pero el remate final fue una incidencia familiar que me dejó sin relevo para cuidar a MiniP durante unos cuantos días. El caso es que no había entrenado lo suficiente, la tirada más larga que había hecho era de 12 kilómetros y ya estábamos a falta de una semana para la prueba.
De modo que no la hice. Cambié la prueba de Media Maratón (21km con 195m) por la de 8 km, mucho más asequible a mi estado físico. Y ahí entré en barrena: se me juntó la decepción de no haberlo conseguido (de hecho, de ni haberlo intentando) con el día fatídico, la crisis lectora y demás, y casi, casi, me rindo.
Casi.
Porque otra cosa no, pero yo le saco un rayo de sol a un día nublado aunque sea guiñando mucho los ojos o apuntando con una linterna. Así que me saqué de la manga el plan B.
El Plan B era casi un mes después de la carrera de Aranjuez. Misma distancia, población más cercana: Coslada. Aunque palabras mayores, ya que abundan las cuestas. No las tenía todas conmigo, pero, como una señal del cielo, un compañero del Club de Atletismo ofreció su dorsal, ya que él no podía correr, y lo cogí. Y empecé a entrenar como una loca.
Y tan loca. En las tiradas largas me choqué contra el muro. Las terminaba, pero en un estado lamentable: vomitando todo el líquido que ingería. Al rato se me pasaba y me encontraba bien.
La última vez que sucedió fue en el último entrenamiento de tirada larga antes de la carrera. Con 16 km por delante, un día de fuerte viento y ligera lluvia, no llevé avituallamiento, y llegué a comer con los suegros en un estado en que alarmé a todos. Cansada y con mal cuerpo, aunque por otro lado feliz, puesto que había conseguido aguantar 16 km.
Cuando dije en el grupo del Club de Atletismo que no sabía si participar (de nuevo me echaba para atrás en un reto), una compañera se interesó por mí y me hizo mil preguntas. Ella, que en Twitter tiene el apodo de @Reto21k, ya que el año pasado decidió afrontar por primera vez esa distancia, me acogió como alumna y me acompañó a la carrera. Yo, que creo que no merezco tanto interés, le estaré eternamente agradecida.
Porque no solo me acompañó, sino que me guió durante todo el camino. Desde la salida, donde me pedía que no me emocionara y siguiera mi ritmo, pasando por los ánimos en las cuestas (“venga, que esta es cortita y se acaba ya”), hasta los puntos de avituallamiento donde me asesoró más allá de donde lo hace un entrenador personal. Si hasta me llevó un gel para que me tomara a mitad de carrera.
Gracias a ella, y estoy segura de que es así (si hubiera ido sola me había quedado en la primera vuelta), no sólo conseguí superar mi reto, el de terminar una Media Maratón, sino que lo conseguí sin que me fuera la vida en ello. Crucé la meta con una sonrisa, cansada, pero sin desfallecer, dos horas y dieciocho minutos después de haber pasado por la línea de salida. Feliz, orgullosa de mi misma, y eternamente agradecida.
A Laura, por hacerse cargo de mí tan maravillosamente, y a la gente del Club de Atletismo por ser un ejemplo de esfuerzo, superación, y, sobre todo y, ante todo, humanidad.
Ahora solo queda apoyar a las compañeras y compañeros que se enfrentan a la próxima Maratón de Madrid (eso ya son palabras mayores para mí, al menos de momento). Estoy segura de que cruzarán la meta tan feliz como crucé yo la mía.
Porque no hay mejor sensación que la de ganarse a uno mismo.
Ays, que yo también cuando pasaba los apuntes a limpio tenía que hacerlo en menos líneas que lo sucio... Anda que si me picaba conmigo misma... Felicidades por esa media maratón!!! Y por esa pedazo de entrenadora personal que has tenido! Da gusto encontrarse con personas así. Ahora a por la próxima!
ResponderEliminarBesotes!!!
Muchas gracias por tus palabras guapa!! Tu sola hiciste los 21K como la luchadora que eres. Encantada de acompañarte, en esta y las carreras que pueda. Besos!!
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras guapa!! Tu sola hiciste los 21K como la luchadora que eres. Encantada de acompañarte, en esta y las carreras que pueda. Besos!!
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