viernes, 9 de septiembre de 2016

Mamá en apuros: El verano de MiniP




Llevo un poco de retraso en lo que viene siendo mi vida entera, y por eso es ahora, cuando está comenzando la rutina, cuando las piscinas están cerradas, cuando vuelve el colegio y las extraescolares, que encuentro por fin el tiempo y el momento para sentarme a escribir sobre las vacaciones. Paradojas de la vida.

Porque sí, las vacaciones me encantan, pero como son vacaciones, no paramos de hacer cosas, o de no hacer nada, que también cuenta como algo, pero el caso es que no soy capaz de organizarme para sentarme un momento a escribir. Quizás es que estoy demasiado ocupada viviendo.

Luego se nos acaban las vacaciones, a los adultos del hogar, me refiero, y es casi peor. Un desorden de idas y venidas, de dejar a MiniP con unos abuelos o con la otra abuela, contrapeando, recogiéndola deprisa y corriendo para preparar las cosas e irnos a la piscina, porque… ¿qué vas a hacer con este calor endemoniado? Nosotras (y Papá en Apuros también) somos de pasar el calor a remojo, aunque eso suponga para Mamá en Apuros (es decir, para mi), tener que lucir palmito en bikini, cosa que no me agrada lo más mínimo.

Pero el tiempo, aunque en la época estival pueda parecer eterno, pasa, los días se acortan y ya no anochece tan tarde. Ahora tocaría hablar de que el calor asfixiante es cosa de agosto, pero parece que septiembre ha comenzado con envidia del mes más caluroso y llevamos unos días derritiéndonos bajo un sol traicionero. Una de las cosas que me gustan de este mes con olor a retorno es precisamente eso, que las tardes ya no son tan cálidas, que ya las noches son más llevaderas. Pero este año parece que no, que se han olvidado de apagar la caldera.

Por eso quería recordar mi semana de vacaciones fuera. Porque fue una maravilla de temperatura, de días de playa y montaña, y porque para MiniP supusieron una verdadera novedad.

Solemos salir a la playa una semana al año, y este decidimos, para mi alivio, dejar el levante para los levantinos y los madrileños, y nosotros viajar al norte, a Asturias. Cogimos un apartamento rural que se veía muy cuco en las fotos, y que no nos resultó excesivamente caro, y llegado el día cogimos carretera, dvd portátil, todas las maletas, y allá que nos fuimos la familia En Apuros.

Lo del dvd en el coche, por cierto, es una maravilla. Sí, llevo a mi hija enchufada viendo películas de dibujos, y para rematar mi malamadreo (si no conocéis a las Malas Madres no sé a qué esperáis), con auriculares para que Papá en Apuros y yo podamos ir escuchando música. Sé que no es lo mejor, pero oye, es un viaje al año, y prefiero hacerlo así y no escuchar ni mu desde el asiento trasero que pasarme cinco horas con continuas quejas, peticiones y lloriqueos.

Llegamos al lugar. Era un sitio espectacular, las fotos de internet se quedaban cortas. Nos recibió el dueño y nos dio un trato espectacular. Nos explicó cómo funcionaba todo allí, nos indicó los mejores sitios a donde ir, las playas más cercanas y nos indicó sobre los caminos de tierra que pasaban por allí. 
El jardín con los columpios


En lo que nos atendía, empezaron a llegar más familias. Y digo bien, familias. El sábado que llegamos nosotros, todos los ocupantes de los apartamentos rurales (creo recordar que eran un total de 12), fuimos familias con niños y niñas de diferentes edades. 

Mientras nos instálabamos en el apartamento, MiniP pidió quedarse fuera a jugar. Los apartamentos estaban dentro de una sola parcela, con un jardín enorme, con varias mesas de tipo bar, y también había columpios y un par de mesas tipo merendero. No había peligro de que se saliera del recinto, y aunque se hubiera ido, la posibilidad de que la pillara un coche era escasa. El pueblo donde estábamos era apenas una aldea que se llenaba gracias a las casas rurales.

Y mientras nosotros los adultos colocábamos las cosas, se obró el milagro. Las demás familias que fueron llegando también debieron hacer algo parecido: mandar a los niños a jugar mientras los mayores se acoplaban, y así se conocieron los peques.

Tanto, que ese mismo día, cuando llevaba un rato jugando con un niño y tres niñas que no conocíamos de nada, vino corriendo al apartamento a pedir si podía irse con sus amigos a ver un estanque.

Yo me quedé de piedra. ¿Cómo que irse? ¿Qué estanque? ¿Y, por favor, qué amigos? No era capaz de pronunciar palabra. Abría la boca y la volvía a cerrar. No quería decir nada porque MiniP tenía la cara iluminada de felicidad, mientras que una pequeña parte de mi se rompió por algún lado. Papá en Apuros vino a mi rescate. Él simplemente dijo que sí.

Le miré con los ojos a punto de salírseme de las órbitas, preguntándole por telepatía si se había vuelto loco, pero supo manejar a la madre megasúperprotectora que hay en mí. Me hizo un gesto con la mano como pidiendo calma y me dijo: “Déjame a mí”.

MiniP dio un grito de júbilo y salió corriendo, con una sonrisa de oreja a oreja y el pedazo de mi alma que se había llevado sin permiso. Sé que suena dramático, pero para mí supuso un paso demasiado importante. Era la primera vez que mi hija me abandonaba, que salía del nido con ganas de investigar por su cuenta. En realidad da igual que lo hiciera con cinco años, o con dieciocho, a mi me habría resultado igual de doloroso.
La playa del Canal, la más cercana a los apartamentos


Cuando hubo salido Papá en Apuros me demostró que no estaba loco. Me dijo que los había escuchado hablar, y que algo había comentado con alguno de los padres, que no era el primer año que venían, y en las proximidades había un pequeño estanque con patos. Y para seguir demostrándome su cordura, pasados dos minutos, fue tras MiniP. 

Ese fue el punto de inflexión. Habíamos llegado muchas familias, pero el grupo de niños se dividió entre grandes y pequeños, y MiniP se juntó con los grandes. Y con quien más migas hizo fue con el único niño, M, que era apenas uno o dos años mayor que MiniP. Luego había dos niñas de unos 9, L. y C., y la hermana de M, A., de 11.

Desde ese primer día, cada excursión o día de playa era un sinvivir para ella. Pero, muy cuca ella, no llegaba a preguntar por su amigo. Nos decía: “¿después de comer volvemos al apartamento?”, y le contestábamos que M. aún no estaría. Y ella respondía con un elocuente: “¿Y tú cómo lo sabes?”.

Para MiniP ha sido el verano de los descubrimientos. Ha sido el primer año que ha sido plenamente consciente de adónde iba, de lo que sucedía a su alrededor. Tiene recuerdos de otros veranos, pero son recuerdos vagos, y por supuesto, ningún verano ha llegado a formar una pandilla de amigos para las idas y venidas. Y menos mal que todavía eran pequeños y se juntaban tan solo cuando las familias volvíamos de pasar nuestros días fuera, eso sí, hasta las tantas de la noche. 

También ha sido el verano en el que Papá en Apuros y yo nos hemos relajado con los horarios, tanto, que hasta hubo una noche que cenamos a las doce de la noche. Y eso, para nosotros, es ya todo un hito.

He de decir que ya he superado el impacto inicial de ver volar a mi pequeña, me dolió, pero tuve que pasar por encima del dolor y aceptar que tiene que ser así, que yo no puedo acapararla para mí para siempre, por más que me gustaría. 


PD: El lugar mágico y con mucho encanto se llama Apartamentos Playa del Canal. Visitad su página, pero tened en cuenta que las fotos no le hacen justicia.


4 comentarios:

  1. Y esto es el principio. Mi hija empezó este invierno ya a quedar con las amigas y ahora empezamos con el tema horarios... Y los móviles no sé si ayudan o perjudican, porque cuando le mandas un mensaje y no te contestan, te pone de los nervios. Pero bueno, hay que pasar esta etapa y superarla, que también nosotras nos hemos despegado de nuestros padres... ¡Pero cómo cuesta!
    Besotes!!!

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    1. Ainss, MARGARI, no sé que va a ser de mí el día que salga, el día que quiera llegar tarde... Y lo del móvil, qué complicado todo. ¿A qué edad? ¿Con qué limitaciones? Pues no me queda nada...
      Pero será como este verano, que llegará y lo tendremos que superar. Si es que tienen que volar solos...
      Gracias por tu comentario!
      ¡Besotes!

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  2. Ays asturias e sprecioso y lo de la nena...es que da orgullo verlas crecer pero al mismo tiempo pena por verlas hacerse independientes! Para que luego digan que las madres no son fuertes!
    Un beso!

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    1. Asturias, para mí, es el paraíso. Y tengo la suerte de que tanto a Papá en Apuros como a MiniP les guste también. Sí, es un orgullo verlas como crecen, pero es que no sé dónde se queda el tiempo...
      Gracias por tu comentario, LESINCELE. ¡Besotes!

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