Tengo la sensación de que me han estado vacilando en la seguridad social. Nunca me había sentido más un número de expediente, un trazo de tinta sobre un papel, como estas dos últimas semanas.
Fui a la consulta del traumatólogo, dos semanas después de que me quitaran la escayola, y en una consulta que duró menos de cinco minutos, pero para la que tuve que esperar más de hora y media, me dijeron que el hueso estaba muy bien, pero que tenía una leve osteoporosis. Debí poner cara rara, porque se animó a explicarme que era normal (a mi me suena a persona mayor), por la inmovilización. Que me darían rehabilitación para ayudar a fortalecer el hueso y que me veían en tres meses con otra radiografía para comprobar que la osteoporosis se había ido. Fenomenal. Cogí mi abrigo, di las gracias y salí de la consulta.
Al ir al mostrador a pedir las citas me dieron las de la consulta y la radiografía, pero la señorita comprobó en el ordenador que la de rehabilitación no estaba pedida. Me miró (hasta el momento no lo había hecho), me sonrió un poco (cosa que agradecí) y me dijo que no me preocupara, que en esa misma semana me llamarían para darme la cita. Me fui a casa e hice lo que me dijo: no me preocupé y esperé la llamada.
Pero pasó la semana y la llamada no se produjo. Esperé pacientemente a que me llamaran, pero ese mismo viernes ya no aguanté y llamé yo. Me dijeron que no estaba pedida la interconsulta por el médico. Y ahí empezó mi calvario.
La verdad es que la primera llamada que hice al hospital fue la más productiva. Me notificaron en Citas que no estaba pedida la rehabilitación, y al insistir yo en que la doctora me lo había dicho me pasaron con Atención al Paciente. Allí una señorita muy amable me dijo que, efectivamente, en mi informe aparece que necesito rehabilitación, pero que en el ordenador no estaba reflejado, y hasta que la doctora no le de a la tecla y lo formalice por el sistema no me podían dar la cita. Intentaron localizar a la doctora, sin éxito, de modo que me dejaron cogida nota.
Dejé el lunes para dar un pequeño espacio, y el martes volví a llamar. Y aquello sí que fue una odisea y no la de Homero. En Citas, la única extensión correcta con la que pude hablar, me confirmaron que no había notificación, es decir, que la doctora no le había dado a la tecla. Me dijeron que tenía que llamar a Atención al Paciente. Y me colgaron. ¡Me colgaron! Sin compasión, no sé en qué clase de mundo vivimos.
Volví a llamar, y esta vez intenté que me pasaran con Atención al Paciente por las extensiones, pero no tuve suerte. Hablé con Ingresos, luego con Información y allí les rogué que me pasaran con la extensión que pedía. Me dijeron que sí, sin problemas. Pero cuando cogieron el teléfono me dijeron: «Pediatría, dígame». Ahogué un grito de frustración, le dije a la señorita que se suponía que me iban a pasar con Atención al Paciente, y me contestó: «pues esto es pediatría». «Ya, me he dado cuenta, gracias. Hasta luego». Y colgué. He tenido que comprar un teléfono nuevo.
Lo dejé para otro día. Ya me había frustrado bastante.
Al día siguiente, miércoles, llamé de nuevo. Esta vez me atendió un chico, que muy amablemente me dijo que sería mejor que yo, o algún familiar con mis datos, fueramos hasta el hospital, porque en Atención al Paciente no solían atender por teléfono. La primera vez debí tener la suerte del principiante. Bueno, pues allá que me fui, con la esperanza de conseguir algo, ilusa de mi.
Conseguí lo mismo que en mi primera llamada, sólo que con la chica cara a cara. La doctora que me atendió no estaba y era ella misma quien tenía que solicitar la cita.
No lo entiendo. Por más que me lo expliquen no lo entiendo. Cada vez que voy a un especialista, en cada cita me atiende un médico distinto. Con el brazo han sido cuatro veces las que he ido, y han sido cuatro traumatólogos distintos los que me han visto. Cuando el embarazo fue igual, nunca vi una misma cara. Pero para pedir una puñetera cita que está especificada en mi informe tiene que ser la misma persona que la solicitó. Sigo sin entenderlo. Cuestión burocrática, vale, pero está escrito: "NECESITA REHABILITACIÓN", ¿por qué tiene que ser ella quien de la orden? Si me hiciera el control el mismo médico no lo cuestionaría, pero si yo voy y no me quejo porque no me vea el mismo especialista... En fin, es un círculo vicioso que no me lleva a ninguna parte, pero no lo entiendo...
El martes de la otra semana (ya estamos hablando de la tercera semana después de la primera consulta) fui al hospital, ya pasando de llamar, y, casualidades de la vida, cuando me atendieron en la oficina, hacía veinte minutos que la doctora (por fín) se había dignado a pedirme la cita. Pensé en subir a las consultas para aplaudirle en persona, pero no quería salir escoltada del hospital, que al fin y al cabo es donde tengo que ir a los especialistas. Instantáneamente me dieron la cita, para dentro de tres meses y eso que es con carácter prioritario. Otro aplauso.
La fecha era la menor de mis preocupaciones. La mutua de la empresa me adelanta la rehabilitación, pero para eso necesita el papel con la fecha de la seguridad social. Cogí mi cita, y me fui a la mutua, en dos pueblos más para allá de dónde estaba. De tour por Madrid Este, qué divertido...
Cuando llegué, a las diez de la mañana, me informaron con cara de no saber nada de nada que el médico, que es quien se tiene que encargar de estas cosas, no entraba hasta las doce. Que volviera entonces. Conteniendo las ganas de darme de cabezazos contra la pared, me fui. Pensaba volver a casa, pero está a unos dieciséis kilómetros, la zona es malísima para aparcar y necesitaba un baño con extremada urgencia (en mi huida olvidé entrar en los baños de la mutua). Decidí tomar un café y dar una vuelta para hacer tiempo. A las doce volví.
Por fin entré en la consulta con el médico, y le di el papel con la cita. Las siguientes palabras del médico me terminaron de hundir en la miseria:
- ¿Dónde está el volante de la cita?
No me lo podía creer. Tenía la cita pero no el volante, el papel donde el médico dice que necesito rehabilitación. Me toca más peregrinaje al hospital para pedir otro dichoso papel. Conteniendo (a duras penas) las ganas de llorar, me fui de allí, alzando una mano al cielo y poniendo a dios por testigo que volvería con todos los papeles en regla a que me dieran mi rehabilitación.
Continuará...