viernes, 27 de noviembre de 2015

Mamá en apuros: Los apuros con la copa menstrual


Hoy voy a hablar de cosas de chicas. Creo que no me leen muchos chicos, y si me leen no pasa nada, porque afortunadamente ya no estamos en los tiempos de María Castaña, y ahora se puede hablar de estas cosas. Supongo que aún habrá risitas tontas en algún contexto, pero eso es inherente al ser humano. Desde las cavernas resuenan las risitas tontas cuando se habla de ciertas cosas: sexo, menstruación, y… básicamente más sexo.

Hoy voy a hablar de mi amiga la roja, de los bolcheviques, del período, de a qué huelen las nubes… Lo que comúnmente se conoce como regla. O, más científicamente, menstruación.

Pero no os asustéis, que no me voy a poner aquí a explicar en qué consiste. Aunque me lo sé bien. Hace como unos mil quinientos millones de años, unas amables señoritas vinieron al cole a darnos una charla sobre la menstruación y en qué consistía. Enviadas por una conocida marca de productos de higiene (no solo femenina), después de darnos la conferencia repartieron a las chicas unas muestras del producto en cuestión.

Yo por aquel entonces aún era niña. Aún no me había convertido en mujer. No había tenido mi menarquia. Que no me había venido la regla por primera vez, vaya. Hay tantas maneras de decirlo. Y es que cuando un tema es tabú enseguida aparecen miles y miles de maneras de hacer referencia a él, algunos más sutiles que otros.

El caso es que yo estaba como loca con mis tampones (que es lo que nos regalaron las señoritas), y deseando que me llegara la regla. Pobrecita yo, qué inocente era. Quería ser mayor a toda costa, y no me di cuenta de que luego no me abandonaría mes tras mes, con la excepción del embarazo, durante el que tuve otro tipo de molestias. Y que no solo es el engorro de la sangre, son las hormonas haciendo montañas rusas con tus emociones: que si ahora muerdo o ahora lloro. Si volviera atrás cogería a esa niña escuchimizada (increíble pero cierto) y la zarandearía hasta que me hiciera caso. Dos cosas le diría: no quieras crecer tan rápido y por el amor de dios no comas tantas chucherías que se te va a poner el culo como una mesa camilla.


Y llegó el día. Una mañana me levanté, fui al servicio y me encontré el pastel. Mi madre, muy pragmática ella, me plantó una compresa y me mandó al colegio. Que digo yo, ya que era mi primera regla me podría haber dejado en casa, ¿no? Como un premio de consolación. Pero no. Allá que fui, con mis vaqueros, mi compresa, mi regla, y mi paranoia. Porque yo notaba el emplasto gigantesco entre las piernas, cual pañal para adolescentes, y no hacía más que preguntarle a mi amiga: ¿se me nota?

Lo estuve rumiando durante toda la mañana. Tenía localizados de sobra los tampones que nos dieron de muestra (aunque ya hacía algún tiempo de ello, incluso creo que fue en el curso anterior), y según llegué a casa cogí la muestra, agarré la radio y me encerré en el baño. Puse música para relajarme y me coloqué el tampón tal como indicaban las instrucciones. Desde entonces solo ha habido una etapa de mi vida en la que no he usado tampones: en el post parto. Aunque eso se merece una entrada aparte.

Y siempre me he creído súper moderna. He tenido amigas que no iban a la piscina cuando estaban menstruando. Porque utilizaban compresas y por un montón de mitos que aún hoy día se siguen propagando, como que es malo mojarse. Parece increíble, pero cuando yo era pequeña, a mi madre y a mis tías les decían que no se podían duchar en esos días. ¡Qué horror! También he tenido que soportar miradas de asombro y asco cuando contaba que usaba tampones sin aplicador. ¡Por favor, que te tenías que meter el dedo (mano al pecho y bajada de voz) ahí! Como si fuera la cueva del lobo o algo peor…

Un día, hará un año o así, mi hermana pequeña (lo que es la vida), me descubrió la copa menstrual. Ella enseguida se pasó a ella (de hecho lleva con ella dos años, uno más de lo que yo creía), pero yo tenía mis serias dudas. La primera y más importante era que no me iba a gastar veinte eurazos para que luego no me hiciera con ella. Pero al final me decidí porque lo veía todo ventajas. Es más higiénico (no tiene peligro del Síndrome del Shock Tóxico), es más ecológico porque evitas residuos, es mejor para el organismo porque al no absorber no reseca la zona y al ser reutilizable, es más barato. Y esto fue lo que me decidió. Porque los tampones no son precisamente baratos, no olvidemos que hasta hace dos días eran considerados artículo de lujo (como todos sabemos los utilizamos por gusto y pijería) y se le aplicaba un 21% de IVA (ahora cotizan un 10%, como las entradas del fútbol pero eso es otro tema). Al final encontré una muy barata en una conocídisima cadena de hipermercados francesa. Por 9 euros me arriesgué a intentarlo.


Y ahí estaba yo, 23 años después (he hecho el cálculo y casi me da algo de la impresión), en mi cuarto de baño con música para relajarme y un nuevo producto de higiene femenina a probar. Me sentí, de nuevo, torpe e insegura y tuve que hacer tres intentos hasta que quedó colocado de manera medio decente. Aviso a navegantes: si eres de las que le daban asquito meterse el dedo para colocarse el tampón mejor ni te acerques a la copa menstrual. Tres dedos fueron necesarios para dejarlo colocado. Tres. A la vez. Pero eso no fue lo peor, no. Lo peor fue quitármela.

Cuando ya habían pasado unas horas fui a quitarme la copa. Y ahí empezó el horror, la pesadilla. No encontraba el palito de la copa. Ya no el palito, la copa entera. El pánico me invadió y ya me veía yendo a urgencias a que me quitaran aquello, que vete a saber dónde se había metido, organismo adentro. Cuando estaba a punto de enviar una sonda, lo encontré. Parte del pánico se diluyó, pero no todo porque lo tocaba pero no era capaz de sacarlo. Se había subido bastante y además se había torcido, y estuve un rato jugando al gato y al ratón con el palito de la copa. Finalmente se me ocurrió (se me encendió una bombilla de repente) que podría bajarlo con los músculos de la vagina y, efectivamente, funcionó. Después de un rato largo (creo que estuve una media hora), por fin me había quitado la copa.

Otra persona se podría haber amilanado, pero yo soy una inconsciente valiente y después de lavarla, me la volví a poner. Ya llevo varias menstruaciones con ella (tres o cuatro), y aunque aún tengo algunos problemas, la verdad es que me gusta la comodidad que supone, y la limpieza.

Lo que aún no se me ha pasado es la sensación de inseguridad que tengo, tanto cuando me la pongo, como mientras la llevo puesta. Cada visita al baño es una incógnita. ¿Habrá aguantado en su sitio? ¿Tendré los restos de un asesinato en mis bragas? Esto le da un punto de emoción a mi aburridísima vida de madre trabajadora…

8 comentarios:

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  2. ¿Te descubrí la copa hace un año? Pero si me acuerdo de cuando me compré la primera que estabais M. y tú que os daba mucho asquito el tema y yo encantada no teniendo que preocuparme de la copa más que dos veces al día... (y sí, el comentario anterior lo he borrado porque no había leído el cambio de la entrada xD).

    Me parto contigo perdiendo la copa dentro... se iba de parranda XD

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  3. Jo qué agobio! A mi hace años, tantos que aún era virgen, se me cruzó un tampón porque me lo puse al revés y al intentar quitarlo lo atravesé y en urgencias me temo que el médico me desvirgó porque el dolor fue horroroso, se tiró un buen rato con el puño dentro sin poder sacarlo. De ahí que hace un par de años pensara en comprarme la copa y me echara atrás. Ahora ya no la necesito, desde hace unos meses tengo la meno y si las hormonas eran divertidas cuando la regla ahora son para flipar. Un horror. Que dios nos pille confesadas, ser mujer es una jodienda de tres pares,jajaja
    Besos

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  4. Creo que la regla es un horror y uno de esos castigos que no nos merecemos las mujeres. A mí se me fue a los 48 años, del disgusto que tuve cuando murió mi madre, y siempre digo que la menopausia fue el regalo que ella me dejó.

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  5. Joer, estoy leyendo el comentario de Jane, y mira que yo estoy deseando que me llegue la menopausia, pero claro... sin que fallezca nadie de por medio...
    Yo no la he probado, pero creo que me costaría mucho dejar de usar los tampones, aunque no me disgusta la idea. El problema es esa inseguridad de la que hablas sobre si estará en su sitio... como que no es para mí. Necesito saber que todo va bien en esos días.
    De verdad, tendría que haber algo para evitarnos todo este percal a las que no queremos tener hijos... qué rollo la regla, por favor.

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  6. Isi, hay formas de saber si está bien puesta: que haya hecho el vacío y no se mueva si tiras un poco de ella, que no la notes... Yo de verdad te recomiendo probar porque es maravillosa, te olvidas de ella y del rollo de cambiarte, nada más que hay que hacerlo 2 veces al día (si sangras mucho, pues igual se llena y necesitas una tercera, pero si no, sin problemas).

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  7. Ays, esto me recuerda que cada vez le queda menos a mi hija para todo esto... Y qué poco preparada estoy. Que llevo... Espera que hago cuentas... 21 años sin ver la regla. Claro, tengo 42 y se me fue por obligación a los 21. Y no llegué nunca a ponerme un tampón. Como mi hija me pregunte, no sé qué voy a hacer con él... Así que se me ha quedado una carita al ver este cacharrito. Claro, como una no tiene la regla, se despreocupa de todo esto y ni idea de este aparatito. Pero lo que me he reído con tu entrada, sorry. Que supongo que tú no te reirías... Pero es que tienes una forma de contarlo. Gracias por siempre arrancarme la sonrisa.
    Besotes!!!

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  8. Yo hace más de cuatro años que la uso y me parece el invento del siglo. Casi no usaba tampones, siempre compresas, pero unos y otras me parecían un horror.
    Tardé varias reglas en conseguir ponérmela medio bien y luego tenía la misma sensación que tú de inseguridad, de que aquello no podría ir bien. Iba al baño cada media hora, a comprobar que estaba en su sitio. No te preocupes, en un par de meses se te pasará.
    A una amiga le pasó lo que a tí, la medio perdió por ahí dentro. Uff, vaya susto, ¡espero que no me pase nunca!

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