viernes, 6 de noviembre de 2015

Mamá en Apuros sin cabeza

 
De pequeña me solían decir, mis mayores, que si no tuviera la cabeza pegada al cuerpo la perdería por algún lado. Y no me queda más remedio que darles la razón.
Siempre he sido despistada. Lo que no entendían los mayores, y siguen sin entender ahora mis contemporáneos, es que mi mente no ve una sola vida. De pequeña tenía aún más imaginación que ahora, y andaba siempre perdida por las nubes. Visitaba mundos, inventaba historias, hablaba con los muñecos, saludaba a las plantas. ¿Qué culpa tenía yo si no podía estar en dos sitios a la vez? Porque si me iba de viaje a mis mundos irremediablemente olvidaba lo terrenal. Así me pasaba, me dejaba los relojes caídos en sitios insospechados, las llaves, pulseras y en general cualquier cosa que tuviera en las manos era susceptible de ser olvidado en algún sitio.
Ahora soy mayor, enfoco mis mundos en papeles en blanco, pero la verdad sea dicha, no he mejorado mucho. Si acaso voy a peor.
Ahora que, además de adulta, soy trabajadora y mamá, mis apuros se multiplican. Mis mundos imaginarios se ven relegados a un huequito, porque tengo que dejar sitio para recordar citas, médicos, la lista de la compra y la de tareas por hacer en casa (aunque de ésta ya sabéis que me preocupo poco). Afortunadamente mi trabajo es manual y mecánico, por lo que tengo que prestar poca atención y mis mundos aprovechan y se inflan y me visitan a su antojo. Esto me viene muy bien porque en mi ratito de escritura de después de comer aprovecho y los vuelco tecleando como loca en el ordenador.
Por eso no me extraña cuando me pasan cosas. Y cuando esas cosas que me pasan no es la primera vez que suceden.
El otro día, por razones que no vienen al caso, pude llevar a la niña al colegio. Luego tenía que acudir a una cita, pero era más avanzada la mañana, por lo que me daba tiempo de volver a casa para organizar una documentación, meterla en un pincho, y acudir a la cita. Estaba tan segura de mi misma, tan tranquila…
Como siempre que llevo a la peque al cole, se nos hizo tarde. Algún día este hecho será objeto de un estudio, porque no me lo explico. Nos levantamos con tiempo de sobra, desayunamos tranquilamente, pero me lío a hacer cosas, y entre vestirme yo, vestir a la peque y peinarnos las dos, ya se ha hecho tarde.
- Vamos, vamos, cálzate que llegamos tarde. – La increpo, toda nervios
- Jooo, mamiiiii –se queja ella- Siempre dices lo mismo.
- Lo sé, reina, lo sé…
Pues entre ponerle el abrigo y las zapatillas y coger el desayuno y la carpeta de los deberes, cogí el llavero de las llaves de casa, las del coche (llovía, si no la llevo andando) y salimos. No cogí nada más, ni móvil ni monedero, nada.
La llevé al cole, le di su bolsa, un besazo y volví a por mi documentación a casa. Aparqué en mi calle, bajé del coche, lo cerré y ya caminaba hacia el portal cuando cogí las llaves de casa. Me paré en seco.
Tengo la costumbre de tener las llaves preparadas mucho antes de llegar al portal y eso fue lo que me salvó de hacer el ridículo en mi propia casa. Al coger el llavero me percaté de su poco peso. No, no podía ser.
Otra vez no…
Pues sí.
Miré el llavero desde todos los ángulos pero la realidad es la realidad y no se puede cambiar por mucho que lo desees. El llavero tenía su arito de metal, su búho de tela (cosido por mí), y una sola llave: la del buzón. Las llaves de casa y del portal estaban, tan tranquilas y relajadas, en su estante del mueble de la entrada.
Y yo sin móvil. A las ocho de la mañana. ¿Y ahora qué?
Que no panda el cúnico. Digo, que no cunda el pánico. Respira, Mamá en Apuros, respira. Y ahora que ya respiras, piensa…
Mi madre tiene copia. Me toca ir a por ellas. Se va a llevar una sorpresa, pero como apenas duerme, por lo menos no la despertaré.
De camino a casa de mi madre (a unos 15 km de la mía), me voy dando de cabezazos contra el volante. Me ha pasado lo mismo de nuevo, y por las mismas causas. Resulta que la tarde anterior fui a correr, y para que no abulten mucho las llaves, saco del llavero las dos importantes: portal y casa. Cuando llegué, con la lengua fuera y las piernas temblando (ese día fui muy rápido), las dejé alegremente encima del mueble de la entrada. Y ahí se quedaron.
Y luego está el tema de las rutinas. A veces me preocupa desarrollar un Síndrome Obsesivo Compulsivo, pero visto lo visto, es lo que me viene mejor. Tengo una especie de rutina para casi todo, para evitar precisamente este tipo de despistes. Son pequeños bailes que he ido desarrollando como un método de defensa contra mi mala cabeza. Por ejemplo, aunque el coche es de mando, cierro y luego compruebo que he cerrado accionando la manilla de la puerta. De esa manera, cuando me asalta la duda de si he cerrado el coche, recuerdo haber intentado abrirlo y no haber podido. Soy retorcida, lo sé.
Cuando salgo de casa siempre suelo echar la llave. Esto significa que salgo con el llavero en la mano, que miro la llave de la puerta de casa antes de cerrar ésta, y así me aseguro de no haberla dejado dentro. Pero aquella mañana me salté todos los pasos. Hasta me dejé el móvil, que nunca salgo de casa sin él. Es que estaba predestinada…
Cuando llegué a casa de mi madre me recibió con cara de sorpresa y un tapón en la nariz. La sorpresa dio paso a la risa cuando le dije el motivo por el que me encontraba allí, yo reí con ella aunque no me haga ni pizca de gracia. Mamá, que los genes son tuyos, así que un poco culpa tuya también es… Pero lo dejé pasar y enfoqué la conversación en su nariz.
La acompañé un rato por si se mareaba, ya que por una medicación que toma no se le cortan las hemorragias, y ya de paso le saqué un desayuno. No todo va a ser sufrir…
Cuando por fin llegué a casa y pude sacar mi documentación, llamé a un compañero, que esperaba noticias mías. Le dije:
- He ido a dejar a la niña al cole y no te vas a creer lo que me ha pasado.
Tras un pequeño silencio en el que intuí una risita, contestó:
- Te has dejado las llaves en casa.
¿Cómo lo habrá sabido, si apenas me conoce?

5 comentarios:

  1. Lo de tu compañero ya es me ha sacado la carcajada! Anda que... Pero me siento identificada, que también soy muy despistada. Ya en la oficina me he dejado el anillo, una rebeca, un paraguas... Y más de una vez que he salido de mi casa sin la llave, sin el móvil... Y en más de una ocasión estando en la calle, de repente no me acordaba de si había apagado la olla o no... ¡No sabes la carrera que me doy en ese momento!
    Besotes!!!

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    1. Pues ya te digo que me conoce poco, MARGARI, y lo adivinó el muy jodío...
      Yo también he vuelto a casa a mirar si había apagado la olla... Dicen que quien no tiene cabeza tiene pies, y cuánta razón!
      Gracias por comentar.
      ¡Besotes!

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  2. Madre mía, no sé cuántas veces te has dejado las llaves de algo ya... Yo soy muy despistada también, pero con las llaves suelo tener especial cuidado. No obstante, recuerdo una vez que había quedado que "alguien" me recogía en el metro y lo cogí... en sentido contrario.

    ¡Besos!

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    1. Me da un poco de mal rollo, LADY porque la última vez que me dejé las llaves fue hace un año casi exacto, dentro de mi semana infernal, cuyo broche fue la rotura de muñeca.
      Así que no son tantas (aunque lo parezca), pero son muy peligrosas...
      ¡Besotes!
      PD: No sé quién te estaría esperando en el metro...

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  3. Pues a mi lo que me parece más raro es que dejes las llaves de casa para ir a correr y cojas las del buzón.

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