viernes, 4 de diciembre de 2015

Mamá en apuros: sin cabeza


Ya no sé si cuento cosas que me pasan o me pasan cosas para contarlas. Supongo que habrá gente que piense que me invento todo lo que cuento por aquí, y he aquí lo triste: todo es verídico. Puede que al contarlo exagere un poquito, u omita alguna información, pero no me invento nada. Así de divertida es mi vida.

También me pasa a veces que no encuentro nada que contar. No estoy tropezando con la vida todos los días (por suerte), y a veces ocurre que mi estado de ánimo no me deja ver el lado bueno de las cosas, aunque afortunadamente esto sucede poco.

Quizás todo se deba a mi mala cabeza. Soy despistada hasta decir basta. Una de las cualidades de mi hija que más me saca de quicio es que está en su mundo, no se entera de nada y nunca tiene cuidado con las cosas. Esto le pasa porque casi nunca se concentra en lo que hace, y se traduce en golpes, caídas y pérdidas de juguetes. Pues bien, adivinad de qué gen lo ha sacado. En eso es clavadita a mí. Y soy consciente de que ella no puede hacer nada por evitarlo, y quizás por ello me enfado más. Lo que no tengo muy claro es con quién me enfado, si con ella o conmigo…

En estos días tengo que viajar mucho en tren hasta Atocha. Diferentes asuntos me llevan allí. Pues para ahorrar me cogí un bono de diez viajes. Y allí que he ido, tranquilamente con mi bono, guardadito en una cajita que me agencié que me viene genial (tiene el tamaño ideal), viaje para arriba, viaje para abajo. Llevaba la cuenta mental de los viajes. ¿Qué podía fallar?

El último día que tuve que viajar a Madrid, llegando a la estación de tren me di cuenta de que me había dejado el monedero en casa. Me eché las manos a la cabeza un segundo para volver a bajarlas, más tranquila, un instante después. Si volvía a casa llegaría tarde, ya que tengo que coger el coche para ir a la estación de tren (en el pueblo donde vivo no hay RENFE), pero como llevaba el billete de diez viajes me despreocupé. Lo peor que podría pasar era que me parara la policía y me pidiera la documentación. Por un instante imágenes de mi detenida, y sujetando un cartel para que me hicieran la foto de frente y de perfil, pasaron por mi cabeza, pero las deseché por falta de histórico. Y mi cabeza funciona así: si no me ha pasado nunca en mis 37 años de vida (sobre todo teniendo en cuenta que con la cabeza que tengo no es la primera vez que salgo indocumentada de casa), ¿por qué habría de pasar ahora?

Me encogí de hombros y seguí mi camino. Pasé el día de forma tranquila. Tuve que gorronear a mis compañeros para el desayuno, eso sí, pero como ya me van conociendo no se lo tomaron a mal. Y tuve la suerte de volver con una compañera a Atocha. Ella cogía el mismo tren que yo, pero se bajaba una parada de antes.

Como las dos somos algo así como calladas y tímidas, íbamos charlando sin parar. Llegamos a los tornos, nos dirigimos cada una a uno y ella pasó, pero el mío no se abría. Miré el mensaje de la pequeña pantalla que ponía “bono agotado”, pero no era capaz de entenderlo. Recuperé el billete, que lo había escupido la máquina, y lo volví a meter. Mismo mensaje, billete escupido. No tenía viajes en el bono de diez.

Miré alarmada a mi compañera.

- ¡No tengo el monedero!

Ella me miraba, entre alarmada y divertida.

- ¡Pero no lo entiendo! Si son diez viajes y todos son pares, de ida y vuelta, esto tiene que estar mal.

- Mira el billete, a ver cuántos has gastado.

A mí me seguían sin cuadrar las cuentas. Si yo hacía dos viajes cada día, y el billete era de diez, me tendría que haber fallado en el viaje de ida, no en el de vuelta.

- ¡Claro! –me dijo mi compañera, que llegó a la solución antes que yo – Si ayer no cogiste el tren para volver.

Por supuesto. El día anterior su marido había ido a recogerla y fueron tan amables de llevarme hasta donde tenía el coche. Y yo no me había acordado.

Antes de que me pusiera aún más histérica, mi compañera me cedió su tarjeta de crédito (ya que ella no llevaba suelto) para que me comprara un billete. Creo que no se lo agradeceré lo suficiente. Me fui a la máquina a sacar el billete, y después de haber hecho todos los pasos no me dejaba meter la tarjeta en la ranura. Lo intenté como cinco veces, pensando que a lo mejor es que lo hacía mal. Después del quinto rechazo cambié de máquina.

En la segunda máquina pude meter la tarjeta, pero lo hice al revés y me la devolvió. Por tercera vez tuve que hacer todos los pasos, y ya, por fin, coloqué la tarjeta en su sitio de la manera correcta. Ahora a ver si me acordaba del pin. Sí, me acordé. Aunque mi compi puede estar tranquila que ya se me ha olvidado. Cogí el billete, no le di un beso por no borrarle la banda magnética, y fui al encuentro de mi compañera.

Bajando por las escaleras mecánicas ya nos reíamos las dos, aunque cinco minutos antes lo que yo había tenido eran ganas de llorar. Ella me estuvo contando que un día que llevaba mucha prisa bajó al andén y se metió en el tren sin mirar. Resultó que no era el tren correcto y que iba en dirección contraria, por lo que tuvo que bajarse en la siguiente estación para coger el tren en la dirección acertada. Me alegré de no ser la única torpe…

3 comentarios:

  1. Jajaja, despistes de estos he tenido muchos. Menos mal que siempre hay buena gente que nos ayuda en estos momentos.
    Besotes!!!

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  2. Jajaja, soy como tú. Pero a mí me pasó peor si cabe, me fui a Sevilla a trabajar sin cartera y sin las llaves de casa. O sea, no tenía ni documentación ni dinero ni tarjetas ni llave para entrar en mi casa a la vuelta. Imagínate el show. Gracias a Dios mis compañeros de viaje me dejaron dinero y a la vuelta tuve que esperar horas meándome a la puerta de casa hasta que llegó mi compañera de piso de entonces: esto sucedió en Madrid ;) Hay días que mejor no salir de casa, eh? jajajaja.
    Que tengas buen fin de semana!
    Besos

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